martes, 24 de mayo de 2016

Imágenes ciudadanas


He venido de una reunión importante, donde se me ha dicho que las decisiones sugeridas fueron muy oportunas y que todo ha resultado mejor de lo previsto. Que si no hubiera sido por mi intervención el perjuicio hubiera sido irreversible y la realidad sería diametralmente opuesta. 

He recibido la cuenta y no se me ha dejado pagar. 

Luego tomé el picaporte de la confitería de la esquina y me fui. Prometiendo antes enviar el mail solicitado con mis observaciones sobre cuestiones de interés ajena, relevantes para objetivos ajenos que se escabullen de alguna manera y se vuelven, por razones que desconozco, propios.

Será que son buena gente y hay que ayudarlos, me digo. Tienen un lugar relevante para construir realidad.

Perfilo para Corrientes y Mario Bravo y veo.

Es la cuadra donde caminaba para ir a dar clases a la UP, pienso. Qué frío hacía tan temprano. Caminaba y estaba con la antelación necesaria para que la clase empiece en punto. Sin demoras.

Siempre fui responsable, me digo.

Doy vuelta a Corrientes. Sentido obelisco.

Pasa un muchacho con un carro de súper mercado y bolsas aspilleras adentro. Se dirá aspilleras o alpilleras, me pregunto. Quién sabe. 

Sigo.

Pero freno porque una señora un poco gorda entorpece la caminata. Tengo que probar ir más rápido, pienso.

A qué velocidad se podrá ir en Corrientes a las seis de la tarde. No mucho, me digo. Iré a cinco km, será más?

Malta, malta, grita un hombre con un carrito. Son unas cosas verdes. Cinco por veinte pesos. Son entonces, cuánto cada una? Serán 2,5. Sigo la marcha. Qué tonto, cuatro por cinco son veinte. Valen cuatro pesos cada una. 

Una chica va con la madre, entra a un negocio como si estuviera apurada. Garrapiñadas vende el hombre de la esquina. Tiene muchas bolsitas sin dudas, serán 20, no más. Deben ser 30 o más quizás. Quién sabe. Pero tiene almendras, las almendras hacen bien, son antioxidantes. Hay que comer almendras, muchas, todos los días. Avanzo a paso firme. Qué más tenía antioxidantes? Ah, creo que la cebolla. Y la manzana quizás también, aunque las manzanas en verdad son para la inteligencia. Para eso seguro que son las manzanas. Tengo que comer más manzanas, me digo. Hace mucho que no como, no me gusta porque me ensucio, hay que pelarlas. Bueno, no hay que pelarlas, pero hay que comprar en un súper conocido, no a los chinos. Pero qué culpa tienen los chinos. Es que por ahí anda un gato que sin querer roza el cajón y puedo morder la manzana que fue rozada por el cuerpo del gato. Si el cajón está en el piso de la vereda y hay gatos y perros que pasan al lado. Quién controla? Nadie controla en este país. Pero a Carrefour no voy a ir, no quiero gastar tiempo en la cola. Increíble que no solucionen eso los súper. Siendo el tema de la cola algo tan relevante y fácil de solucionar. Ya está, sigo sin comer manzanas.

Me choca una persona que no veo. Disculpas dice desde abajo. Es una señora muy educada que venía mirando para atrás y evadiéndose de la responsabilidad de esquivar la gente.

Obvio que iba a chocar.

Voy a ir más rápido a ver qué pasa. Sí a más de 5 km debo ir, el paso es acelerado, deben ser por lo menos siete u ocho kilómetros. Tengo que ir sin chocar, esquivando. Es claro que la culpa de la embestida no fue mía. Yo estaba haciendo las maniobras bien, acelerando al máximo y frenando cuando tenía que frenar.

Sigo.

