martes, 31 de diciembre de 2019

Muchedumbre


Cada vez me abruma más la gente, voy camino a aislarme indefectiblemente, espantado por el bullicio de las multitudes que arremeten sin miramiento. Avanzan a paso indeclinable sobre el espacio público más diverso.

Solo hay que saber evitarlos y escaparse.

Alternativa que muchas veces queda truncada porque uno se sorprende encerrado, acorralado por seres que lo han invadido todo.

En esas circunstancias primero se conmueve, maldice las muchedumbres, y luego se pregunta qué hacer.

O para dónde disparar, que es lo mismo.

El problema en verdad no es tanto la muchedumbre sino la gente que cada vez es más bruta, más desconsiderada, más mediocre.

Gritan, tocan bocinas incansablemente, hablan atolondrados a decibeles abusivos y hasta se chocan al caminar mirando para otro lado.

Eso sin mencionar que estornudan sin taparse, suelen dejar los soretes de sus perros en las veredas y cada tanto alguno mea impunemente sobre un árbol o una pared.

El prejuicio sobre el retroceso en el comportamiento de las masas lo construyo en base a hechos de la experiencia personal, que lo observa todo en comparación elíptica con la generación de mis abuelos, notablemente muy superiores en la calidad de sus valores a las hordas brutas e ignorantes de estos tiempos.

No es que fueran mis abuelos, era otra generación. Que mayormente a diferencia de esta que parecería que denigra el ser, lo enaltecía con sus conductas.

Basta ver fotos espontáneas de la gente de aquellos tiempos para percibir que vivían con otra actitud, otro esmero.

Hoy prepondera la mediocridad y dejadez.

Antes se vestían mejor, ahora hay zaparrastrosos por todos lados.

Gritan, estornudan sin taparse, andan con cervezas de vidrios o puchos matándose sin advertirlo mientras vulneran el espacio ajeno sin la más mínima consideración, desparramando basura por todos lados.

Para lo único que sirve tanto despropósito es para advertir los niveles que alcanza la mala educación.

Las muchedumbres invaden todo con desparpajo y anuncian un futuro cada vez peor porque las manifestaciones que proponen con su decadencia son inimaginables.







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domingo, 29 de diciembre de 2019

La escritura como espacio de autorreflexión



Bueno, voy a escribir un poco, no estoy en la situación ideal porque no estoy solo, liberado totalmente para escribir con espontaneidad y descaro, descaro de mí mismo, sin inhibiciones de ningún tipo ni restricciones de ninguna índole.

Escribo para desanundarme, entenderme, clarificar mi cotidianeidad, y vislumbrar esencialmente las mejores decisiones posibles para sacarle provecho a mis circunstancias y a la vida.

Como la vida es un proceso en construcción basado en las decisiones que tomamos, tener el sustento de la reflexión para guiar nuestra conducta es un aporte muy valioso que nos ayuda a eficientizar nuestro tiempo, evitar problemas y generar el bienestar que en definitiva buscamos, más allá de las circunstancias que fueran.

La alternativa de vivir atropellado es siempre posible, pero no es recomendable para quien no quiera trastabillar, caerse, romperse los huesos, tener problemas de salud, o que le suba la presión.

Es mejor detenerse, reflexionar, analizar posibilidades, preguntarse quién uno es, quién está dispuesto a ser si va para acá o para allá, sopesar la información positiva y negativa, y luego sí avanzar.

No es tan tortuoso, si uno tiene una disposición mental lo hace naturalmente sin darse cuenta. Observa, analiza, juzga y procede, luego de asumir la decisión que considera más conveniente.

Luego rectifica y permanece en esa instancia, como suspendido en una dimensión de discernimiento que le permite observar, pensar, analizar y decidir.

Si naturalmente no tiene esa disposición, puede ser muy recomendable adoptarla por los beneficios que reporta. No solo evita dolores de cabeza sino que con el transcurso del tiempo evita también que una persona se termine convirtiendo en alguien que no quería ser.

No es poco.

Les pasa a muchos a juzgar por los rostros agrietados y la verborragia que no para de fundamentar las quejas atendibles para cualquier víctima de sí mismo de turno. 

En fin, estoy probando escribir quizás para elevar mi nivel de consciencia. La escritura es un trampolín que nos permite ver más lejos, nos ofrece una perspectiva interesante y al disociarnos de la situación, nos abre la cabeza. Si vemos desde otro lugar, desde la altura, nos observamos a nosotros mismos y podemos maniobrar mejor para tener más efectividad.






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sábado, 21 de diciembre de 2019

La solidaridad


Si bien mis hermanas son auténticas religiosas y sospecho que compiten por ese aspecto de la identidad que valora la familia, creo que la hermana mayor se está aventajando de la chiquita y su empeño innegociable de acentuar ese compromiso la está llevando a ganar posiciones.

Mi hermana menor que por estos tiempos anda embarullada en otros menesteres no se ha percatado de los movimientos de la mayor y está cediendo terreno para que mi hermana mayor avance en su identidad religiosa y se aventaje sin que la otra se de cuenta.

Sin dudas, se va por la punta.

