Sentido común
La decadencia exige en una primera etapa que seamos capaces de llegar a la instancia del sentido común, donde las cosas se ponen en su lugar por el simple ejercicio del buen pensar.
Esto exige indefectiblemente trascender la zoncera y el despropósito, caso contrario quedaremos empantanados en el barro de la imposibilidad, la insana justificación de lo que está mal y la elocuente negligencia que perjudica a todos y nos impone vivir de alguna manera u otra en un país de mierda.
Un país tomado por los dos o tres vivillos de turno que deciden y resuelven cortar una calle o parar una aerolíneas para arruinarle la vida a miles de personas con la impunidad que ofrece la injusticia de un país bananero.
Todo no es lo mismo y si el status quo que supimos conseguir a fuerza de mediocridad o cobardia tocó fondo, hay que cambiarlo.
En serio.
No de manera pantomímica, verbal o retórica. Hay que darlo vuelta como sea, antes de resignarnos a anoticiarnos cada día con las novedosas e impensadas formas que cobra la decadencia.
Robar está mal. Mentir está mal. Cortar una calle está mal. Estafar a los chicos en las escuelas porque salen analfabetos está mal. No atrapar al chorro de la esquina está mal...
Y todo eso hay que darlo vuelta, con valentía, con convicción y con decisiones.
Por eso hay que pasar del comentario al accionar.
Caso contrario podemos terminar siendo todos espectadores de nuestra propia desgracia que nos reduce a vivir inmersos en una realidad cada día más decadente.
Y esto no depende de ningún iluminado ni de un grupo de buena gente, que tenga sanas intenciones.
Depende en verdad de la inmensa mayoría que decide en qué tipo de país quiere en verdad vivir.
Que la convicción le gane a la resignación, y que la acción correcta no se deje persuadir por el miedo.
Roguemos.
Y obremos.
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