viernes, 29 de octubre de 2021

El viejo Juan

Veo una foto y sospecho que está fallida. Veo al tiempo otra foto y vuelvo a sospechar que está fallida. Es la luz, el encuadre, no sé. Algo hizo que me vea demasiado viejo. 

Veo otra foto.

El mismo resultado que ahora rechaza la suposición. No es el encuadre, no es la luz, no es no sé qué cosa que me muestra muchísimo más viejo de lo que soy. 

Es la realidad.

Ahora soy yo víctima de la vejez que viene a buscarme y va operando de manera silenciosa pero persistente sobre mi cuerpo, porque aún creo que no ha calado en mi ser. Pero debo reconocer que la vejez avanza de manera innegociable y decidida, lo hace con sigilo, quizás a diario o peor aún, minuto a minuto.

Maldita vejez traicionera.

Uno anda distraído mientras ella desde el silencio y sin siquiera percatarnos opera. Avanza de manera inalterable y hace de las suyas. Seguramente con los aspectos visibles pero también con los invisibles, porque no creo que discierna sobre algunas partes del cuerpo y olvide avanzar sobre otras que se encuentran en nuestro interior, ¿no?

Solo se elocuencia cuando el avance es más notorio e indisimulable. Cuando ya la foto dice lo que tiene que decir y expresa la verdad que se manifiesta con evidencia.

Es ahí cuando podemos pescar a la vejez expresándose. Lo hace en el rostro con alguna arruga o alguna forma menos fresca y claramente distinta a la que teníamos antes.

En esos momentos podemos ver que el trabajo silencioso y persistente queda en evidencia. Emerge de manera irrechazable frente a nuestros ojos.

Estoy en desacuerdo con la vejez.

Digo, como para sintetizar. Además, para ser más claro, estoy también en desacuerdo con la muerte. Me parece una estupidez la gente que se consuela diciendo que es mejor la finitud porque si no nada tendría sentido.

Por favor, somos grandes.

Y no tarados.

Déjenme a mí vivito y coleando, que sin finitud vivo intensamente y le saco provecho a la vida a más no poder. No necesito morirme ni saber que a la vuelta de la esquina me muero.

¿Me pierdo lo que sigue?

Puede ser, muy presumiblemente sea, pero acá está bien. 

Soy conformista.

Que puede haber algo mejor, que quizás el paraíso es una fiesta, que puede haber éxtasis, celebración, sexo desenfrenado, o churros sin costo.

No voy a desmentir ni tampoco reafirmar. Respeto todas las creencias inclusive las mías que debería terminar de descubrirlas.

Pero sobre la vejez tengo un primer rechazo. No estoy de acuerdo. Como tampoco estoy de acuerdo con la muerte.

Aunque la vejez de apariencias tampoco me atormenta. Me miro y lo veo, pero no me conmueve ni me inmuta. Son las reglas de juego.

Igualmente a la vejez del cuerpo la procuro delimitar ahí, que no avance mucho más. Hasta el momento no percibo que haya avanzado sobre la vejez del ser. Eso me preocuparía mucho más y me bajonearía bastante.

Por eso no voy a permitirlo. Presentaré batalla.

Es cierto que camino más de lo que corro, pero ando en monopatín y siempre siento que la vida recién empieza. Veo muy poco para atrás y mucho para adelante.

El pasado no me pesa, y al centrarme en el presente buscando siempre el futuro, siento que renazco. Que adelante hay mucho más por vivir que atrás. Algo que creo que conviene sentir hasta el último día de nuestras vidas. 

Me sale así, por suerte.

Aunque si no me saliera así, haría que así me salga.

Y si bien no bailo con un vaso de whisky en la cabeza arriba de un parlante, ni participo de noches tan memorables como desenfrenadas, aún siendo un padre de familia, un hombre hecho y derecho, que asiste a sus obligaciones, honra con total compromiso sus trabajos y asentó cabeza en apariencias como Dios y la sociedad demanda, siento en lo más profundo de mis entrañas, que estoy hecho un pibe.

Soy un niño que no doblega la vejez.

Aunque debo reconocer que procede y no quiero que se venga con achaques.