Todo porque Paulita está distraída en sus menesteres que por fuerza de cierta naturaleza indescifrable la llevan a acelerar la vida sin el menor de los titubeos, afrontando con esa actitud todos los perjuicios y riesgos que la aceleración de la vida implica. Pero tomando también todos los beneficios que tal actitud conlleva.

-Carla está yendo a Caritas a ayudar -escucho que me dice Flavia mientras tomamos mate en el balcón.

-Me contó tu mamá -remata.

Escucho que mi hermana mayor va con vocación auténtica y honra sus genuinas motivaciones de ayudar a los demás. Escucho también que está jodida de la espalda.

-Lleva colchones.

Colchones, pienso. Cómo puede ser que mi hermana flaquita lleve colchones o se los hagan cargar. No puede ser que lleve colchones y los cargue porque se va a joder la espalda. Pienso.

Y digo, ¿estás segura?

-Sí, tu mamá está preocupada.

Me pregunto si debo hablar con mi hermana para persuadirla de que haga tareas más aliviadas. O que canalice su intención de ayudar de manera menos perjudicial para su salud.

Pienso que sería conveniente que sea más práctica y lleve dinero. Pero inmediatamente sospecho que la idea no prosperará y mi hermana verá un espíritu de vagancia y comodidad detrás de esa sugerencia.

El espíritu sufrido, trabajoso y doliente, es más preciado en el ámbito religioso y las personas con auténtica vocación de religiosidad consciente o inconscientemente se deben sentir obligadas a honrarlo.

Pienso, pero no digo nada.




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sábado, 14 de diciembre de 2019

El hombre que piensa


Me he dado cuenta que el hombre que piensa es una molestia para quien no tiene ninguna disposición a pensar.

Esa molestia es insalvable si el hombre que no piensa se mantiene firme en su posición y no se dispone a escuchar a quien piensa.

En esas instancias si el hombre que piensa persiste en su disposición en dialogar con el que no le interesa pensar, genera primero una perturbación y luego un enojo indisimulable.

Con lo cual se genera un contexto únicamente propicio para mantener una conversación ineficiente e improductiva, que solo sirve para erosionar la relación y perder el tiempo.

De uno y del otro.

De modo que al hombre que piensa le queda la responsabilidad de dilucidar rápido si se encuentra con el hombre que no piensa, para proceder de la manera que juzgue más conveniente.

Puede ser retirarse de esa presumible conversación seguro fallida o decidir no iniciarla, en una actitud práctica e infalible para evitar el resultado.

Con lo cual el hombre que piensa es conveniente que tenga claras estas cuestiones, antes de perder su valioso tiempo en una persona que se cierra en su sordera y se aferra a su capricho de no pensar.

Y el hombre que decide no pensar, debería preguntarse si prefiere reducirse a esa haraganería o bien se dispone a cambiar de actitud para reconsiderar sus ideas y acceder al inestimable beneficio de creer que siempre puede estar equivocado.

Para lo cual necesitaría pensar, lo que le significaría un importante desafío.

Pero no seamos pesimistas.

La conveniencia de pensar puede motivarlo en cualquier momento.






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sábado, 7 de diciembre de 2019

El aprendiz


Sin querer queriendo desde siempre me siento en la obligación de mejorar, de superarme. 

Una fuerza invisible e innegociable me ha persuadido ya no recuerdo desde cuando. Y desde aquel remoto entonces obro disciplinado con una intención que nunca cesa.

Para qué superarnos, podríamos preguntarnos.

Para ampliar nuestro mundo, para ensanchar posibilidades de acción, para hacer la vida más interesante, vivir en plenitud o con mayor intensidad.

Para honrar más cabalmente la oportunidad de vivir, podríamos sintetizar.

Sin que se escape ningún día.

Porque sepámoslo o no, la vida está latente para invitarnos a atraparla. Y solo con ímpetu, con entusiasmo, con determinación, podemos atrapar cada día.

De lo contrario se nos escapan, a veces tan solo uno, o varios, o casi todos.

Con frecuencia me pregunto por qué tanto interés en progresar en términos personales. Por qué estudiar, por qué leer, por qué esforzarse y querer aprender todos los días.

Si bien debo confesar que no es ninguna tortura y uno disfruta del proceso, eso no quita que uno se inquiete sobre estos menesteres, se detenga para observarse imbuido en esa predisposición irrenunciable y se pregunte con curiosidad de niño por qué lo hace.

Cuál es la explicación última que incita esa actitud de aprendiz eterno que lo constituye.

Tal vez en esencia uno quiere progresar para que no se le escapen los días.

Ni uno solo.






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sábado, 30 de noviembre de 2019

Los pícaros


A mí me alejan de forma inmediata e irreversible dos tipos de personas que son claramente detectables.

Los malos y los pícaros.

Uno anda por la vida y se tropieza con ellos sin querer o queriendo, porque a veces uno abre una puerta desconociendo al otro y se encuentra con él o la personaje.

Ahí con frecuencia advierte, se da cuenta si es una persona buena o mala, si es un pícaro o alguien que se puede confiar.

