jueves, 28 de marzo de 2019

El bello durmiente


El 28 de diciembre nació Santino.

No voy a olvidar nunca a Alberto levantándolo sonriente mientras los padres lo mirábamos desde abajo cuando emergió a la vida.

Desde entonces en nuestro hogar somos tres. Flavia, Santino y yo.

Un adulto, dos niños.

El bebé ha venido a alegrar la vida y a recibir todo el amor del mundo.

Como un buen niño malcriado.

Desconocemos las implicancias del asunto pero nuestra íntima convicción nos dice sin el menor riesgo de equivocarnos que se hará su voluntad.

El será el rey, nosotros los súbditos.

Así que hasta que no hable y se exprese hay al parecer cuestiones que no sabemos.

No sabemos si viviremos aquí o allá. Si iremos de vacaciones a tal o cual lado, si comeremos mucha carne o iniciaremos el camino de los vegetarianos, entre seguramente otras muchas cuestiones que nos anoticiará con el transcurrir del tiempo.

Lo único que sabemos es que Santino es un bebé hermoso, que nació el día que quiso y recibió los elogios de quienes compartían su camino.

Inició su vida calmo, tranquilo, sin ocasionar la más mínima molestia. Al punto que sentimos que tuvimos una suerte increíble, un bebé que no lloraba y que reposaba plácido, imperturbable, tanto que las cuidadoras del Otamendi lo llamaban el bello durmiente.

Sabemos que tuvo suerte de cruzarse con gente buena desde el principio, que lo trataron con sumo amor y cariño.

Sabemos también que tiene una sonrisa capaz de enternecer a cualquiera.

Y que con el tiempo adoptó un grito desmedido, propio de quien estarían degollando. Un verdadero alarido personal e irrefrenable, que despliega con alma y vida.

Parece en principio un despropósito del ser, un desafortunado acto de la dimensión humana, pero es esencialmente una reivindicación de sus deseos e intenciones, propia de quien se hace respetar y resuelve jugarse por lo que quiere.

No está mal.

Sabemos también que levanta los brazos como si fuera Súperman y que cada vez que lo alzás te mira y sonríe.

Además sabemos que un pequeño gruñido o suspiro intenso de madrugada nos hará saltar como un resorte y parar junto a él como dos estacas.

Para luego comprobar que la casa está en orden y al rey no le ha pasado nada. Situación que nos lleva a la cama hasta el próximo suspiro.

Me dicen a veces que Santino se parece a mí. Que tiene los ojos, la piel, los gestos, el pelo...

Siempre escucho y no digo nada.

Solo le agradezco a Dios por esta bendición del cielo.

Pienso que lo voy a acompañar, que estaré siempre firme a su lado, y que lo voy a ayudar a parecerse a Santino.

Que sea quien elija ser y que siga siempre su camino.






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miércoles, 20 de marzo de 2019

Nuevos enojos


Entre las cosas por las cuales uno escribe es para liberarse del enojo y zampárselo sin querer queriendo a los lectores desprevenidos que con buena intención han venido a hurguear a este blog en búsqueda vaya a saber uno de qué.

Tal vez de inspiración, de comprensión o del pretencioso avivamiento que siempre se insinúa pero persiste escabullido, como una utopía inalcanzable.

Uno lee para eso entre otras cosas.

¿No?

El enojo es toda una cuestión porque facilitarlo envenena el alma, amarga y agría los rostros de las personas más lindas, que tomadas por esa dimensión indeseable van frunciendo el seño, tensando sus rasgos, endiablando sus mentes y estructurando su cuerpo hasta adoptar la cara del amargado que revela en verdad esa procedencia íntima y persistente que el enojo ejerció, trabajando como un obrero inalcanzable desde el silencio hasta que terminó su obra.

Y deja al pobre ser de esa manera.

Con un rostro de mierda.

Dado estas citcunstancias que se me revelaron en un momento de presumible iluminación, me veo en el deber ético de sugerirles a ustedes la conveniencia de estar en guardia, atentos.

Expectantes.

Porque si se dejan persuadir por el enojo correrán un grave riesgo.