Miro al costado y veo un hombre que tiene el ojo salido. Vuelvo a mirar al frente. No puede ser. Avanzo pero me doy vuelta. El hombre tiene el gorrito que usan los judíos. Cómo se llama eso? El Kipá. No sé, algo así. Eso es lo que alguna vez escuché o leí. Pero tiene el ojo sobresalido o no? Me freno en la esquina, pasan autos en bandada. Una mujer se escabulle y cruza. La van a atropellar, me digo. Zafó ahora pero si sigue así será una accidentada más. Cuántas personas mueren accidentadas por año? Deben ser muchas. Pasan los autos. El hombre se da vuelta pero está de perfil, solo veo la cinta blanca y el gorrito en su cabeza. No puedo asegurarme si tiene el ojo sobresalido. No puede ser. 

Otro hombre está en la esquina de enfrente. Tiene esas cosas verdes. Son paltas. Qué son las paltas? Seguro son, porque son muy parecidas a las otras que vi hace un rato. Paltas, escucho. A las paltas grita.

Ahora todos comen palta en Argentina, me digo. Debe ser buen negocio. 

Cruzo la calle.

Una chica parece infiltrada y avanza sin miramientos. Me cruza de costado mientras me mira. A dónde va. Qué le pasa? 

El gordito de al lado mira a la chica cuando la cruza o a los chicos de al lado, que parecen sospechosos. Serán pungas? No creo. Pero tengo que estar atento. 

Debo ir a siete u ocho kilómetros. Nadie inventó la velocidad de caminata. Debe existir, no puedo ser tan ignorante. Seguro está la aplicación.

Serán siete, ocho. Nueve. Quizás sean más.

Tal vez sean diez o incluso varios kilómetros más.

Quizás no importa tanto la velocidad, sino ir con la atención debida y sin chocar.





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miércoles, 18 de mayo de 2016

¿Cuándo nos avivamos?


Nací con la intención, la misión o el propósito de avivarme. Como sea, era un objetivo que se me impuso. Me atrapó desde el inicio. Y vaya a saber por qué.

El avivamiento era como la iluminación. Tenía que ver con despertar, darme cuenta.

En síntesis, avivarme.

¿Y por qué?, dirán ustedes.

Bueno, porque detrás del objetivo está el beneficio que reporta el cumplimiento del objetivo.

El ser avivado suponía, o supongo, es un ser que vive con mayor bienestar. Es más feliz. Logra lo que quiere.

Construye la realidad que desea.

En fin, todo es beneficio para quien logra el avivamiento y se decide a habitarlo en sus circunstancias cotidianas. Como una persona que disfruta del logro y se reconforta regodeándose en sus beneficios.

De chico no tuve la menor de las dudas. El avivamiento se escondía detrás de los libros. Cada uno de ellos era el medio propicio para alcanzarlo. Por eso leía con la voracidad de quien quiere lograr su objetivo. Buscaba detrás de cada página las respuestas decisivas en procura de conquistar el propósito.

La intención fue siempre fallida. Los libros eran sin dudas aportes sustanciales pero estaban siempre lejos de aportar el avivamiento definitivo.

Apenas si merodeaban con decisión algunas cuestiones y ocasionaban un despertar tan fugaz como repentino.

Pero avivarse, lo que se dice avivarse. Con todas las letras.

Eso no.

Siempre era esquivo. Y un libro concluía con una única comprobación.

Esta vez no. Quizás el próximo es clave.

Y otra vez a buscar con ímpetu y a dejarme entusiasmar. Seducir.

Persuadir, por el libro indicado. El que prometía ofrecer las respuestas esquivas del avivamiento que tiene en su naturaleza una actitud huidiza.

Que es quizás la única verdad entre tanta maraña de suposiciones.

A veces me pregunto si no debería rendirme. Deponer la intención. Y aceptar que jamás alcanzaré el avivamiento. Que no habrá libros, ni vivencias. Ni circunstancias que me lo ofrezcan.

Ni a mí. Ni a nadie.

Y que jamás podremos alcanzarlo.

Pero abandonar el propósito de avivarme sería como renunciar a la vida. O dejar de ser quien uno ha sido. O está siendo.

Un niño curioso, inquieto.

Que cree que siempre es posible construir un mundo mejor.

Por eso quizás uno puede renunciar a muchas cosas, pero no a la intención de alcanzar el avivamiento.

Aunque siempre se escape.





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