Ese desentrañamiento que puede ser repentino a veces demora más tiempo, es cuando el malo o el pícaro es consciente de su linaje y tiene la habilidad de simular ser una persona que no es.

Es decir, se disfraza de bueno o honesto, a sabiendas que no es de su condición esencial.

Nadie es un experto en dilucidar al otro y reducirlo a una convicción absoluta e irreversible, determinando que es bueno o malo. Con lo cual se predispone al juego y con el transcurrir del tiempo si tiene algo de experiencia puede despejar las palabras de los hechos, como si estuviera corriendo la maleza para
ver la esencia, y ahí sí con los ojos bien abiertos viendo la evidencia puede descubrir.

Darse cuenta.

Es decir si uno no tiene un espíritu negador ve la realidad sin mentirse ni engañarse.

Observa que fulano es bueno o malo, pícaro o alguien confiable.

Si bien ese discernimiento es un trabajo recomendable para todos, hay muchos que no se toman el esfuerzo de hacerlo. Y andan por la vida dejándose enredar por malos o pícaros sin intención de distinguirlos y alejarlos.

Debe ser por eso que los malos o pícaros no están solos. Le deben la compañía a distraídos o quizás a otros que los eligen por convicción.

En mi humilde caso huyo siempre espantado de esos personajes que pienso que se extraviaron en lógicas que denigran al ser humano.

Vivir en la picardía o en la maldad es la antítesis de las virtudes que debemos honrar.






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sábado, 9 de noviembre de 2019

El jefe


Hace tiempo que el niño es el jefe, lo supe antes de que nazca. 

Mi espíritu sensible, cobarde y anti combativo no podía presagiarme otra cosa. 

El niño vendría y yo me replegaría sin chistar al recóndito lugar de la otra habitación, resguardado en la calidez de la guarida.

Lugar que por inercia o autopreservación habito desde chico, para salvarme del mundo externo y lógicas cercanas que resultaban perjudiciales.

Así que el bebé se ha ubicado plácidamente en la cama grande y yo he emprendido la indigna retirada.

Me he ido sin protestar, con la cabeza en alto y la convicción de que cumplo con mi deber, en las circunstancias que la vida ha traído.

No tengo nada por reclamar, ni nada por lo cual rebelarme.

Las cosas se asientan debidamente en su lugar.

En casa somos pocos, solo tes, pero desde hace un tiempo ya tenemos claro quién es el jefe de familia.

Y quién manda.






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sábado, 12 de octubre de 2019

Los idiotas


Pocas cosas me enojan más que la zoncera manifestándose de manera impúdica en las circunstancias más disímiles.

La idiotez avanzó tanto que hasta degradó la estupidez, porque antes quizás muchos eran tontos y no lo advertían pero ahora se vanaglorian de eso y hacen un culto a la zoncera.

Disculpen ustedes pero veo idiotas por todos lados y el problema es que son muy peligrosos.

Desde que me convertí en padre me parece por ejemplo una locura que cualquiera pueda tener un bebé en su casa. Teniendo en cuenta la estupidez reinante es realmente un peligro que seres indefensos estén en manos de tontos, incompetentes, irresponsables o insensibles.

Ayer nomás vi como una mujer bullanguera maltrataba a su hija con una agresividad que indignaba.

Y el otro día vi zamarrear con violencia a un niño por su padre con la agresividad propia del idiota que repentinamente se encuentra con una dosis de poder y es una persona subdesarrollada.

He visto idiotas que ponen música en autos armados con parlantes prepotentes en lugares paradisíacos como playas o laguitos que son el paraíso del silencio.

Lo hacen con el entusiasmo de los tontos que no advierten el perjuicio que ocasionan y creen que han venido para salvar al mundo.

Algunos son tan tontos que ni siquiera advierten que a pocos metros otro tonto hace lo mismo y entre estos parlantes invasivos, compulsivos y desafortunados, se mezclan los ruidos y solo logran aturdir a todos.

Otros que se hacen notar son los que andan en motos con los escapes ruidosos, creyendo que esos estruendos insoportables los transforma en galanes de turno, sin advertir que los revelan como idiotas molestos.

Entre los tontos más peligrosos no puedo dejar de mencionar los que cruzan en las esquinas sin mirar y de espalda a los autos, generando las condiciones propicias para que los atropellen.

Y los idiotas que manejan autos sin frenar en las esquinas, a velocidad de descerebrado en calles y avenidas o pasando en curvas de rutas, propiciando la posibilidad de que esas conductas asesinas generen los previsibles resultados consecuentes.

Pero no voy a seguir enumerando la cantidad de idiotas que andan dando vueltas porque me doy manija y me dan ganas de mandarlos a todos a la mierda, con la expectativa de que ese recóndito lugar exista y puedan avivarse de una vez para no seguir haciendo daño.

Ustedes dirán que soy un rezongón y que podría tener una mirada positiva por ejemplo tapándome los ojos ante la idiotez.

Pero si sirve de defensa propia aduzco que en verdad apunto estas cuestiones que emergen de la elocuencia, con un espíritu positivo, porque creo que enfocarlas y mencionarlas puede servir para resolverlas.

Quizás algún idiota tome nota y se replantee su accionar.

