viernes, 30 de diciembre de 2011

Poder

Hoy pude.

Podría no haber podido, como tantas veces. Pero no, hoy pude.

Quizás por eso estoy contento, sonriente. Como quien logra el resultado, proyectó a lo lejos. Apuntó.

Tomó carrera…

Y la metió en el ángulo. Viendo desde lejos cómo la pelota se desplazó en el aire, llevó un futuro decidido pero incierto. Y se estampó en la red. A la vista de todos.

Es cierto que uno es efusivo, realza quizás pequeñeces. Llama la atención sobre sutiles aspectos de la vida que quizás suenen como nimiedades, si uno los anuncia. Los sube al escenario y los presenta.

Pero no estoy aquí para denigrar el hecho ni atemperar el acierto.

Por el contrario, me detengo a tipear algunas letras para precisar el momento subjetivo y atraparlo. Uno entiende cuando observa, sintetiza con intensión, y asciende así a una posibilidad de comprensión que le facilita efectividad en su vida cotidiana.

De modo que bien vale pararse frente a la jugada, contemplar el momento inicial que visualizó el pelotazo. Mirar con atención la corrida, y acompañar con la vista el trayecto de la pelota que se incrusta en el arco.

Toda una pantomima de metáforas para descubrir que el hombre se debate entre poder y no poder. Que anda como un péndulo en la vida, aunque prepondere tal vez un extremo. El que lo relata como ser humano en su personalidad.

Es por eso que hay que detenerse frente a los hechos de cierta relevancia que emergen en la vida. Ascender a la claridad que buscamos. Descubrir la importancia de comprometernos con el lugar poderoso que se asienta dentro de nosotros mismos.

Visualizar la próxima jugada.

Y darle con todo a la pelota.




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jueves, 22 de diciembre de 2011

El Juego

Una vez descubierto el juego, uno puede liberarse de la trampa.

Todos jugamos.

No digan que no, que no es así. Que aquí no hay ningún juego, que nadie juega…

Cuando digo todos, hablo de todos. De mí y de ustedes también.

No me importa que alguien se enoje, levante la mano y enfatice.

Me mire con cara de pocos amigos y me diga:

-    No, no. Yo no juego.

Alto. Alto ahí.

Mejor que interrumpir es escuchar. Y una característica superadora a la ansiedad es la paciencia, porque en la paciencia hay calma y reflexión. Mientras que en la ansiedad hay impulso y demencia.

Si exageramos. Claro.

Porque no voy ahora a decir que el ansioso es un loco. Que sólo se constituye en su locura por interrumpir. Por mirar desde lejos y participar.

No.

No diré eso. Porque haría que otro también observe esa disidencia. Descubra cierto desbarajuste de la afirmación. Y levante estoico la mano.

Para puntualizar esa sutil diferencia entre la fallida verosimilitud de lo dicho. Que procuraba pintar el mundo tan solo con unas breves palabras.

Pero no nos distraigamos ahora. Volvamos a lo nuestro.

A la temática y al énfasis de lo dicho. La determinación que hoy acontece.

Todos jugamos.

Todos participamos de ciertas trampas, propias y externas que nos constituyen, y se nos imponen.

Y todos tenemos el desafío de liberarnos de ellas.




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Y entonces...

Y entonces qué? –le dije agobiado.

Cansado de terminar el relato comprometido, hacer la pausa oportuna y escuchar la misma respuesta.

Me miró como quién recibe la provocación. Permaneció en silencio y sostuvo la mirada.

Yo no soy el guapo del novecientos. No me gusta hacerme el malandra, caminar erguido como para enfrentarlo todo. Y desenfundar el puñal.

Para ajusticiar luego.

Apenas lo miro al hombre que me agobia, saco pecho como un niño que exige una explicación.

Que se ha ofendido, porque descubre que no pasa nada con el juego. Y se siente burlado en su sana predisposición.

Sostengo entonces la mirada clavada en la respuesta que no llega.

Mientras las palabras retumban.