A mí se me ha fruncido el ceño.

Por eso estoy preocupado.






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viernes, 15 de marzo de 2019

Filosofía barata y perjudicial


No es un día normal, hace bastante frío pero está soleado. Igual la gente anda sin remera o en malla. 

Sobre todo en la playa.

Son las ocho de la mañana y decido agarrar la bolsa con los lentes, la crema para protegerme del sol y dos libros. Me pregunto si llevo la radio o no. Y si llevo el cel o lo dejo.

Recuerdo una técnica de mindfulness y decido honrarla. Nada de multitareas, voy a concentrarme en el momento que decido vivir para que no se escabulla el presente. Así que agarro la reposera, salgo por la puerta, llamo el ascensor, bajo tres pisos.

Camino hasta la playa.

El aire es fresco pero no hace tanto frío en marzo en Mar del Plata. Así que avanzo mientras reafirmo la decisión de pasar un rato junto al mar. Miro con amplitud y siento que no hay una decisión más inteligente que pueda haber tomado. Así que camino sobre el caminito de madera que me lleva hasta la playa y busco un lugar que tenga una vista extensa del mar y la arena.

Hago un reconocimiento panorámico, me siento en la reposera, agarro un libro y me pongo a leer.

Siento a lo lejos un grupo de gente que se acerca hacia mi sector. Levanto la vista y veo.

Son un contingente de jubilados que vienen dicharacheros. Se acercan ruidosos, bulliciosos, con cierta alegría que puede percibirse con facilidad.

Me alegra verlos a lo lejos mientas pienso que no podían hacer nada mejor que estar esta mañana de marzo en Mar del Plata. Debe ser gente inteligente, pienso, y vuelvo al libro.

-Ahí está el torreón -dice uno de ellos.

-¿Ese? - pregunta una señora.

-Sí.

-Qué maravilla!!

Escucho mientras se acercan. Vienen cargados con sombrillas, heladeras y algunas sillitas playeras.

-El mar está azul -dice otra señora.

-Más o menos -se escucha a un señor-. Pero si quiere se lo pinto.

Se ríen varios y todos somos felices. Ellos que participan del contingente y yo que me alegro con ellos mientras los veo y escucho.

Vuelvo a mi libro luego de mirar la vista panorámica. Se ve el mar extenso, la arena muy amplia también porque hay muy poca gente en la playa. Tenemos prácticamente toda la playa para nosotros. Solo se perciben unas pocas personas esparcidas en el lugar.

Los jubilados se aproximan y me sobrepasan. Se ubican un poco lejos sobre mi derecha mientras acampan con sus cosas. Bajan las sombrillas, apoyan las sillitas, los termos…

A la izquierda a lo lejos advierto que vienen dos jubiladas que habían quedado rezagadas. Traen una reposera sosteniéndola una con cada mano. Van a sobrepasarme y se van a unir al grupo, pienso. Cuando de pronto dejan caer la repostera frente a mí, a un metro en una clara parada para continuar el viaje.

-¿Dónde la consiguieron? -grita un jubilado desde lejos.

-Allá -revuela la mujer la cabeza hacia su izquierda, indicando el lugar donde hizo el negocio.

-¿Cuánto? -grita el hombre.

-Sesenta, sesenta pesos.

Vuelvo al libro mientras espero que las jubiladas retomen su trayecto para unirse a su grupo. Pero advierto que la señora se sienta con placidez sin el menor de los titubeos. Confirmando que la mala educación se manifiesta en las situaciones más inesperadas, como esta nimiedad que consiste en ponerte una repostera pegada enfrente, cuando tiene disponible toda la playa. 

Situación clara que expresa que la parada circunstancial era el destino definitivo.

Me encuentro sorprendido ante la situación, no puede ser que teniendo toda la playa disponible se ponga enfrente mío a un metro tapándome toda la visión. Es un acto imprudente, de despreocupación y desprecio por el otro, una actitud más de la decadencia cultural que se manifiesta en las circunstancias más diversas, y una resolución imbécil de un ser que no tiene el más mínimo cuidado por el otro. Es propio de alguien que honra la filosofía barata y tan perjudicial que tanto daño le hace a nuestro país y que puede sintetizarse con una frase.

