jueves, 31 de diciembre de 2020

2020


Podría ensayar una enumeración de hechos que revelen con mayor o menor precisión mis aconteceres relevantes de 2020.

Y podría a la vez referirme a las cuestiones de orden público que en mayor o menor medida conocemos todos y marcaron para siempre este bendito o maldito año.

No voy a hacerlo.

Lo primero porque no me gusta subir al escenario y que me apunten las luces.

Protagonista con candilejas no.

Lo segundo porque me aburre antes de comenzarlo.

Entonces para serles absolutamente sincero, para serles realmente franco, no sé qué escribiré. Aunque como siempre, tengo fe.

Los párrafos se abren camino ante el escriba que avanza decidido y la escritura es esencialmente generosa con quien la respeta y se brinda a jugar con ella.

El 2020 como cualquier año no depende de lo externo, depende de nosotros mismos.

Pero...

No hace falta decir que tal o cual cosa es claramente negativa, un despropósito o una calamidad.

Que la vida ha cambiado quizás para siempre.

Y brindarse a fundamentar con razón la perspectiva.

Eso ya lo sabemos, nada novedoso trae.

Pero el año no depende del afuera, depende de uno mismo, de sus creencias y su capacidad para crearlo.

Uno puede derrumbarse en el sillón, caer en la depresión y aquietarse en la inacción que aduce los malos tiempos para justificar el fracaso o comprender la desdicha.

Pero puede también saber que somos tiempo y lo de afuera que se impone es lo que nos toca, no lo que nos determina.

Eso habilita a la acción, a hacer camino, a honrar la existencia.

No hay que renegar y maldecir las cartas echadas. Hay que agarrarlas y jugarlas.

Así que no me vengan a mí a lloriquear como seres incapaces e imposibilitados gritando a los cuatro vientos que el 2020 fue un año de mierda.

Para muchos claro que lo fue, de eso estoy seguro.

Pero no fue así para todos.

Para quienes no se dejaron determinar por las circunstancias externas ni sucumbieron en la negatividad, siguieron haciendo camino, y se comprometieron con la acción que conduce a resultados que crean la realidad...

Para muchos de ellos, que construyeron sus días, fue un año bueno.

Muy bueno.

O extraordinario.





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miércoles, 30 de diciembre de 2020

La suposición


Toda suposición carece de sustento para sostenerse de manera irrevocable, como si fuera una certeza indiscutible.

Porque a la suposición se le escabulle siempre la verdad.

Se le escurre entre los dedos por más empeñosa que fuera.

Suponer es de algún modo un arte más o menos respetable pero en cierto punto fallido.

Hay suponedores de todo que despliegan síntesis sobre los temas más diversos y concluyen en verdades propias que parecieran ser hechos verídicos inobjetables.

Cuando son suposiciones que cualquiera que las observe un poquito sabe que están enclenques.

No se sostienen ante cualquier pregunta espontánea que requise la verdad.

El peligro de ese tipo de suponedores no sólo los atañe a ellos que viven engañados con mentiras que asumen como verdad. Atañe también a los otros.

A quienes les creen las cuestiones que sean.

Y ya sabrán ustedes a esta altura que la Chola no estaba embarazada. Ni José se estaba haciendo la de America en una carrera memorable que lo empalagaba de riquezas.

Ni el médico cometió ese desatino. Ni Pedrito anda en cosas raras.

Y ya hemos comprobado alguna vez que lo que pensábamos y estábamos convencidos no era cierto.

Para ver la verdad, hay que liberarse de las suposiciones, cerrar los oídos a la chusma y mirar los hechos.

Es importante esto para recordarse uno que puede sufrir las trampas de la propia suposición.





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martes, 29 de diciembre de 2020

El futuro


A los chicos muchos grandes los instan a instalarse en un futuro que está elocuentemente ausente. 

¿Qué vas a hacer cuándo seas grande?

La pregunta los arrastra hasta una vida que no está y se proyecta lejana. El chico recibe la inquietud ajena y si se dispone a responder acepta el juego.

Sale del presente para presagiar un futuro o confesar una intención.

No sé qué consecuencias tendrán esas lógicas. Tampoco si la pregunta es todo o son recurrentes circunstancias que podrían tener similares implicancias. Si estas son cuestiones irrelevantes o generan alguna influencia para que la persona salga de la vida presente, palpable y concreta, y se instale en la mente, dispuesta al mundo de la abstracción.

