martes, 29 de diciembre de 2015

¿El Presidente tiene la obligación de ir al lugar de los hechos?


Creo que no.

Digo creo, porque otro tranquilamente puede opinar distinto.

Pero yo, creo que no. Que muchas veces no es necesario ni imprescindible.

¿Por qué muchas veces?

Porque hay actividades que requieren como condición indispensable el cuerpo. Y actividades que no lo requieren. Por ejemplo un bombero por supuesto tiene que llevar su cuerpo al lugar de los hechos. Lo mismo con un policía y tantos otros, que para poder intervenir tienen como necesidad ineludible hacerse presentes en el lugar.

¿Un presidente?

Creo que no. No en muchos casos.

Sobre todo en estos tiempos, donde las tecnologías y las comunicaciones permiten suplir la imperiosa necesidad de que el mandatario se haga presente en el lugar de los hechos.

Esa exigencia que muchas veces se le hace, demandándole al primer mandatario que se apersone en tal o cual lugar, en mi opinión es inadecuada para estos tiempos.

Es más, creo que en ciertos casos es inconveniente.

¿Por qué?

Porque el primer mandatario no necesita estar con su cuerpo en diversos lugares para saber lo que ocurre. Eso lo puede hacer perfectamente sin esa supuesta necesidad imperiosa.

Eso sin mencionar gastos que demandan llevar de urgencia al presidente a tal o cual situación.

Entonces…

No hablo en favor de un presidente u otro. De un funcionario u otro.

Solo reflexiono.

Vaya a saber porqué, a veces siento que estoy para eso.

Y vaya a saber porqué también, creo que al escribir puede incentivarse la reflexión e incidir luego en la realidad de manera favorable.

Inmiscuyéndose así la escritura en comportamientos que de alguna manera nos afectan a todos.

Suposiciones, claro.

Pero volviendo a lo nuestro, quizás el problema es que pretendemos operar el mundo nuevo con las cabezas desactualizadas. Cabezas por ejemplo que dictan la necesidad imperiosa de que cierto cuerpo se apersone en un lugar, como algo imprescindible e impostergable para resolver por ejemplo una situación muy relevante.

Claro que esas cabezas viejas nos tienen de alguna manera a todos. Y por ejemplo los políticos tienen que saber lidiar con ellas.

Es decir, con cientos, miles o millones de cabezas que exigen que por ejemplo lleven sus cuerpos hasta el lugar de los hechos. Sin importarle a esas cabezas donde estén los cuerpos antes de la partida. Y exigiéndoles a los mandatarios que se apersonen como sea en los lugares donde indefectiblemente esas cabezas no tienen la más mínima de las dudas que deben estar.

En mi humilde, pero hasta el momento convencida opinión, no es una cuestión imperiosa que los mandatarios tengan que llevar sus cuerpos al lugar de los hechos.

Lo imperioso es que tengan el compromiso necesario en asumir cada uno de los problemas que emergen en el país. Y eso, que a mi juicio es lo realmente importante, lo pueden hacer perfectamente sin que los ciudadanos les exijamos que vayan a tal o cual lugar para verlos luego en los medios y quedarnos tranquilos.

En verdad no sé muy bien para qué escribo esto. Quizás para fomentar la reflexión en este tema.  

Tal vez para alentar a los mandatarios a que se liberen de esas cabezas viejas, porque corren el riesgo de apresarlos en mundos que ya terminaron.

Que sepan que existen. Pero que no se dejen llevar por ellas.



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sábado, 26 de diciembre de 2015

La misa de Navidad



Mi madre me dice que ha habido muy poca gente en misa. Que en verdad no había casi nadie, estaba ella y un par de personas más.

Cuántas?

No sé.

Pero más o menos. Cuántas?

No sé Juan.

Un porcentaje, por lo menos. Cuánto de la ocupación?

Ahh, eso ni idea.

Diez por ciento, veinte por ciento?

Ni idea Juan, muy poco. Muy poca gente.

No hay responsabilidad ma, han cambiado los tiempos. Me quejo, mientras me mira como si tuviera una respuesta para explicar la desgracia en la cual, en apariencias, se encontraría inmiscuida la iglesia del pueblo. 

En apariencias porque por una misa navideña no se podría determinar que hay una merma notoria de público. Ni por supuesto tampoco que hay una tendencia a la baja indeclinable, que merece ser considerada para abordarla con la mayor responsabilidad del mundo y revertirla como sea. Porque de lo contrario retrocedería la difusión de sanos valores, menguaría la fe en la localidad, se generarían tal vez condiciones para que comportamientos maliciosos se expresen sin culpa.

Y unas cuentas cosas negativas más.

Por eso sería conveniente y necesario tomar cartas en el asunto y revertir como fuera la tendencia a la baja del publico en la iglesia local.

El cura debe estar preocupado, dice mi madre.

No creo, ma.

Sí Juan, había muy poca gente.

Ese no es mayor problema, se puede revertir, el comportamiento de la gente es muy volátil. En todo sentido, le digo. Fijate por ejemplo que lo mismo pasa con el voto. La gente vota para un lado un día y para el lado contrario el otro. 