Que se quede ahí, quietita ahí.

Estaré vigilando.





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viernes, 22 de octubre de 2021

¿A quién votamos?

Podría yo ser sigiloso, andar con pies de plomo, medir mis palabras.

Obviamente no lo haré.

Me asusta de solo pensarlo. Porque el pensamiento es la primera instancia para posibilitar la acción y hay que tener cuidado de caer en la trampa de ciertos pensamientos que nos lleven por rumbos equivocados. Los que van directo al lugar del acomodaticio, por ejemplo.

Cuando uno piensa que es por allá, empieza a mirar por allá. Y en cualquier momento camina para allá.

Ojo con el pensamiento. 

Si no se mira para otro lado, el rumbo no se cambia y uno va avanzando casi sin saberlo en la dirección pensada.

Hasta puede creer que es la única posible.

Por eso es bueno detenerse y volver a preguntar.

¿Qué?

Si el pensamiento este que tenemos o nos está teniendo es conveniente. Por ejemplo.

¿A quién votamos?

No sé ustedes, pero yo voto al que se juega por sus convicciones. A quién habla sin titubeos y entrega cuerpo y alma a lo que piensa. 

Me gusta el ser batallador que se lanza al mundo para gritar sus verdades aún cuando a veces pueda estar equivocado. El solo hecho de que no mida sus palabras me hace pensar más en su autenticidad que en su eventual locura.

De hecho en un mundo de pusilánimes, quien se juega por lo que piensa está loco.

De ahí que hay tantos chupamedias dispuestos a entregar su dignidad u ofrecerla por dos pesos. Un gancia y dos maníes.

O la foto, la foto con el mandamás de turno.

En fin, nada me gusta más que el hombre que se juega por sus convicciones. 

Ni loco votaría a alguien que me habla como si fuera un angelito. Desconfiaría desde el inicio, por la convicción de que no hay angelitos de pura cepa. Y si alguien se esfuerza por representarlo es porque carece esencialmente de esa virtud. 

Es de alguna manera un impostor.

Un farsante que quiere engatusarnos, para que nosotros pobres ilusos, lo votemos. 

Me parece peligroso.

Huyo antes de que cualquiera ejerza ese rol porque no le creo. Así de desconfiado soy. Aunque todos tenemos algo de angelitos, no somos angelitos de pura cepa.

Tristemente.

De ahí quizás que también me gusta quien se juega por lo que piensa y habla con voz grave, sin pedir permiso ni caer en titubeos. Casi que no me importa que pueda tener deslices o decir algo inconveniente, o tener algún traspié. 

El solo hecho de que el hombre se abra paso y juegue su existencia en cada una de sus convicciones me despierta el respeto y la admiración. Esencialmente porque representa el ser opuesto a los tibios que nunca se juegan por nada.

Me gustan los titanes, los quijotescos. Los que dan batallalla. La antítesis de quienes se esfuerzan en representar el espíritu mediocre del camino del medio. Esos son siempre los más peligrosos, porque como van para un lado, van con la misma desfachatez para el lado opuesto.

Si voy a votar a alguien prefiero que sea alguien que no se anda con chiquitas, que habla como debe hablar la persona que se juega por lo que piensa y que no se acomoda a las circunstancias para decirle al otro lo que quiere escuchar.

Votar a quien claramente dice lo que va a hacer es una tranquildiad, porque si voy a estar entre los engatusados, seré engatusado elocuentemente. No por alguien que tal vez puede hacer una cosa y tal vez puede hacer otra, según la audiencia que lo escucha.

Cada uno debiera votar obviamente a quien quiera. Todos tenemos la ilusión de que los representantes serán honestos y obrarán en consecuencia a lo que prometieron.

Si así no lo hicieren, nunca nadie se lo demanda. A lo sumo el pueblo hace tronar el escarmiento en las urnas para propinarle una buena paliza. Una paliza memorable y eterna. Una paliza que dignifica al votante que fue burlado, ultrajado y hasta meado en su cara. Una paliza para que recuerde que ellos no son tan vivos y los ciudadanos no son tan tontos.

