jueves, 8 de febrero de 2024

Jocoso


Creo que me influenció un libro que leí recientemente. Desde entonces me percaté de que los dos últimos escritos o alguno más tenían cierto espíritu jocoso, como el del autor que se permitía jugar con aspiración a cierta gracia quizás fallida. 

De hecho el libro que leí me parecía desafortunado en ese aspecto. Sentía que el autor jocoso jocosía en demasía y en vez de desarrollar una narrativa disfrutable, sucumbía a una jocosidad excesiva que tal vez solo él celebraba.

¿Estás seguro?

Es solo la experiencia personal de lector. Un poco me parece bien pero mucho en mi caso me sobrepasa y me disgusta. Que le voy a hacer. ¿Todo me tiene que gustar?

Eso no invalida la fuerza conceptual y las elogiables virtudes del libro que fuera. 

Porque esencialmente una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. 

Acá el tema es que esa jocosidad que es una suerte de compañera para la espontaneidad y el despliegue puede ser fallida o indeseable para el lector cuando se vuelve abusiva. De modo que cierta dosis está bien y un descuido en proporciones parecería que no es conveniente.

De hecho lo que me inquieta es que esa jocosidad quedó en parte adosada en mi persona y estoy con esta inquietud de zampársela al pobre lector que fuera. Aunque no quiero ir por ahí, ni poco ni mucho. Ni algo.

O alguito.

Entonces lo que yo me pregunto si me permiten es, ¿está buena cierta jocosidad o mejor evitarla por completo?

Hay jocosidad inteligente, lúcida, y otra demasiado zonsuela. ¿O siempre es zonsuela?

En fin, como compañera para la espontaneidad, la fluidez y el despliegue, parece ser un recurso apropiado. Pero la concreción puede no serlo. Y el lector tiene que andar lidiando con esa lógica que muchas veces divierte solo al autor.

¿Seré el único lector que se hinchó las bolas con la jocosidad del autor?

¿Será el viejo cascarrabias que llevo adentro que me hace escribir estas cuestiones como para exorcizar quizás el enojo de la lectura que acometió?

¿Por qué el viejo al promediar la lectura no cerró el libro y se dejó de joder?

Qué pretende ese viejo cascarrabias, que le escriban solemne. Que sea todo un adefesio del buen proceder, con narrativa impoluta y de puntillas.

¿Tan aburrido será este viejo que llevo adentro?

Nunca lo sé, pero a veces lo escucho. 

Y siempre algo de razón tiene.





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¿Vos qué pensás?

No sé.

Decime algo.

¿Qué querés que te diga?

Dale, no te hagas el difícil. Decí, decí.

Mirá, no sabría qué decirte, aunque algo siempre se puede decir. Porque decir es vaciarse, alivianarse de algún modo, ¿no?

Yo digo en parte para eso, para eliminar impurezas, ruidos, perturbaciones.

Toda esa suerte de refrito que en definitiva parece ser una especie de ruido que molesta, distancia de lo esencial, aleja de la experiencia.

De lo real.

Qué sé yo, viste. Te digo algo porque me azusás como demandándome, y no tengo problema de correr para donde disparo.

Creo.

Porque si me demandás para donde no disparo, donde no tengo la más mínima voluntad de disponerme, ahí si que no te contesto un carajo por más que azuces o insistas.

Por más que que exijas o anenaces.

Ahí me atravieso y me quedo aferrado a la libertad y la convicción de saber que no es no.

Y por ahí no voy.

Punto.

Pero ahora que me pedís que diga algo la verdad que no hay problema.

Algo te digo. 




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miércoles, 7 de febrero de 2024

Lo diré todo


Esta vez va en serio, lo diré todo. Y cuando digo “todo” no me refiero a minucias, cuestiones menores o intrascendentes.

Todo es todo.

Por eso esta vez será diferente y alzaré la voz sin la más mínima restricción ni condicionamiento para pronunciarme de manera impúdica, insaciable, indecorosa.

Será como una bocanada de liberación que por fin pondrá los puntos a las íes y hará justicia. 

De modo que esta vez sí, me liberaré para siempre quizás con el único propósito de alivianarme, desatar restricciones que se encuentran en la profundidad del ser y avanzar a paso decidido para acomodar las cosas y que sean de la mejor manera posible.

Somos un mueble desordenado en algún aspecto, y hoy hay limpieza.

Limpieza profunda.

Así que hablaré sin medirme en ningún aspecto, que salga lo que tenga que decir y las palabras que hagan lo suyo. Yo tipeo.

No tengo nada que ver.

En algún aspecto, pienso.

Son los dedos, fijate, mirá. Los dedos van, se soltaron y van. 

Dejémoslos.

¿Qué querés decir flaquito?

No sé, pero empecemos, viste que siempre arranco con una suerte de preámbulo. Como que digo que voy a decir, que ahora sí diré, que estén atentos porque está vez…

Decilo flaquito.

Bueno, arranco con la casta, que a esta altura ya no están. Siempre hay que sopapear cuando el otro se fue, debe ser por la negación a la violencia. 

¿Pero querés sopapear o no?

Bueno, no sé. ¿Uno tiene que saber todo, che?

Uno busca, indaga, prueba. Intenta liberarse vaya a saber de qué, o hacer catarsis sobre cuestiones que más o menos quizás le incumban. Porque uno muchas veces no tiene la certeza de estar realmente incumbido. A lo mejor apenas lo incumbe, 
tangencialmente lo incumbe.

O ni siquiera lo incumbe.

Viste como son las cosas, ¿no?

No quiero andar con pormenores ni meter el ojo en la rendija para confesarlo todo. Solo diré que hay que honrar las convicciones, que nadie hace historia por ganar o perder, sino por honrar sus convicciones.

Que la vida se dignifica cuando se honran.

Y que a la degradada tibieza intrascendente hay que dejarla tranquila sabiendo que va a morir en la mediocridad.

Lo relevante es sumir siempre la histórica valentía.

Bueno, creo que más o menos lo dije.

Es por ahí.





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