viernes, 29 de mayo de 2020

El hombre descarriado


Nunca he sido un hombre descarriado. Mis entrañas no me impulsaban a conmocionar mi realidad para protagonizar entuertos.

Si alguna vez me excedí sobre mis limitaciones racionales fue por efecto de la última copa de alcohol.

Y hace tiempo no tomo.

Solo recuerdo ciertos años de descontrol circunscripto a fechas festivas, en algún Año Nuevo o Navidad, que me impulsaban a una zona inquietante, extravagante y desconocida para mi mismo.

Únicamente en esas circunstancias tan memorables como excepcionales puedo confesar que me ausenté de mí y procedí de manera excesivamente desinhibida para extrañeza de mi mismo. 

Aunque si algo ha prevalecido de manera estable, comprometida y duradera, ha sido el temple, la racionalidad y la mesura.

Una equivocación a todas luces porque es presumible reconocer que la vida ocurre en los deslices.

Y patinar, lo que se dice patinar, he patinado muy poco.

Siempre he tenido la destreza de residir en una vida tranquila, disfrutarle, plagada de libertad. Lejos de descarrilamientos menores o abusivos.

Por eso me encuentro asentado, afianzado en la calma de la templanza del ser.

Sin convulsiones ni estridencias, viviendo el presente y disfrutando los instantes, que cada día parecen más perfectos, más intensos y profundos.

Sospecho que detrás de la simpleza está el bienestar.

Pero no lo sé, apenas lo supongo. Lo indago y corroboro en una suerte de instancia que parece circunstancial pero quizás sea definitiva.

Lo cierto es que es madrugada y me encuentro escribiendo no sé por qué. Tal vez para atrapar la vida o cazar de un zarpazo esas ideas o frases que vienen a buscarte con la intención de manifestase.

Fue quizás una de esas frases la que me hizo saltar al teléfono y escribir, para escrutar al hombre supuestamente asentado.

Un ser que se evade del mundo tumultuoso y complicado. Que lo observa con posibilidad de zambullirse.

Tal vez porque esas instancias inconfesables son tan perturbadoras como estimulantes.




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miércoles, 27 de mayo de 2020

Todos y todas


Nada resulta con más vocación de movilizar la emoción colectiva que el grito desaforado del político cuando toma aire, se llena la boca y vocifera.

Todos y todas.

Las multitudes lo ven al hombre o la mujer descarnada en una manifestación que parece un grito de guerra.

Una rebelión valiente sobre una circunstancia en apariencias intrascendente.

La gente que sigue el juego y se presta a la farsa se conmueve, parece desbordada por un sentimiento que la invade, siente la piel de gallina o cae en sollozos indescriptibles, tomada por una emoción desmedida que no alcanzan las palabras para representar.

Porque esos seres totalmente conmovidos se permiten caer inmersos en la profundidad de la zoncera, mientras el parlanchín de turno se llena la boca conmovido con esas palabras.

Todos y todas.

Otros miran como extrañados un espectáculo tan pintoresco y se preguntan por las razones que se encuentran detrás de las bambalinas.

Esto es un poco inquietante porque la gente inteligente sabe que al decir todos incluye a todas. Y al ser el tiempo un recurso muy valioso que tenemos, es un despropósito gastarlo en semejante estupidez.

Aunque advierte con claridad el esfuerzo de los oradores por valerse del despropósito y la emoción quizás fingida o sentida, de quien se conmueve por esas palabras.

Todo es lícito aunque sea una farsa.




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No lo dejan…



Nadie se equivoca cuando siente que hace lo que tiene que hacer.

Es en ese espacio donde encuentra la mayor fidelidad a sí mismo. Y nada es mejor que ser auténticamente quienes somos para honrar nuestra existencia.

No es fácil.

Uno vive en relaciones y desde el punto de vista de víctima, bien podría decir que le gustaría hacer tal o cual cosa, pero no lo dejan.

Ahá.

A uno entonces le gustaría hacer tal cosa. Mirá vos.

Pero no lo dejan…

¿Quién no lo deja? Bueno, el jefe, la esposa…

Qué se yo. Al tipo no lo dejan. Quiere hacer tal o cual cosa, pero fijate vos. El tipo quiere, claro que quiere. Pero no, no lo dejan. 

Apenas insinúa es como que le dicen... Ojito querido, qué es lo que vas a hacer? Sabés que no, que eso no se puede, no está acordado o no te lo permitimos.

Pero si yo…

A lo sumo puede balbucear un poco si quiere transparentar sus intenciones repudiadas. Intentar desplegar una oración o unos breves párrafos que sustenten sus propósitos, que validen por qué es necesario o conveniente que pueda hacer lo que quiere hacer. O lo que tiene la intención de hacer.