Vivimos en la volatilidad, sentencio.

Te parece?

Y sí, ma, algo de eso debe haber. Lo otro que podría estar operando es que el padre quizás los reta mucho.

Más o menos, Juan.

No sé, ma. Hablo sin saber, como tantas veces. Porque me preguntás, y alguna hipótesis hay que tener. Alguna explicación razonable hay. Solo buceando causas, situaciones, informaciones, uno puede pensar un poco y balbucear algo. La explicación última no existe en la complejidad del ser humano. Qué se yo, pero si se da alguna hipótesis razonable, se puede incidir en la realidad y revertir la falta de público.

El cura debe estar preocupado, Juan.

No creo, ma. Ya estará acostumbrado.

Pero era la misa de Navidad.

Sí, eso es cierto. El tema no creo que sea el cura. El hace muy bien su trabajo. Habla sin titubear como si tuviera todas las respuestas. No duda en lo más mínimo y le dice a la gente cuál es el camino. 

Además ya saben todos lo que les espera si osan tomar otros rumbos. La última vez que escuché parte de la misa en la televisión vi con la convicción que el cura amenazaba.

El infierno existe, Juan.

No sé, ma.

Existe.

No sé, Juan. A mi me preocupa que cada vez somos menos. Yo igual recé por todos. Pero éramos muy pocos. Y era la misa de Navidad. 

No había nadie.

La iglesia no va a cerrar, ma.

Por supuesto Juan. Eso seguro que no.




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miércoles, 4 de noviembre de 2015

Compañero Valentini



Llegamos con Vicente, Guillermo y mi hermano. Apenas entramos vemos a mi padre que nos espera con mi tío en la mesa del restaurant que vamos habitualmente.

Veo de lejos que mi padre levanta los brazos y sonríe en una suerte de señal de bienvenida. Es tal vez un gesto espontáneo que aparece por su vocación de celebrar la vida.

Avanzamos hacia ellos y nos saludamos con la alegría del encuentro. Después nos sentamos a disfrutar del almuerzo.

Mi hermano mayor está a mi lado, mi padre un poco más lejos. Mi tío a la izquierda de mi padre. Guillermo a la izquierda de mi tío. Vicente, a la izquierda de Guillermo.

Yo a la izquierda de Vicente. Mi hermano a mi izquierda.

Salvo ese último detalle, las ubicaciones parecen una ironía del destino.

Alza la voz mi padre para entrometernos en vicisitudes de la realidad actual.

-Nadie sabe las veinte verdades justicialistas –se queja indignado.

-Los nuevos peronistas son todos truchos –alcanzo a decir con una suerte de bocadillo certero-. Peronistas auténticos como ustedes ya no existen más –remato, para enfatizar el perjuicio y forzar la certeza hasta donde la certeza no llega.

-A quién le importan las verdades justicialistas –interviene mi hermano-. Eso ya fue hace años.

Escucho desconcertado la posición de Facundo. Quedo confundido al ver que discrepa con mi padre.

Vicente mira.

Guillermo no dice nada.

Mi tío observa.

Todos miramos a mi padre.

-Primero la Patria, después el movimiento y por último los hombres –dice.

Salto como una pipa. Eso es inadmisible. Primero los hombres, siempre primero la vida, digo con determinación innegociable.

Enfatizo diciendo que nunca hay que dar la vida por nada, porque primero y ante todo está la vida.

Punto.

Mi padre habla encima. Mi tío observa. Vicente mira. Guillermo no dice nada.

Nos enredamos en esa disidencia innegociable para ambas partes. Sé muy bien que mi padre no resignará la identidad peronista, ni sus veinte verdades, ni el orden de los factores que jamás deberían modificarse.

Primero la Patria, después el movimiento y por último los hombres.

Sanseacabó.

Me siento tentado a traer el otro tema álgido que es motivado por la filosofía justicialista. Y decir que “combatiendo el capital”, es un error garrafal de la perspectiva justicialista. El capital bien empleado, genera trabajo, desarrolla empresas que ofrecen mejores bienes y servicios, produce infraestructura que mejora la calidad de vida….

No digo nada, pero me vienen algunos recuerdos. La marcha que cantaba de chiquito. A mi padre en el partido justicialista del pueblo. A la gente que lo rodeaba o lo recibía con alegría. Y a mí cantando ese fragmento de la marcha en los actos peronistas de mi pueblo, entre bombos y carteles de los candidatos de turno, cuando tendría siete u ocho años. Todo en actos pintorescos e inolvidables de peronistas convencidos.

-Lo mejor de Perón fue la frase “para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”- digo. Pero casi nadie la sabe –afirmo.

Otra vez siento que me dejo tomar por cierto aspecto cizañero y provocativo. Quizás para mover el avispero o tal vez para precisar ciertas percepciones personales que observan aspectos notorios de la realidad actual.

Mi padre vuelve a decir de las veinte verdades justicialistas. Habla de la redistribución del ingreso. Que el capital y que los trabajadores…

Vicente intercede.