Aunque debo confesarles que mis expectativas al respecto no son muy buenas.






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sábado, 5 de octubre de 2019

¿De quién es el futuro?


Creo que la educación tradicional genera muchos riesgos en las personas que en vez de asumir responsabilidad por sus actos y decisiones, delegan esa facultad bajo la insana suposición o certeza de que alguien lo va a cuidar.

Y nadie lo va a cuidar.

Diría para precisar el concepto con cierto estruendo, con la única finalidad de que se escuche, inquiete y movilice tal vez a la siempre sana y conveniente reflexión.

No lo va a cuidar el médico, el arquitecto, ni el portero por metaforizar de alguna manera.

Ellos andan embrollados en sus cuestiones, en sus intereses y tienen absoluta prioridad sobre sus vidas por sobre la de los demás.

Con contadas excepciones.

Y abro un paréntesis.

No está mal.

No está mal que tengan prioridad sobre sus propias vidas porque responde a la naturaleza de la creación y es a la vez una decisión personal e intransferible que puede hacerse por más que otro reproche desde la tribuna o grite, egoísta, individualista.

Etcétera.

Lo que pareciera que ocurre es que hay una degradación de valores que implican un retroceso en la dimensión humana. De ahí el descuido hacia el otro.

Antes lo habitual era que un maestro se preocupe y hasta se haga mala sangre porque su alumno no cumplió con los deberes o no dedicó tiempo de estudio porque sabe que esas lógicas le garantizan un mal destino y quiere involucrarse en facilitarle el mejor futuro posible, no el peor de todos.

De ahí que el docente responsable de ayer se comprometía con su rol. El de hoy por supuesto también lo hace, pero pareciera que no es lo más habitual.

Al igual que el médico, que antes se hacía mala sangre si el paciente reconocía que había seguido fumando, había continuado comiendo mal y no había hecho nada de ejercicio.

Por decir algo.

-El médico me va a retar -decía el paciente, sabiendo que el profesional de la salud comprometido se haría de alguna manera mala sangre y se enojaría por el infortunio buscado por el paciente.

Ahora pareciera que pocos médicos retan y algunos ni registran el nombre del paciente que los consulta.

Paréntesis...

No digo que el médico tenga que retar o darle chas chás en la cola a sus pacientes díscolos. Digo, o mejor dicho intento decir, que tal vez se ha degradado el compromiso en general de los médicos sobre sus pacientes porque esa situación que en realidad manifiesta un nivel de compromiso absoluto no es tan habitual.

Y porque más de un médico ni registra a sus pacientes.

Nada de esto estaría mal si no fuera porque los niños grandes tienen la falsa creencia de que hay otro que se preocupa auténticamente por ellos. Y delegan en ese acto su responsabilidad, su poder personal y en definitiva las lógicas básicas y esenciales para generar las condiciones que les construyan el mejor futuro posible o los libere eficientemente de las vicisitudes que los aquejen.

Los retaba la maestra y el médico de antes pero ahora cambiaron las cosas.

Y lo mismo pasa con los arquitectos y tantos otros.

Lo preocupante no es que no los reten, que es quizás una metáfora de la pavada. Lo preocupante es que el otro espere que se hagan cargo de él.

Por eso ante la degradación de valores y la creciente despreocupación por el otro, nada es mejor que hacerse cargo de la propia vida, las decisiones necesarias que se deben tomar y las vicisitudes que fueran.

Sea rechequear el tamaño de la columna o la pastilla que sugirió el médico.

Caso contrario a cada uno lo perseguirán las consecuencias.

Por eso es preferible preocuparse y comprometerse. A despreocuparse, dejar todo en manos de otro y mirar confiadamente para otro lado.






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lunes, 23 de septiembre de 2019

Vivir sin ego



La gente tal vez se equivoca al dejarse caer en la trampa y fomentar el ego.

Quizás ese paso en falso le juega en contra y lo distancia de su verdadero ser, exigiéndole comportamientos, decisiones y elecciones que quizás no concuerdan con su verdad íntima.


El riesgo del ego es que toma a la persona como marioneta de su propia vida. Y sin querer o queriendo muchos seres terminan obrando a su voluntad.

Son esclavos de si mismos.

Hay gente que compra un auto, una casa, estudia una carrera o adquiere algo que a veces no necesita pero valoran los demás para obtener el reconocimiento de los ojos ajenos o poder pertenecer a un grupo de esencia superficial pero que por alguna razón lo incita para integrar.

Siempre es bueno huir espantados de esos ámbitos apenas se advierten. Suele ser gente que necesita demostrar poder o capacidad económica, como si fueran las cuestiones más valiosas de la existencia.

Están totalmente extraviados en una vulgaridad de aparente relevancia, pero que es en esencia un ámbito muchas veces de personas miedosas e inseguras que se caracterizan por dudar de su propia valía.

Necesitan un estandarte. Como puede ser contar de un viaje. Una casa. Un auto de esos que cuestan una fortuna hacerle el service o vaya a saber qué cosa que demuestre que es muy costosa, puede exigir una suma importante para mantenerla y no está al alcance de todos.