Aunque en verdad, nadie lo sabe. A lo sumo se sospecha. 

En cuestiones humanas siempre resultan excesivas y pretenciosas las determinaciones que fueran, por más bien intencionadas que sean las supuestas verdades.

Cualquier estudio o investigación puede orientarnos, marcar algunas precisiones o aseveraciones respetables y efectivas.

Pero verdades absolutas e irrevocables, no.

Cada persona es un mundo.

Juan es Juan, y Pedrito es Pedrito.

Me pregunto por la implicancia que tendrán ese tipo de preguntas para impulsar a los niños a lo abstracto y sacarlos del mundo concreto.

Quizás es bueno estar alertas y al menos inquietarnos por las injerencias que pueden tener ciertas preguntas, tendencias y lógicas.

La inquietud surge al corroborar con recurrencia los beneficios de vivir cada día, cada hora y cada minuto.

Por eso sacar a los niños de sus mundos presentes para impulsarlos hacia el futuro, es un tema.

Si van adoptando la nueva lógica y creen en el futuro más que en el presente, tienen riesgo de irse muy lejos, extraviarse en intenciones que no están y perderse el mundo que habitan.

Conozco muchos grandes que se alejaron mucho del presente sobrejerarquizando el futuro.

Cuando ocurre eso, creo que es peligroso.

No sé si se puede volver.





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domingo, 20 de diciembre de 2020

Intríngulis


No sé bien qué es intríngulis y quizás debiera averiguarlo. Googolear en un minuto y sacarme la duda. Leer con atención la definición y luego estimar si estuve cerca, medio lejos o si di en el blanco.

La definición de la RAE siempre es el veredicto. La palabra última y definitiva.

Y si bien uno puede indisciplinarse, disentir o discrepar por decisión propia, lo establecido por la RAE es lo que más o menos nos ordena y quizás por eso cuenta con tantos adherentes y el beneplácito quizás de una inmensa mayoría.

Cosa que uno podría suponer pero no estimar ni mucho menos asegurar salvo que ingrese por decisión propia en el terreno del palabrerío, muchas veces escabroso y empantanado, pero en apariencias interesante.

Así que más vale soltar la palabra que replegarla.

Intríngulis sería como una situación escabrosa donde queda uno como maniatado, encerrado en una suerte de jaque mate irrevocable.

Si a uno lo intríngulan está verdaderamente jodido, aunque siempre le queda la queja, la protesta, el enojo fundado que puede explicitarse con mayor o menor solvencia.

Pero si es intringulado, su suerte en principio está hechada y no puede esperar nada bueno de la situación.

Lo que puede hacer además de quejarse y maldecir el mundo, es declararse en rebeldía y desconocer el intringulamiento por carecer de legitimidad, constituir un verdadero despropósito y una elocuente trampa que invalida en esencia la sana reglamentación del juego.

Solo con esa actitud antagónica con la sumisión y el disciplinamiento de la tibieza, puede el ser intrangulado preservar su dignidad, respetando sus derechos para que no destrocen caprichosamente su mundo.

Caso contrario quedará el hombre intrangulado con las previsibles consecuencias negativas y perjudiciales que todo intringulamiento conlleva.





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lunes, 14 de diciembre de 2020

El hombre negativo


Todo va para peor. No se puede esperar nada bueno.

Los tontos avanzan de manera indeclinable y la realidad se transforma zonzamente.

Todis.

Nada bueno se puede esperar de la idiotez, solo el despropósito y los elocuentes resultados que entrega la zoncera.

Todo va para peor.

Manejan sin frenar en las equinas. Cruzan la calle de espaldas a los autos. Hacen cagar a los perros en las veredas y parques, y se van con cara de pelotudos.

Sigue...

No hace falta enumerar las cuestiones que fundamentan la decadencia y el declinante proceder de muchos semejantes.

Cada uno puede hacer su lista y en caso de que le resulte pequeña, vea un poco las noticias o salga a caminar y amplíela hasta que tenga ganas.

Y si espera un final feliz de este humilde escrito que revela lo esencial del hombre negativo, está equivocado.

El galán esta vez no se va con la doncella. El mundo no se arregla al final, termina igual o peor de destruido.

Queda lamentablemente usted con las manos vacías. No espere nada.

Ni siquiera un premio consuelo.





