martes, 31 de diciembre de 2019

Muchedumbre


Cada vez me abruma más la gente, voy camino a aislarme indefectiblemente, espantado por el bullicio de las multitudes que arremeten sin miramiento. Avanzan a paso indeclinable sobre el espacio público más diverso.

Solo hay que saber evitarlos y escaparse.

Alternativa que muchas veces queda truncada porque uno se sorprende encerrado, acorralado por seres que lo han invadido todo.

En esas circunstancias primero se conmueve, maldice las muchedumbres, y luego se pregunta qué hacer.

O para dónde disparar, que es lo mismo.

El problema en verdad no es tanto la muchedumbre sino la gente que cada vez es más bruta, más desconsiderada, más mediocre.

Gritan, tocan bocinas incansablemente, hablan atolondrados a decibeles abusivos y hasta se chocan al caminar mirando para otro lado.

Eso sin mencionar que estornudan sin taparse, suelen dejar los soretes de sus perros en las veredas y cada tanto alguno mea impunemente sobre un árbol o una pared.

El prejuicio sobre el retroceso en el comportamiento de las masas lo construyo en base a hechos de la experiencia personal, que lo observa todo en comparación elíptica con la generación de mis abuelos, notablemente muy superiores en la calidad de sus valores a las hordas brutas e ignorantes de estos tiempos.

No es que fueran mis abuelos, era otra generación. Que mayormente a diferencia de esta que parecería que denigra el ser, lo enaltecía con sus conductas.

Basta ver fotos espontáneas de la gente de aquellos tiempos para percibir que vivían con otra actitud, otro esmero.

Hoy prepondera la mediocridad y dejadez.

Antes se vestían mejor, ahora hay zaparrastrosos por todos lados.

Gritan, estornudan sin taparse, andan con cervezas de vidrios o puchos matándose sin advertirlo mientras vulneran el espacio ajeno sin la más mínima consideración, desparramando basura por todos lados.

Para lo único que sirve tanto despropósito es para advertir los niveles que alcanza la mala educación.

Las muchedumbres invaden todo con desparpajo y anuncian un futuro cada vez peor porque las manifestaciones que proponen con su decadencia son inimaginables.







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domingo, 29 de diciembre de 2019

La escritura como espacio de autorreflexión



Bueno, voy a escribir un poco, no estoy en la situación ideal porque no estoy solo, liberado totalmente para escribir con espontaneidad y descaro, descaro de mí mismo, sin inhibiciones de ningún tipo ni restricciones de ninguna índole.

Escribo para desanundarme, entenderme, clarificar mi cotidianeidad, y vislumbrar esencialmente las mejores decisiones posibles para sacarle provecho a mis circunstancias y a la vida.

Como la vida es un proceso en construcción basado en las decisiones que tomamos, tener el sustento de la reflexión para guiar nuestra conducta es un aporte muy valioso que nos ayuda a eficientizar nuestro tiempo, evitar problemas y generar el bienestar que en definitiva buscamos, más allá de las circunstancias que fueran.

La alternativa de vivir atropellado es siempre posible, pero no es recomendable para quien no quiera trastabillar, caerse, romperse los huesos, tener problemas de salud, o que le suba la presión.

Es mejor detenerse, reflexionar, analizar posibilidades, preguntarse quién uno es, quién está dispuesto a ser si va para acá o para allá, sopesar la información positiva y negativa, y luego sí avanzar.

No es tan tortuoso, si uno tiene una disposición mental lo hace naturalmente sin darse cuenta. Observa, analiza, juzga y procede, luego de asumir la decisión que considera más conveniente.

Luego rectifica y permanece en esa instancia, como suspendido en una dimensión de discernimiento que le permite observar, pensar, analizar y decidir.

Si naturalmente no tiene esa disposición, puede ser muy recomendable adoptarla por los beneficios que reporta. No solo evita dolores de cabeza sino que con el transcurso del tiempo evita también que una persona se termine convirtiendo en alguien que no quería ser.

No es poco.

Les pasa a muchos a juzgar por los rostros agrietados y la verborragia que no para de fundamentar las quejas atendibles para cualquier víctima de sí mismo de turno. 

En fin, estoy probando escribir quizás para elevar mi nivel de consciencia. La escritura es un trampolín que nos permite ver más lejos, nos ofrece una perspectiva interesante y al disociarnos de la situación, nos abre la cabeza. Si vemos desde otro lugar, desde la altura, nos observamos a nosotros mismos y podemos maniobrar mejor para tener más efectividad.






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sábado, 21 de diciembre de 2019

La solidaridad


Si bien mis hermanas son auténticas religiosas y sospecho que compiten por ese aspecto de la identidad que valora la familia, creo que la hermana mayor se está aventajando de la chiquita y su empeño innegociable de acentuar ese compromiso la está llevando a ganar posiciones.

