martes, 29 de diciembre de 2015

¿El Presidente tiene la obligación de ir al lugar de los hechos?


Creo que no.

Digo creo, porque otro tranquilamente puede opinar distinto.

Pero yo, creo que no. Que muchas veces no es necesario ni imprescindible.

¿Por qué muchas veces?

Porque hay actividades que requieren como condición indispensable el cuerpo. Y actividades que no lo requieren. Por ejemplo un bombero por supuesto tiene que llevar su cuerpo al lugar de los hechos. Lo mismo con un policía y tantos otros, que para poder intervenir tienen como necesidad ineludible hacerse presentes en el lugar.

¿Un presidente?

Creo que no. No en muchos casos.

Sobre todo en estos tiempos, donde las tecnologías y las comunicaciones permiten suplir la imperiosa necesidad de que el mandatario se haga presente en el lugar de los hechos.

Esa exigencia que muchas veces se le hace, demandándole al primer mandatario que se apersone en tal o cual lugar, en mi opinión es inadecuada para estos tiempos.

Es más, creo que en ciertos casos es inconveniente.

¿Por qué?

Porque el primer mandatario no necesita estar con su cuerpo en diversos lugares para saber lo que ocurre. Eso lo puede hacer perfectamente sin esa supuesta necesidad imperiosa.

Eso sin mencionar gastos que demandan llevar de urgencia al presidente a tal o cual situación.

Entonces…

No hablo en favor de un presidente u otro. De un funcionario u otro.

Solo reflexiono.

Vaya a saber porqué, a veces siento que estoy para eso.

Y vaya a saber porqué también, creo que al escribir puede incentivarse la reflexión e incidir luego en la realidad de manera favorable.

Inmiscuyéndose así la escritura en comportamientos que de alguna manera nos afectan a todos.

Suposiciones, claro.

Pero volviendo a lo nuestro, quizás el problema es que pretendemos operar el mundo nuevo con las cabezas desactualizadas. Cabezas por ejemplo que dictan la necesidad imperiosa de que cierto cuerpo se apersone en un lugar, como algo imprescindible e impostergable para resolver por ejemplo una situación muy relevante.

Claro que esas cabezas viejas nos tienen de alguna manera a todos. Y por ejemplo los políticos tienen que saber lidiar con ellas.

Es decir, con cientos, miles o millones de cabezas que exigen que por ejemplo lleven sus cuerpos hasta el lugar de los hechos. Sin importarle a esas cabezas donde estén los cuerpos antes de la partida. Y exigiéndoles a los mandatarios que se apersonen como sea en los lugares donde indefectiblemente esas cabezas no tienen la más mínima de las dudas que deben estar.

En mi humilde, pero hasta el momento convencida opinión, no es una cuestión imperiosa que los mandatarios tengan que llevar sus cuerpos al lugar de los hechos.

Lo imperioso es que tengan el compromiso necesario en asumir cada uno de los problemas que emergen en el país. Y eso, que a mi juicio es lo realmente importante, lo pueden hacer perfectamente sin que los ciudadanos les exijamos que vayan a tal o cual lugar para verlos luego en los medios y quedarnos tranquilos.

En verdad no sé muy bien para qué escribo esto. Quizás para fomentar la reflexión en este tema.  

Tal vez para alentar a los mandatarios a que se liberen de esas cabezas viejas, porque corren el riesgo de apresarlos en mundos que ya terminaron.

Que sepan que existen. Pero que no se dejen llevar por ellas.



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sábado, 26 de diciembre de 2015

La misa de Navidad



Mi madre me dice que ha habido muy poca gente en misa. Que en verdad no había casi nadie, estaba ella y un par de personas más.

Cuántas?

No sé.

Pero más o menos. Cuántas?

No sé Juan.

Un porcentaje, por lo menos. Cuánto de la ocupación?

Ahh, eso ni idea.

Diez por ciento, veinte por ciento?

Ni idea Juan, muy poco. Muy poca gente.

No hay responsabilidad ma, han cambiado los tiempos. Me quejo, mientras me mira como si tuviera una respuesta para explicar la desgracia en la cual, en apariencias, se encontraría inmiscuida la iglesia del pueblo. 

En apariencias porque por una misa navideña no se podría determinar que hay una merma notoria de público. Ni por supuesto tampoco que hay una tendencia a la baja indeclinable, que merece ser considerada para abordarla con la mayor responsabilidad del mundo y revertirla como sea. Porque de lo contrario retrocedería la difusión de sanos valores, menguaría la fe en la localidad, se generarían tal vez condiciones para que comportamientos maliciosos se expresen sin culpa.

Y unas cuentas cosas negativas más.

Por eso sería conveniente y necesario tomar cartas en el asunto y revertir como fuera la tendencia a la baja del publico en la iglesia local.

El cura debe estar preocupado, dice mi madre.

No creo, ma.

Sí Juan, había muy poca gente.

Ese no es mayor problema, se puede revertir, el comportamiento de la gente es muy volátil. En todo sentido, le digo. Fijate por ejemplo que lo mismo pasa con el voto. La gente vota para un lado un día y para el lado contrario el otro. 

Vivimos en la volatilidad, sentencio.

Te parece?

Y sí, ma, algo de eso debe haber. Lo otro que podría estar operando es que el padre quizás los reta mucho.

Más o menos, Juan.

No sé, ma. Hablo sin saber, como tantas veces. Porque me preguntás, y alguna hipótesis hay que tener. Alguna explicación razonable hay. Solo buceando causas, situaciones, informaciones, uno puede pensar un poco y balbucear algo. La explicación última no existe en la complejidad del ser humano. Qué se yo, pero si se da alguna hipótesis razonable, se puede incidir en la realidad y revertir la falta de público.

El cura debe estar preocupado, Juan.

No creo, ma. Ya estará acostumbrado.

Pero era la misa de Navidad.

Sí, eso es cierto. El tema no creo que sea el cura. El hace muy bien su trabajo. Habla sin titubear como si tuviera todas las respuestas. No duda en lo más mínimo y le dice a la gente cuál es el camino. 

Además ya saben todos lo que les espera si osan tomar otros rumbos. La última vez que escuché parte de la misa en la televisión vi con la convicción que el cura amenazaba.

El infierno existe, Juan.

No sé, ma.

Existe.

No sé, Juan. A mi me preocupa que cada vez somos menos. Yo igual recé por todos. Pero éramos muy pocos. Y era la misa de Navidad. 

No había nadie.

La iglesia no va a cerrar, ma.

Por supuesto Juan. Eso seguro que no.




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