Tal vez las elecciones sirven esencialmente para eso, para resarcir la burla.

Para mearlos en la cara.





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viernes, 15 de octubre de 2021

¿Qué veo?


¿Qué veo? Veo decadencia, decadencia por todos lados. Una decadencia impúdica, empecinada. Decadencia caprichosa, determinada y persistente.

Maldita decadencia que lo abarca todo. 

Desde la caca de perro en las veredas, hasta el tonto que pone a todo volumen en cualquier espacio público el detestable parlante bullanguero. Desde los que pasan con todo en auto en plena rambla de Mar del Plata a velocidad de descerebrados, hasta no sé cuántas cosas más.

Infinitas cosas más, interminables cosas más.

Veo también el riesgo de transformarme en un señor rezongón que sufre la existencia. Reclama silencio, reclama piedad, reclama el ejercicio de sanos valores en donde fuera y se encuentra con lo contrario. 

Exactamente lo contrario.

No en una situación, sino en una sucesión de situaciones interminables que no cesan y al parecer se retroalimentan en una suerte de bola de nieve que poco a poco, de manera inalterable pero decidida, lo van arruinando todo. Afeando todo, degradando todo.

Veo una proliferación de seres extraviados, pícaros, maliciosos, degradados por voluntad propia que en las circunstancias que fueran proceden con la zoncera de la viveza criolla. 

¿Dónde fueron a parar los genios, los seres humanos que con su accionar hacen que sintamos orgullo por las virtudes que pueden ejercer las personas?

Calmate, está repleto de buena gente.

No, estoy quejoso. Quejoso por convicción, porque la queja puede ser también productiva si provoca, si molesta, si incita a la acción para no convalidarlo todo, mucho menos el despropósito.

Aunque no está bueno ir por ahí, intoxicarse e intoxicar. Pero creo que un poco el enojo, el grito de guerra, la confesión honesta de que la piedra está en el zapato y es mejor verla, es una instancia tan necesaria como crucial para hacerse cargo de ella y que de alguna manera hagamos algo para sacarla.

No voy a convencer a nadie para que mire para otro lado porque convalidaría lo que está mal para reafirmarlo. Y ejercería con esa actitud el papel mediocre del ser humano que cree siempre en la tibieza y nunca se juega por nada.

La piedra la tenemos todos.

¿Qué veo?

No sé, veo a Santino que está revoloteando por el departamento, ejerciendo el rol con dignidad de niño terremoto capaz de dar vuelta todo y abrumarme con los juguetes, que poco a poco va trayendo al living hasta ocupar sin exagerar casi todo el piso. Situación que primero me pone en guardia y luego me moviliza casi con espontaneidad a hacer lo mío, que es esencialmente proceder sigiloso sin que se de cuenta retirando de a un juguete con la aspiración de volver a la normalidad cuanto antes.

Hasta que lo advierte y se arma el despelote.

Viene Santino por detrás de mi último intento de retirar el juguete y con un grito tan efectivo como intolerable logra que repliegue mis pasos, pida disculpas y reclame piedad para que como sea por favor cese de ejercer esos alaridos desenfrenados y torturadores que ejecuta con destreza.

El mundo vuelve a la normalidad rápido, porque Santino procede con la determinación de quien sabe lo que quiere. Camina hasta el cesto, busca y trae los juguetes uno a uno, hasta volver todo a su lugar de inicio.

Me mira con cara de no vuelvas a intentarlo. 

Y acá, no pasó nada.

Me lanzo al sillón como un hombre vencido que intentará volver al mundo a través de la pantalla de la notebbok mandando mails y enviando vaya saber qué cosas laborales a compañeros de trabajo.

Pero si me distraigo veo que vuelvo a la queja y me parece mentira que hasta las figuras más jerárquicas de la burocracia se encuentren degradadas. 

Que se quieran hacer control de precios, como una genialidad para resolver lo que jamás se resuelve con control de precios.

No sé, veo todo oscuro, negro, maloliente.

Veo que no es para allá, para Venezuela, que con las políticas motivadas por el resentimiento se fomenta muchísimo menos productividad, se reduce el empleo, se estimula la recurrente ida del sector productivo, se fomenta negligentemente la huida de la inversión que generaría emprendimientos, y se produce consecuentemente más pobreza para todes.