Pero no, no lo dejan ni siquiera a veces permitirse ese balbuceo menor que confiesa sus intenciones. Y hasta en el peor de los casos ni siquiera evaluar balbucear porque conoce la respuesta de antemano.

Entonces el tipo debe negociar consigo mismo y llegar a una definición quizás absoluta o flexible en relación a sus intenciones negadas por el mundo externo que lo rodea.

Es a partir de esa decisión íntima y a veces inconfesable, que el tipo resuelve su existencia y acepta el juego de la interdependencia humana, que le exige condicionamientos a sus voluntades profundas, que le amenazan de alguna manera la posibilidad de ejercer la autenticidad que le reclama su ser.

Por eso cada uno sabrá lo que debe hacer.





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sábado, 23 de mayo de 2020

El boludo



Más de una vez he primero sospechado, luego pensado y finalmente creído, que el otro piensa circunstancialmente o en forma definitiva que uno es un boludo.

Que yo soy un boludo, para ser más preciso y claro.

Y si lo piensa, por algo será.

Con lo cual por más que quiera defenderme y evadirme de esa suposición ajena debo reconocer que tendrá sus fundamentos.

Sus razones.

De modo que uno sea tal vez un boludo y no se de cuenta. Entonces en forma sistemática y recurrente se deje engañar, trampear como si fuera un niño.

Eso supongo que debe estar viendo y pensando cuando observo el proceder del otro que ha supuesto primero y determinado luego que uno es un boludo.

Un boludo con todas las letras.

Solo así se puede explicar y entender que el otro proceda como si fuera un picarón insano, un chanta, un vivillo.

Un farsante. 

Un mentiroso por convicción que vive enredado en la precariedad del mundo de la trampa, el engaño y la fabulación.





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viernes, 22 de mayo de 2020

¿Nos vamos a morir?


Creo que tal vez el error principal es no afrontar el problema de frente con total ímpetu.

No es que no se lo enfrente sino que al parecer la actitud de enfrentarlo carece de la determinación necesaria que aspira de manera innegociable a lograr el resultado.

La posibilidad de no morir tiene que ser bien cierta y el objetivo indeclinable si en verdad queremos aspirar a esa alternativa.

No hay lugar para dubitativos ni escépticos.

Más que nunca se necesita la determinación en la creencia de posibilidad, que en efecto podremos no morirnos.

Es la misma convicción que tuvo quien creó el teléfono, la televisión, el avión y hasta la bicicleta.

Por no decir la computadora, entre miles de cosas que disfrutamos.

También el marcapasos o lo que fuera en términos de salud.

Todo se logró gracias a los creyentes, a pesar de los escépticos y desconfiados.

Los primeros siempre creen que es posible y se movilizan en consecuencia. Los segundos creen siempre que no es posible y también se movilizan en consecuencia.

Con el agravante que a veces se esmeran en desalentar a los que están trabajando y avanzando para generar la nueva realidad.

Aunque por suerte no logran persuadirlos. Si lo lograsen tendríamos un mundo notablemente más precario del que disfrutamos.

Esto también se va a lograr.

Lo que tenemos que procurar es que se logre en nuestro tiempo, más que en el futuro.

Pensar que elegir no morirse puede lograrse en mil o cinco mil años es fácil. Lo difícil es convencer de esta posibilidad ahora.

Con lo cual habría que poner manos a la obra. Ahora mismo, sin perder un solo día más.

Esto es como la efectividad en la vida cotidiana.

Hay que lograr primero el convencimiento en la creencia. Esa es la instancia crucial que fomenta el compromiso.

Sin esa condición necesaria no se transforma ninguna realidad.







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domingo, 17 de mayo de 2020

El buen pensamiento


No es relevante, es crucial predisponerse a lograr el buen pensamiento, porque es el que posibilita incidir en el mundo para construirse la mejor realidad posible.

El hombre piensa y luego se alinea en un camino que lo lleva hasta su realidad. Porque luego de pensar y analizar, decide, y posteriormente avanza.

Muchas veces a paso firme, otras de manera más dubitativa. Como con reticencia.

O temblequeando.

Pero el hombre racional y quien valora la capacidad de pensar para forjar su destino sabe que le conviene pensar. 

Luego decidir y obrar en consecuencia. 

Siempre repensando, por supuesto. Y volviendo a decidir.

Pero advierte que es conveniente zambullirse en su mundo de abstracción para hurgar en sus inquietudes, anhelos, deseos, problemas que lo atormentan y futuro esperado.

El hombre inteligente se sumerge en las profundidades de su ser para encontrarse.

Y hacerse cargo de ser quien podría ser.

