domingo, 26 de mayo de 2019

Realidad contrariada


Hace tiempo que leo a un escritor reconocido que se ha transformado en un hombre atravesado, ceñudo, que combate sin descanso contra una realidad decadente en los más disímiles aspectos y que a fuerza de escribir, cada tanto la doblega.

Lo leo porque en general, por no decir siempre, tiene razón y hace notar los desbarajustes que el mundo en forma sistemática e indeclinable manifiesta sin titubeos ni inhibición.

El escritor dice por ejemplo que se han transfigurado obras de teatro de Shakespeare produciendo verdaderas alteraciones conceptuales y manifestando ridículos insalvables, por no decir descarados, que evidencian notables despropósitos para cualquier persona que haya conocido las obras originales y se encuentre con tales mamarrachos.

Y ese es un detalle minúsculo entre cuestiones más diversas y al parecer inabarcables que fundamentan con elocuencia y claridad el retroceso de la sociedad incluso en países que uno podría pensar que son avanzados, pero a fuerza de los reiterados deslices que este hombre hace saber bien podríamos dudar de esos desarrollos en un sinnúmero de cuestiones.

Como el hombre sabe muy bien lo que dice y fundamenta su posición con la racionalidad debida, propia de su notable capacidad de abstracción, suena lo suficientemente convincente como para que cualquier lector no tenga dudas de que tiene razón.

Y este escritor que exhibe las penurias del viejo continente expresadas por los comportamientos de sus conciudadanos, seguramente tiene razón.

Si bien sus escritos no deben cambiar el mundo hace muy bien en ponerle punto a las íes, rezongar a viva voz, patear el hormiguero y denunciar la realidad en sus peores aspectos con la expectativa de que de algún modo se tome nota y se encause o se transfigure en la buena senda por el bien de todos.

Sepan ustedes y sepamos todos que el pasado en muchos aspectos fue mejor.

Mucho mejor.






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sábado, 18 de mayo de 2019

Vicisitudes de escuchar


No escucha quien no quiere escuchar.

Es una obviedad, lo sabemos hace tiempo. Uno mismo lo sabe sin lugar a dudas. Basta corroborarlo cada vez que quiera para darle crédito a esta verdad incuestionable.

Porque uno no escucha si no quiere escuchar. A pesar de la insistencia. A pesar de los reclamos del otro. Que puede decir, hey, mirame, a ver, dale, escuchá lo que te quiero decir. Prestame atención. 

Aún ahí uno, que seríamos nosotros, uno decide si quiere escuchar o no. Si quiere mirar al otro o no. O bien negocia con uno y resuelve.

Lo mira y no escucha, por ejemplo.

Se queda pensando en los pensamientos que lo tienen enredado o maniatado, son más relevantes o urgentes y requieren una suerte de intervención que bien podría pensarse que en ciertas instancias es quirúrgica, para mantener el orden en la vida, en sus objetivos inmediatos y en definitiva, en el mundo que supo conseguir o se apresta a construir.

Nada es más interesante que una persona que sale a paso firme a acomodar la realidad a la vida que quiere conseguir.

Cosa que también tiene que ver con la escucha.

Porque la escucha más esencial es la propia escucha, la escucha de uno mismo.

Quién es, qué quiere, a dónde dice que tiene intención de ir. Realmente quiere ir. Cómo irá. Con qué valores. Con quién o con quiénes.

Etcétera.

Sin esa escucha básica, esencial e irreductible uno puede acrecentar las contrariedades y andar bamboléandose en circunstancias diversas producidas por impulsos espontáneos que poco o nada le contribuyen. Aprestándose a un desorden existencial que excelsa contradicciones y acciones fallidas que luego quedan como antecedente perturbador que suele impedir su eliminación, parcial o total, según el caso de la incidencia que fuera.

De manera que con tal actitud el ser queda de algún modo entrampado en su propia lógica de imprudencia irreflexiva e impulsiva que fomentó las circunstancias que atravesó.

Dicho esto y para finalizar, parecería conveniente no olvidar las facultades que nos son propias y resolver en un acto de responsabilidad la decisión de qué escuchar y a quién escuchar.

Eso en primer lugar.

Pagando los precios que obviamente fueran. Como los paga el maleducado que se niega en forma rotunda y determinante a mirar al interlocutor que reclama su atención, pero se mantiene firme en su posición ejerciendo su derecho.

Por ejemplo.

En segundo lugar parecería conveniente escucharse a sí mismo, en un acto de auténtico compromiso y responsabilidad.

Con atención y sin hacerse trampa.





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sábado, 11 de mayo de 2019

El hombre inseguro




Hace un tiempo que observo al hombre inseguro, lo cual posibilita vislumbrar sus comportamientos, motivaciones y vicisitudes que le impregnan su carácter.

Se podría presumir que la inseguridad no es una elección sino que es de algún modo una imposición que lo toma y quizás le impone el desafío de dejarla.

Si es que hace algún trabajo personal consigo mismo y se posibilita resolver ese abandono.

No es fácil.

Supongo.

Porque si el ser inseguro lleva años tomado por su inseguridad, esa inseguridad está como arraigada, adosada. Y lo acompaña en sus circunstancias.

Quizás como rasgo distintivo el hombre inseguro sobrelleva el mandato de tener que ser más que el otro.

En los aspectos que fueran.

Preso de esa farsa insostenible, se tropieza con la realidad que lo educa una y otra vez. Y si bien lo aflige, puede no movilizarlo lo suficiente como para que lo impulse a abandonar su irrenunciable ánimo comparativo.

