viernes, 23 de noviembre de 2018

Todes



Es posible que me gane enemigos por escribir un poco sobre algo que al enterarme me ha resultado inquietante.

Digo inquietante por no decir que me ha resultado una tontería propia de la estupidez.

Es cierto que debiera informarme para adentrarme en el asunto, inmiscuirme en los fundamentos de su gestación y hablar con propiedad y argumentos más sólidos e inquebrantables, que exijan cierto trabajo al ataque de las fieras.

Pero el tema me ha resultado tan idiota que desde mi humilde parecer no merece dedicarle mayor tiempo, salvo el que pueda inspirar una breve escritura para abordarlo y quizás desentrañarlo.

O bien para observarlo, exorcizarlo de algún modo y dejarlo tranquilo.

Parece que decir todes constituye una suerte de emblema que defiende el idioma inclusivo.

O el lenguaje inclusivo.

Decir todos o todas apelando al debido uso de la gramática sería algo así como un despropósito o una ofensa para los paladines del todes, que habrían encontrado en esa palabra un espacio de reconocimiento que los erige como seres existentes y ante los demás los convalida como seres vivos.

Es muy precario el recurso de identidad que inspira a los revolucionarios del todes y les ofrece un lugar para sus existencias.

Antes se daba la vida por la patria, por un amor.

Ahora entregar la vida por semejante estupidez es un verdadero despropósito.




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viernes, 16 de noviembre de 2018

Grande Pedrito!


La escritura sirve para clarificarnos, inquietarnos y transformarnos de alguna manera. Con lo cual escribir es una bendición si detrás de la trastienda que impulsa esa escritura está la convicción de incidir sana y positivamente.

Siempre me pregunto para qué sirve la escritura y más o menos encuentro respuestas similares. Será que ahora vino el tema de Pedrito y uno dice en primera instancia qué tiene que andar escribiendo de Pedrito con todos los temas de la cotidianidad que tiene que resolver.

Pero luego se apiola y dice, ha sí, es bueno, hay que escribir, por ahí lee Pedrito, por ahí lee un ser cercano a Pedrito o los afectados directos por Pedrito y de algún modo se inquietan, se movilizan, observan con otros ojos y proceden.

Porque para eso está la escritura en última instancia, para proceder luego de aclarar. Y en ese acto sutil pero determinante es donde se define el mundo.

¿No?

Si no el mundo sigue igual arreglándoselas sin que nadie se entrometa y diga, cuidado. Por ahí no.

Ojito.

Y de alguna manera inquiete para que las preguntas inciten visiones superadoras y el mundo se encause por el camino más conveniente para todos. O bien por el que debiera ser natural y esté despojado del despropósito.

Lo que ocurre es que están desvirtuadas las cosas. Uno ve de refilón. Sí, ve de refilón y primero sospecha, pero luego parece percibir lo perceptible con claridad y de algún modo se apiola.

A fuerza de la elocuencia se da cuenta que muchos Pedritos que parecen dar la vida por acceder a la Presidencia de la Argentina les importa en realidad un rábano el fundamento esencial de su postulación como candidato.

Lo que los moviliza en verdad es el ego que les dice desde el silencio… ha muy bien, llegaste. Qué bien. Viste, por vos no daban mucho y ahora, mirate. Mirate bien Pedrito. Estás ahí en el sillón, en el candelero. Qué se puede decir ahora que las cosas se pusieron en su lugar, vas a vivir en la quinta de Olivos. Vas a hablar y te van a escuchar como si fueras un Dios en el oráculo. Se van a aglutinar quieras o no un séquito de obsecuentes para darte la razón en muchos casos y en definitiva el mundo quedará reducido a una sola síntesis que representará con evidencia irrefutable la única verdad por la que llegaste a donde llegaste.

A la cima.

Grande Pedrito!

En esa estás Pedrito, volando bajito porque se nota. Se ve que lo que en verdad te importa es estar en el pedestal.

Vivir en el país de Pedrito, como se escuchó algún día decir a un candidato.

No puede ser tan papanatas pero dijo así. El tipo dijo así, en el país de Pedrito…

En fin, por Dios Pedrito, somos grandes.


Si querés ser presidente que te movilicen los verdaderos motivos, que deberían ser llevar adelante el gobierno del país y liderarlo en las decisiones que hagan a la Argentina un país serio, respetable, productivo…

Somos grandes Pedrito.

Que tu ego no te maneje como un títere de tu propia vida. El país necesita un acto de responsabilidad, de autenticidad, de madurez.

Si estás para la pavada, mejor madurá primero y postulate después.

Disculpame Pedrito, disculpame.

Pero la verdad ayuda y crecer es doloroso.







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miércoles, 14 de noviembre de 2018

Sentido común



La decadencia exige en una primera etapa que seamos capaces de llegar a la instancia del sentido común, donde las cosas se ponen en su lugar por el simple ejercicio del buen pensar.

Esto exige indefectiblemente trascender la zoncera y el despropósito, caso contrario quedaremos empantanados en el barro de la imposibilidad, la insana justificación de lo que está mal y la elocuente negligencia que perjudica a todos y nos impone vivir de alguna manera u otra en un país de mierda.

Un país tomado por los dos o tres vivillos de turno que deciden y resuelven cortar una calle o parar una aerolíneas para arruinarle la vida a miles de personas con la impunidad que ofrece la injusticia de un país bananero.

