sábado, 26 de enero de 2013

Ajusticiar


La escritura sirve para ajusticiar.

Eso leí el otro día.

Estaba inmerso en un libro cuando encontré el concepto. El autor explicaba que sus libros eran actos de ajusticiamiento. Que los hacía para ajusticiar a sus enemigos.

No voy a decir quién es el pistolero. Ni explayarme en los detalles de sus propósitos. Eso me haría caer en la figura de “delator” o bien en la etiqueta de “alcahuete”.

Dos manchas innecesarias, que no se corresponden con mi personalidad.

En cualquier caso el autor despertó mi reflexión. Porque yo también he ajusticiado con algunos escritos, aunque el ajusticiamiento nunca fue el fundamento de mi escritura.

Recuerdo ahora “los mediocres”, “la chusma” o “una vida para Pérez”. Aquellos textos fueron en verdad ejecuciones precisas, certeras. Elevé el arma de la escritura, apunté y apreté el gatillo.

Creo que di en el blanco.

O, al menos, pasó cerca.

Uno ajusticia para liberarse de molestias, creo. Para decirle al otro lo tonto que es. Para despertarlo o alinearlo con nuestras expectativas.

Ajusticia también para hacerse respetar y establecer delimitaciones a intromisiones inoportunas.

Y por tantas otras razones bien fundadas.

Pero el ajusticiamiento debe ser un atisbo de otras intenciones más saludables. La escritura no puede sustentarse en aniquilar al otro.

El propósito tiene que ser loable.

De manera que, si cada tanto uno hace algún disparo, debe ser solo para liberar cierta emocionalidad que lo perturba.

Cuyo efecto recomponga el mundo a nuestra voluntad.

No creo que sea saludable transformarse en un pendenciero.



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Escribo


Yo escribo para liberarme un poco de mí, entender cómo son las cosas, descubrirme y entretenerme.

Para eso creo que escribo.

Seguro que para muchas cosas más. Pero ahora, en este momento, se me ocurre decir eso. Creo que es bastante cierto, por no decir así enfáticamente, que es cierto del todo. A pesar de que algo se escape.

No sé bien qué se puede escapar, porque ahí creo que está la esencia del propósito de escribir. El meollo que energiza el acto. Es decir, lo que lo motiva.

Lo impulsa.

Aunque también escribo para desacartonar, o desacartonarme. Volverme más flexible, menos prejuicioso.

Más lúdico.

Eso sí que es así, escribo para desempaquetarme de algún modo.

Es buena esa palabra, debí usarla más seguido.

Y no solo desempaquetarme a mí mismo. Lo que me más me entusiasma, es intentar desempaquetarlo al otro. Al lector, que es siempre un buen compañero.

Pero no a cualquier lector.

Del que me encargo especialmente. El que realmente genera interés en asistirlo con un proceso de desempaquetamiento, no es un lector cualquiera.

Claro que no.

Es el que visualizo como más prejuicioso. Más acartonado.

Aquel que es preso de sus prejuicios y se niega a la escucha.

La escucha del otro. Porque le cuesta permitirla.

Solo se regodea o trasunta, esa palabra también me gusta. Solo trasunta su propia escucha. Queda inmiscuido en su forma de ver las cosas. De visualizar el mundo.

Por eso creo yo que también escribo. Escribo para provocar al lector prejuicioso. Con la expectativa de despabilarlo.

Avivarlo.

Sin hacerlo enojar.

Pero si me va bien y logro divertirme, creo que en algo lo movilizo.

Entonces me quedo contento mientras me pregunto cuál será mi próximo escrito.




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Me gusta


He notado que la gente no aprieta fácilmente “me gusta”. Hay una suerte de reticencia que delimita el clic.

Ese chispazo capaz de alegrar al otro, que tuvo la generosidad de compartir algo para los demás.

Una foto, frase, pensamiento, video…

Algo.

El clic llega. Cada tanto.

Incluso a veces parece desencadenarse y acrecentarse en una suerte de reafirmaciones constantes.

Pasa de uno a dos. A diez, a veinte. Y no se detiene.

Otras veces queda recluido y agazapado.

Como si ostentase timidez.

En soledad.

Resiste.

Hasta que alguien comete el acto que lo devuelve a la vida.

Aprieta para reafirmarlo.

El breve acto elucida más de lo que aparenta. Traspasa al ser de un mundo de indiferencia, mezquino y precario. A uno de amor y generosidad.

Con un clic.

Ese mínimo detalle o acción poco trabajosa no es neutral. Genera sus efectos y produce una incidencia emocional.

Alegra a quien compartió el contenido.

Y hace el mundo más lindo.



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martes, 22 de enero de 2013

Compañeros Motociclistas


No es que esté viejo, sino que tengo la energía orientada a mejorar la calidad de vida. No solo la propia, también la de mis semejantes.

Sé que puede sonar pretensioso y provocar ciertas sospechas. Quizás porque viene de mi parte y no suelo reclutarme en las grandes causas colectivas.

Eso es lo que puede provocar la duda. El desconcierto de alguien que me ve ahora involucrado en el propósito, con la determinación de contribuir cabalmente al bien común. A la mejora de vida de todos, grandes, ancianos, niños.

Cuando digo, todos. Es porque eso es así. El beneficio no se reduce a un individuo o a un grupo en particular.

Todos, es todos.

Por eso tal vez me dejo tentar por la causa y proponer por fin de una vez la reducción del ruido de las motocicletas.

No sé si esto debería solicitarlo para Pringles o extender la intención para cubrir todo el territorio nacional.