-Eso es socialista, cuasi marxista –advierte.

Todos intervienen. Dicen que al peronismo lo integran todos, que tiene distintas ramas. Que van desde la derecha hacia la izquierda. Con matices.

Con movimientos circulares, retóricos. Cambiantes. Contradictorios. Pienso.

No lo digo.

Es el cumpleaños de mi tío y la celebración es interesante.

-Traete champán –le dice mi padre al mozo con cordialidad.

Yo no. Dice mi hermano. Yo no. Dice Guillermo. Yo no. Dice Vicente. Yo no. Digo yo.

-Somos dos, se resigna mi padre.

El y el tío.

La charla sigue animada. Mi tío me llama para conversar un tema que nos compete a nosotros. Me levanto de mi silla. Pongo una silla al lado de él y me entrego a la conversación. Despejamos dudas, urdimos planes, nos notificamos mutuamente de menesteres propios de nuestras existencias.

Viene la cuenta y mi padre quiere pagar indefectiblemente.

Nos levantamos y salimos hacia la puerta del restaurant. Apenas pasamos la puerta dos señores de la edad de mi padre levantan los  brazos y dicen:

-Compañero Valentini.

Mi padre sonríe, devuelve el gesto y se entrega al saludo fraternal.
.



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sábado, 24 de octubre de 2015

¿A quién votamos?

 

Yo hincho por los que se juegan por sus convicciones.

De todos los partidos.

Nada me reconforta más que verlos en acción luchando por sus propósitos en las más disímiles de las circunstancias. Y arremetiendo con el mayor ímpetu del mundo para encausar el mundo a sus ideales.

Esa actitud me despierta admiración y me provoca el más auténtico de los agradecimientos hacia ellos, que a diferencia de quienes nunca se juegan por nada, entregan su vida por todo.

Muchas veces no comparto lo que dicen, o bien porque son esencialmente contrarios a mi forma de ver el mundo en ciertas circunstancias, o bien porque la vida tiene semejante multiplicidad de cuestiones sobre las que el ser humano debe pronunciarse, que hasta los aliados y cercanos a nuestro pensamiento, pueden tranquilamente tener una opinión o formarse un criterio opuesto al nuestro sobre cualquier tema que se presente.

Por eso la opinión coincidente en todo es una farsa, o para decirlo con mayor precisión, una posibilidad que reside en cualquier ser acomodaticio que primero y ante todo le interesa pensar igual al mandamás o congraciarse falsamente con el líder de turno.

Por eso yo celebro cada vez que veo a alguien que dice lo que piensa, se juega por lo que dice, obra en consecuencia.

Y da la vida por sus convicciones.

Arremetiendo con determinación.

Esa es la gente que hace historia, porque gracias a ellos el mundo avanza, se reconfigura, emerge en todas sus nuevas dimensiones.

Brindo por ellos, que exhiben con su actitud una brújula para quienes quieren honrar sus vidas, sin caer en actitudes acomodaticias que lo único que hacen es degradar existencias.

Por los que se juegan con todo. Aún cuando piensen de manera antagónica a la nuestra.

Políticos. Periodistas. Taxistas. Jóvenes. Abuelos. Plomeros y Carpinteros. Ciudadanos en general.

Por ellos…

Voto por ellos.

 



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domingo, 18 de octubre de 2015

El desafío de construir un liderazgo colectivo


Voy a arriesgar algunas hipótesis que pueden ofrecernos una explicación razonable de lo que ocurre con el tema del liderazgo en la Argentina. No están sustentadas por ninguna investigación científica, con lo cual no tienen ningún margen de error. Pueden ser, totalmente desacertadas.

Si no fuera porque creo en la inteligencia de los lectores y en la calidad de los argumentos para sustentar perspectivas, me debería delimitar a las formas formalmente aceptadas y reducirme a fundamentos que se miran con buenos ojos, y requieren muchas veces aducir que tales o cuales aseveraciones son resultado de trabajosos estudios que surgen después de sinnúmeros casos que han venido a decirnos cómo son las cosas y cuáles son las verdades definitivas.

Por supuesto siempre sospecho cuando alguien recalca que sus dichos son resultado de investigaciones esforzadas, que le permiten decretar tales o cuales verdades del mundo social y establecer así síntesis en general demasiado pretenciosas.

Sospecho quizás porque el empeño en acreditar esos estudios, procura edificarlos como verdades que no permiten la reflexión. Y dejarlos así impolutos para afirmar las cuestiones más diversas sin ofrecer el más mínimo margen a la duda, que es la instancia necesaria para favorecer la reflexión y facilitar la inteligencia.

Y si el preámbulo es excesivo, sepan disculpar, al no tener estudios de casos que validen las hipótesis, prefiero desarticular las patrañas de otros tipos de aseveraciones y resaltar la conveniencia de pensar autónomamente para construir las propias verdades. Que suelen ser las que a uno les resultan más razonables o convenientes.

El tema es que pensamos que alguien nos va a salvar. Que una persona de los cuarenta millones de argentinos podrá ser Presidente, y con su iluminación nos guiará y salvará a todos.