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sábado, 12 de diciembre de 2020

El hombre depresivo


Es cierto que nos habitan distintos hombres y que debemos estar atentos a la injerencia y preponderancia de ellos.

Debido a la conveniencia de advertirlos y de alguna manera disciplinarlos, hacemos bien si estamos atentos, con el propósito de que no se pasen de la raya y terminen arrastrándonos a circunstancias o situaciones anímicas tan improductivas como indeseables.

Es por eso que hay que estar expectantes, alertas. Distraídos quizás en los procederes de la cotidianidad que fueran, pero en guardia.

Si nos dejamos estar o nos desatendemos de cualquier indicio o avance de uno de los hombres que tenemos dentro nuestro, podemos ocasionarnos serios perjuicios y terminar maniatados a situaciones que no nos benefician.

Eso hace que estamos alertas al hombre depresivo que suele estar al acecho y quizás no pierde la posibilidad de manifestarse. Si no lo percibimos, si estamos desatentos, puede avanzar sigiloso primero y luego imponerse con determinación innegociable.

Ese es el riesgo.

De ahí que conviene mantener la guardia, con la intención de que si va a proceder, no encuentre terreno fértil y allanado para arrastrarnos a sus propósitos. Porque si avanza sin darnos cuenta y se despliega sin titubeos podemos quedar entrampados.

Sin ganas de hablar, movilizar el cuerpo, ni hacer nada productivo que en síntesis revele con las circunstancias que fueran la extraordinaria dicha de estar vivos.

De manifestarnos en la existencia.

No quiero decir que hay que taparse los ojos y oídos para cerrarle de una vez y para siempre la puerta en la cara al hombre depresivo.

Tal vez, si golpea, abrir un poquito la puerta sirve para escucharlo.

Seguramente algo quiere decir, sobre algo advierte. Hay alguna cuestión quizás menor o mayor que merece ser atendida, que reclama decisiones más o menos importantes. Y requiere ciertas determinaciones para construir una nueva realidad.

Pero no se trata de quemar todas las naves. Poner un punto final a cada uno de los párrafos de la vida.

Quizás algún punto final hay que poner, pero no a todo.

Tampoco hay que dejar doblegarse y quedarse callado. Tirándose en el sillón como un hombre vencido.

Lo mejor es estar vigilante y escuchar desde el primer momento en que el hombre depresivo quiere expresarse. Ver si en verdad tiene algo oportuno para decir, que requiera análisis y reflexión.

O solo quiere salirse con la suya y arruinarnos.

Estemos atentos.




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lunes, 7 de diciembre de 2020

Palabras gastadas


Nadie lo advierte pero las palabras se gastan. Se estropean.

Pierden fuerza, valor, sentido.

Nadie escapa a esa condición y está siempre sujeto a que sus palabras se vayan menguando hasta gastarse de manera más o menos definitiva.

Cuidar la palabra es el principal reaseguro. Soltarla de manera impulsiva o imprudente es el acto más riesgoso. Porque se la lanza sin mayor racionalidad y sustento, exponiéndola a las degradaciones propias de cualquier circunstancia que facilitan la aparición de la inconsistencia sobre las mismas.

Hay cuestiones que son fáciles de observar pero a veces no se advierten. El uso excesivo de la palabra puede hacer que la persona pase de ser retórica a ser parlanchín. Entonces esa sucesión de palabras interminables van erosionado la fuerza de lo dicho y degradan las posibilidades de la voz.

Ser parlanchín es otro riesgo.

Tentados por los aplausos, las loas, el ego que reclama reconocimiento, más de uno abre la boca o se lanza a los medios con voluntad indeclinable. Si no maneja bien la situación y adquiere la habilidad de la pericia en el habla, reitera, se enrosca, da vuelta una y otra vez en lo ya dicho, y la voz interesante y novedosa que conllevaba quizás elucidaciones destacables, se va degradando por efecto de la reiteración y la recurrencia.

Dice siempre lo mismo.

Pero quizás la palabra que más se gasta es la que tropieza con la inconsistencia una y otra vez. La lleva siempre el ser acomodaticio que tiene la malsana habilidad de orquestar las palabras para la ocasión.

Le dice a cada uno lo que quiere escuchar.

O a cada público lo que quiere escuchar.

Luego se da vuelta, y si se encuentra con una audiencia distinta, sin sonrojarse ni ponerse colorado, vuelve al escenario a hablar con la determinación de quien quiere mostrarse convencido. 