Mi hermana menor que por estos tiempos anda embarullada en otros menesteres no se ha percatado de los movimientos de la mayor y está cediendo terreno para que mi hermana mayor avance en su identidad religiosa y se aventaje sin que la otra se de cuenta.

Sin dudas, se va por la punta.

Todo porque Paulita está distraída en sus menesteres que por fuerza de cierta naturaleza indescifrable la llevan a acelerar la vida sin el menor de los titubeos, afrontando con esa actitud todos los perjuicios y riesgos que la aceleración de la vida implica. Pero tomando también todos los beneficios que tal actitud conlleva.

-Carla está yendo a Caritas a ayudar -escucho que me dice Flavia mientras tomamos mate en el balcón.

-Me contó tu mamá -remata.

Escucho que mi hermana mayor va con vocación auténtica y honra sus genuinas motivaciones de ayudar a los demás. Escucho también que está jodida de la espalda.

-Lleva colchones.

Colchones, pienso. Cómo puede ser que mi hermana flaquita lleve colchones o se los hagan cargar. No puede ser que lleve colchones y los cargue porque se va a joder la espalda. Pienso.

Y digo, ¿estás segura?

-Sí, tu mamá está preocupada.

Me pregunto si debo hablar con mi hermana para persuadirla de que haga tareas más aliviadas. O que canalice su intención de ayudar de manera menos perjudicial para su salud.

Pienso que sería conveniente que sea más práctica y lleve dinero. Pero inmediatamente sospecho que la idea no prosperará y mi hermana verá un espíritu de vagancia y comodidad detrás de esa sugerencia.

El espíritu sufrido, trabajoso y doliente, es más preciado en el ámbito religioso y las personas con auténtica vocación de religiosidad consciente o inconscientemente se deben sentir obligadas a honrarlo.

Pienso, pero no digo nada.




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sábado, 14 de diciembre de 2019

El hombre que piensa


Me he dado cuenta que el hombre que piensa es una molestia para quien no tiene ninguna disposición a pensar.

Esa molestia es insalvable si el hombre que no piensa se mantiene firme en su posición y no se dispone a escuchar a quien piensa.

En esas instancias si el hombre que piensa persiste en su disposición en dialogar con el que no le interesa pensar, genera primero una perturbación y luego un enojo indisimulable.

Con lo cual se genera un contexto únicamente propicio para mantener una conversación ineficiente e improductiva, que solo sirve para erosionar la relación y perder el tiempo.

De uno y del otro.

De modo que al hombre que piensa le queda la responsabilidad de dilucidar rápido si se encuentra con el hombre que no piensa, para proceder de la manera que juzgue más conveniente.

Puede ser retirarse de esa presumible conversación seguro fallida o decidir no iniciarla, en una actitud práctica e infalible para evitar el resultado.

Con lo cual el hombre que piensa es conveniente que tenga claras estas cuestiones, antes de perder su valioso tiempo en una persona que se cierra en su sordera y se aferra a su capricho de no pensar.

Y el hombre que decide no pensar, debería preguntarse si prefiere reducirse a esa haraganería o bien se dispone a cambiar de actitud para reconsiderar sus ideas y acceder al inestimable beneficio de creer que siempre puede estar equivocado.

Para lo cual necesitaría pensar, lo que le significaría un importante desafío.

Pero no seamos pesimistas.

La conveniencia de pensar puede motivarlo en cualquier momento.






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sábado, 7 de diciembre de 2019

El aprendiz


Sin querer queriendo desde siempre me siento en la obligación de mejorar, de superarme. 

Una fuerza invisible e innegociable me ha persuadido ya no recuerdo desde cuando. Y desde aquel remoto entonces obro disciplinado con una intención que nunca cesa.

Para qué superarnos, podríamos preguntarnos.

Para ampliar nuestro mundo, para ensanchar posibilidades de acción, para hacer la vida más interesante, vivir en plenitud o con mayor intensidad.

Para honrar más cabalmente la oportunidad de vivir, podríamos sintetizar.

Sin que se escape ningún día.

Porque sepámoslo o no, la vida está latente para invitarnos a atraparla. Y solo con ímpetu, con entusiasmo, con determinación, podemos atrapar cada día.

De lo contrario se nos escapan, a veces tan solo uno, o varios, o casi todos.

Con frecuencia me pregunto por qué tanto interés en progresar en términos personales. Por qué estudiar, por qué leer, por qué esforzarse y querer aprender todos los días.

Si bien debo confesar que no es ninguna tortura y uno disfruta del proceso, eso no quita que uno se inquiete sobre estos menesteres, se detenga para observarse imbuido en esa predisposición irrenunciable y se pregunte con curiosidad de niño por qué lo hace.

Cuál es la explicación última que incita esa actitud de aprendiz eterno que lo constituye.

Tal vez en esencia uno quiere progresar para que no se le escapen los días.

Ni uno solo.






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