Al no aceptar que siempre otro lo supera en el aspecto que fuera, el hombre inseguro sufre los reveses de la realidad y se mantiene en ánimo de lucha para acortar las distancias que le marcan sus falencias.

El hombre inseguro quiere y necesita ser más que todo el mundo en los vericuetos que fueran.

Quizás por eso en algún aspecto su vida es presumiblemente desgastante, trabajosa y le imprime la posibilidad del extravío, que lo incita a mirar al otro en vez de perseguir su camino.





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lunes, 6 de mayo de 2019

El gerente



Hace tiempo que los desafíos de la vida me imponen descubrir dónde está la pelotita.

Digo como para usar una metáfora.

Estoy en el medio o en el costado de situaciones que miro con curiosidad e inteción porque requieren el desentrañamiento. Es decir la elucidación justa, pertinente y precisa de las circunstancias.

Entonces mi ímpetu justiciero motivado por la necesidad irrenunciable de procurar la efeciencia en todas las variables que fueran, me exige afrontar la realidad para correrle el velo a las cuestiones difusas y poder observarla tal cual es.

Porque la realidad es, aunque digan lo contrario.

El hecho está. La situación está.

Le dijo o no le dijo. La pared está rota o no está rota. La factura del tel dice 3 mil o 5 mil.

No hay tutía.

Eso quiere decir que no hay excusas, algo así. Aclaro porque la mayoría que lee es de otro país, de habla inglesa, y no tiene por qué saber qué es tutía. 

Entonces, sintetizando digo o bien creo que la vida impone sus desafíos. En este caso como un gerente debo yo informarme.

Debidamente.

Es decir, escuchando todas las campanas primero y procurando arribar siempre a la verdad definitiva después.

Eso exige dominar las ansias y evitar los pasos en falsos que puede originar el apresuramiento, ante indicios que parecen incuestionables e insinúan de manera irrevocable explicar lo sucedido.

Pero como lo que importa son los hechos uno debe templar su carácter y obrar con la responsabilidad que impone creer en la seriedad y el respeto irrestricto al valor de la justicia.

Una vez que uno se informa debidamente y se evade de presumibles embarullamientos que tienen el propósito de beneficiar a agentes intervinientes de los casos o exculparlos de procederes indebidos.

Es decir luego de escuchar con interés y atención a los colaboradores, que ofrecerán sus respectivas explicaciones de las circunstancias.

Una vez que uno corre los velos de la realidad y por fin advierte que está de frente a los hechos objetivos.

Ahí recién procede, dispone y toma las decisiones necesarias para procurar la mayor efectividad posible en beneficio de todos.

Hace eso para que el barco siga navegando y juntos lleguemos a buen puerto.





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sábado, 4 de mayo de 2019

Que lo sepan


Cada vez parece más infrecuente encontrar gente que opine diferente a su mandamás. Esa infrecuencia se acentúa cuando el mandamás es más inseguro y consciente o inconscientemente fomenta la necesidad de tener razón a toda costa, impulsado por el genuino y fallido deseo de creer que está siempre en lo cierto y que su apreciación de las circunstancias que fueran son las más acertadas y convenientes.

Error.

Nunca un mandamás por más genio que sea puede tener siempre la mejor idea, la conceptualización superior e infalible, que indique siempre la mejor decisión.

Si así piensa se precarizaría él y sus colaboradores, que si se disciplinan incondicionalmente a sus dichos relegando su sentido crítico y dándole siempre la razón, transmutan de colaboradores a obsecuentes.

Feo.

Y también esa sumisión indigna propia del espíritu pusilánime es inconveniente, porque en vez de ayudar al jefe inseguro que tiene por intención tener razón, lo sitúan en su posición de precariedad y desfavorecen la posibilidad de enriquecerlo con sus apreciaciones eventualmente disidentes que contribuirían a la reflexión y por ende a la posibilidad de tomar decisiones de mayor calidad en beneficio de los objetivos que fueran.

Por eso la gente más desarrollada fomenta el sentido crítico, asume que siempre puede estar equivocada y alienta la disidencia para favorecer la reflexión y la posibilidad de tomar decisiones de mayor calidad.

Esto ocurre en el sector privado y en el sector público.

Y esto tiene importantes consecuencias.

Que lo sepa el mandamás y también sus colaboradores.




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miércoles, 1 de mayo de 2019

Vicisitudes del Rey


El rey no cesa, se manifiesta primero y se impone sin miramientos después.

Insinúa un breve quejido vaya a saber uno por qué y se mantiene firme e inalterable en la posición.

Eso quiere decir que al breve quejido inicial que parecería insignificante, lo sigue con otro quejido de mayor intensidad, luego otro aún mayor.

Y otro más.

Así sucesivamente.

El quejido principiante y de apariencia amoroso que parecería ser una molestia menor que reclama mimos o amor, muta poco a poco hasta trastornarse en un grito alocado, perturbador y endiablado que lo lleva a retorcerse en la cuna y ensordece a cualquiera que pueda estar cerca.

Si bien uno suele reaccionar en el momento inicial para aportar la efectiva asistencia que requiere el rey, muchas veces embrollado en cuestiones urgentes, no obra con la celeridad debida y produce así las consecuencias de la turbación y exigencias irrenunciables.

Cuando uno advierte la situación del bebé que grita como loco sale corriendo hacia la cuna y lo levanta urgente con los brazos.

El rey no para los sollozos de inmediato, frunce el ceño, deja ver las lágrimas en su rostro y mira feo.

Muy feo.

Como diciendo que solo por esta vez pasa.




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