viernes, 30 de julio de 2010

El Malandra


Yo quedé herido desde hace tiempo.

El malandra fue el responsable.

Desde entonces la secuela me acompaña y percibo su recurrente dolencia.

Pienso que no fue adrede que el malandra honró su propósito. Fue, sospecho, víctima de su propio cometido.

Sé muy bien que suena fuerte la palabra y es posible que no corresponda. Pero me permito ofrecerla a modo de justicia tardía.

Después de todo, el malandra no sabe que fue malandra. Y no tiene un único nombre y apellido.

Así que sin nadie que ofenderse bien vale escribir tranquilo. Poner los puntos a las ies y decir las cosas como son.

Con transparencia.

Si dobleces.

El malandra llegó a mi vida con sus voces en textos oscuros.

Yo tenía que leerlo para aprobar una materia, dos, tres. Así que asistí de prepo a su encuentro.

Un renglón, otro más. Párrafo.

Hoja, hoja…

No era claro lo que decía el tipo y su lógica exigía otra oportunidad, bajo el anhelo de encontrar un decir razonable.

Esa idea que se mostraba escurridiza, diría.

El malandra la insinuaba, contorneaba sobre ella. Giros por delante, giros por detrás.

Parecía que por fin la iba a ofrecer. Pero nunca la entregaba.

Los ojos impacientes buscaban al menos un vestigio de luz entre tanta oscuridad.

Que den cuenta que bien valieron los segundos, minutos, horas invertidas.

Malandra hijo de…

Vuelvo a verme en la lucha para descifrar algunos textos esquivos. Y malandra y la…

Las hojas pasaban mientras el malandra hacía de las suyas. Jugaba sin saberlo con mi anhelo por encontrar la verdad. Una síntesis, una idea.

Nada de nada.

La hipótesis del venturoso hallazgo se rendía con el trancurrir de las hojas y el tiempo.

Y lo difuso que sustentaban los textos, sólo servía para observar la trampa que ofrecía el malandra. Que terminaba por devorar el tiempo de lectores bien intencionados, rehenes de ciertos textos académicos.

Hoy sospecho que es posible que sea buen tipo el malandra. Tal vez fue preso de su propia confusión y entuerto.

Fue sin dudas un tipo intrincado, confundido.

No nos engañó a nosotros. Se engañó a si mismo.

Estaba enredado.

Desde entonces sospecho de las complejidades mal entendidas. Esas que se narran con extensiones pretenciosas y pasajes dificultosos. Que son en verdad un atentado al entendimiento.

Denuncio entonces la impostura de la confusión. No hay nada notable en ella.

Reniego del uso difuso del lenguaje, los textos escabrosos, demorados. Esos que hacen perder tiempo.

Esquivo el decir complicado.

Y encuentro la belleza de la simpleza.
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jueves, 29 de julio de 2010

Yo Juego


A veces no es la inspiración que viene a buscarme, me atrapa y me lleva corriendo hasta la hoja en blanco.

A veces soy yo el que viene a abrir la computadora con la intención de escribir.

De iniciar un juego prometedor, de transcurso incierto y final expectante.

Soy yo quien tira, quien provoca. Quien quiere jugar.

Decidido.

Como si estuviera tirando de los pantalones de la madre escritura. Que seguro advierte mi presencia, comienza a sentir la inquietud, la molestia de quien se aferra y persiste.

De quien se sostiene en búsqueda de su propósito.

Con cara de niño y convicción inquebrantable.

Aferrado al pantalón o la pollera de esta escritura que procura liberarse. Que se zarandea de un lado para el otro, molesta.

Diciendo.

- Suéltame Juan. Suéltame.

Pero yo persisto. Aferrado.

Mirando con cara de niño bueno, sosteniéndome como puedo.

Gracias a la ilusión que me asiste, y me permite pensar que va a comenzar el juego.
.




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Yo Juego


A veces no es la inspiración que viene a buscarme, me atrapa y me lleva corriendo hasta la hoja en blanco.

A veces soy yo el que viene a abrir la computadora con la intención de escribir.

De iniciar un juego prometedor, de transcurso incierto y final expectante.

Soy yo quien tira, quien provoca. Quien quiere jugar.

Decidido.

Como si estuviera tirando de los pantalones de la madre escritura. Que seguro advierte mi presencia, comienza a sentir la inquietud, la molestia de quien se aferra y persiste.

De quien se sostiene en búsqueda de su propósito.

Con cara de niño y convicción inquebrantable.

Aferrado al pantalón o la pollera de esta escritura que procura liberarse. Que se zarandea de un lado para el otro, molesta.

Diciendo.

- Suéltame Juan. Suéltame.

Pero yo persisto. Aferrado.

Mirando con cara de niño bueno, sosteniéndome como puedo.

Gracias a la ilusión que me asiste, y me permite pensar que va a comenzar el juego.
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viernes, 23 de julio de 2010

Zas


No son permanentes, son esporádicos.

Por ejemplo, recién. Tomo mates y hablo compenetrado de un tema que ocupa mi atención. De repente, miro a la otra persona a los ojos y quedo tildado.

Como congelado en el momento.

Una energía silenciosa se hizo presente y vino a provocarme.

Sostengo la pausa mirando los ojos de quien me acompaña. Mientras me dejo caer en el silencio.

Ahora a escribir. Siento.

En ese momento, la vida por la computadora abierta y los dedos sobre el teclado. Que me lleven de un lado al otro en busca de un presunto hallazgo.