Pareciera que esa actitud de buscar con cierta fascinación al salvador de los argentinos, revela cierta postura adolescente que tenemos como sociedad, porque esperamos que alguien sea quien resuelva todo y nos evadimos de la responsabilidad que nos concierne de ser partícipes en la construcción de la realidad.

¿Por qué ocurre esto?

Si bien el mundo se puede explicar con infinitas explicaciones, comparto unos breves comentarios sobre cuestiones que podrían incidir en este ímpetu por buscar a salvadores individuales en vez de colectivos.

Ustedes verán...

Cuando somos chicos esperamos todo de los padres. Somos débiles por naturaleza y la relación inicial supone que un mayor resuelva nuestras necesidades para permitir nuestra existencia.

Esa relación inicial que tenemos con mayores se extiende en el ámbito escolar, donde el maestro, que es quien lo sabe todo, se muestra como la persona que debe guiarnos y ayudarnos a alcanzar nuestra alfabetización.

Y esta situación es acompañada en la infancia con dibujos animados donde, ¿qué es lo que hay?

Superhéroes.

Si bien no vamos a endilgarle la culpa de la intención por generar líderes individuales todopoderosos a Batman, Robin, El hombre Araña o el Chapulín Colorado, es posible que ellos hayan tenido también su incidencia en la conformación de subjetividades que luego reclaman un salvador con poderes extraordinarios para llevar adelante el país y resolver todos los problemas.

Llegamos hasta acá para advertir ciertas implicancias que inciden en la construcción de subjetividades que demandan líderes individuales. Si bien podríamos extendernos hacia el terreno religioso, es suficiente haber indicado algunas procedencias discursivas para sospechar sobre sus injerencias.

Como sociedad, somos unos niños que reclamamos un papá que se haga cargo de todo.

Desplegamos así una actitud acomodaticia, que esencialmente enaltece al salvador para que haga lo suyo. Y disponga de lo que fuera para poner manos a la obra.

Después lo juzgamos como si fuéramos Dioses en el juicio final.

Claro que exagero, porque cada ciudadano desde su lugar hace su parte contributiva. Muchos se involucran directamente y otros hacen lo que pueden. Si pongo un poco de énfasis, es para hacer ruido y facilitar que lo esencial se escuche.

Por el bien de todos. Creo.

Por eso me permití enfocar el tema del personalismo. Porque creo que es una instancia necesaria superarlo para construir mayor calidad republicana y vivir mejor. Como si fuéramos un país que se sostiene en las instituciones más que en cualquier ciudadano, por más buena intención que tenga.

Es cierto que las hipótesis compartidas no están fundamentadas en investigaciones científicas debidamente realizadas o de sospechosa procedencia. Son apenas tímidos esbozos que procuran comprender porqué existe una predisposición colectiva a encontrar y construir líderes individuales favorecidos por poderes excesivos.

Si en algún momento queremos crecer como sociedad, sería importante que nos preguntemos si no es hora de fomentar un liderazgo colectivo.

Y obremos todos en consecuencia.



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sábado, 3 de octubre de 2015

Tráfico de zapatillas




Estoy en el exterior cuando me doy cuenta que fallé en el cálculo y no puedo seguir usando las mismas bermudas. Eran tres que debían durar hasta el último día, pero la torpeza con la que me desenvuelvo, más el trajín cotidiano al que fueron sometidas en innumerables caminatas, evidencian que no dan más. Que deben lavarse, tomar un descanso. Asumir la rendición definitiva.

-Vamos a Macy's entonces y resolvemos en cinco minutos –le digo a Flavia, que me mira enajenada en la habitación del hotel.

-Compro la bermuda y me voy.

Salimos del hotel, caminamos unas cinco cuadras. Entramos a Macy's, subimos un piso. Luego otro.

Me freno ante un hombre que atiende en el lugar.

Sí, es para arriba. Otro piso.

Llegamos, miro a una vendedora.

-¿Short?

Por acá, me dice. Y avanza sin titubear hasta el destino.

Nos frenamos contemplando la evidencia.

-¿Sólo esas?

Sí, lamentablemente. Agarro una, dos, tres. Talle treinta. No, treinta y dos.

Avanzo sin miramientos hasta el probador y resuelvo todo en el tiempo que le insume a un hombre apurado y despreocupado probarse tres bermudas.

Es esta, le digo a Flavia. Vamos.

¿Y las zapatillas?, escucho. Es cierto, las zapatillas. Tengo que aprovechar y comprar las zapatillas. No puedo dejar pasar la oportunidad de hacer un buen negocio.

Vamos.

Caminamos unos metros y nos encontramos con un mural repleto de posibilidades.

-Son como de otra generación, ¿no? –escucho.

-¿Te parece?

-Y, sí.

-Capaz, ¿no?

Observo con la mirada propia de una persona ansiosa que recorre sin detenimiento una escena que excede su capacidad de observación.

Agarro una zapatilla y la examino con cierta celeridad. Y me embarco en un proceso de pesquisa irrenunciable.

