martes, 30 de junio de 2020

El poder de elegir



Me parece que la mejor forma de deshonrar la vida es vivir con pocas ganas. Algo que realmente me inquieta desde hace tiempo y me despierta algunas reflexiones.

Siempre quizás hay dos cuestiones que discierno cuando conozco a una persona. Lo primero, y principal, distingo si es una persona buena.

Lo segundo, si vive o no con ganas.

Cualquiera de las dos carencias es motivo suficiente y necesario para que esquive a esa persona. Porque sé que es una mala influencia, aunque suene algo duro.

Aunque pueda ser la síntesis un prejuicio.

Las personas que no tienen ganas desperdician la vida. No son lo que pueden ser en sus potencialidades. Y en vez de ir siempre a más, van siempre a menos.

Actúan como si creyeran en la debilidad, en la carencia. En vez de apostar a sus posibilidades y fortalezas.

El resultado de esa actitud mediocre se manifiesta en sus realidades. Que habla con la elocuencia que no tienen las palabras.

No voy obviamente a juzgar o ajusticiar a quienes viven sin ganas. 

Quienes ponen poco empeño. Quienes creen que menos es mejor que más.

Son ellos quienes sabrán los beneficios de sus actitudes y recibirán la retribución que esa forma de estar en el mundo ofrece.

Lo que sí siempre me pregunto y me inquieta, es por qué eligen ser menos de lo que son. Por qué creen en la precariedad de ir a menos.

Por el contrario siempre me acerco a los buenos y a los que van a más. Creo en esas personas porque construyen vidas poderosas, alcanzan objetivos.

Viven intensamente.

Y, en esa actitud, honran la vida.

Gracias a ellos el mundo avanza. Se construye y evoluciona. No se regodea en la comodidad de las excusas.

Si tuviera que creer en alguien, creo por supuesto primero en los buenos.

Y después, en los que tiene ganas. En los que van a más. 





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domingo, 28 de junio de 2020

El hombre susceptible


Conozco al hombre susceptible por azares de la vida. Fue casi casualmente cuando me topé con él y desde entonces advertí su presencia de manera elocuente. 

Al principio me resultaba extraño, difícil de comprender. 

Cualquier cosa por pequeña que sea hacía que el hombre susceptible se embrolle en su susceptibilidad y se sienta afectado negativamente. 

Eso lo observaba luego o con el tiempo, cuando el hombre susceptible manifestaba su historia, sus logros, sus proezas o la relevancia que había tenido en el logro de ciertos objetivos colectivos en los que se adjudicaba un rol determinante.

Nada de eso se hablaba en ciertas circunstancias pero sin dudas las contingencias que fueran disparaban esa posición indeclinable del hombre susceptible. Era de alguna manera como esas situaciones en las que el caballo que se alejó del casco, volvía apenas lo divisaba sin la más mínima necesidad de que el jinete maniobre las riendas hacia ese lugar.

Eso hacía el hombre susceptible.

Volvía a su pesar.

Ante cualquier circunstancia que le permitan divisar al menos un vestigio de su dolencia, volvía  a su centro. Un lugar extraño y en apariencias penoso, que imprimía algún malestar, propio del ser que siente que no es reconocido ni valorado. Y que en los recónditos recovecos de su existencia percibe una desatención que no hace justicia con su trabajo, trayectoria y proceder.

Percibe una supuesta ingrata mirada ajena que aviva sus dolencias. Y se embrolla en un dialogo interno que lo apresa y atormenta.

Ensimismado en su pesar el hombre susceptible anda por la vida con esa herida de sus profundidades a flor de piel. Apenas un soplido ajeno en otra dirección puede activar su malestar y disparar sus propios cuentos. Narraciones que se autoforumula en intrincados diálogos internos que, cuando están por ebullecer, salen a la luz para exhibirlo todo.

En esos momentos tan inesperados como recurrentes se revela al mundo con la clara presencia del ser susceptible que confiesa su alma.





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miércoles, 24 de junio de 2020

¿Quiénes dominan nuestras mentes?


Estoy inquieto.


Ya van dos, tres, cuatro personas que dicen de algún modo lo mismo aunque con distintas palabras.


Al parecer están convencidos que hay unos pocos vivos que entretejen cuestiones de las más diversas y en síntesis se encuentran orquestados para dominar nuestras mentes.


Esos dos, tres o vaya a saber cuántos, no son muchos, son unos pocos que según advierten los desconfiados son quienes dominan nuestras mentes y nuestras vidas.


