lunes, 4 de noviembre de 2013

Timidez


Yo era muy tímido cuando era chico.

Muy tímido.

Aunque quizás no fuera tan así. Quizás es una percepción. Una suposición que se generó sobre mi persona. Que en cierto momento alguien dijo.

-Tímido.

Y ahí anduve, llevando la etiqueta. Honrando la mirada de Juan Pérez, que un día levantó el dedo. Me miró tal vez desde lejos. Dijo.

-Tímido.

Vaya a saber si Juan Pérez tenía razón. Si fue responsable en su definición. Si cuando levantó el dedo asumió responsabilidad. Observó la pluralidad de los comportamientos. Antes de la sentencia. De la resolución definitiva.

Porque es posible que Juan Pérez haya sido un tipo impulsivo. Claro, eso es posible también.

Podría ser uno de esos que lanzan juicios alborotados. Que despliegan una catarata de definiciones, desparramadas para todo el mundo.

Ahí está.

Quizás yo fui el primero que se le cruzó en la mañana. Venía enojado consigo vaya a saber por qué. Porque para qué enojarse si la vida es tan linda. Pero venía enojado. Eso sí, seguramente eso fue así. De ahí su determinación. Por eso levantó el dedo, me señaló y dispuso.

La etiqueta. Que algún otro también compró. No todos piensan por sus medios. De modo que si alguien sentenció, otros agradecen la sentencia. Evitan observar, evitan indagar, reducen el intelecto a la síntesis.

Contentos todos.

Pero yo no creo que haya sido tan así. O quizás sí.

Tal vez quería un helado y no me atreví a pedirlo. O deseaba una vuelta más en la calesita y murmullé en silencio.

Pérez debía tener razón. O no.

No sé.

De todos modos quien carajo es Pérez para sentenciar. De dónde se adjudica las facultades de la definición. Por qué se atribuye sin permiso la posibilidad de incidir en la identidad del otro. Subirlo al escenario y presentarlo al mundo.

Pérez debió ser maleducado. Mal educado e ignorante.

No menos que eso.

Aunque quizás fue un buen tipo. Un impulsivo tomado por bravuconadas. Que un día abrió la boca y se marchó.

Se fue. Por suerte se fue.

Ya no importa que suponga, fabule, sentencie. Que por imposición de la vida lo cruce cada tanto.

Por suerte uno se siente cómodo siendo quien es. No quien no puede ser.

Con el tiempo uno remueve las etiquetas.

Eso es así. Eso es bien cierto.

No sólo las remueve, las pinta si quiere. Las cambia por otras.

Toma aire, respira. Celebra la posibilidad de adherirse calcos o liberarse de ellos.

Hasta que uno va dejándose como una pinturita.

Se mira el espejo, se acomoda el hopo.

Y anda por la vida.

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Escritos de la Vida - Juan Valentini     *Juan Valentini es autor de "Escritos de la Vida", disponible en papel y ebook.



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La Escucha


Uno escucha lo que puede escuchar.

El resto, es sólo ruido.

Lo sospechaba hace un tiempo. Hace poco lo corroboré.

Ahora mismo.

Ahora…

Me pregunto cuáles son los ruidos que cada uno no puede escuchar. Que hay por encima de nuestras posibilidades de escucha.

De entendimiento.

Porque esos ruidos algo deben estar diciendo. Y si llegan hasta nosotros o merodean por algo estarán ahí.

Salvo que tengamos la soberbia de despreciarlos, es posible que los ruidos algo traigan.

Algo digan.

Salvo que sean caprichosos e infundados. Salvo que sean ficticios y no tengan ningún sustento.

Ahí podríamos decir que no nos interesan los ruidos. Para qué escucharlos. Dejar que nos atormenten.

Posibilitarles que modifiquen quienes fuimos. Quienes somos. Quienes podemos ser.

Pero es posible que su existencia sea fundada. Haya un sustento que los agrupe para revelarlos. Hasta que un día se expresan.

Pasan al frente. Aparecen.

De manera que sería propicio en ese caso permitirles que lleguen hasta nuestras cabecitas.

Porque en esa instancia somos nosotros quienes debemos tener la capacidad de percibirlos.

Porque tenemos la responsabilidad de escucharlos.
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Escritos de la Vida - Juan Valentini     *Juan Valentini es autor de "Escritos de la Vida", disponible en papel y ebook.



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El Enojo


Hace tiempo que no me enojo como debería enojarme.

Años, diría.

Gritar con rabia malas palabras o pegarle una buena piña a la pared.

Así se habla.

Ahora mismo me dan ganas de levantarme, acercarme a la pared. Mirarla de frente. Y darle con toda la rabia.

Eso es lo que debería hacer. Al menos una vez en la vida. Para sentirme vivo, para honrar el enojo.

Pero me quedo acá, escribiendo. Disciplinado como un niño bien educado.

Sin siquiera el más mínimo atisbo que me impulse a levantarme, ir hasta la pared y procurar justicia.

Nada.

Me defraudo con la recurrente calma que apacigua cualquier vocación de incipiente violencia.

Sólo unas líneas de escritura para liberar el fastidio, adormecerlo sin facilitar su desahogo.

Debo reconocer que mi enojo es moderado, se desvanece apenas emerge y se esfuma sin adquirir la instancia que facilite su manifestación.

Un fiasco.

Es en verdad filtrado por la razón, que lo diluye ante cualquier titubeo o insinuación que procura liberarlo.

Sospecho que al enojo le gana siempre la razón. Será por eso que lo seduce la calma.

Sospecho.

Pero no sé muy bien por qué en este momento sonrío. Me paro…

Y me acerco a la pared.

. Escritos de la Vida - Juan Valentini     *Juan Valentini es autor de "Escritos de la Vida", disponible en papel y ebook.



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