Perjuicios aparte siempre es bueno estar atentos y no caer en las trampas que ofrece el ego.

Y de esos ámbitos, obviamente, huir antes de abrir la puerta.

Pero el ego no se regodea solo en esos reductos pantomímicos, existen otros más asequibles y cercanos para todos.

Hoy con Facebook o Instagram hay gente que muestra hasta una parrillada.

O un cordero al fuego, o sánguche de milanesa completo.

Con papas fritas al costado.

Mirando con cara de sí, lo he logrado.

Mírenme.

Llegué.

Y acá nadie va a andar juzgando al hombre sonriente que acredita su momento de gloria en face con sonrisa de oreja a oreja. Cada uno es libre de hacer lo que quiere.

Por supuesto.

Solo que estamos abordando el ego y algunas metáforas que inquietan y contribuyen a la reflexión para que el lector construya su propia conceptualización sobre el tema.

O llegue a sus propias conclusiones.

Tampoco es cuestión de denigrar el ego porque no es negativo en todos sus aspectos, es también el motor para lograr ciertos resultados. 

Lo único quizás que quisiera compartir es que fomentar el ego distancia del propio ser.

Del auténtico ser.

Pero quien logra administrarlo puede tranquilamente ser el dueño de sí mismo.  

Cada uno sabrá desempeñar su propia destreza, asumiendo riesgos y posibilidades.

Quizás lo más peligroso del ego es extraviarnos de nosotros mismos. Porque cada vez que el ego se agiganta se reduce la libertad.

Tal vez por eso siempre es mejor una foto menos para no caer en la trampa y quedarse aferrado a quien uno es.

Recluido en su propia vida.





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sábado, 14 de septiembre de 2019

País intrincado


Había escrito sobre el hombre intrincado y esas reflexiones me instan a pensar sobre el país intrincado que vivimos los argentinos.

Una cosa lleva a la otra.

Nadie tiene las respuestas definitivas pero cualquier destello de reflexión ayuda a repensarnos y presumir la posibilidad de salir del vericueto en el que estamos metidos.

Única alternativa para pasar a una nueva instancia y constituirnos por fin en un país distinto.

Estamos intrincados por una sencilla razón.

Somos los mismos.

Quizás acentuados por la tendencia que reafirma nuestras lógicas, que con el tiempo en vez de reformularse se asientan.

Damos vueltas como país sobre los mismos temas una y otra vez. Nos regodeamos en un atolladero de explicaciones más o menos efectivas mientras observamos los mismos resultados de una realidad que no nos favorece.

Misma pobreza, misma inflación, misma atención al dólar.

Perdemos tiempo de vida enredados en noticias económicas que incitan nuestra atención y consumen de alguna manera nuestra energía.

Somos los mismos argentinos dando vueltas en circunstancias al parecer distintas pero que constituyen esencialmente el mismo firulete.

No nos mareamos de casualidad.

Si nunca se toma el coraje de cambiar en serio, nos vamos a morir observando los cortes de calles, la inflación permanente y zigzagueante, la impunidad que emerge en cada esquina, las destrezas de la insana picardía y el precio del dólar.

Es una lástima que seamos siempre los mismos y sigamos perdiendo el tiempo.




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sábado, 7 de septiembre de 2019

El hombre intrincado


Hace tiempo conozco al hombre intrincado.

Es un amigo, que viene con recurrencia a contarme vicisitudes de su mundo contrariado, que al parecer lo abruma y lo doblega, como si fuera una topadora que lo pasa por encima.

Siempre lo escucho con atención y siempre observo que es él el causante de su mundo. Lo genera con un compromiso que él mismo se asombraría si lo advirtiese.

El hombre intrincado refunfuña de cada cosa que emerge en sus circunstancias, pero en vez de desactivarlas las genera con sus actos.

Luego se queja, protesta, maldice las situaciones y se muestra abrumado por el mundo que se le viene encima.

Algunas veces intenté mencionarle que su proceder es el que causa sus desgracias. Puntualizándoles hechos concretos donde con claridad se fundamenta esta síntesis.

Que su acción es la que genera su mundo.

Siempre lo hago con las mejores intenciones, para que pueda dilucidar sus circunstancias y advertir que las genera.

Que es él y nadie más el único responsable de sus vivencias.

Pero el hombre intrincado no quiere escuchar o no puede escuchar.

O quizás no se anime a escuchar.

Por eso sigue enredado, maniatado a su tormento.

Dudo que se libere algún día, no le veo el más mínimo interés de abandonar la queja y convertirse en un hombre nuevo.

Vivir en la desgracia parece ser su insana adicción.





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sábado, 31 de agosto de 2019

El buen cuento


Creo que a los chicos se los obnubila con cuentos que de acuerdo a la destreza del cuentista logran crearle una percepción de realidad incuestionable al punto de que el niño cree que lo que escucha es cierto, y nada en el mundo podría convencerlo que es una ficción o una burda mentira.

Por lo menos en el momento en que recibe el relato con los ojos absortos.

Tanto es así que el niño puede morirse de miedo o llorar ante una historia, del mismo modo que puede explotar de alegría cuando el relato lo sorprende gratamente o supera sus expectativas.

