sábado, 29 de octubre de 2016

La cultura de la vagancia


Yo creo que las cosas se están desvirtuando y muchos políticos están confundidos.

He dicho.

Arranco a lo macho como para mover el avispero. Pero voy al grano.

Lo que dicen que es justicia social, es en verdad injusticia social.

¿Por qué?

Por la sencilla razón que no se puede castigar con políticas arbitrarias a quienes más se esfuerzan y más trabajan, para robarles la mayor parte de sus ingresos y dárselos a quienes menos se esfuerzan y menos trabajan.

Punto ahí.

Eso es lo que se está percibiendo e instalando en la sociedad argentina como lógica natural y justa, que incluso a viva voz más de un político parlanchín proclama. Saca pecho, alza el dedo y dice que están decididos a hacer justicia social para salvar a los desposeídos.

Algo así dicen en términos simples, en otros términos hablan loas de los impuestos progresivos. Que no son ni más ni menos que cobrarles más a quienes mejor les ha ido. Es decir, a los más exitosos.

¿Quiénes?

Los que más se esforzaron, más trabajaron y más ingresos logran en la sociedad.

Algunos políticos demagógicos están obstinados en abalanzarse sobre esa gente y robarles cada vez más esfuerzo para trasladárselo a quienes menos se esfuerzan y menos trabajan.

Quienes deben ser salvados irremediablemente por el séquito político que ha venido a este mundo a rescatarlos de la desgracia. O la pobreza, que es lo mismo.

Esos mismos políticos que dicen dar la vida por la redistribución para salvar a los pobres, se incrementan el 70% sus ingresos en un acto de desfachatez, que lo único que hace es exhibir que los motiva más su interés mezquino que el bien común.

Chantas.

Por supuesto no todos los políticos son tan pelotudos. Y hay muchos que ante la inercia del despropósito levantan la mano, hablan con propiedad e inciden para que se recalcule y se alisten las políticas para lograr resultados positivos.

Esos valiosos políticos son cruciales en los momentos relevantes de la patria. Como son cruciales los periodistas y figuras públicas que participan en los medios y con sus intervenciones alertan o ponen puntos sobre las íes.

Quienes más se esfuerzan y más trabajan, está muy bien que ganen más. Y lejos de ser castigados cobrándoles cada vez más impuestos, deberían ser premiados.

Son ellos quienes agregan más valor a la sociedad con su trabajo cotidiano y consecuentemente favorecen a la sociedad. Detrás de ellos mejoran la calidad de productos y servicios que todos consumimos.

¿Han visto ustedes el aporte que hace una persona que no trabaja?

Miremos para el otro lado. Veamos a cualquier persona que trabaja. En el puesto que sea.

¿Ven el valioso aporte que hace?

Esa misma elocuencia debería ser suficiente para premiar a quienes trabajan y desalentar la posibilidad de quienes eligen no trabajar.

Si los que se benefician de políticas públicas arbitrarias son ellos, ¿qué podemos esperar?

Por supuesto, no estamos hablando de los abuelitos jubilados que deberían vivir como reyes luego de toda una vida de trabajo. Estamos hablando de los vagos, de quienes reciben cada vez más beneficios que son posibles gracias a quitarles a los que más trabajan para trasladárselos a ellos.

Las muchas veces erróneamente llamada justicia social. Que bien debería llamarse injusticia social.

Y esto no tiene nada que ver con el asistencialismo que son políticas necesarias para la sociedad.

Pero una cosa es el asistencialismo puntual y necesario, y otra muy distinta es pensar a diario políticas que en definitiva fomentan la cultura de la vagancia. Construyendo un mundo de beneficios en el que los cómodos quieren vivir.

En fin.

Si en vez de premiar a esa gente que creyó en la cultura del esfuerzo, se los castiga cobrándoles cada vez más impuestos para robarles cada vez una parte más relevante de su trabajo para dársela a quienes menos se esmeran y menos trabajan. Si insisten por ahí. Si no ceden…

Vamos a creer que ir a menos es mejor que ir a más.

Y en vez de fomentar la cultura del trabajo, vamos a sufrir el perjuicio de estar repletos de vagos.

Que no es más ni menos, que favorecer la construcción de un país cada vez más pobre. En vez de construir un país cada vez más rico.

He dicho.




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jueves, 27 de octubre de 2016

Los buenos modales


La vecina de arriba es la de los tacos. La abogada que no se anda con chiquitas y maldice al otro por teléfono eludiendo toda discreción.

Estúpida. Tarada.

Escucho que grita, que maltrata a su oponente, que no cesa en su ímpetu por mandarla a la mierda a la desafortunada telefonooyente que no entiendo por qué a esta altura todavía la escucha.

Debe ser masoquista, pienso.

O también le debe estar dando para que tenga.

Vaya uno a saber qué carajo le dice. Quizás le grita puta. Puta de mierda.

Escucha en silencio y cada tanto responde.

Puta de mierda.

Algo así debe ser la situación para que la mujer de arriba, la de los tacos, la abogada que según el portero Ulises es muy brava, se haya desatado para desplegar su locura cargada de cizaña a su oponente.

Escucho, “por qué no te vas a la mierda, tarada”.

“Estás revolviendo mierda, hija de puta”, sigue.

Andate a la puta que te re contra mil veces parió.

Mal cogida.





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miércoles, 19 de octubre de 2016

Distinguir


Uno de los principales errores que comete nuestra sociedad es que no distingue. Es lo mismo una cosa que otra. O bien caen todos en la misma bolsa.

De esa manera se cometen importantes injusticias. Pagan justos por pecadores. O trabajadores por vagos.