Somos según la visión de quienes los reconocen con ese poder, unos pobres minusválidos, tontos que estamos sometidos a su voluntad y capricho.


Y actuamos como zombis frente a sus disposiciones y a la vida que nos manejan, y que de acuerdo a esa visión minusválida, les pertenece.


Yo no puedo creer que gente grande piense que somos todos una manga de estúpidos que nos manejan como marioneta, mientras en el mejor de los casos advertimos esas tretas injustas, dañinas y desproporcianales.


Me inquieta la visión que nos trata como seres frágiles, fácilmente persuasivos y manipulables por unos pocos vivos que se adjudicarían nuestra libertad y moverían los hilos siendo nosotros sus marionetas.


Creo que exageran los que piensan que somos todos tontos, y que los señores que logran que ocupemos parte de nuestro tiempo en sus pantallas o plataformas nos tienen subsumidos en sus mundos presos de su voluntad y ajenos a nuestra arbitrariedad, que consiste esencialmente en abrir esas puertas, entreabrirlas o cerrarlas.


Con lo cual no somos tan pobrecitos ni tontuelos porque ese mundo no viene caprichosamente hacia nosotros para someternos y embaucarnos, somos nosotros los que podemos elegir o no ir hacia él.






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domingo, 21 de junio de 2020

El mundo del NO


Nunca escuchamos decir tantas veces no como cuando somos niños.


No a esto, no a aquello. 


No a lo otro.


No, no, no.


El niño explora y se despliega llegando siempre hasta el no que le impone los límites.


No es tan tonto el no porque ejerce muchas veces la función de cuidarlo. Que no toque el fuego, que no toque el enchufe, que no se lleve algo peligroso a la boca...


La curiosidad e impulso auténtico del niño por explorar y descubrir el mundo se encuentra restringido desde el inicio.


Pero pareciera que lo natural muestra que el niño viene con el SI de fábrica.


Quiere ver y tocar esto y aquello.


También lo otro.


Parecería conveniente preguntarnos qué NO son esenciales y cuáles serían arbitrarios. Los primeros deberían reducirse al parecer esencialmente a preservar su integridad y evitarle elocuentes experiencias perjudiciales. Los No arbitrarios serían los que responden a los valores que los padres quieren transmitirle.


Si le pega a un niño por ejemplo muchos padres le dirán que eso no se hace. Que no lo debe volver a hacer.


Con el tiempo el niño crece y forma su propio entendimiento. También sus propios valores que consciente o inconscientemente guían su conducta.


Con discernimiento propio asume la responsabilidad del SI o del NO ante los vericuetos de la existencia.


A partir de ahí expande o restringe su mundo. Vive las experiencias que se procura y las que se le presentan en la vida.


Su realidad es afectada por esas dos palabras que tienen la implicancia de construirle la vida y resolver la forma de estar en el mundo.


Deseo que todos los niños sean cuidados con el amor y la responsabilidad de los padres que necesitan decirles NO para beneficiarlos.


Y que cuando crezcan reaviven el SI con el que iniciaron la existencia. Lo honren para expresar sus potencialidades, hacer su mundo lo más amplio posible y contribuir así en forma positiva a los demás.






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sábado, 20 de junio de 2020

El reconocimiento


Cuanto más se diluye el ego menos necesario es el reconocimiento.

Lo mismo con la seguridad.

¿Qué pasa con la seguridad?

Cuanto más segura es una persona menos necesita el reconocimiento o directamente no lo necesita. Le basta con autoobservarse y reconocer sus logros sin que venga fulanito a decirle, mirá vos...

Sos un maestro.

Es todo un tema el ego porque uno conforma una identidad que se afecta por los ojos de los demás.

Cuanto más necesita ser reconocido y celebrado, más aplausos reclama de algún modo y mendiga como un ser necesitado de afecto que le digan que lo quieren, que lo adoran, que sin él el mundo carecería de sentido.

Por eso es un esclavo.

De alguna manera, no a todas luces.

No vamos a decir que el pobre hombre necesitado está dispuesto a someterse en todos los sentidos. 

Está inclinado, doblegado, manipulado por su propia carencia y guiado como marioneta por los ojos de los demás.

Eso ocurre cuando el ego llega a los extremos. El ser es por disposición ajena.

Aunque piense que es por convicción propia.

Por eso a mucha gente cuando le sacan la etiqueta que era el jefe, subjefe, director, presidente o vocal suplente, sufre o muere.

Por dar un burdo ejemplo.