Doy con un par. Luego con otro. Después con otro. Y otro más.

Son cuatro, pero el último par no tiene una de las zapatillas y entonces la vendedora se embarca en una búsqueda comprometida. Le pregunta a un compañero, a otro. Marca nuevamente el código en su aparato de mano para que alguien venga del depósito con la zapatilla faltante.

Nada.

Resuelvo cambiar de dirección y remplazar la zapatilla ausente por otro modelo similar, pero la situación inexplicablemente se repite. Esta vez la zapatilla está manchada, como si fuera usada.

-¿Otro par? –pregunto.

Nada.

La vendedora va al mostrador, vuelve. Escribe otra vez un código para que alguien aparezca del depósito y resuelva la situación por arte de magia. Se cruza con sus compañeros, pregunta. Vuelve hasta el mural de zapatillas y hace una inspección estricta, mientras yo aguardo sentado a que aparezca la zapatilla faltante.

-Ya son suficientes Juan –dice Flavia.

Es cierto, me digo. No puedo caer preso de un ataque consumista que se impone por la extraña sensación de que se puede comprar a un precio razonable.

Pagamos y nos vamos con el apuro de un hombre perseguido.

Luego intento urdir un plan para evitar problemas. Son tres pares de zapatillas nuevas Nike que deberé pasar por la aduana y tengo miedo que se me detenga al momento de ingresar a mi país y se me pidan las explicaciones del caso.

Para determinar luego que he obrado con impudicia y debo pagar quizás una fortuna, lo suficientemente importante como para arruinar el buen negocio.

-Voy a pisar tierra –le digo a Flavia.

-Así parecerán usadas –remato.

Pero quedan tres días del viaje y no hay mucha tierra en las veredas de Nueva York. Aunque algo de tierra logro pisar cada vez que recuerdo que deberé afrontar a las autoridades requisitorias, que podrían detenerme, pedirme que abra el bolso.

Y confiese.

Entonces vamos al Central Park y digo que dejemos las bicicletas y caminemos un poco por el pasto.

Y camino, con cierto compromiso para honrar el propósito.

Luego volvemos al hotel, llegamos y empezamos a guardar todo en los bolsos para irnos como teníamos previsto.

Pero antes del final, advierto que es necesario ser más precavido. Las zapatillas siguen pareciendo nuevas.

-Llevá un par vos, Flavia –digo.

-Uno lo llevo puesto y el otro lo llevo en mi valija.

Ah, esperá, digo.

Ponele a uno esta plantilla usada. Y al otro, la otra.

Yo me pongo las más baratas, así no despierto sospechas.



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sábado, 26 de septiembre de 2015

¿Guardamos nuestros secretos?



Voy a partir de la base que todos tenemos secretos y que siempre tenemos alguno silenciado.

Algo por supuesto incomprobable, porque alguien podría decir que no tiene ninguno. ¿Y por qué no tiene ninguno?

No puede ser. O sí.

No sé.

Quizás vivió poco, quizás se preservó demasiado. O no sabe que tiene secretos y piensa que no los tiene.

O no los tiene y sanseacabó.

¿Cuál es el problema?

Dejad al otro tranquilo, que tenga o no tenga secretos. A quién le importa.

En verdad a nadie, o no sé. Tal vez ahora importa porque uno se lanza a escribir y dice, parto de la base…

Pero quién es uno para partir de la base tal o cual. Si apenas escribe un poco. Bueno, tiene que decir algo. Comenzar con algo. Animarse a pasar de algún modo al frente.

Y abrir la boca.

Por eso dice, parto de la base…

Como teniendo la esperanza que al abrir el telón vengan las palabras, salten a la hoja, se acomoden solas. Nos presenten ciertos párrafos.

Que algo dirán. O algo querrán decir.

Vaya uno a saber.

¿Pero hay que tener secretos o no? ¿Hay que contarlos?

Debe haber secretos buenos, secretos malos. Sanos e insanos. Confesables e inconfesables.

Lo que ocurre es que uno si tiene un secreto muchas veces se siente molesto consigo mismo. Por eso, no sé ustedes, pero en mi caso me libero de mis secretos tan rápido como puedo.

Siempre que competan sólo a mi persona, por supuesto.

En esa instancia prefiero contarlo todo, abrir la boca y decir lo que tenga que decir. Siempre que se pueda.

Guardar secretos propios es como ahogarse en uno mismo. Y si nos ponemos grandes y seguimos con esa técnica corremos el riesgo de abarrotarnos de secretos y atosigarnos con nuestros silencios.


Porque los secretos, nos gusten o no, podemos callarlos para el otro pero siempre nos hablan a nosotros mismos.



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viernes, 4 de septiembre de 2015

¿El mundo es de las palabras?



Y de quienes se atreven a usarlas.

Esa era la frase. La leí por primera vez hace alrededor de diez años. La había escrito Patricio, que era un joven que hacía aforismos. El los escribía y enviaba al portal literario El Confesionario, que era un sitio web que yo había creado con la intención de ser un medio para difundir escritos.

