jueves, 22 de abril de 2021

El ser resentido


El resentimiento es un problema relevante para quien lo vive y para quienes reciben el accionar de sus propósitos.

El primero sufre envenenado la existencia y malgasta la energía de manera negativa. En vez de procurar el beneficio propio anhela el perjuicio ajeno. 

Y obra en consecuencia.

Hace todo lo que esté a su alcance para perjudicar al otro tanto como pueda. Y a veces claro que le sale bien. Son pequeños burdos momentos de gloria de la insanía. Regocijos torcidos del ser confundido que se complace con el daño y celebra la maldad.

No importa en qué vericuetos.

Si el golpe es certero, el logro está conseguido en las circunstancias que sean.

Entonces el resentido de alguna manera se alivia, toma aire, reafirma su posición en la existencia con el golpe preciso. Y permanece en el camino propio de los seres confundidos.

Confundidos porque están desalineados, claro.

Están guiados por la maldad en vez de la bondad y en consecuencia el accionar no solo es peligroso sino que es siempre negativo.

Nada bueno puede esperarse del ser torcido, comprometido con la intención de hacer daño y consustanciado con el objetivo para resarcir lo que muchas veces supone que es una injusticia.

Su propio fracaso.

Que en realidad no es motivo del otro, sino de su impericia, su incapacidad, su desviación que lo consolida en una posición de frustración, enojo y consecuente resentimiento, que lo estanca en un mundo de perdedores sin posibilidad de ver la luz e iniciar el camino para salir al final del túnel.

Dando vuelta como un firulete en una filosofía dañina y perniciosa queda embaucado en sí mismo, envenenado en su propio enojo y residiendo por voluntad propia en el fracaso.

Mientras no advierta el problema esencial de su filosofía será siempre preso de su propia trampa.

Solo con disposición a reinventarse puede formularse una valiosa oportunidad para procurar su bienestar y dignificar su existencia.

Esperemos que tome conciencia y proceda.

Porque el ser resentido es un ser peligroso para sí mismo y para los demás.




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jueves, 8 de abril de 2021

Los burócratas


Yo no los quiero a los burócratas.

No sé si es por convicción propia o porque de alguna manera me han lavado la cabeza, como si fuera yo un ser inocente que anda distraído por la vida y…

Zas.

Compré.

Compré todo lo que algún justiciero decía y de alguna manera me enemisté con los burócratas al sentir no solo que la gran mayoría eran seres mediocres e inoperantes, con problemas en general de ego, sino que además…

Y siempre a juzgar por la pronunciación ajena, por supuesto.

Además eran unos ladrones de poca monta que andan a la pesca de robarle la plata a los trabajadores y a las empresas, para hacerle creer a los pobres que los salvarán de una vez y para siempre.

Mediando, por supuesto, una comisión en carácter de alguna forma de administradores del dinero ajeno y fundada en el compromiso patriótico que ejercen.

Comisión lícita y bien habida, pero a la vez en ciertos casos ilícita y abusiva.

Sobre todo si se compara con lo que cobran los jubilados o el sueldo promedio de los trabajadores del país. Y el de ellos mismos si tuvieran que generar valor en el sector privado.

Es decir, sospecho que pienso un poco mal de los burócratas porque esencialmente me parecen muy mediocres, inoperantes e inefectivos.

Digo esto con el enojo de creer que son los principales responsables de que la pobreza llegue al nivel que llegó y la seguridad haya arruinado tanto la vida en nuestro querido país.

Encima, y esto sí creo que lo pienso yo, encima digo que algunos se creen que son los reyes de España o que están por encima de los ciudadanos que exprimen a impuestos, y que tienen facultades que la Constitución no les otorga, pero se arrogan con la facilidad que aportan las condiciones propias de un país bananero.

Aunque cualquier acto de atropello a las instituciones y arbitrariedades infundadas en la ley puede ser peligroso y hacer que el mundo les caiga encima a la vuelta de la esquina.

Porque se exponen obviamente a que la tortilla se de vuelta, la Justicia actúe con la madurez de los países desarrollados y paguen las consecuencias de los atropellos a las disposiciones vigentes.

Y por último, quiénes son estos cuatro de copas para determinar si debemos encerrarnos en nuestras casas o no podemos ir a ver a la abuelita.

En algún punto los comprendo con su intención de ordenar un poco la zoncera, porque está repleto de tontos que no son capaces de usar barbijo ni de mantenerse a dos metros.

Pero asumir un rol de padres postizos autoproclamados, ya me parece mucho. Solo es viable si piensan que sus hijos, que serían los ciudadanos, además de irresponsables son bastante pelotudos.

Y sobre esto último la verdad que me quedo reflexionando, porque quizás tienen razón.





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sábado, 3 de abril de 2021

En voz alta


Siempre pienso en la posibilidad de medir las palabras, morderme los labios y mirar para otro lado ante la decadencia que se manifiesta en los hechos que fueran.

Pero me recuerdo de inmediato que el espíritu acomodaticio de los pusilánimes es detestable, indigno.

Vergonzoso.

Y es el verdadero culpable de los desbarajustes, los retrocesos, la decadencia de las circunstancias en que vivimos y la aparición de seres menores, mediocres y farsantes que circunstancialmente pueden ocupar cargos de relevancia y dirigir la batuta. Propiciando los atropellos más perjudiciales que se puedan ocasionar y contribuyendo sin pausa a arruinarlo todo, impulsando por ejemplo a ciudades o países notables a situaciones penosas que terminan degradando la vida de los ciudadanos y de ellos mismos, aunque se recluyan en las fortalezas que fueran.

Porque tarde o temprano tienen que cruzar la calle o ir al Kiosco.

O donde fuera.

Y en esos momentos de apariencia intrascendente pero de casualidades relevantes pueden jugarse la vida sin siquiera percatarse de ello.

Por eso prefiero alzar la voz aunque sea insignificante y contribuir para aportar una minúscula pero determinada incidencia tendiente a no convalidarlo todo y a ajustar el mundo desbarajustado.

Nada es peor que ser cómplice del despropósito.

Basta de mediocres, ignorantes y farsantes que no se juegan ni por sus convicciones.

Basta de simuladores que no saben ni quienes son porque se extravían en ellos mismos.

Basta de parlanchines con aspiraciones a ofrecer discursos memorables sin haber leído siquiera uno o dos libros. Burdos cacareantes de poca monta cuya destreza principal en la oratoria es el ejercicio de la bravuconada.

El hábil uso del golpe bajo y pernicioso.

La antítesis de los legisladores notables que supieron enorgullecer a nuestro querido país.

La sociedad tiene mucho que aportar para suplantar a los personajes menores y decadentes por gente que aspire a un futuro que sea digno para todos.

Los peores alumnos del colegio no pueden ocupar cargos directivos.

El entusiasmo por glorificar la pobreza, y las políticas incentivadas por el resentimiento y la envidia, solo construyen penurias, desempleo y más pobreza.

Hay que dejar de admirar el fracaso para dejar de construirlo.

No está bueno ser pobre ni hay ninguna virtud en eso.

Basta de propiciar el pobrísimo, de hacer creer que menos es más.

Admiremos y alentemos el éxito para vivir en un país mejor.





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