A los niños grandes les pasa lo mismo, con la diferencia que los relatos no los hace el padre, la madre, los abuelos o el tío.

Lo hacen los políticos que tienen como condición necesaria, no suficiente, parlotear de la manera más creíble posible para que los niños grandes adviertan que de su mano cruzarán el puente y serán felices para siempre.

Por eso los buenos políticos tienen la obligación irrenunciable de construir relatos que movilicen las fibras más íntimas de sus clientes.

Digo, de sus ciudadanos.

Que movilicen las fibras más íntimas de sus ciudadanos y crean que en verdad esta vez la felicidad será posible para todos.

Y entraremos por fin al reino de los cielos.

Siempre de la mano de nuestros salvadores, los políticos.

Por eso compatriotas es muy injusto creer que son todos parlanchines, chantas o parloteadores de profesión, porque es justamente esa su naturaleza.

Su oficio.

Si no lograran ilusionarnos, empaquetarnos y engatusarnos de alguna manera con sus cuentos, estarían haciendo muy mal su trabajo.

Y ejerciendo con negligencia su profesión.

De hecho uno puede suponer que cuanto mejor es el cuento que pueda creer y pueda hacernos creer, mejor será la realidad a la que podemos aspirar.

Porque cualquier realidad puede aspirar hasta donde llegan los límites de la imaginación.

El tema es que el cuentista obviamente sea honesto y crea su cuento. Que luego proceda en consecuencia y no quede empaquetado en su propio discurso.

Si es un farsante, perdemos todos.





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sábado, 24 de agosto de 2019

Tontuelos


Quedo impávido, atónito, ofuscado.

Creo que no escuché bien y vuelvo a prestar atención o a procurar leer de nuevo cierta declaración. Sigo pensando que estoy equivocado, que leí o escuché cualquier cosa.

Releo una vez más.

No me equivoqué, el político de turno, que ni siquiera sé en este momento quién era, lo dijo. Lo dijo con todas las letras.

Hay que cuidarlos.

Dijo así, o algo así. Como si fuera una suerte de padre o madre súper poderoso y el ciudadano un pobre estúpido o minusválido que requiere sus imprescindibles servicios para salir a flote y sobrevivir.

Es increíble que haya todavía políticos que piensen que salvan a los ciudadanos en esta época, cuando los ciudadanos ya están avivados hace tiempo y saben que Papa Noel no existe.

Y si existe es porque toma dinero de sus bolsillos con impuestos para luego obrar como Santa Claus y darle lo que era de ellos. Mediando por supuesto lo que cobra por el inestimable servicio a la patria.

Definitivamente hay aún políticos retrógrados que se sobre estiman, quieren ser los padres de todos y obrar como Papa Noel.

Algo que solo es posible si piensan que los ciudadanos son todos tontuelos.

Unos estúpidos, o unos minusválidos.






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sábado, 10 de agosto de 2019

Tercer mundo


Cada día me cuesta más amoldarme a este país y aceptar la decadencia. Sigo sin poder creer las situaciones que encuentro cada vez que salgo a la calle.

Y como salgo todos los días de manera inevitable, no paro de atestiguar los despropósitos con los que se expresa la decadencia.

Desde una mujer que baja del auto a golpear a un hombre mayor porque supuestamente le frenó cerca, pasando por los soretes de perro que cada tanto piso, hasta observar el cartel de la calle robado, las farolas apedreadas, los graffitis afeando numerosos espacios públicos o el auto que pasa a mas de 100 km por pleno centro sin frenar.

Esos solo son detalles, porque si abro el diario para observar los desafortunados hechos la lista sigue.

Y aunque no abra el diario y lo mire por la web, vale la pena apuntar algunos otros despropósitos de la decadencia, que en realidad expresan la mediocridad, la dejadez y el ímpetu de que da todo lo mismo, en una suerte de culto por el desatino y la degradación de estos tiempos.

Hay gente que saca chapa por asesinar a bebés, como si fuera un mérito quitarle la vida a alguien. Gente que va a la cárcel y la violan o golpean. Chicos que terminan el secundario sin saber leer textos básicos.

Parejas que están años para adoptar bebés o niños deseosos de ser adoptados y por obra de la negligencia y desidia pasan sus días, años y vidas privados de esa posibilidad.

Personas que quieren liberar urgente a perros que acabaron de matar a un transeúnte en la playa para que vivan la libertad del espacio público. 

No digo que actúe la perrera en este caso. Más urgente es que actúe El Bobero y encierre a todos estos naboletis que no hacen otra cosa que validar la zoncera en la sociedad, con consecuencias nefastas para todos. 

También sería oportuno mencionar a políticos que antes presentaban propuestas y ahora solo indican que se los debe votar porque son menos peores que los peores.

Y si no ganan ellos el viejo de La Bolsa nos castigará. 

Todo es de cuarta y está a la vista. La decadencia no para de manifestarse.

Y uno solo escribe como para despojarse un poco del despropósito, y sacarse la amargura de encima, en un acto sutil de la rebeldía, que en el mejor de los casos relata la idiotez que se exhibe en estos días.