El mundo es de las palabras y de quienes se atreven a usarlas.

Así decía la frase de Patricio y apenas la vi pensé que era una genialidad que merecía ser reconocida. Más en aquellos tiempos cuando tenía la inquebrantable convicción de que el discurso construía la realidad.

Seguramente motivado por tantos autores de la Licenciatura en Comunicación, llegué a esa síntesis y me aferré a ella con actitud indeclinable.

Comprometida.

De ahí las conversaciones con mi padre, donde profundizábamos sobre esa perspectiva con la intención de validar o rechazar la frase.

O ajustarla, para hacerla más efectiva.

Con él nos embrollábamos en esa disquisición, procurábamos entender sus alcances, sus limitaciones. Las posibilidades ciertas o pretenciosas que esa abstracción ofrecía.

Mi padre defendía sus convicciones y tal vez su identidad. Para él la única verdad era la realidad. Aunque me escuchaba con atención y cierta curiosidad, mientras yo procuraba desplegar el concepto que tal vez me excedía.

Sin dudas, el mundo era de las  palabras para mí. Y Patricio había dado en el clavo con una frase perfecta.

Pero, ¿será así?

Dudemos…

Quizás el mayor antecedente está en la biblia. Dios dijo que se haga la luz.

Y la luz se hizo.

Que se haga el firmamento.

Y el firmamento se hizo.

Con lo cual hay una historicidad desde el terreno religioso que aporta crédito a esa perspectiva. Pero claro, entre Dios y nosotros hay una distancia. Demasiado grande como para decir que nosotros también podemos alzar la voz, apuntar a un objetivo y decir.

Hágase un millón.

Y el millón se hace.

Salvando esas distancias y permitiéndonos la licencia de jugar un poco, es cierto que el hombre crea con las palabras. Y lo hace esencialmente en base a las conversaciones que es capaz de generar.

Lo sé por propia experiencia y porque es una perspectiva validada por la disciplina del Coaching, que se basa en esencia en la ontología del lenguaje.

Pero esa mirada de creación de la realidad en que vivimos a través de la palabra tiene sus delimitaciones. Y si bien es efectiva y cualquiera puede experimentarla, se despliega hasta cierto lugar, que es el espacio último donde comienza la realidad.

¿Qué quiero decir?

Creo que quiero compartir que las palabras son esenciales porque son facilitadoras de la creación del mundo que podemos ser capaces de visualizar y generar.

Pero llegan hasta ahí.

Justo hasta donde empieza la realidad.

Quizás es cierto que ahí vive la única verdad.



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sábado, 29 de agosto de 2015

¿Los melones se acomodan solos?


Uno de mis grandes maestros, que no voy a mencionar porque temo que se ponga colorado, propiciaba también esta filosofía de los melones. Por supuesto no era exactamente la de los melones, ni podría sospechar él que la propagandizaba, pero en verdad lo hacía.

Como otros maestros reiteraba que cuando uno avanza en la vida alineado con sus propósitos, el universo confluye a su favor.

Y todo, absolutamente todo.

O casi todo.

Comienza a favorecer el logro de los objetivos. Sean cuales fueran, siempre y cuando uno se lance a su búsqueda y lo haga con la determinación de quien cree que la única verdad será la realidad.

Y que esa realidad será la que existe indefectiblemente en nuestras cabezas.
.
Mi única duda, debo decir, es si esta creencia se ampliará a cualquier propósito o sólo estará sujeta a los sanos propósitos.

En verdad no recuerdo exactamente la conceptualización por lo cual no puedo despejar esa vicisitud, sólo tengo algunos destellos de conversaciones con mi maestro, que café de por medio, imbuidos en charlas íntimas y pretenciosas, nos adentraban en este tipo de inquisiciones.

Todo para destrabar la vida, o desplegarla con la mayor potencialidad posible.

Ese concepto, que afirma que el universo conspira a nuestro favor cuando vamos para adelante en búsqueda de nuestros objetivos, está en varios libros. Y muchos autores procuraron difundirlo.

Tal vez esas recurrencias puedan indicarnos que se trata de una verdad que nos motiva a accionar. Salir de las excusas, las conversaciones verborrágicas, las intenciones bienaventuradas, y hacernos cargo de lo que muchas veces decimos, queremos o procuramos.

Debo reconocer que quizás por convicción personal he residido bastante en la duda, porque encontré siempre en ese territorio el espacio propicio para analizar las posibles decisiones y construir la realidad que consideraba más conveniente.

Con cierto nivel de conciencia, como para saber lo que elegía.

Por eso mi experiencia de abrir las puertas del mundo y arremeter con todo, es bastante limitada. Y mal podría yo, decirles que soy un especialista en la materia.

Que no tengan dudas y avancen.

A paso firme. Decididos.

Porque es lo que hay que hacer, lo más conveniente. Y hará que todo se acomode para lograr el éxito. 

Eso es algo que por supuesto no puedo asegurar. Ni determinar. Ni acreditar con el sustento de verdades infalibles o impolutas, que puedan afirmar que esto es así.

