jueves, 16 de febrero de 2012

El Animo


Hace tiempo estoy con atención observando el ánimo.

El ánimo es de alguna manera un señor que convive con nosotros.

Señor, porque es evidentemente masculino.

Convive, porque nos asiste. Nos apresa.

Estamos nosotros, y está nuestro ánimo.

Muy bien. Así empezamos a percibirlo, a indagarlo.

Es posible que el ánimo actúe como una escalera. Es decir, se va constituyendo de a peldaños. Paso a paso.

Con las circunstancias que la persona vivencia. Y con las síntesis que luego genera de ellas.

Así, circunstancias de alegría, disfrute y placer, llevarían a la conformación de un estado anímico de bienestar.

Mientras que situaciones de dolor, frustraciones y amarguras, impulsarían a ánimos de tristeza.

Luego, unos y otros resultados se materializan en las caras. Que la gente lleva con sus cuerpos de lugar en lugar.

Constituyéndolas así en una imposición a los más disímiles contextos. Que deben aceptarlas sin mayores miramientos.

Habría entonces dos grandes polaridades. Y el ser humano conviviría entre los polos.

Balanceándose desde el bienestar hacia la tristeza. De un lado hacia el otro,  y viceversa.

En el medio, como siempre los matices. Que actúan como un espacio de intersección entre las polaridades.

Nadie está cien por ciento en el bienestar, ni cien por ciento en la tristeza. La naturaleza del ser humano indica que es imposible sostenerse en esas posiciones.

Hasta el masoquismo extremo debe desistir de su propósito.

De modo que es reconocible que el ser transite por las polaridades, con cierta preponderancia anímica. Resultado quizás de sus vivencias primero, y de sus interpretaciones después.

Puede advertirse también una dosis genética incidente en la conformación del ánimo, que sería la situación del ser inicial. Habría entonces una explicación biológica y fisiológica que la fundamente. Pero apenas podemos intuirla dado que aquí nos excede.

Y es bueno que nos exceda.

Porque no hay nada más tedioso que la explicación con todas las letras. Porque además de aburrir, vulnera la capacidad de completud del espíritu inquieto, que pone en marcha sus neuronas para honrar su inteligencia.

Advertir sobre lo no dicho o resignificar los atisbos conceptuales, que no son más que sanas sugerencias para una comprensión más sublime.

Y aunque recorramos algunas calles tangenciales del tema que nos convoca, podemos aspirar a ciertas distinciones. Que nos echan luz entre las tinieblas, o nos iluminan en la oscuridad.

Hay factores externos que influyen en el ánimo. También factores internos que lo determinan.

Un domingo anocheciendo o una lluvia pueden hacer de las suyas.

Si al ser lo atrapan desprevenido.

Si está atento, zafa. Reduce la ponderación del mundo externo y construye su mundo a voluntad. Asentándose sobre su interior y orquestando sus pensamientos.

Otros trucos son la música, el baile, las caminatas o las carreras.

Visualizar el mundo en el que uno quiere vivir.

Así se modela el ánimo.

De modo que se advierte en él, que no es para nada caprichoso. Ni definitivo.

Es un señor flexible y maleable.

Mejor así.


Escritos de la Vida - Juan Valentini     *Juan Valentini es autor de "Escritos de la Vida", disponible en papel y ebook



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viernes, 10 de febrero de 2012

El Saludo


El saludo es una práctica sencilla de reconocimiento.

Uno levanta la mano o inclina la cabeza, en señal de reverencia.

Afirma que ha visto al otro, lo percibe y reconoce.

Moviliza entonces su mano en alto, a media asta o con escueta timidez.

O bien inclina la cabeza como un gesto sublime hacia el otro. Que observa y devuelve.

Con mano o cabeza a voluntad.

De modo que opta casi por instinto la devolución del comportamiento.

Levanta la mano efusivo, la sube con menor decisión. O inclina la cabeza para expresar sus respetos.

Todo depende de la vista inicial, que es el prerrequisito para incentivar el saludo y provocar el gesto consecuente.

Sin avistaje, no hay saludo.

No me vió, se escucha en ese caso si alguien es víctima del injustificado desprecio.

Si en cambio la persona va sola en el auto. Es la mente la que queda rumeando en la explicación.

No me vio.

En los pueblos hay una intersección que se marca con claridad entre unos y otros. El saludo es el espacio que aparece como medio para el encuentro. Así que todo el mundo tiene que establecer una relación con él y darle la importancia que en el pueblo merece.

Si uno es político, por ejemplo, puede que sea un tema relevante. No sólo considerará levantar la mano con énfasis, o inclinar la cabeza con determinación.

Por ejemplo, si maneja.

También acompañará con gesticulación elocuente y palmadas bien propinadas sobre espaldas. Que en conjunto son una conjunción de técnicas gesticulares y sonoras que elocuencian la destreza en el propósito.

Los tímidos son otro segmento interesante a considerar. Se trata de quienes están más complicados. Porque tienen una restricción en sus gestos y en sus palabras.

De modo que se arreglan como pueden, para participar del saludo y salir airosos.

Así como el momento más glorioso del saludo se encuentra en las palmadas y abrazos con palabras oportunas. La decadencia aparece en su carencia. En quien decidió por motu propio desistir del juego.

Es quien resuelve quitar el saludo.

Es una acción que suele provocar desconcierto e incomprensión.

La víctima se pregunta por qué lo ha hecho, si nunca hizo nada.

Pero el otro ha resuelto de algún modo alzarse en armas. Negarse a cualquier opción sonora o de gesticulación que constituya cierta reverencia.

Y quitarle al otro su atención y reconocimiento.

Como una suerte de desahogo sobre un enojo íntimo y molesto.

De singular explicación.

Escritos de la Vida - Juan Valentini     *Juan Valentini es autor de "Escritos de la Vida", disponible en papel y ebook



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Lector


Me resulta más fácil escribir, que leer lo que escribo.

Cuesta volver la vista atrás y ver lo que dicen los párrafos.

Quizás evito encontrarme con la inquietud o la incomodidad de conceptos o pasajes que puedan resultarme desajustados. Desalineados de expectativas que suponía cumplidas al despedirme con el punto final.

En los últimos textos me ha pasado lo mismo. Tipeo. Tipeo.

Dejo el punto final y me marcho.

Entrego al otro una suerte de problema con la esperanza de que encuentre la solución.

Siempre es un buen negocio la escritura si provoca y alienta la reflexión. Está después en cada uno encontrar los niveles de abstracción adecuados a los que puede aspirar.

Es ahí, en esa instancia, donde emerge cierta sensación reconfortante. O la incomprensión de quien se queda con las manos vacías y se pregunta.

Y?

Entonces vuelve para atrás a ver si algo pesca. Con renovado empeño y determinación.

Suele existir ese tipo de lector que pone ímpetu y esmero. Que se hace cargo de la experiencia de lectura y arremete a fondo. Se abalanza sobre el significado para procurar entendimiento.

Entonces encuentra lo que quizás otro no ve. Se queda pensando en esa lógica de relación entre la escritura y la lectura.

Y vuelve cada tanto al encuentro de un nuevo texto.



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