Y dice con igual ímpetu lo contrario a lo que decía.

Hace ademanes, grita. Es capaz de jurar y perjurar.

Pero en esa instancia donde la evidencia revela las contradicciones insalvables, el habla por más estridente que fuera carece de posibilidades, porque se elocuencia ajena a la verdad.

Cuando la palabra se gasta la voz es una catarata de sonidos que sólo hacen ruido.

Pero para quien escucha, nunca dice nada.







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domingo, 6 de diciembre de 2020

Un ejemplo

Quienes dicen que tal o cual no fue un ejemplo tienen la pretensión de alinearlo, reducirlo a expectativas propias y determinarlo a cierta moral y buenas costumbres que suponen que deberían ser honradas.

Pretenden que el otro se encause, se alinee, se doblegue a los designios y caprichos ajenos.

Quieren marionetas que releguen su autenticidad para entregar su propia vida.

Si el otro se reduce y adoctrina, todos contentos.

Es uno más, no uno distinto.

Así la mediocridad, la falta de valor y las deficiencias para vivir se notan menos. Situación que permite a cualquier pretencioso de orquestar la vida ajena, morirse en paz.

Tonto consuelo.

Por suerte las personas notables siempre se evaden de la mirada ajena y sobrellevan cualquier reprimenda que puedan sufrir, porque el otro con su inseguridad manifiesta no para de caerle en cima al díscolo o rebelde que solo vive su propia vida.

Hace poco falleció un ser notable y querible que llenó de alegría el corazón de los argentinos. Era auténtico, jovial, lúcido.

Memorable.

Algunos desfachatados decían que no era un ejemplo. Pero se equivocan, fue un ejemplo de vivir con intensidad y pasión la vida.

De honrar la autenticidad de su propio ser.

No creo que haya que evaluar a las personas ni pensarlas en términos de ejemplos. Pero si quieren un ejemplo valioso, ahí lo tienen.

Nunca lo olviden.





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jueves, 26 de noviembre de 2020

La confianza


Siempre tengo confianza, sobre todo cuando reduzco al mínimo las posibilidades de que me jodan.

Cuando ando distraído o confiado en exceso es cuando corro riesgos y posibilito que cualquiera me embauque, me trampeé y se aproveche de mi buena fe.

Ocasionando el perjuicio correspondiente que fuera.

Por esa razón y porque no me gusta generarme problemas que puedo no tener, es que elijo andar sigiloso.

Miro para los dos lados.

Advierto situaciones escabrosas, propias del ser que cree en el engaño y lanza la trampa para que caigamos en ella.

El riesgo es el paso en falso que en general se puede producir cuando no hay de que agarrarse.

Solo de promesas, aseveraciones más o menos persuasivas y hasta juramentos de carácter inquebrantable que aportan en el mejor de los casos personas con buena fe.

Por eso ante esas disyuntivas de la vida, donde se juega el eventual engaño, uno debe saber si está dispuesto a beneficiarse con las promesas entusiasmantes del acuerdo que fuera o bien prefiere preservarse de ese beneficioso futuro inigualable que al mismo tiempo supone la aparición de notables dolores de cabeza.





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domingo, 22 de noviembre de 2020

La decisión

Desde hace años pienso que uno es el resultado de la calidad de sus decisiones.

Si no fuera por esa creencia tal vez viviría más impulsivamente, sin titubeos y enroques a veces quizás innecesarios.

Puedo aducir que los enrosques medidos y razonables son convenientes y beneficiosos. Pero algunas vueltas de más pueden llevar a zona de riesgo y quedar enredado o intrincado entre tantas volteretas.

Eso no quita que ante cualquier disyuntiva de la vida uno deba detenerse y pensar. Analizar toda la información presente y presagiar los distintos escenarios que pueden producirse a partir de la decisión.

Cualquiera que piensa bien lo hace.

Observa, analiza, proyecta las consecuencias de las eventuales decisiones, mira la realidad futura.

Se pregunta qué otras situaciones se presentarán. Y advierte en esa instancia qué haría al respecto.

Iniciando por supuesto el mismo proceso y volviendo atrás o hacia adelante las circunstancias que se producirían, que aún viven en la imaginación proyectada, y que se corroborarían en la realidad.

Cuando uno demora mucho también decide.

No quería dejar de apuntar esto para recordármelo. Debe ser cierto eso que a veces dicen que se escribe para uno.