Ahora, mañana. Y siempre.

Pero…

Siempre hay un pero.

Cada vez que avancé en búsqueda de un sano propósito, debo confesar que el universo conspiró siempre a mi favor.

Y los melones se acomodaron solos.





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sábado, 22 de agosto de 2015

La técnica de morderse los labios


Nada debe ser más interesante, por lo menos en este momento, que ver un poco la técnica de morderse los labios y profundizar sobre su existencia.

Jamás he leído nada al respecto y temo que debe haber pasado de algún modo desapercibida, sin que le demos la atención que merece para elucidarla un poco y comprenderla. Porque detrás de la técnica hay una decisión arbitraria y en apariencias conveniente, que ejecuta quien la honra con su conducta.

Y se muerde los labios.

Es sin dudas una técnica especulativa, de preservación. Resguardo.

Uno se muerde los labios y de algún modo se mantiene a salvo, como si estuviera en la retaguardia.

Escondido.

Sin el riesgo que supone exponerse, presentarse en el mundo. Y decir…

Aquí estoy, esto pienso.

O mejor…

Aquí estoy. Esto pienso.

Por esto…

Y ahí desarrolla lo que en verdad piensa, dándole sustento a sus consideraciones y haciendo más respetable la palabra empeñada. O pronunciada, que dice tal o cual cosa.

Vaya uno a saber.

Pero la voz habla con racionabilidad, expresando su punto de vista y sustentando en una fundamentación considerable su posición.

Con lo cual quien se pronuncia merece ser escuchado con la atención del caso, para poder posibilitarnos al resto la comprensión de lo enunciado y consecuentemente la alternativa de redefinir nuestro punto de vista, modificar las perspectivas de nuestra mirada y transformarnos. Dándonos así la posibilidad de superarnos, posibilidad por supuesto más virtuosa que la alternativa de aferrarnos a nuestra propia comprensión, reducirnos a nuestras verdades y encerrarnos en nuestros caprichos.

Pero no nos vayamos de tema, lo que inquieta es la técnica de morderse los labios y evitar que la palabra personal se exprese con decisión.

Eso ocurre más en temas escabrosos donde el sujeto o individuo prefiere preservarse y evitar enojos ajenos.

Cree que si no dice nada se salvará de entrometerse en el peligro. Y consecuentemente no sufrirá las consecuencias del caso, que luego cobran formas diversas y cambiantes, y lo perjudicarían.

De algún modo hace bien. Nadie se va a enojar mucho con quien no dice lo que piensa y se escuda en un mutismo inquebrantable, comprometido con una actitud acomodaticia y pusilánime, que le permite evitar pronunciarse aun cuando se definan los destinos del país o el mundo, y quede por propia elección inmerso en una actitud mediocre, degradante e indigna.

Eso no quita que nos preguntemos por la técnica de morderse los labios y observemos el carácter mezquino que implica, porque al no permitir la palabra honesta y sincera, el mundo pierde la posibilidad de enriquecerse de la voz silenciada que eligió algún individuo.

Esa especulación precaria debiera ser superada por la decisión de compartir quienes somos, con nuestras deficiencias y errores, con nuestras limitaciones y posibilidades.

Pero con nuestra auténtica voz, que nos hace presente en la sociedad.

Y nos permite incidir en el mundo.



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sábado, 15 de agosto de 2015

¿Quiénes somos?

Hemos de estar atentos, sigilosos. Expectantes.

Observándonos.

Ahí tal vez tengamos alguna chance de poder llegar a ciertas precisiones y descubrir por fin quiénes somos. Caso contrario andamos siendo sin tener mayor consciencia de este tema. Y cuál sería el problema entonces, ninguno porque no habría problema alguno en ser sin saber quiénes somos.

Aunque deberíamos deternernos.

Fijarnos bien lo que pensamos, o lo que procuramos pensar.

Entonces quizás podríamos decir que podemos ser sin saber que somos. Lo cual nos aliviaría de algún modo porque evitaría que nos adentremos a la indagación y al descubrimiento de nosotros mismos. Y, quizás, además tenga la ventaja adicional de que al ser sin preguntarnos por quiénes somos, fluyamos con mayor espontaneidad y en esa fluidez vivamos más lo que tengamos que vivir, sin ningún juzgamiento de nosotros mismos y, tal vez lo que es más importante, sin cualquier restricción que pueda imprimirnos la mirada propia.

Porque, por ejemplo, uno podría hacer tal o cual cosa y si al mismo momento se observa, podría preguntarse, pero qué estoy haciendo. Esto no corresponde. No soy así.

Tan pelotudo.

Entonces por ejemplo se reencuadra en comportamientos más aceptables, no sólo para los ojos de los demás. Si no también para sus propios ojos.

Lo que demuestra entonces que si uno se pregunta por quién es y quiere descubrirse, se transforma en una marioneta guiada por la mirada ajena y por sus propias regulaciones.

Porque somos en la irracionalidad, en la espontaneidad, en el acto impulsivo.

Como somos también en la racionalidad, en la especulación o la estrategia.