Hoy estoy en Pringles y quizás por eso me detengo en esta ciudad. Observo las complicaciones y problemáticas que el ruido innecesario de motos ocasiona.

Es por ello. Digo, ello, porque suena más solemne. Es por ello que les pido a mis colegas motociclistas que en un acto de arrojo y grandeza cedan a la tentación de hacer tronar sus rodados con un ruido superior al necesario.

En general, esto creo que debemos reconocerlo todos. En general son gente adulta, de más de 18, quienes manejan las motos. Saben bien que no tiene sentido excederse en el ruido ni acelerar con la intención de hacerlo notar.

Ya todos estamos grandes para caer en semejante pantomima, que no debiera inmutar a ninguna señorita.

Si alguien piensa que el rugido bravucón de una moto puede conmover a una chica, creo que se equivoca.

Nadie es tan tonto como para caer en los brazos de un muchacho motoquero por una acción sonora desmedida.

Por lo cual, además. El ruido movilizado por una expectativa irracional e infantil, no conmueve a nadie.

Implica solo una molestia para la vida cotidiana.

Digo esto para llamar a la reflexión. Con las disculpas respetuosas de los pilotos locales, que pueden disentir por supuesto con la petición de que reduzcan la molestia sonora en mi querido Coronel Pringles.

Que las motos hagan solo el ruido que deben hacer.

Martes 22 de enero, 20.40 horas.




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Mentiroso


El mentiroso suele ser una persona adorable. Encantadora en algún sentido.

No siempre es así, claro. Muchas veces es boludo, torpe, ingenuo.

Suele faltarle la habilidad que le da destreza a la mentira. Esa capacidad de empaquetamiento que algunos embaucadores tienen.

El buen mentiroso es más hábil, más astuto. Sabe transitar los recovecos de sus entuertos. Resiste la duda y sale airoso de ella mientras elude la evidencia.

No cualquiera ejecuta ese conjunto de habilidades que le permite quedar impoluto ante la sospecha.

Hay grandeza en ese acto, que uno puede advertir meritorio y mirar con simpatía.

De ahí debe provenir cierto encanto. De observar la habilidad que ostenta algún profesional de la mentira.



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jueves, 10 de enero de 2013

El Campeón en El Ateneo

Fue una alegría encontrar mi libro tan bien exhibido en El Ateneo Grand Splendid, la librería más famosa de Buenos Aires.






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domingo, 6 de enero de 2013

Persistir o Perseverar


Debería detenerme frente al diccionario. Ir a ver que dice sobre persistir y luego sobre perseverar.

Debería hacer una pausa y poner la máxima atención.

Ajustarme así a la disposición vigente. Mientras ejerzo una suerte de disciplinamiento.

Como un buen alumno que se ajusta a la norma.

Forma fila y canta aurora.

Aunque es posible que no se cante más aurora. Ni se ice la bandera.

Eso debe ser de otra época. Supongo.

Tampoco sé.

Habría que preguntarlo, indagarlo.

Ahí no estaría el tema del diccionario. Porque el diccionario dice significados. Establece cómo es el mundo simbólico. Hasta donde van las palabras. Que les corresponde y que no les corresponde.

Delimita.

Revela y determina lo apropiado.

Que se ajusta al término y que no.

Más allá de rebeldías, transgresores o ignorantes.

Personas que tergiversan, insisten.

Muchas veces con la intención de darle cierto significado a una palabra inadecuada para ese propósito.
Pero eso muchas veces no importa, porque el uso es relevante.

Claro que lo es.

Uno empieza a decir una palabra para relatar cierta cosa. Entonces otro que lee poco o no consulta el diccionario, la empieza a escuchar.

Luego alguien más sigue con la escucha. La palabra le suena.

Y así va.

La dijo un irresponsable y es inadecuada.

Es decir, desalineada con la disposición vigente. La honorable Real Academia Española.

Que para algo está.

No?

Para encauzar a los desalineados. Preservar el lenguaje e impedir el mal uso de los términos.

Será por eso mejor que antes de escribir cualquier pavada, basada en cualquier lícita suposición.

Me detenga.

Vaya a la fuente a ver cómo son las cosas.

Y luego vuelva, sobre la persistencia, la perseverancia.

O lo que fuera.




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miércoles, 2 de enero de 2013

Yo no fui



No fue.

Claro que no fue. El no fue. No sé por qué se lo acusa. Se lo indica como el responsable de haber cometido el acto.

El ejecutor.

Pero no. No fue.

Mira con cara de desconcierto. Parece confundido en sí mismo.

Es claro, si no fue. No fue.

Ahí debería parar la cosa. No sé por qué se lo mira clavándole los ojos. Como diciéndole, rendite.

Hacete cargo.

Todos los indicios apuntan a lo evidente.

Y en ese lugar.

Justo en ese lugar.

Estás vos.

Eso dicen los ojos. Dicen que está. Que es el tipo el que está comprometido. Muy comprometido.

Que solo falta la evidencia final. La determinación que aniquile los mínimos vestigios de duda. Para alcanzar veredicto.

Eso es así.

Si todo indica que fue. Fue.

Punto.

Que tantas vueltas. Piensa el acusador. Se cree que soy boludo. Que no me doy cuenta…

Pero el otro no siempre es. Aunque a veces quede enredado en hechos difusos, que terminan señalándolo.

Apuntándolo como si fuera él y nadie más que él.

Todo esto ocurre muchas veces de manera certera. Es decir, a veces se le apunta al tipo y el tipo fue. No cabe dudas que fue.

Más allá de su desconcierto o actuación.

El tema es que muchas veces se comete injusticia y se señala al inocente.

Y si el tipo no fue.

No fue.




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