En realidad no sé si a veces lo dicen.

Pero siento que escribo para mí más de una vez. Escribo para entender, comprender, dilucidar y descubrirme.

Para aclarar lo difuso, poder decidir con mayor efectividad y construir una mejor vida. 

Mejores circunstancias. Más paz, plenitud, felicidad.

Sol, mar.

Playa.

Aire puro, amigos, vivencias inolvidables. 

Lindo año 2009, 2010.

Dos mil once, doce, trece, catorce…

La vida es la consecuencia de nuestra imaginación, nuestra capacidad de evolucionar, transformarnos y construir la realidad.

Lindo año 2015, 2016.

Uno es el resultado de sus decisiones, que construyen su vida.

Nunca somos más que lo que nuestra imaginación nos permite.

Lindo año el 17, el 18.

Lindos meses, lindos días.

No hay tropiezos, son problemas, graves.

Sí, ya sé que son graves.

Pero voy a hacer unos mates, mirar por la ventana.

Ver el sol.

Lindo año el 19, otro año más memorable. Que permitió meterle vida a los días, ser más, crecer, hacer lo que uno siente.

Buena oportunidad para construir la vida 2019, sus meses, sus días.

Uno decide cada año, cada mes, cada día.

Construye la vida con las decisiones que toma, aunque alguien se victimice y aduzca cierta vez con razón que la culpa la tiene el otro en las circunstancias que fueran.

Y sí, está lleno de idiotas, de mediocres.

Ya lo dije y lo escribí varias veces, hay que esquivarlos. Usar caso. 

Hay gente que cruza en las esquinas sin mirar, de espaldas.

Literalmente.

O sale un tonto en bici de una cochera sin mirar y te atropella.

Te puede matar sin que lo advierta.

Pero uno decide, por eso el casco, andar despacio con toda la previsión como siempre. Suponiendo que está repleto de tontos el espacio público y hasta caminando un zonzo nos puede matar si nos atropella porque anda como loco en bici, auto o moto. O mira para atrás mientras va corriendo.

Pobre la viejita, el hombre, el joven o el niño. Pobre el inocente que recibió la agresividad de la zoncera impúdica y traicionera.

Y sí, la vida es un riesgo que incrementan los tontos, pero hay que reducirlo todo lo que se pueda. Sin dejar de vivir.

De exprimir los días.

Nunca fumé un porro porque advierto los perjuicios y las dificultades de las adicciones. Siempre se aprende de la experiencia ajena.

Quizás por eso estoy a las vueltas. Nada es más difícil que cerrar mundos disfrutables. Y hacer que haya sido lo que es.

Mejor espero, no voy a vender la moto.





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sábado, 14 de noviembre de 2020

Un día a la vez

 

Voy a hacer una suerte de confesión con ánimo de contribuir para favorecer el sentido crítico y la reflexión inteligente ajena, influenciando de la manera más sana y positiva que pueda.

Para eso escribo.

Desde hace tiempo, con intención y la mayor convicción del mundo. Que aveces por supuesto está como reticente o dubitativa.

No siempre uno tiene claro lo que quiere decir.

Pero en este caso, sepan, lo diré todo. De manera clara y sencilla. Sin rodeos, titubeos, ni mayores preámbulos que retarden lo esencial para distraernos en lo accesorio.

Vivo un día a la vez.

Sospecho en principio que puede ser porque me estoy poniendo viejo. El viejo de alguna manera tiene mayor oportunidad de avivarse.

De darse cuenta.

Entonces si vivió con cierto espíritu curioso propio del aprendiz que quiere desentrañar la madeja, algo advierte. 

Primero sospecha, pero luego vislumbra.

Y finalmente ve.

Ve con una claridad que nunca podía advertir antes de la sospecha y que solo se vuelve evidente luego del entendimiento.

Por supuesto el entendimiento es dinámico, cambiante, impermanente.

Pero cuando aparece o emerge con toda la fuerza es funcional y efectivo.

Por eso es conveniente estar abiertos a esa suerte de elucidaciones finales que nos dicen que es por acá.

O por allá.

Y nos sirven.

Corroboramos, reafirmamos y sostenemos.

Es como el gimnasio en algún punto. 

Uno, dos. Uno, dos.

Advierto, corroboro, reafirmo.

Es así, de nuevo…

Hay que vivir un día a la vez para que no se nos escape la vida. Si ya se escaparon días, semanas o años, no importa.