Además de ser en las contradicciones y en tantas cosas más.

Todo embrollado en un carácter dinámico que signa la vida humana y que nos afecta como individuos. Imprimiéndonos a nosotros la delimitación, que es al mismo tiempo posibilidad, de la palabra cambio que nos asiste.

Somos en el cambio.

Entonces…

No podemos fijarnos como seres y residir en nuestros rasgos, como características definitivas inmodificables, por más que nos esforcemos, enojemos.

O pongamos el grito en el cielo.

Esto nos estaría haciendo pensar hoy, sobre este tema álgido e inquietante que puede ser muy relevante para todos, y que creo que haríamos bien en reflexionarlo un poco.

¿Nos observamos entonces?

Cada uno sabrá.

Pero fluyamos liberándonos de las restricciones y permitámonos ser quienes en verdad somos.

Suerte.



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sábado, 8 de agosto de 2015

El ser chumamedias

Deberíamos reconocer que el ser chupamedias no es un zonzuelo que anda por la vida improvisando su conducta, como si desprevenido se encontrase preso de un accionar que no le pertenece.

Nada de eso.

Es una persona estratégica que sabe muy bien lo que hace y ejerce por voluntad propia la filosofía del chupamediatismo, que promete darle muy buenos resultados. Porque de lo contrario renunciaría a esa ideología, depondría su actitud y se atrevería a indisciplinarse. Reafirmarse como sujeto individual, con su propio pensamiento, su propia capacidad de discernimiento y sus propias decisiones. Aquellas que se alinean con lo que en verdad piensa.

Pero no, el chupamediatismo suele ser más fuerte en quien cree en su filosofía. Y nada ni nadie suele desviar al ser chupamedia comprometido de su actitud frente a la vida.

Y eso nadie va a cuestionarlo, porque cada uno hace lo que quiere o lo que puede. Y si alguien elije ser chupamedias por elección propia, es una decisión arbitraria y personal que deberíamos respetar.

Sólo aspiramos a observarla un poco, porque como toda alternativa del ser humano, es mejor problematizarla para conocerla antes de enrollarse en ella sin tener alguna percepción básica de sus menesteres o sus consecuencias.

Si hay nuevos chupamedias, que por lo menos sea porque analizaron su filosofía y la eligieron con convicción. Es mejor que sepan lo que hacen antes de embaucarse a ellos mismos y embaucarnos a todos.

Porque si hay algo claro, es que el chupamedias obra de farsante, ejerciendo actitudes, conductas, gestos y opiniones que muchas veces no concuerdan con sus verdades definitivas.

Es claro que el ser chupamedia se alinea al chupamediatismo por voluntad propia, confiado en que tal actitud le reportará un beneficio que supera al costo de reducirse a lo que no piensa, alinearse a decisiones que no comparte y denigrarse como persona ante la vista de los demás.

El beneficio debe ser mayor. Elocuentemente superior.

Caso contrario, nadie aceptaría precarizarse como sujeto o degradarse como ser humano.

Eso sólo se hace por la confianza que se tiene en los resultados del chupamediatismo.

Aunque a veces puede fallar, como todo error de cálculo.

Y eso tampoco se lo podemos endilgar al ser chupamedia que adoptó la filosofía de reducirse como sujeto a cualquier persona que tiene un poco más de poder.

No es su culpa que las cosas no resulten como había pergeñado, proyectado con cierto optimismo y la convicción inquebrantable de cierta especulación que nunca ofrece garantías.

Quizás lo más preocupante del ser chupamedias es que al priorizar su propio beneficio personal y no atreverse a asumir la disidencia con cualquier persona que tiene un poder superior, evita la posibilidad de hacer su propia contribución y favorecer así el pensamiento del mandamás. Con lo cual esa actitud de obsecuencia invalida un valioso aporte que contribuiría a la calidad de la reflexión y consecuentemente a la toma de mejores decisiones.

De ahí que sería conveniente que el chupamedias sepa muy bien lo que hace y tenga presente los perjuicios que ocasiona su proceder.

Es claro que a veces ser chupamedias cosecha sus frutos, de lo contrario no habría tantos creyentes en esa filosofía. Pero hay que reconocer que no siempre ofrece resultados.

Por eso también deberíamos advertir sobre la inconveniencia de afiliarse al chupumediatismo. Porque muchas veces se pagan los precios y no se obtiene nada a cambio.

Si a uno le gusta la libertad, es mejor que renuncie a las posibilidades de ser chupamedia. Corre el riesgo de extraviarse en alguien que no es, turbar su mente con ideas que no comparte y obrar de manera inconsecuente con su verdadero pensamiento.

Su auténtico ser.

Quedar preso de la falsedad es una acción de riesgo, que atenta contra lo más valioso que tenemos. Lo esencial del ser humano.

Animarse a ser quien uno es, quizás no ofrezca con frecuencia buenos resultados. Pero es siempre una decisión mucho más reconfortante.

Detrás de la autenticidad hay bienestar y está la posibilidad de honrar la propia vida.



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