viernes, 15 de octubre de 2021

¿Qué veo?


¿Qué veo? Veo decadencia, decadencia por todos lados. Una decadencia impúdica, empecinada. Decadencia caprichosa, determinada y persistente.

Maldita decadencia que lo abarca todo. 

Desde la caca de perro en las veredas, hasta el tonto que pone a todo volumen en cualquier espacio público el detestable parlante bullanguero. Desde los que pasan con todo en auto en plena rambla de Mar del Plata a velocidad de descerebrados, hasta no sé cuántas cosas más.

Infinitas cosas más, interminables cosas más.

Veo también el riesgo de transformarme en un señor rezongón que sufre la existencia. Reclama silencio, reclama piedad, reclama el ejercicio de sanos valores en donde fuera y se encuentra con lo contrario. 

Exactamente lo contrario.

No en una situación, sino en una sucesión de situaciones interminables que no cesan y al parecer se retroalimentan en una suerte de bola de nieve que poco a poco, de manera inalterable pero decidida, lo van arruinando todo. Afeando todo, degradando todo.

Veo una proliferación de seres extraviados, pícaros, maliciosos, degradados por voluntad propia que en las circunstancias que fueran proceden con la zoncera de la viveza criolla. 

¿Dónde fueron a parar los genios, los seres humanos que con su accionar hacen que sintamos orgullo por las virtudes que pueden ejercer las personas?

Calmate, está repleto de buena gente.

No, estoy quejoso. Quejoso por convicción, porque la queja puede ser también productiva si provoca, si molesta, si incita a la acción para no convalidarlo todo, mucho menos el despropósito.

Aunque no está bueno ir por ahí, intoxicarse e intoxicar. Pero creo que un poco el enojo, el grito de guerra, la confesión honesta de que la piedra está en el zapato y es mejor verla, es una instancia tan necesaria como crucial para hacerse cargo de ella y que de alguna manera hagamos algo para sacarla.

No voy a convencer a nadie para que mire para otro lado porque convalidaría lo que está mal para reafirmarlo. Y ejercería con esa actitud el papel mediocre del ser humano que cree siempre en la tibieza y nunca se juega por nada.

La piedra la tenemos todos.

¿Qué veo?

No sé, veo a Santino que está revoloteando por el departamento, ejerciendo el rol con dignidad de niño terremoto capaz de dar vuelta todo y abrumarme con los juguetes, que poco a poco va trayendo al living hasta ocupar sin exagerar casi todo el piso. Situación que primero me pone en guardia y luego me moviliza casi con espontaneidad a hacer lo mío, que es esencialmente proceder sigiloso sin que se de cuenta retirando de a un juguete con la aspiración de volver a la normalidad cuanto antes.

Hasta que lo advierte y se arma el despelote.

Viene Santino por detrás de mi último intento de retirar el juguete y con un grito tan efectivo como intolerable logra que repliegue mis pasos, pida disculpas y reclame piedad para que como sea por favor cese de ejercer esos alaridos desenfrenados y torturadores que ejecuta con destreza.

El mundo vuelve a la normalidad rápido, porque Santino procede con la determinación de quien sabe lo que quiere. Camina hasta el cesto, busca y trae los juguetes uno a uno, hasta volver todo a su lugar de inicio.

Me mira con cara de no vuelvas a intentarlo. 

Y acá, no pasó nada.

Me lanzo al sillón como un hombre vencido que intentará volver al mundo a través de la pantalla de la notebbok mandando mails y enviando vaya saber qué cosas laborales a compañeros de trabajo.

Pero si me distraigo veo que vuelvo a la queja y me parece mentira que hasta las figuras más jerárquicas de la burocracia se encuentren degradadas. 

Que se quieran hacer control de precios, como una genialidad para resolver lo que jamás se resuelve con control de precios.

No sé, veo todo oscuro, negro, maloliente.

Veo que no es para allá, para Venezuela, que con las políticas motivadas por el resentimiento se fomenta muchísimo menos productividad, se reduce el empleo, se estimula la recurrente ida del sector productivo, se fomenta negligentemente la huida de la inversión que generaría emprendimientos, y se produce consecuentemente más pobreza para todes.

Otra estupidez propia de revolucionarios truchos que luchan por imponer la zoncera a todos así hablamos como unos tarambanas y hacemos gala de la destreza de la estupidez aplicada al ser humano en una de las dimensiones más notables que podría enaltecerlo pero claramente puede también bobearlo.

El ejercicio del habla.

Dicho esto y para terminar, si bien podría decir muchas otras cosas que veo, insto a todos los compatriotas a no replegarse sobre el avance decidido y determinado de la zoncera, no dejemos que se arruine el hermoso país que tenemos.

Hay que frenar a los tontos desde el lugar que tenga cada uno como sea.

La vida es corta y no permitamos que arruinen todo lo que está a su alcance.

Ofrezcamos batalla hasta el triunfo definitivo.

Que no se vaya nadie más, que no se resigne nadie más. La zoncera circunstancial reinante y el resentimiento preponderante pronto será suplantado por la inteligencia.

A luchar para que no haya más caca de perros en las calles, que no anden a velocidad de descerebrados los potenciales asesinos del volante, que no avancen más políticas perjudiciales motivadas por los perdedores y resentidos que nivelan para abajo, que los chantas vuelvan al lugar de la intrascendencia, que no se arruine más la cotidianidad ni el país.

A triunfar, la victoria es nuestra.


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