No se escapa un día más.

Aunque debo desdecirme y aclarar que no hay que, nada. 

Cada uno debe hacer lo que quiere, lo que siente. Lo que dicta lo más auténtico de su ser.

O lo que se le antoje.

Quizás solo sugiero la conveniencia de vivir un día a la vez para celebrar que estamos vivos, honrar la existencia.

Y aprovechar el tiempo.

Vivir cada día es una oportunidad que conviene tomar. Tonto sería si la dejase pasar.




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jueves, 5 de noviembre de 2020

Nos vamos a morir..

 


Porque sencillamente nuestra generación o los contemporáneos han estado zonceando entre cuestiones de aparente urgencia de las cotidianeidades diversas y han desatendido drásticamente la determinación de resolver el tema más importante de todos.

La muerte.

Tonteando de alguna manera la finitud se encamina a doblegarnos a todos. 

Mientras levantamos un barrilete o miramos vaya a saber qué información vanamente importante pero en apariencias significativa, marchamos como corderitos hacia un final de nuestras vidas.

Sí, me quejo.

Pueden decir ustedes, ¿pero vos qué hacés para quejarte? 

Bueno, me quejo porque esa queja está de alguna manera en el radar de mis posibilidades. Me quejo porque creo en verdad en la queja como fuerza movilizadora para producir cambios. 

Y también me quejo, sepan ustedes, porque es fácil quejarse.

Mucho más difícil es enfrentar con convicción indeclinable el problema que fuera, poner manos a la obra y resolverlo. 

Y, si el objetivo no se alcanza, llegar hasta el mayor avance posible tendiente a solucionar lo que fuera y encaminar nuestras intenciones o caprichos hacia sus consecuciones finales.

¿Qué hay que hacer?

En mi convencida opinión hay que dejar un poco de ver la telenovela o los enredos de las urgencias diarias para centrarse en lo importante con ánimo de avanzar con toda la determinación del mundo y lograr por fin abrir cierta ilusión.

Ilusión que podría prometernos primero vivir doscientos años.

Y luego, vivir tanto como queramos. Jóvenes, lúcidos y fuertes.

Por supuesto, acá nadie está proponiendo que seamos viejitos con achaques imposibilitados de hacer deporte, andar en bicicleta, practicar el salto del tigre o discursear lo que fuera con cierta razonabilidad para que el espíritu crítico quizás mal intencionado, escuche o lea, y luego diga.

Miren las pavadas que dice ese viejo gagá.

Nada de eso, lo que necesitamos y debemos construir es la posibilidad de vivir primero muchísimos más años y luego eternamente.

Hagan ustedes lo que puedan, pero hagan algo.

Yo prometo no aburrirme ningún domingo, sea lluvioso o soleado.






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viernes, 30 de octubre de 2020

La palabra que incomoda


De manera antagónica con el acomodaticio, la palabra que incomoda rechaza el espíritu pusilánime y se enfrenta a la incomodidad que provoca.

Detesta la complacencia, la condescendencia y la vocación de chupamedias propia de seres que se degradan para obtener cualquier favor o privilegio.

Lejos de callarse y asentir cobardemente, la palabra que incomoda se pronuncia cada vez que lo considera necesario para transformar el mundo de forma positiva.

Emerge sin titubeos para inquietar, perturbar, hacer pensar.

Redefinir los cursos que complacientes y acomodaticios reafirmaban por cobardía, carencia de sentido crítico o mezquina especulación personal.

La palabra que incomoda jamás convalida el despropósito ni los caprichos desafortunados de quien en forma circunstancial pero en apariencias permanentes, dirige la batuta y corta el bacalao.

El hombre que libera la palabra que incomoda se respeta a sí mismo y se juega por quien es.

Tiene la dignidad que a los acomodaticios le falta.

No declina ante el poderoso, la mirada reprobatoria ni las prebendas que suelen premiar las actitudes condescendientes propias de quien ejerce de obsecuente.

Su actitud es constructiva y está centrada en transformar el mundo que fuera en forma positiva.

Molesta y perturbadora, es la herramienta esencial para lograrlo.

Por eso quien abre la boca para pronunciar la palabra que incomoda, la suelta cada vez que es necesario.




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miércoles, 28 de octubre de 2020

El hombre escéptico


Ya no creo casi en nada, ni en la verdad.