Y permanezco en silencio, frente a aquél psicólogo de aquellos años.

En la última sesión.



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Tristeza

Debe ser el tema de la vida que marcha.

Avanza sin detenerse, mientras somos apenas partícipes secundarios de una representación que nos excede.

De ahí debe venir la tristeza, los vestigios de esa sensación extraña que permanece en las profundidades. Se sostiene en un recóndito lugar del ser, mientras camino.

Ando por la vida.

Como quien pasea entre vaivenes y circunstancias, para observarlo todo. Muchas veces con ojos abiertos, muchas veces sin ver.

Es raro sentir que la vida nos habla aunque no la escuchemos. Aunque nos hagamos los distraídos y miremos para otro lado.

Todos crecemos. Todos cambiamos.

Hasta el mismo cuerpo avanza sigiloso y en silencio hacia un natural despliegue, una transformación que opera inadvertida para nosotros, pero tarde o temprano se hace visible para los demás.

Es triste bucear en las certezas que nos sobrepasan. Mientras nos empeñamos por simplificarlo todo.

Sonreímos ante la foto, o brindamos con champán.

Aunque la tristeza de fondo permanezca y nos recuerde que acontece.

Sólo para que la observemos, cuando nos ha venido a buscar.



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miércoles, 14 de diciembre de 2011

El Gordo


El godo no fue a trabajar.

No sólo no fue, sino que presentó la renuncia. Se cansó. Evidentemente se cansó.

-Qué te dijo?

-No sé, lo único que te habla es de Gabriela. Todas las razones son de Gabriela, de tu hermana. Pero decía también de Córdoba que no le pagaron…

-Cómo le vamos a pagar si fue dos días a trabajar y después faltó. Si piensa que va a conseguir laburo así está en pedo, le pegan una patada en el culo al segundo día.

Al gordo no le gusta el laburo. Falta. Llega tarde. Desaparece por momentos.

Qué se yo cuál es la historia. Si es tan así, si estamos o no ante la presencia de un vago. O un buen hombre indignado que resolvió colgar los guantes.

- El gordo no va a retomar, no retoma.

Y qué pasa con Gabriela, quizás ahí está la explicación de todo. Porque lo que siempre el gordo aducía iba por ahí, aunque mencionaba otros motivos. Que no le pagaron lo de Córdoba por ejemplo. Quizás un motivo más que valedero para ofuscarse y tirar todo por la borda.

Son tres los que están en la mesa del restorán del microcentro, pero sólo dos están enredados en la conversación que tiene al gordo como protagonista.
Llega el padre de uno de ellos, aparentemente el mandamás. Un hombre de unos sesenta años.

- Bellini, yo lo llamé a Bellini.
- No, no, Belghini –lo corrigen.

Ahora la cosa es con Belghini o Bellgini. Algo pasa también con este tipo.

Todos hablan ahora de Belghini y el gordo queda de momento liberado.

El mozo me acerca la cuenta. Le pago, y me voy.




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martes, 13 de diciembre de 2011

Intensidad


Uno puede abrir la boca y declarar. Enunciar las palabras justas. Como advirtiendo del futuro que vendrá. Llegará indefectiblemente algún día. Mientras nosotros testifiquemos su presencia.

Entonces uno afirma convencido. Y anuncia la aparición que emergerá tiempo después. Como entusiasmado en el dicho.

Certifica.

Mientras otro lo ve sin preguntarle nada. Sólo como partícipe secundario de cierta predisposición, que es en verdad un vaticinio que se muestra determinado.

Dice entonces que vivió y vivirá con intensidad.

Despliega así el propósito irrenunciable. Que no es más que compartir el trasfondo de la certeza. La verdad que hay detrás de las palabras y sostiene la creencia, que actúa como piedra fundacional de su existencia.

Porque es en ese recóndito lugar donde uno permanece. Aunque aparezca en la superficie. Mencione una u otra cosa.

Participe también de tal o cual jueguito.

O pronuncie las palabras que quiera.



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