Me cago en vos.

No puede ser, me digo. No voy a convalidar la situación porque es en verdad humillante. No hay derecho a taparme toda la visión, a obstruirme la vista que me había procurado y a zamparme en las narices una señora de espaldas que me obstaculiza todo el panorama.

Me siento indignado, burlado en mi condición de asistente a la playa y creo que debo reparar la situación de alguna manera. No puedo permitir que cierto espíritu pusilánime me persuada de retirarme u olvidarme de lo sucedido como si nada hubiera pasado. Sería favorecer el despliegue de esa denigrante cultura, en vez de enfrentarla para procurar educarla.

Me levanto de repente, pongo el libro en la bolsa, agarro la repostera. Camino unos dos metros, justo un metro delante de la señora.

Pongo la reposera bien delante de ella. 

Me siento tranquilo.

Y recupero la vista panorámica.






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sábado, 9 de marzo de 2019

¿Incogibles?


Un diputado puso en twitter que las feministas son incogibles. Aunque en realidad no dijo eso, sólo dijo: “yes”.

Dijo “yes” a una pregunta que le hizo una usuaria de la red social con la intención quizás de que diga “yes”. 

Entonces, dijo. Dijo “yes”.

Luego, como es de esperar en nuestro país que se caracteriza en parte por evitar decir lo que al otro no le gusta dado el enojo y la enemistad que tal proceder genera, hizo tal vez que el diputado se retraiga y de lugar a la cobardía que se encargó de corregir el supuesto error. Dejando bien clarito que en realidad no dijo lo que dijo o bien no quería decir lo que dijo. 

O bien quizás dijo que no opina lo que dijo. Que opina otra cosa.

De modo que todo el mundo quede contento y nadie vaya a pensar que un diputado de la nación piensa que las feministas son todas incogibles. Lo cual lo único que podría producir es cierto enojo e indignación de algunas feministas que se sienten denigradas o bien perderían a todas luces la posibilidad de tener una aventura sexual con un representante de la ciudadanía.

Así que el diputado reculó y por eso uno escribe.

¿Está bien que alguien no pueda decir lo que quizás piensa? ¿Se debe opinar siempre igual al otro para que quede contento? ¿No puede uno manifestar su opinión aunque al otro le desagrade? ¿Los políticos deben tragarse lo que piensan siempre para honrar la hipocresía?

¿Es una calamidad que un diputado pueda llegar a pensar que las feministas son incogibles?

Las imágenes de algunas feministas que no representan a muchísimas mujeres, gritando como locas o desnudas despiertan las más disimiles interpretaciones y opiniones.

Las que dañan los bienes públicos con grafitis como hicieron alguna vez en la catedral, mean en el altar o corren a gritos y a patadas a otras mujeres que opinan distinto, tampoco representan a todas.

Quienes ejercen esas conducta piensan que quizás están haciendo una revolución memorable, que están llamadas a honrar una misión que las convoca. Por eso putean, se desnudan, gritan enardecidas, se tiran pedos con ruido y olor.

Todo vale para expresar un feminismo que resulta desconcertante para otros.

Los que piensan que son boludas, están locas, o les falla la cabeza.

Yo por supuesto no voy a andar pensando eso. 

No vaya a ser que diga que son incogibles y luego me tenga que retractar.






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jueves, 7 de marzo de 2019

Unos contra otros


Es increíble que pase el tiempo y al parecer no se aprenda nada. Todo va para peor con intención y entusiasmo.

Proliferan los cocoritos que arremeten con lenguas filosas sobre sus virtuales oponentes con el único objetivo de destruirlos o humillarlos tanto como puedan.

Esa actitud pendenciera exalta a la tribuna que la aplaude e incita con beneplácito, lo que estimula a las personas que utilizan sus lenguas como navajas a propinar más heridas con ánimo de desangrar a quien se cruce en el camino. Situación que producirá un nuevo beneplácito del publico que celebrará enardecido los ajusticiamientos.