Lo peor es que sabe que la decadencia no parará de sorprendernos porque la degradación cultural solo se puede revertir con el tiempo. Y el daño ya está hecho.

Hay que aguantar al de la esquina dado vuelta pidiendo cinco pe, o haciendo malabares mientras trastabilla con fuego entre los autos.

Hay que darle 10 pesos al que está con el trapito en la vereda cuando uno estaciona, porque se le antoja dar un servicio que nadie pide y espera que se le de dinero para no mirarlo feo o hacer lo que cualquiera que no da dinero puede imaginar.

Hay que frenar de prepo en las esquinas porque los estúpidos no frenan ni cuando uno va por la mitad.

Quizás uno escribe para no envenenarse, para sobrellevar la decadencia dejándose resbalar en un rezongo verídico pero pasajero. Permitiéndose una curación simbólica, con la ilusión quizás de que se tome nota de lo que está ocurriendo para fomentar rápido un accionar que lo revierta.

Aunque tal vez es tarde para restablecer la normalidad, porque los tontos han proliferado. Y ya están por todos lados.

Cuídense.

Es triste observarlo pero las vicisitudes del alicaído tercer mundo se asientan por efecto de la degradación educativa y cultural, que parece acentuarse de manera innegociable para formar parte de nuestra vida.

Quizás lo importante es recordarnos que debemos rebelarnos y ofrecer batalla.

No nos resignemos a que gane siempre la mediocridad y la idiotez.





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sábado, 3 de agosto de 2019

Lo no dicho


Creo que muchos escritores intentan decir lo no dicho pero es un acto fallido, casi siempre errático.

Tantos años de humanidad parecieran haberlo dicho todo y uno en su intención de lograr decir lo que no se ha dicho falla irremediablemente, según puede suponer o con tiempo quizás constatar.

Decir lo que no fue dicho es un desafío irrenunciable para quien quiere escribir y contribuir cabalmente.

Refritar lo dicho para volverlo a decir con otras palabras o formas, tiene también su mérito y constituye muchas veces un valioso aporte pero radicalmente diferente a quien logra alguna vez ascender a una instancia superior y explicitar lo no dicho.

En mi humilde caso no me resigno al recurrente fracaso y honro la intención de aspirar a decir lo no dicho con el ímpetu de quien busca y sabe que quizás algún día encuentre.

De modo que mis zarpazos sobre la escritura para lograr decir lo no dicho persistirán perseverantemente hasta el final. Porque de lo contrario renunciaría a un propósito legitimo e inestimable.

A la cima de quien intenta escribir.

Creo que cuando uno escribe tiene con frecuencia la sensación de haber arribado a buen puerto. De haber dilucidado algo. O quizás siente que merodeó entre lo no dicho y algo nuevo fue capaz de decir.

Percibe como una suerte de vestigios un logro que en verdad quizás se escurrió entre las manos.

Entonces cobra valor para intentarlo de vuelta.

Pero muchas veces uno también debe reconocer que siente que lo no dicho se ha ausentado y cree que se ha quedado con las manos vacías.

Con el sano consuelo de haberlo intentado.






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sábado, 27 de julio de 2019

La mala onda


No me hablen, tengo mala onda.

Por algo será.

Pienso.

La mala onda llega y uno puede decidir abrazarla y experimentarla o procurar escabullirse como fuera. 

Y en mi caso, debo confesar, muchas veces no me escabullo. Evito la técnica huidiza porque siento que sería trampearme y vendar mis ojos ante la realidad de las circunstancias que fueran.

Por eso cuando la mala onda llega, sé que es por algo. Y ese algo es un hecho, una información.

Una evidencia.

Podría taparme los ojos y escaparme, apelando al efectivo truco de evadirme de la emocionalidad que se insinúa. Si no estuviera convencido de que la mayor efectividad se logra mirando la realidad de frente, posiblemente lo haría.

Miraría para otro lado o adoptaría el mecanismo de negación, para andar contento y feliz como un niño engañándome por la vida.

Pero como siento que ya soy un niño grande o un hombre adulto, y creo en los beneficios a largo plazo de asumir la realidad y vérmelas con ella, procedo en consecuencia ante la información y los hechos indeseados.

Observo la realidad sin mentirme, mientras reniego un poco para discernir pronto el futuro proceder más efectivo.

Y en vez de evadirme de las circunstancias, me dejo abrazar por la instancia indeseada que produce la mala onda. 

No dejo que dure mucho por suerte, pero no me hablen.






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¿Qué quiere decir?


A veces me inquieta tratar de dilucidar lo que el otro quiere decir. Suelen ser situaciones donde quien habla se enreda en palabras o pasajes más o menos engorrosos y siempre complejos que insinúan pretender arribar a algún lugar.

Esa manera intrincada y difusa de hablar impone la necesidad de desentrañamiento. Es decir, exige que quien escucha pueda descubrir lo que quiere decir quien habla.

Circunstancia que demanda máxima concentración para elucidar lo que en verdad se quiere decir y no quedar extraviado en supuestos dichos que no se dijeron.