Una suerte de escepticismo irrevocable me tiene apresado. La negatividad me invade y la decadencia que percibo a diario la fundamenta de manera caprichosa e irrevocable.

Todo lo veo degradado, todo lo veo para atrás.

Podría escribir sin titubeos que el mundo es un despropósito por estos tiempos y el ser humano es una obra cada vez más errática e imperfecta.

Los atisbos de optimismo vienen por supuesto y los atrapo.

Obviamente que no todo está perdido. Bien podría seguidamente escribir algo antagónico con lo que vengo diciendo. Y desdecir cada uno de los párrafos.

No sé por qué se confía tanto en la decadencia, se ensalza y se glorifica.

Se milita sin pudor y hasta con orgullo.

Antes lo que estaba mal estaba mal y lo que estaba bien estaba bien.

El mayor despropósito de estos tiempos es que procuran hacer creer que lo que está mal está bien.

Y no, no está bien.

Lo que está mal, está mal.

Matar por ejemplo está mal pero hay gente que se enorgullece de eso y hasta milita para asesinar bebés.

El hombre escéptico en sus entrañas algo de razón tiene, se basa en la observación de las negligencias del ser que exhibe niveles de degradación inaceptables, aunque hay que ser justos y decir que el mundo no es una porquería.

Es tal vez la posibilidad de abandonar el escepticismo en base a un accionar inteligente que lo supere, con la expectativa de que el hombre ascienda a la virtud que parece haber abandonado.

Este cuento es lindo y al menos da ánimo.

Quizás es bueno leerlo cada tanto.




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sábado, 24 de octubre de 2020

Ensayo sobre el liderazgo


No puedo creer que gente tan inteligente se deje embaucar por pantomimas. Y menos que las estimule y fomente a fuerza de decisiones y beneplácitos que la alientan.

Lo sé desde chico, porque cuando alguien es curioso por naturaleza y sin querer queriendo quiere escrutar al ser humano con sus comportamientos, descubre lo evidente.

Lo ve todo.

Y eso siempre me ha inquietado por las consecuencias que tiene y la relevancia que termina teniendo en la cotidianidad de todos.

El tema creo que es más o menos así...

Hay un líder. Hay. Es decir hay uno que es el mandamás, el que lleva la batuta. Uno así hay en el vericueto que sea. Puede ser líder mundial o llevar la voz cantante del barrio, siendo una suerte de autoridad incuestionable que indica el camino.

Qué camino?

No importa, el que sea.

Ese tipo o tipa es el que manda, el que corta el bacalao y le explica o no le explica nada a sus súbditos, porque solo indica.

O solo puede indicar, si así prefiere.

Dice para acá, para allá.

Ahora firulete.

No importa, lo que sea. La cosa es que el tipo o la tipa mandan y deciden, y muchas veces se rodean sin querer queriendo por pusilánimes que le llevan la corriente a toda costa.

Cuanto más tontos y cobardes mejor, porque lo relevante es que sean verdaderos pusilánimes que obedezcan sin chistar y no pongan el más mínimo reparo ante la disposición del jefe.

No están para hacerlo pensar, están para congraciarle hasta en sus caprichos.

Eso desencadena dos problemas relevantes que sería conveniente atender.

Por un lado los pusilánimes pueden entusiasmarse en su mezquino camino al éxito y transformarse en lame botas para lograr ascender en una carrera indigna pero que los puede dotar de cualquier jerarquía que cubra sus intereses y reconforte su ego.

Y por otro lado el jefe o la jefa queda intrincado en un séquito de tontos que le dan la razón y afirman condescendientemente que todo lo que observa, piensa, dice o dispone, es correcto.

Porque al jefe no se lo contradice y se le rinde pleitesía, obediencia.

Obsecuencia.

El jefe es un grande, el más vivo de todos.

El problema esencial de todo esto es el desarrollo del líder, porque cuanto más limitado es, mayor es la habilidad que tiene para rodearse de obsecuentes que se esmeran en darle la razón aún en sus peores equivocaciones para que esté siempre feliz.

Ya saben, los obsecuentes no lo hacen pensar y como consecuencia no lo ayudan a tomar mejores decisiones. Porque lo acompañan hasta en el error para acentuarlo.

Por suerte hay otros líderes mas desarrollados que piensan que siempre pueden estar equivocados, y eso los favorece para escuchar, tomar mejores decisiones y alcanzar el mejor desempeño posible de su rol.