Justamente quizás una de las mayores motivaciones que le ofrece su existencia, extrañamente despreciada por algunos semejantes.

Pero aprovechada a más no poder por tantos compañeros de la existencia que se entusiasman cada día y avanzan a paso firme.

Creen en sus potencialidades y se embarcan en procesos de discernimiento para arribar al buen pensamiento.

Piensan que disfrutarán el presente, vivirán la realidad que merecen y serán quienes están llamados a ser.

Con convicción y sin titubeos.

Hacen muy bien.

Nada es más estimulante que forjarse a sí mismo y construir el propio destino.




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sábado, 9 de mayo de 2020

El mundo externo


Nada es más perturbador que el mundo externo que viene a inmiscuirse en nuestras realidades.

Uno puede despojarse de él en el grado máximo posible pero no logra escabullirse y desentenderse del todo.

Siempre al acecho y dispuesto a afectarnos el mundo externo vendrá.

Nos dirá que ahora atendamos tal o cual cosa. Que luego atendamos la otra.

Y así irá desplegando su reclamo de atención con las cuestiones más disímiles.

Situación que nos obliga a atenderlo de algún modo porque en la naturaleza de estas posibilidades no se encuentra la alternativa de la huida definitiva.

Si estuviera, sin dudas residiría ahí yo y tantos otros.

O tantos otros y yo.

Porque seríamos muchos los que quisiéramos residir en la libertad.

En la más absoluta de las libertades, donde nada requiere nuestra atención ni nos obliga a atender cosas diversas, para las cuales este mundo descuajeringado quedó orquestado reclamando nuestra mirada.

Uno puede pensar que es conveniente andar liviano por la vida, despojado y desposeído. 

Desplegado como el aire, que fluye por decisión propia o por voluntad individual de las inclinaciones que el ser humano libre siente y lo movilizan, como si emanaran desde su autenticidad vaya a saber a qué parte.

Son todas predisposiciones en algún punto posibles pero idealistas. Porque el mundo cada día requiere atención de manera innegociable, es por eso que delimita y encarcela en nuestras propias vidas.

El truco más interesante es disminuir ese reclamo y llevarlo a la dimensión mínima de su existencia.

Destreza que puede desarrollarse paulatinamente con cierto esmero y cuidado.

Pero que no evita que el mundo se manifieste, perturbe e insista. Con la intención consciente o inconsciente de doblegar la liviandad del ser.

Mañana quisiera levantarme enajenado y evitar prender enseguida el teléfono para ver los mails y WhatsApp que siempre con urgencia requieren nuestro tiempo.

Dudo que podré lograrlo, porque el mundo persiste demandándonos la atención, de forma incesante y caprichosa.

Y a esta altura soy un rebelde domesticado.





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sábado, 2 de mayo de 2020

¿Qué debemos hacer?



Es la niñez la que de algún modo marca a fuego al individuo y lo encarcela en la disposición de la palabra ajena.

Es por esa simple razón que las sociedades están repletas de adultos con espíritus de niños, que demandan de alguien que les indique qué pueden o no pueden hacer.

Y qué vida deben vivir.

Si van para acá, para allá.

O deben quedarse quietos.

La palabra marca a fuego cuando uno es chico y está de alguna manera desprovisto de su propia capacidad de discernimiento, porque carece de un desarrollo intelectual que le permita sumirse en el mundo de la abstracción en profundidad para arribar con el mayor criterio posible a sus propias decisiones.

Es quizás por esas circunstancias que hacen mella en las mentes de los chicos las palabras de los grandes.

Tanto que no son pocos los casos que al pasar los años y transformarse en adultos mayores quedan de alguna manera guiados por esas palabras, ideas o síntesis directrices.

Y demandan que suplanten el propio discernimiento por la disposición ajena.

Solo así podría entenderse que la gente se la pase embobada pidiendo indicaciones o glorificando al mandamás que fuera, dispuesta a adoctrinarle e indicarle lo que debe hacer con su propia vida.

Quizás ese espíritu infantil que se acienta en tantas personas es el mismo que inconscientemente reclama que le hablen con determinación y la reten para no dar el más mínimo resquicio de dudas sobre lo que puede o no pude hacer.

Y sobre lo que debe o no debe hacer.

No solo en cuanto a casarse o tener hijos. Sino sobre un innumerable mundo de cuestiones.

Ustedes sabrán.

Pero está repletos de niños que reclaman indicaciones y tienen nula disponibilidad para escapar de la manada.

Es tiempo de que esos niños grandes asuman su responsabilidad, crezcan con la madurez que exigen estos tiempos.

Y dejen de reclamar padres cuando ya están grandes.




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