Todo no es lo mismo y si el status quo que supimos conseguir a fuerza de mediocridad o cobardia tocó fondo, hay que cambiarlo.

En serio.

No de manera pantomímica, verbal o retórica. Hay que darlo vuelta como sea, antes de resignarnos a anoticiarnos cada día con las novedosas e impensadas formas que cobra la decadencia.

Robar está mal. Mentir está mal. Cortar una calle está mal. Estafar a los chicos en las escuelas porque salen analfabetos está mal. No atrapar al chorro de la esquina está mal...

Y todo eso hay que darlo vuelta, con valentía, con convicción y con decisiones.

Por eso hay que pasar del comentario al accionar.

Caso contrario podemos terminar siendo todos espectadores de nuestra propia desgracia que nos reduce a vivir inmersos en una realidad cada día más decadente.

Y esto no depende de ningún iluminado ni de un grupo de buena gente, que tenga sanas intenciones.

Depende en verdad de la inmensa mayoría que decide en qué tipo de país quiere en verdad vivir.

Que la convicción le gane a la resignación, y que la acción correcta no se deje persuadir por el miedo.

Roguemos.

Y obremos.



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viernes, 2 de noviembre de 2018

Con el perdón de la palabra


Con el perdón de la palabra voy a decir lo que por comodidad y cobardía conviene callar.

Si no fuera porque esa conveniencia es tan insana como improductiva, quizás no accedería al espacio que habilita el perdón de las palabras.

Residiría plácidamente en el recóndito lugar seguro que evita riesgos y deja el mundo cómo está.

Pero con el perdón de la palabra esta vez lo diré todo, sin concesiones, condicionamientos y restricciones de ningún tipo que puedan querer persuadirme que es mejor callar, mirar para otro lado y hacerse el distraído.

Como nos vamos a morir de todos modos esa alternativa es un mal truco y un pésimo negocio. Es mejor decirlo todo, aliviar el alma de silencios ineficientes y abrir la boca bien grande con la expectativa de que quizás al menos en algún ser impacten, lo inquieten primero y lo movilicen después.

Para agarrar los aspectos de la realidad que son en definitiva los que afectan a todos, poder estrujarlos, afrontarlos y resolverlos o encauzarlos en un buen camino que en definitiva transforme la realidad que entre todos supimos conseguir, y la construya de alguna manera en beneficio de todos los seres que viven en el territorio argentino, nacional y popular.

Es inadmisible o indignante que tanta gente actúe de buenita y haga un desastre en la sociedad.

Cuando un policía agarra a alguien que mata, roba, viola o asesina, es el policía el que rápidamente es perseguido por los derechos humanos, la Justicia y los parlanchines de turno que aprovechan la volada para actuar de buenitos sin advertir que muchos los observan como oportunistas de ocasión.

Pero la puerta es giratoria y los derechos humanos existen para los delincuentes pero no para las víctimas.

Y eso persiste como si estuviera bien, como si fuera algo razonable, como si en verdad no fuera un despropósito de la zoncera humana que se vanagloria de su estupidez para evidenciar la decadencia.

Un policía que no puede atrapar a un chorro. Por Dios, podríamos permitirnos ser tontos, pero no tanto.

Y la víctima que tiene que dar explicaciones haciéndose cargo de un mundo que se asentó al revés.

Y ese es un aspecto de tantos otros con los que podemos gruñir, enojarnos y poner el grito en el cielo con la ilusión de que en algún momento a la idiotez la doblegue la racionalidad y gane por fin la inteligencia.

Que los delincuentes estén presos y que las víctimas sean resarcidas con las determinaciones de la ley que honren la Justicia.

Sigo...

Otro tema que ya a muchos nos debe tener bastante podridos es la convicción de tantos políticos mediocres que actúan de buenitos para favorecer con políticas públicas y arbitrariedades el fracaso y la generación de pobreza.

Erguiéndose Papanueles resuelven darle más plata a este o aquel bajo el pretexto de la farsa distribución del ingreso, que es esencialmente robarles dinero a quienes trabajan y producen para dárselos en una suerte de caridad propia que en verdad es ajena, a los supuestos desposeídos.

Aprovechando en muchos casos la intermediación para cobrar buenos sueldos, tener notables privilegios y vivir como ricos con la plata de todos.

Una vergüenza, un descaro, una pantomima insana propia de mediocres y farsantes que basados en los artilugios de la retórica aprovechan la volada y hasta se convencen que han venido a salvarnos.

Y eso por supuesto no incluye a la innumerable gente honesta y trabajadora que hay en la política, que movilizada por auténticas convicciones honra el rol que ocupa.

Incluye a los chantas, vivillos e hipócritas que relatan con la destreza de la retórica que les permiten sus palabras una distancia sideral con sus hechos.

Y en el medio seguramente hay matices y tal vez confundidos que creen obrar sanamente favoreciendo la pobreza con políticas públicas que la fomentan y motivan, mientras desmotivan la cultura del trabajo y la creación de la riqueza.

Por eso en vez de alentar a quienes no producen ni trabajan, deberían alentar a quienes producen y trabajan.

Pero hacen al revés, castigan al éxito para premiar la improductividad.

El resultado está a la vista.

Cada vez más pobres, cada vez más decadencia.

Con el perdón de la palabra.




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