Muere de quien le habían hecho creer que era y había aceptado con entusiasmo.

En la medida que madure, adquiera más conciencia y se desarrolle se puede ir liberando.

Advirtiendo que cada vez le afectan menos los aplausos y abucheos. Hasta que desaparecen de su radar.

Y toma toma sus propias riendas sabiendo quien es, sin preguntarle a nadie.

Eso puede hacer cualquier persona que quiera liberarse.

Pero seamos honestos, todos quieren ser esclavos.





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miércoles, 17 de junio de 2020

La opinión disidente


No conozco a ninguna persona inteligente que persista con ánimo caprichoso en su misma opinión.


Conozco gente inteligente de convicción, que se juega por lo que piensa pero siempre están dispuestos a replantearse sus miradas para superarse.


Están en las antípodas de los testarudos e inmodificables que creen tener su verdad incuestionable y han de dar la vida para demostrarte al otro que está equivocado.


La gente más inteligente que conozco en vez de estar recolectando datos para darse la razón y convencerse que está en lo cierto, se entusiasma por desafiar su pensamiento pensando dónde puede estar equivocada y qué convendría redefinir de su perspectiva.


Por eso escucha con atención e interés. Sobre todo si alguien piensa distinto.


Además, en vez de enojarse por la palabra disidente, se alegra. 


La escucha absorto como al niño que le cuentan un cuento.


Hay un tema de seguridad.


Cuanto más inseguro es alguien más necesita tener razón y que cualquier salame le diga que es un genio.


El pensamiento disidente en vez de estimularlo le resulta una amenaza intolerable.


No lo puede ni escuchar


Siempre pienso que este es un motivo esencial que explica la proliferación de pusilánimes obsecuentes del mandamás en nuestro país.


Líderes inseguros terminan rodeados de ese tipo de mediocres y quedan con gusto embaucados por ellos.


Todo para que le digan siempre que tiene razón hasta en sus equivocaciones más notables y regodear su ego que no acepta ningún tipo de apreciación que contribuya a reflexionar o contradecir su opinión.


Sospecho que cuando alguien quiere volverse inteligente debe creer en el pensamiento disidente, propio y ajeno.


Debe preguntarse con ánimo de cuestionarse para redefinir su mirada. Más que reafirmarse y darse la razón.


La oportunidad de mejora no está en seguir pensando como piensa, sino en evolucionar hacia un pensamiento de mayor calidad.


Si no cambia de opinión nunca y se aferra a sus supuestas verdades va a vivir en la precariedad propia de su capricho y entendimiento.


Permanecerá engañado por sus certezas rodeado de pusilánimes que ejercen el oficio de darle siempre la razón. 


Con los importantes perjuicios que esa actitud ocasiona.








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sábado, 13 de junio de 2020

La realidad que viene


Siempre me preocupo por la realidad que viene. 


Eso quiere decir que me preparo para transitarla y construirla de la mejor manera.


Podría no hacerlo y dejar que la vida me anoticie con recurrencia de sus caprichos. Dándole así una dosis de importancia a la suerte. 


Que a veces favorece y muchas veces no.


Pero prefiero usar la reflexión, asumir la responsabilidad y tomar las decisiones que juzgue convenientes para construir el destino.


Temo que me pase como quienes dicen, quién hubiera pensado que sería esto o aquello.


Que tendría tantos hijos o viviría en tal o cual lugar.


Por eso no hay que dejar de preguntarse qué voy a ser cuando sea grande. El día que me responda eso o encuentre la respuesta definitiva, la vida se habría cerrado, la aventura de vivir habría fracasado y el entusiasmo por encontrarse con lo que viene se habría aniquilado.


Muere mucho quien deja de preguntarse qué va a ser cuando sea grande.


Sin importar la edad que tenga.


Volviendo al entuerto del destino hay cuestiones que inquietan. Hasta hay personas que jamás hubieran pensado que estarían en esa función.


Contador, abogado, médico, electricista, portero, cajero...


Lo que sea.


Hay mucha gente cambiada de lugar como cualquiera puede observar. Por ejemplo el mozo era quizás jugador de fútbol o albañil o juez. Pero es mozo.


O el arquitecto amargado era mozo. Pasa que la vida lo sorprendió y ahí lo encontró, siendo lo que no es y refunfuñando.


Qué culpa tiene el destino o quien se lo cruza.


Yo no sé, no sé ustedes.


Cada vez que un consumidor se encuentra con un empleado atravesado que lo tiene que atender en el comercio que sea, lo único que puede saber si quiere es que muy presumiblemente ese empleado no es lo que está siendo.


