viernes, 7 de septiembre de 2018

¿Qué decir?


Si no fuera porque decir lo que uno piensa de manera innegociable traería presumibles problemas, andaría por la vida abriendo la boca sin ningún miramiento.

Nada suele ser más saludable que liberarse y decirlo todo ante los hechos que acontecen.

Pero el problema es que si uno se deja caer en la tentación de hablar con voz grave corre el riesgo de sufrir las consecuencias.

Así que no es fácil esto de decirlo todo, sobre todo y todo el tiempo.

Uno administra sus palabras, sus dichos.

Anda con cierto resguardo para evitar enloquecer a la fiera.

Pero cada tanto o con frecuencia, se permite abrir la boca y poner la palabra sobre la mesa.

Lo hace con la convicción de que puede incidir en la realidad, cambiar las circunstancias o transformar el mundo.

Lo hace porque quiere ser consecuente con uno y no traicionarse a sí mismo.

En el otro extremo hay gente que se traga siempre las palabras para recluirse en los recovecos de los acomodaticios.

Resguardados en los rincones del silencio nunca corren ningún riesgo.

Solo el de atragantarse con lo que quisieran decir y no dicen.

Pero yo sospecho que esas palabras que no dicen en verdad los indigestan.

Es insano vivir callando siempre lo que pensamos.

Por eso no entiendo a los que nunca dicen nada. A los que siempre miran para otro lado.

A los que nunca se juegan por nada. 


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