martes, 18 de septiembre de 2018

¿Cuánto valen las cosas?



Diego me dice que esa bici es mejor que la otra. Luego que esta es mejor que la anterior porque tiene ciertas cuestiones que la anterior no tenía. Y esta otra es superior por otros motivos que muy bien comenta. Aunque esta siguiente es todavía mejor porque tiene tales o cuales cosas que son superiores. Y esta otra que le sigue ya es lo mejor de lo mejor....

Lo acompaño asombrado mientras recorremos su local porque son todas bicis de la misma marca. Y nunca hubiera pensado que una bicicleta podía valer desde dos mil pesos a más de cien mil.

Tampoco que cada una se las ingenie para superar a la anterior y justificar el nuevo precio, con cuestiones que parecen menores pero deben ser lo suficientemente tentadoras como para que el cliente esté dispuesto a sacar unos cuantos pesos más de su economía y los deje sobre la mesa del bicicletero.

Pero habría que ser justo y decir que una bicicleta superior logra justificar su precio mayor por las prestaciones, con lo cual el cliente puede comprar confiado y permitirse ascender a la cima del mundo bicicletero sin ningún riesgo de ser estafado.

Según parece observarse con absoluta claridad. 

Porque hasta el cliente más desconfiado puede advertir con sus propios ojos que esa cosita o cosa que tiene la bicicleta de la gama superior es claramente mejor que esa cosita o cosa que tiene la bicicleta inferior.

Por eso quizás lo único que debe disernir es hasta qué precio le conviene pagar para justificar esa erogación y no ser robado de inmediato en el espacio público.

Con lo cual advierte que la bicicleta debe ser casi típica y lo más conveniente es que pase desapercibida.

Pero se lamenta porque la otra bicicleta es claramente mejor y tendría todo el derecho a comprarla y usarla tranquilamente si no fuera porque siente que puede ser apuñalado impunemente por un loquito de turno, aunque parezca mentira.

Y entonces le viene a la mente lo que le pasó al destacado economista que sufrió un evento de esas características que casi le hace perder la vida.

-Cuál te parece entonces Juan? -pregunta Diego mientras me mira con atención y aguarda la respuesta.

-Con esta creo que está bien.








Leer Más...

jueves, 13 de septiembre de 2018

El Hombre enojoso



Nada me inquieta más en los últimos tiempos que ver al hombre enojoso reaccionar ante las situaciones cotidianas que se le presentan. Lo observo desde el silencio como arremete sin miramientos para encauzar el mundo que en algún aspecto se muestra desalineado.

Entonces incide, a veces con furia o vehemencia. Con la convicción de que lleva la verdad a cuestas y debe hacerse cargo de las situaciones injustas que emergen, se insinúan o imponen. Cosa que hace que el hombre enojoso en muchas oportunidades se repliegue para tomar aire y volver a la carga, con una actitud irrenunciable por sostener la lucha para lograr sus propósitos.

Creo que esos espíritus enojosos y rebeldes son muchas veces una bendición para todos. Porque la actitud combativa lleva a incidir sobre la realidad para transformarla, en vez de convalidarla en sus peores aspectos, con posturas de resignación propias de la falta de empeño que revela el ser acomodaticio.

Por eso creo que los economistas, ciudadanos o periodistas combativos que tienen buena fe merecen la mayor admiración. Aun cuando a veces puedan estar equivocados o enredados en sus abstracciones.

Pero si luchan por sus convicciones con honestidad intelectual, merecen ser respetados.

Son ellos los que inciden para transformar la realidad y construir un mundo mejor.

Asumiendo peleas que muchas veces ofrecen contra uno o contra todos.

Situación que los hace más admirables.

En la vereda de enfrente transitan los mediocres que miran para otro lado, con una actitud burda que solo honra el espíritu pusilánime de quien cree en la comodidad que ofrece la cobardía.





Leer Más...

viernes, 7 de septiembre de 2018

¿Qué decir?


Si no fuera porque decir lo que uno piensa de manera innegociable traería presumibles problemas, andaría por la vida abriendo la boca sin ningún miramiento.

Nada suele ser más saludable que liberarse y decirlo todo ante los hechos que acontecen.

Pero el problema es que si uno se deja caer en la tentación de hablar con voz grave corre el riesgo de sufrir las consecuencias.

Así que no es fácil esto de decirlo todo, sobre todo y todo el tiempo.

Uno administra sus palabras, sus dichos.

Anda con cierto resguardo para evitar enloquecer a la fiera.

Pero cada tanto o con frecuencia, se permite abrir la boca y poner la palabra sobre la mesa.

Lo hace con la convicción de que puede incidir en la realidad, cambiar las circunstancias o transformar el mundo.

Lo hace porque quiere ser consecuente con uno y no traicionarse a sí mismo.

En el otro extremo hay gente que se traga siempre las palabras para recluirse en los recovecos de los acomodaticios.

Resguardados en los rincones del silencio nunca corren ningún riesgo.

Solo el de atragantarse con lo que quisieran decir y no dicen.

Pero yo sospecho que esas palabras que no dicen en verdad los indigestan.

Es insano vivir callando siempre lo que pensamos.

Por eso no entiendo a los que nunca dicen nada. A los que siempre miran para otro lado.

A los que nunca se juegan por nada. 





Leer Más...