Como en la docencia.

Sin dudas es una vergüenza que tanta gente incompetente, mediocre e irresponsable ejerza la docencia. Es algo inaceptable ahora y siempre.

Como es inaceptable que tantos chantas se lo pasen de licencia cobrando igualmente el salario y no yendo a trabajar.

¿Hasta cuándo se van a permitir estas situaciones inadmisibles?

El otro día estaba en una charla y una mujer indignada se paró e interrumpió para decir que sus nietos no aprendían nada. Que era increíble que no les den deberes, que no hagan nada.

Es una breve anécdota de miles de situaciones seguramente similares. Donde abuelos o padres sufren la irresponsabilidad de quienes están a cargo de las aulas.

Si queremos cambiar, sin dudas hay que llamar las cosas por su nombre y tomar decisiones evidentes. Propias del sentido común.

Como remplazar los docentes chantas por esos maestros responsables, idóneos y comprometidos, que muchos de nosotros tuvimos la suerte de conocer.

Que recordamos con el mayor de los afectos.

Si se mira para el otro lado, si no se llaman las cosas por su nombre, si se quiere quedar bien con Dios y con el diablo, si no se toman las decisiones evidentes que hay que tomar, los chicos van a seguir siendo estafados.

Les van a seguir robando su tiempo. Y al mismo tiempo su futuro.




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domingo, 9 de octubre de 2016

Estaré en la Feria del Libro de Mar del Plata


Estaré en la Feria del Libro de Mar del Plata compartiendo la charla: "¿Puede la escritura transformar la realidad?

El evento será hoy domingo 9 de octubre a las 18 horas en el auditorio 1.

Agradezco la invitación para participar en la Feria del Libro. Y comparto la presentación del evento...

La charla es una invitación a reflexionar sobre la potencialidad que tiene la escritura para incidir en la realidad. ¿Cuál es el verdadero poder y alcance de las palabras? ¿Puede la letra impresa contribuir para influenciar de manera positiva en el ser humano y en la sociedad?

La aparición de nuevos medios nos invita a vivir en palabras. Todos somos de algún modo miembros de un mundo simbólico que cobra protagonismo con Facebook, twitter y las redes sociales. ¿Qué rol podemos asumir para para favorecer cambios sanos y positivos?





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sábado, 1 de octubre de 2016

Descuajaringado


Hace unos días estoy descuajaringado. Ocurre que he decidido arremeter con todo en el deporte y recuperar el tiempo perdido.

Cada día lo he hecho con una convicción y determinación irrenunciables. Sin dar el menor atisbo a la posibilidad de suspender la actividad física. Manteniéndome firme ante la decisión indeclinable.

Sosteniéndola como sea.

Contra viento y marea. Y más allá de las improcedencias que llegan con la imprevisibilidad de la 
cotidianidad, que siempre demanda nuestros tiempos para arrebatarlos por las cosas que sean.

Firme y decidido, he puesto las cosas en su lugar. Y no me he dejado vapulear por urgencias que exigían desatender mi propósito para dedicarme a otras cuestiones que siempre se presentaban como impostergables.

Es por eso que hace tres o cuatro días hago todos los días deporte. Me he juramentado al menos cumplir religiosamente con una actividad por día. Puede ser yoga, estiramiento, natación o basquet. 

Más o menos me muevo por ahí. A los fierros les tengo un poco de rechazo, porque implican indefectiblemente desde mi punto de vista prejuicioso y personal, una invitación al sacrificio. Algo que de plano considero, también desde mi punto de vista prejuicioso y personal, inconveniente.

Hoy me he levantado con el cuerpo torcido.

Cómo puede ser, dirán ustedes. Pero es cierto, el cuerpo está torcido. Desalineado. Ha quedado de alguna manera desamblado. Si es que existe esa palabra.

No creo.

Pero está desamblado. Lo noto. 

Es cierto.

Creo que la causante ha sido la profesora Fernanda. La de estiramiento. Muy simpática, cierto. Pero arremete sin miramientos y todos los jóvenes que estamos en la adultez la sufrimos de alguna manera. Porque Fernanda es implacable. Dice que hay que contorsionarse a veces con una exigencia que, creo, es la última causante de la desalineación corporal.

Eso de ir con el pecho al piso. Darse vuelta para un lado. Para el otro. Tirar la pierna en una dirección. Y la otra hacia arriba. O el torso en equilibrio. La mano derecha hacia adelante. El talón atrás. La cabeza al techo. El pecho arriba. Las palmas para abajo. La mirada en ángulo de cuarenta y cinco. Las rodillas juntas…

Esos movimientos no solo estiran. Estrujan.

Nos dejan maniatados dentro de nosotros mismos. Ejerciendo una suerte de reacomodamiento de nuestros órganos internos, tendones, músculos y hasta sangre. Que extraviados antes los movimientos abusivos, andarán como puedan de un lado al otro, hasta quedar finalmente ubicados quién sabe en qué lugar.

En definitiva, estoy descuajaringado. 

Siento que una pierna va para un lado y la cadera pide ir para otro. O el cuello quedó confundido. Zigzaguea sin saber para donde mirar. Hasta el pelo ha quedado arremolinado y extraviado. Por decir algunas minucias. 

Quiero decir, cuestiones menores.

Ahora sospecho que todos los que deben hacer ejercicio es posible que estén en mayor o menor grado así. Un poco doloridos, un poco descuajaringados.

Sé que volveré pronto a estiramiento. Confío que el cuerpo se alineará.

Que Fernanda volverá a dejarnos en nuestro propio eje.





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