Gracias a esa actitud nos beneficiamos todos, los del barrio y los del planeta.




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viernes, 23 de octubre de 2020

El elogio


Hace tiempo que no recibo ningún elogio. Podría inquietarme por este tema pero en verdad no me inquieta en lo más mínimo.


Cualquier persona que no dependa del elogio tiene una ventaja inconmensurable, gana libertad y se escabulle de los ojos de los demás.


Sin importarle que lo juzguen.


Es sin dudas una decisión conveniente escabullirse de la apreciación ajena y enajenarse del juicio del otro aunque fuera positivo.


Es cierto que cualquier elogio suele ser reconfortante y regocija el ego. Pero si uno se distrae, se entusiasma con la bendición ajena y luego termina condicionado por lo que vaya a decir Juan Pérez o Josefa.


A todas luces es mejor evadirse de ellos y tantos otros que desde la tribuna pueden criticar, alabar o enjuiciarnos.


Por ahí nos distraen de lo que verdaderamente somos y terminamos siendo una suerte de marionetas para congraciarnos.


Es preferible vivir sin elogios para centrarnos en nuestro ser, afirmarnos en lo que auténticamente somos y hacer siempre lo que en verdad queremos hacer.







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jueves, 22 de octubre de 2020

El pequeño tirano


Fue al instante que me di cuenta que el jefe de familia sería el niño. La consecuencia de los hechos no me ofreció la más mínima de las dudas.

Yo emprendería de alguna manera la retirada y el bebé sería quien definiría nuestro mundo.

Sin hablarlo jamás, los tres estábamos taxativamente de acuerdo.

No había nada que pensar ni discutir. Solo bastaba corroborar en los hechos las procedencias de ese nuevo poder que entraría en juego en nuestra cotidianeidad.

Y por eso ahora lo observo, callandito y sin chistar.

Se está desplegando de manera contundente e innegociable desde el inicio. Cobra nuevas formas pero no desiste jamás de la determinación. Es una fuerza arrolladora que resuelve el mundo a su voluntad.

Nosotros apenas si titubeamos o contemplamos esa intención ajena que emerge de repente y siempre cumple sus caprichos.

Santino no habla aún de corrido pero hace tiempo distingue todas las letras y dice muchas palabras. También maniobra su poder con una habilidad inusitada.

Nos maneja con recursos que han resultado infalibles para su propósito. Tiene la extraña destreza de hacer una combinación de todos ellos de manera perfecta para lograr siempre sus cometidos.

El bebé se levanta temprano y viene al sillón donde estoy con la computadora o el teléfono respondiendo mensajes. Agarra un libro y se me hecha encima. 

Es una forma sutil de decirme que mi tiempo terminó.

No importa lo ocupado que esté o la importancia de las supuestas urgencias. 

En realidad en el fondo tiene razón, el hecho de que en algún momento muramos pone en evidencia que esas urgencias irrenunciables eran vestigios de alguna manera de algo que se percibía realmente importante pero esencialmente conllevaba un espíritu irrelevante.

Aunque cueste entenderlo.

Así que suelo forcejear un poco pero siempre hasta el primer gruñido porque lo que prosigue es mucho peor.

Ya lo he probado.

Si yo no suelto el celular y pongo las manos en el cuento, lo que puede ocurrir es lisa y llanamente catastrófico.

Al gruñido que alerta de inmediato lo siguen gritos desaforados y movimientos corporales endiablados. Santino se revela contra la existencia y revolea la cabeza maldiciendo el mundo. Grita como loco, tomado por una fuerza que parece dominarlo.

No hay como calmarlo.

Parece que no escucha mis primeras palabras y directamente enloquece. 

Se lanza con cuerpo y alma para atrás, con la intención de ajusticiarse sobre el piso. Mientras yo procuro contenerlo como sea, con firmeza y condecendencia.

Estás loco, suelto en un intento desesperado por calmarlo. Mientras muestro que estoy con el libro que vamos a leer.

Sigue revoleando la cabeza y tirándose para atrás para reafirmar la calamidad que está dispuesto a cometer. 

Persiste desquiciado cuando trato de contenerlo como sea.

De repente escucha, me mira con los ojos llenos de lágrimas y se calma.

Tengo las manos en el libro, lo tengo desde la espalda. 

Vuelve la mirada al cuento para corroborar que todo esté en orden.

Y aquí no ha pasado nada.





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