En este tipo de menesteres hay distintas calidades de hispanohablantes. Están los que ejercen la destreza de la lengua y ascienden a la poesía o narrativa elogiable, pero también están los esforzados que creen en embarullar lo dicho para mostrarse como pensantes de mayor complejidad o seres incomprendidos que viven en un nivel intelectual inaccesible para sus semejantes.

Transitan bajo la farsa de que lo que dicen escapa a la capacidad de entendimiento de cualquier distraído que se aprestó a escuchar. 

Si el tipo quiere decir o dice algo tan intrincado, complejo, difuso e inentendible, seguramente el tipo está volando en la abstracción y es razonable que su interlocutor quede extraviado sin comprenderlo. Con la ilusión de que el tipo está en la estratósfera mientras que el pobre diablo que lo escucha vive en el llano sin poder dilucidarlo.

Cuando en verdad, quizás el primero está extraviado en sí mismo. Y el segundo supone que sabe lo que quiere decir, aunque no le entienda básicamente o exactamente qué carajo quiere decir.

Esas situaciones hacen sospechar que en realidad lo que se necesita es que el hombre difuso o extraviado en sí mismo se aclare o desista de la lógica de querer empaquetar al interlocutor de turno. 

Caso contrario pareciera que lo que se requiere no es alguien que escuche, sino alguien que pueda traducir por ejemplo del Español al Español.

Con la única finalidad de facilitar el entendimiento. 

Esto aplica a los seres lingüísticos que parecen extraviados y se valen de la farsa de la complejidad al carecer de contenidos virtuosos. No a quienes en verdad celebran el lenguaje, lo extienden a su máxima expresión y logran regalarnos la destreza de su proceder. 

Porque cuando alguien interviene en el lenguaje con pericia, no solo celebra y enaltece las posibilidades de expresión, abre también los ojos al mundo y a las circunstancias que puedan inquietarlo.

Creo que cada uno por supuesto puede hacer lo que se le antoje y no está mal si algún embarullador de turno se vale de esa burda treta para pantomimizarse y ostentar un lugar de sapiensa que lo excede.

Aunque siempre pienso que la gente está avispada y hace tiempo que descubrió que lo que importa es el valor de lo dicho. Es decir, lo que en verdad se quiere decir.

Quizás por eso detrás de la simpleza se esconde la virtud.





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jueves, 18 de julio de 2019

Parlanchines


Es notable el séquito de parlanchines que pululan por los medios. Los observamos todos aunque en general nunca digamos nada.

Ni los mencionemos, por supuesto. Porque en general no hay ventajas en ganarse enemigos.

Salvo que uno sea uno de esos seres de espíritu peliagudo y cizañero que crea que la agresión personal es una virtud en vez de una degradación del ser humano.

Además, si uno osase mencionar a cualquier fulano, podría estar cometiendo una verdadera injusticia al bautizarlo como parlanchín cuando quizás sea un verdadero pensador que nos abre el intelecto para ver la vida o las circunstancias de otra manera, permitiéndonos en una instancia sutil pero irreversible la sensación de avivarnos o elucidar de un modo que no habíamos percibido.

Así que por estas vicisitudes expresadas bien vale contener el garrote que en sus inicios, debo confesar, tenía la intención de asestar metafóricamente contra algunos políticos que lo explican todo y saben resolver cada uno de los problemas de nuestros pueblos, ciudades, provincias, país y el mundo.

Aunque permítanme un leve desliz...

No voy a decir que hay numerosos políticos que son solo parlanchines. Son también elocuentemente incompetentes, chantas, hipócritas, farsantes.

Vivillos de poca monta que viven a costa de los demás.

Ignorantes impúdicos con pretensión de sabios predicadores del conocimiento que les falta.

Aunque no todos, por supuesto. Hay gente muy valiosa que se juega por sus convicciones y trabaja con el alma por el bien común. Sabiendo que la verdadera prioridad es el otro y no sus bolsillos.

Esos son los políticos que salvan la profesión entre tanta manga de impresentables.

Porque con el espíritu parlanchín no hacen otra cosa que explicar todo y parlotear con la certeza de quien inexorablemente cree que está siempre en lo cierto. Sin sospechar siquiera que puede estar equivocado.

Y determina con la convicción innegociable de quien sabe como son las cosas, y por qué él o ella, han de venir a salvarnos.

Como si todos fuéramos, lisa y llanamente, unos pelotudos.

Perdón.

Unos pelotudos que no nos damos cuenta que la intención preponderante no es salvarnos a nosotros sino salvarse ellos.

En definitiva compatriotas esa sapiencia suprema que se arroga el parlanchín de turno y manifiesta tener todas las soluciones, revela que es un verdadero despropósito que vivamos embaucados en problemas habiendo tantos representantes autoproclamados que tienen las soluciones.

Que están convencidos de lo que se debe hacer para cambiar los despropósitos, arreglar la realidad en cada uno de sus aspectos desbarajustados y corregir por fin de manera irrevocable al mundo decadente.

Es una lástima que los parlanchines lo sepan todo y la realidad se burle sistemáticamente de manera indiscriminada.

Diciendo de algún modo, que no era por acá.

Ni por allá.

Como el parlanchín de turno suele asegurarnos.






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