Otra estupidez propia de revolucionarios truchos que luchan por imponer la zoncera a todos así hablamos como unos tarambanas y hacemos gala de la destreza de la estupidez aplicada al ser humano en una de las dimensiones más notables que podría enaltecerlo pero claramente puede también bobearlo.

El ejercicio del habla.

Dicho esto y para terminar, si bien podría decir muchas otras cosas que veo, insto a todos los compatriotas a no replegarse sobre el avance decidido y determinado de la zoncera, no dejemos que se arruine el hermoso país que tenemos.

Hay que frenar a los tontos desde el lugar que tenga cada uno como sea.

La vida es corta y no permitamos que arruinen todo lo que está a su alcance.

Ofrezcamos batalla hasta el triunfo definitivo.

Que no se vaya nadie más, que no se resigne nadie más. La zoncera circunstancial reinante y el resentimiento preponderante pronto será suplantado por la inteligencia.

A luchar para que no haya más caca de perros en las calles, que no anden a velocidad de descerebrados los potenciales asesinos del volante, que no avancen más políticas perjudiciales motivadas por los perdedores y resentidos que nivelan para abajo, que los chantas vuelvan al lugar de la intrascendencia, que no se arruine más la cotidianidad ni el país.

A triunfar, la victoria es nuestra.





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miércoles, 13 de octubre de 2021

Meter la pata

Nadie está liberado de obrar como un zonzo, meter la pata y sufrir las consecuencias del caso.

Me acaba de pasar.

Apreté no sé qué cosa y un archivo personal pasó a publicarse en el chat de un zoom grupal con varias personas desconocidas. Miré extrañado el archivo en el chat y la persona afamada que guiaba el espacio grupal dijo, ¿qué nos quiere contar Juan?

Miro de vuelta y veo el archivo. Advierto que se ha enviado por error, quizás el viejo que empieza a manifestarse en mí apretó no sé qué cosa y mandó el archivo personal al chat colectivo.

No puedo ser tan pelotudo, pienso.

Aprieto los botones del chat, el derecho, el izquierdo. Los dos juntos. 

Aprieto al costado, arriba, abajo. Toco, toco, toco.

¿Qué querés compartir Juan?, escucho de nuevo.

Nada,  nada. Un error, confieso. Disculpen. Imploro de alguna manera piedad, que nadie mire lo que no debe ver. Que nadie ponga los ojos en la hendija de mi intimidad.

A quién le importa, pienso.

Seguramente que a nadie, me respondo mientras busco en internet cómo carajo se borra un mensaje de chat en zoom.

Ah, sí. Se borra fácil, aparece el botoncito de la papelera. Aparece al lado del mensaje.

Raro porque no lo vi, si ya toqué, pienso en un abrir y cerrar de ojos.

Aprieto, aprieto, aprieto. Nada, nada, nada.

Si el administrador configura esa autorización se puede borrar fácilmente, leo. 

No puede ser, me digo, no estoy autorizado. Estoy desnudo, al frente, encima del escenario haciendo quizás morisquetas. Si es un escrito íntimo puede ser peligroso, estoy a corazón abierto, desnudo, sin posibilidad de reacción, con mucha gente buena pero en esencia desconocida.

Pobre de mí.

No es tan grave, creo. Ese escrito es un resumen de un viaje. 

¿Pero no habré puesto cosas íntimas y personales? Personalísimas, propia de los escritos íntimos que despliego con la mayor espontaneidad del mundo para desenredar el ser que me habita, desanudarlo como sea, lanzándolo a la vida mientras confiesa sus inquietudes, sus disyuntivas y deseos más auténticos. 

O cuestiones inconfesables.

Verdaderamente inconfesables.

No es para tanto, me digo. 

Leo un poco, creo que no es tan grave. Es una síntesis de un viaje, no hay nada que ocultar. Ni nada que mostrar.

Debe ser el viejo que reside en mí y está pidiendo cancha. Quiere hacer de las suyas.

Estaré atento para mantenerlo a raya.





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