Quedo entrampado como un niño ante un globo que se escapa de sus manos cuando veo arremeter golpes de un lado y del otro a fuerza de la habilidad de la bajeza.

Golpe va, golpe viene.

Que uno es tal cosa, que el otro es tal otra. Que tal día hizo tal tropelía o que lo que piensa es una calamidad, con lo cual a todas luces es un estúpido, como para decir algo leve.

Y el otro agarra y pega. Dice que el estúpido es su oponente porque tal o cual cosa. Y que no sabe esto o lo otro, con lo cual es un ignorante parlanchín encima sin ningún titulo que acredite cierta formalidad o dé sustento razonable a la palabra empeñada.

Entonces el otro más se indigna y dice que el título se lo puede meter en el culo, que le enseñó la vida y especialmente su madre que tiene un aprendizaje vivencial mucho más notable que las retóricas de los ámbitos formales educativos que valoran alumnos que paguen para ponerles una medalla o entregarles un diploma, que certifica que ha sido un alumno ejemplar y a la vez un triste dócil pusilánime disciplinado que ha cumplido con todas las normativas estipuladas, los trabajos prácticos, y etcéteras que lo hacen merecedor de tal distinción.

Y piña va.

Piña viene. 

Mientras uno mira como un niño un espectáculo de la dimensión humana que excelsa su degradación, cautiva interés y tiene quizás como único beneficio que para observarlo no se cobra entrada.

Todos miran sin poner un peso.





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sábado, 2 de marzo de 2019

Los políticos


Llama la atención que aún tantos políticos no se hayan aggiornado al nuevo avivamiento colectivo y hablen aún como si fueran salvadores de todos. Con un ímpetu irrenunciable de erguirse como mesías que conocen en profundidad los problemas y tiene la capacidad para resolverlos. 

Sin la menor de las dudas.

Esa persistencia llama la atención porque la niega la evidencia. La realidad la sopapea sistemáticamente y no deja el más mínimo espacio para la duda.

El fracaso de los políticos es absoluto y apabullante. 

Es estruendoso. 

Lo puede percibir cualquiera que mire las cifras del Indec en términos históricos.

Y no existe ninguna persona de bien o ciudadano con sanas intenciones que quiera que el gobierno de turno logre magros o pésimos resultados. 

Salvo seres humanos torcidos y en apariencias desquiciados, desean el fracaso de quienes ocupan cargos públicos. Solo esas mentes retorcidas y extraviadas, pueden desear que las cosas anden mal y que los gobiernos fracasen.

Pero el club de los masoquistas que quieren hundirse en el barco que los lleva por suerte es minoritario y a pesar de que pueda ejercer sus injerencias no tiene mayor incidencia.

Quizás.

El tema con los políticos es que no están respetando el avivamiento colectivo y vuelven a caer en discursos como si fueran quienes van a salvarnos. Cuando la realidad demuestra a fuerza de evidencia que si a alguien salvaron, es a ellos mismos.

De ahí que persisten los privilegios de la casta y quizás de ahí también es que las beneficiosas condiciones de los políticos son tan tentadoras para muchísimas personas que están más interesadas en trabajar para sus bolsillos que para el bien común.

Disculpen, se me escapó.

Hay muchos políticos destacables, pero lamentablemente parecieran ser los menos.

Pasa que a veces uno se indigna y ve que se desprestigió una actividad tan sana y elogiable como era la política. Antes la llenaban de dignidad personas notables, de valores elogiables y formación destacable. Ahora está en manos muchas veces de personas mediocres, sin la más mínima formación y que encima obran con maldad, y hacen culto en discursos a la bravuconeada y a la agresión.

Como si fuera una virtud del ser humano, en vez de una manifestación de su mediocridad y degradación.

Se extrañan esos políticos de nivel, que uno escuchaba con atención, movilizaban el sano pensamiento y obraban impulsados por la fuerza de sus auténticas sanas convicciones.

Auténticas sanas convicciones.

Eso es lo que hay que recuperar en la clase política. La vocación por trabajar en verdad por el bien común.

Donde la única rosca que los motive, sea la solución de los problemas que afectan a todos.

La política se trata de eso, no de otra cosa.





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