viernes, 27 de abril de 2012

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No siempre se escribe lo que uno quiere. Muchas veces se escribe lo que aparece. Así que uno queda de alguna manera atento a lo que emerge. Algo que se traslucirá pronto con el transcurrir de unos breves párrafos.

Eso demuestra que hay un decir que nos excede. Una voz que se manifiesta sin que podamos hallar con mayores precisiones su procedencia. Porque llega casi sin anunciarse y es así como aparece.

Quizás estas lógicas hacen que no haya una motivación clara antes de la escritura. Porque uno no sabe si va a escribir algo interesante, algo relevante o una estupidez.

De modo que avanza sólo por inquietud o curiosidad. Honra sin saberlo quizás ciertos rasgos de su personalidad que son los que empujan. Los que dicen, vamos, escribe.

Algo aparecerá.

Así los párrafos se van llenando. Se pintan de algún modo. Cobran forma y se presentan.

Al transcurrir unos segundos es el momento del anuncio. Uno se encuentra con un escrito.

Cierra entonces la experiencia.

Y lee desde el primer párrafo.


Escritos de la Vida - Juan Valentini     *Juan Valentini es autor de "Escritos de la Vida", disponible en papel y ebook. Los contenidos de este Blog no forman parte del libro.  



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jueves, 19 de abril de 2012

Decir



Hace tiempo me acostumbré a decir lo que pienso. Los temas pueden ser diversos o las situaciones fortuitas. Lo mismo.

Siempre decido revelar la trastienda. Abrir la boca y liberarlo todo.

Antes quizás con cierto titubeo. Ensimismado en mi mismo por temor a represalias o ajusticiamientos propios de la intolerancia.

Ahora con más tolerancia al capricho ajeno.

Así que digo lo que hay que decir, en el momento que una fuerza extraña indica con espontaneidad que hay que abrir la boca.

Tengo la ventaja de no ser provocativo, buscar saña o molestar al otro. Por suerte lo natural es la cordialidad y el respeto, con un trasfondo muy claro que indica un genuino interés de escuchar al otro. De saber cómo ve el mundo y entender las distancias que pueden separarlo del mío.

Es posible que esta práctica del decir espontáneo sea una técnica de liberación emocional. Un artilugio que permite sanear pequeñas o grandes turbaciones, que son inquietudes perturbadoras.

Quizás no es más que liberarse a sí mismo, para entregarse a los demás.

Al decir lo que uno piensa o siente, tal vez se aniquilen entuertos y se purifique el alma.

Para caminar tranquilo, y dormir como un angelito.




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martes, 17 de abril de 2012

Porfiado


Hace tiempo que no me cruzo con nadie porfiado. Tanto que casi corro el riesgo de que la palabra caiga en desuso. La olvide por su inutilización.

De alguna manera he tenido la habilidad de esquivar al porfiado para beneficiar la vida. Lo gambetee sin darme cuenta, quizás gracias a la habilidad de cierta conciencia o sentido aún inexplorable. Que logró obrar con destreza y sacarme de encima al porfiado.

El último recuerdo que tengo viene ahora a mi mente. Un profesor de física agobiado, termina de explicarle al cabezón Diez qué es directamente proporcional.

Ya le había explicado unas cuantas veces, pero mi compañero insistía que no era así. Entonces agobiado se desplomó en el banco, me apuntó con la mano y dijo:

- Explíquele usted Valentini.

Unas breves palabras parecieron resolver la confusión. Así lo afirmó Diez, que a esa altura no tenía mayor margen para decir otra cosa.

Silencio en la sala y más de quince años después, demuestran que la vida sigue intacta. Que los recuerdos nos constituyen como sujetos.

Que Diez seguramente es el buen tipo de siempre. Sólo participó de una distracción quizás porque tenía la mente en otras problemáticas.

Y que los porfiados se escabulleron de mi vida.



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sábado, 14 de abril de 2012

El Método


Quedé algo desconcertado.

Lo presentí en los primeros minutos, luego lo percibí con el transcurrir del tiempo.

Esos hombres eran inteligentes, tenían capacidad de análisis, de abstracción. Podían detenerse frente a las circunstancias del hombre, problematizarlas y elucubrar métodos y herramientas para intervenir de algún modo. Siempre con la intención de abordar los problemas para procurar la cura.

Esos hombres eran Carl Jung y Sigmud Freud. Quizás dos de las personalidades más reconocidas, que hicieron una inestimable contribución a la Psicología.

Llegué solo y me acomodé en la sala entre otros tantos. Se apagaron las luces y empezó la película en el cine del Abasto.

Aquellos hombres pronto debatían sobre sus perspectivas para abordar al ser humano y facilitarle la cura. A Freud no le convencía que otros conocimientos de difusa justificación intervengan en el campo del saber que con esmero construía. Entendía que vulneraba la seriedad del conocimiento y facilitaba la crítica despiadada sobre un espacio de saber que se edificaba peldaño a peldaño con pretensiones científicas.

Jung quería aportar otras posibilidades del conocimiento. Trascender lo visible y arriesgarse a otros saberes, que parecen manifestarse pero resultan difíciles de avalar.

Claro que la película es mucho más que eso y trasciende con creces esta precaria argumentación. Que es solo un vestigio de posibilidades que la exceden.

El cine estaba a oscuras y yo no comía palomitas. De alguna manera estaba obnubilado por los diálogos enriquecedores que sostenían estos hombres.

La película terminó y me levanté con cierta calma. Hasta que fui bajando todas las escaleras y quedé sentado en el subte un par de estaciones.

Un hombre con rastas cantaba reggae con entusiasmo en el vagón. Tocaba otra vez su hit, que disfruté varias veces.

Caminé tres o cuatro cuadras.

Pensé en la improcedencia de los libros. En los intentos válidos y fallidos para comprender en última instancia al ser humano. En la grandeza de los hombres que anhelan entendimiento para hacerlo efectivo, para ayudar a otros a sobrellevar la vida, con la intención de facilitar bienestar.

Pensé cuánta vulnerabilidad existe detrás de la aparente solvencia. Y cómo la vida se escapa siempre de las manos de quienes quieren explicarla.




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miércoles, 4 de abril de 2012

Ser

A veces me pregunto cuánto tiempo tiene que pasar para que uno deje de ser el mismo y se convierta en otro.

Renazca en esa reinvención que sugiere la naturaleza.

Porque cada tanto es preciso detenerse y de alguna manera resurgir. Caso contrario uno queda de nuevo ensimismado en sí mismo, como dando vueltas en la misma calesita. Paseos lindos y recurrentes, pero a veces agobiantes y eternos.

La palabra quizás es ímpetu o determinación. Sólo así uno salta o se evade del juego.

Debe ser ahí, en ese momento, cundo alguien respira hondo. Mide las fuerzas y avanza. Decide liberarse de lo que es. Mientras otros ni siquiera lo registran.

De repente no entiendo por qué, algo ocurre que tergiversa las cosas.

El mundo cambia quizás por propia resolución.

Y uno nace de nuevo.




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