Era otra cosa en esencia, pero terminó ahí por voluntad propia y a diario por elección convalida su fracaso en vez de erradicarlo.


Estafa al empleador, estafa al cliente.


Y se estafa a sí mismo.


Por eso es increíble que haya gente que no deje de apegarse a sus errores, aunque pasen los años y lo pague con su tiempo y frustración.


Uno puede ser feliz en cualquier lugar y en cualquier parte, quizás con una multiplicidad de roles que podría asumir.


Podría ser varias cosas a la vez o quizás una sola.


Quien piensa que sólo iba a ser abogado, contador o lo que fuera, tal vez era excelente en otras funciones. 


En cualquier caso para salir del vericueto y no predisponernos a enredarnos, diría que el destino lo construyen quienes asumen responsabilidad y se hacen cargo de construirlo.


Y lo encuentran quienes no obran de esa manera.







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domingo, 7 de junio de 2020

Las palabras que faltan


Desde que entregué la tesis para recibirme de la carrera de grado advertí lo que suponía. Que escribía de forma espontánea y sin titubeos cada tanto una palabra que no existía.

Me di cuenta porque alguien cercano me dijo. Y desde entonces lo advierto con cierta frecuencia.

Por eso cuando termino de escribir algo sospecho que es posible que alguna palabra que no existía haya andado merodeando por ahí y haya quedado atrapada en el escrito.

Esa suposición me lleva a veces a releer y creer que la encontré. En ese instante busco en google con la mayor esperanza de que la palabra exista y muchas veces existe.

Pero otras veces no.

Busco un poco más y corroboro que la sospecha inicial era correcta, porque la palabra de dudosa existencia en verdad no existía.

Me lamento por el despropósito porque era una palabra necesaria, que el escrito la consideraba apropiada y exacta para determinado pasaje. Y que caía naturalmente sin esfuerzo en el lugar indicado.

Era esa palabra y no otra.

Pienso en borrarla…

Pero no lo hago.

Sería como traicionar lo escrito y replegarse ante la norma. Como aceptar que el mundo está desplegado, con sus claros contornos y delimitaciones. Y que más nos vale respetarlo. Obrando como seres disciplinados que nos ajustamos a lo establecido sin ánimo de modificarlo.

Condescendientes con lo que es y no con lo que podría ser.

Pienso entonces en poner cursiva como una señal de que esa palabra no existe. Que se deja porque es conveniente dejarla.

Pero rápido me arrepiento porque sería como una morigeración de la espontaneidad, un atenuamiento intrusivo que juzga y reprime. Una traición a la autenticidad.

Y ya saben, es conveniente siempre extender el lenguaje para ampliar el pensamiento.

Por eso la palabra díscola queda imperturbable.

De lo contrario sentiría que escribo para dejar el mundo como está.






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viernes, 5 de junio de 2020

La paz mental


Una de las ventajas más importantes para lograr la paz mental es tener tranquilidad de conciencia.

Creo que esa es una condición necesaria inicial. Por nada del mundo conviene olvidarla.

Teniendo esto claro y bajo control se tiene una ventaja extraordinaria en la vida.

Es como dar muy bien el primer paso.

Uno sabe que ante las circunstancias que sean debe proceder siempre bien. Parece una enseñanza básica de primer grado, pero no todos la aprendieron.

Luego de esa situación beneficiosa y necesaria aparecen cuestiones que pueden resolverse con el desarrollo de la destreza que ayuda a domar la mente.

Para calmar a la mente descarriada.

Creo que la meditación, el silencio y el deporte ayudan.

Así que bien vale profundizar en esas posibilidades.

La edad también sospecho que va apaciguando. Tal vez el cúmulo de reflexiones y aprendizajes asientan las ideas que perturban, se enriendan como un torbellino y conviven en diálogos internos difíciles de callar.

El yoga también creo que es crucial. Quienes lo practican pueden corroborarlo.

Y disminuir el mundo de estímulos que ingresan por todos los sentidos.

Esencialmente menos información y más silencio.

Mucho silencio.

Con un trabajo persistente, concienzudo y comprometido el ser doma su mente con el tiempo. Vive menos alborotado y desembaucado de diálogos internos bulliciosos que nunca lo dejan tranquilo.

Si no domestica la mente, corre riesgo de que la mente dome al ser. Y uno ande sobrellevando un caballo brioso que brinca incesante sobre su cabeza.

Perturbándole la propia vida.





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