Algo así como una elucidación que insinúa manifestarse y que está deseosa de hacerse presente.

Para decir, aquí estoy. He venido.

Escuchadme.

El ataque de escritura se presenta en las situaciones menos pensadas. Corriendo, bailando, manejando…

Vienen palabras, ideas, frases. Escritos completos.

Muchas veces estoy durmiendo y el ataque de escritura empieza a incomodar.

Vuelta para aquí, vuelta para allá.

El ataque persiste y yo permanezco inalterable. Haciéndome el distraído.

Otra vuelta como si no pasara nada.

De repente salto como loco a liberarme del entuerto.

Abro la computadora y hago justicia.

Apunto ese primer párrafo, ese título. Y me lanzo a jugar como un niño. Para ver segundos después el texto que se ha terminado.

Es cierto que muchos escritos se escapan por esas incomodidades de las circunstancias.

Pero otros los atrapo como moscas cuando apenas sobrevuelan.

Zas.
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miércoles, 21 de julio de 2010

El Cuerpo




No sé muy bien cómo fue ni qué pasó. Por qué decidí de repente apagar la radio, cerrar el libro y saltar.

Dentro de mí.

Es cierto que hace tiempo entré en mí. Esto no es nuevo, esto lo sabía. Pero ahora fue un ingreso repentino, casi abrupto.

Todavía no entiendo bien cómo salté del sillón y entré dentro de mí.

En fin, debo reconocer que hay mucho ruido afuera. Pocos lo perciben y casi ninguno se permite adentrarse en sí mismo.

Me permito advertir la inconveniencia de los ruidos. Lo nocivo de cualquier atisbo de la realidad que pueda resultar perturbador.

Mientras reparo en el beneficio de la quietud y el silencio.

Experimentando el goce de la paz. Como condición esencial para el bienestar.

Me pregunto si ya es suficiente. Si es hora de terminar el juego.

Salir.

Pero por el momento me quedaré aquí. Dentro de este cuerpo.

Es invierno, y hace mucho frío afuera.

Además, quiero profundizar en la quietud y el silencio.

Otro día…

Otro día vuelvo.
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sábado, 17 de julio de 2010

De Charla de Café


Estuve tomando un café esta semana con un amigo bastante mayor que me insistió para escribir una novela.

Yo hablaba de otras cosas, pero volvía a decirme de nuevo lo mismo.

Y yo hablaba de otras coas, y…

En fin, llegué a casa y recordé un intento que hice el año pasado para escribir con mayor profundidad.

Lo busco, lo encuentro, lo leo y lo comparto.
..………..

Nos vamos a morir, le dijo. Lo miró a los ojos y se quedó en silencio. Date cuenta, nos vamos a morir. Entregaba su certeza como quien ofrece su tesoro más preciado. Una construcción simple pero efectiva que revelaba la sabiduría de la madurez más pura. Nos vamos a morir. Una frase que movilizaba a quien la escuche y que sonaba como un grito de esos labios que luego callaban para permanecer en silencio, viendo como la entrega impactaba primero en los oídos y luego en el alma. Como un puñal que sin querer se insinuaba en el pecho y que decididamente avanzaba, hasta desangrar, hasta morir en el silencio más absoluto donde no era posible encontrar palabras.
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Esos ojos, esos ojos. Los ojos hablaban haciendo retumbar la frase. Decían mucho más que las palabras que enunciaban. Los ojos eran el verdadero significado de la sabiduría, su bendición más auténtica. Eran las palabras que se querían liberar para explicar el mundo, para adiestrarlo o domarlo a voluntad con la única pretensión de asumirlo en su complitud. De abarcarlo para siempre y montarse sobre él como quien decide domesticarlo, aún sabiendo que de cuando en cuando corcoveará para expulsarlo. Para hacerle sentir que lo descubierto es mentira, inundándolo de incomprensión e invitándolo una vez más a la incertidumbre. Donde lo difuso es la norma más preciada del intelecto que se encuentra fallido ante recurrentes zarpazos que buscan la verdad que una vez más se ha evadido.

Los ojos entregaron su ser. Reflejaron la pureza de una predisposición que invitaba a la vida. No, no. No era la invitación a la muerte. Era una mano extendida repleta de amor que procuraba tomarlo para siempre. Llevarlo sobre el tiempo. Sobre los sueños. Sobre esas circunstancias que desplegarían intensidad en los momentos más simples, pero siempre sublimes de la vida.

Despertate. Tonto. Dale.

Me escuchás. Mira. Sí, digo. No revelo que sus palabras me han impactado para siempre. Que su mirada quedará grabada toda la vida en el interior de mi cuerpo, en un espacio de silencio y complicidad que me acompañará toda la vida. Su mirada una vez más sella el momento hasta la eternidad. Me hace preso involuntario de una verdad absoluta. Me escuchás. Si, sí. Claro que te escucho amor. Nunca podría dejar de escuchar la intensidad de tus palabras, la sabiduría de tu mirada. Pienso en silencio, me repito. Tu ser revelando el secreto más sencillo y extraordinario que sintetiza el único, verdadero e inalterable sentido de la vida. Grandilocuente, sí. Pero un comentario así no podría privarme ante tal suceso. Lo escribiría de vuelta. Y si la tuviera entre mis manos, la besaría como nunca, dejándole todo mi ser para siempre en su alma. Gracias amor por tus palabras, por mirarme a los ojos por decirme en verdad te quiero. Pienso y siento desde el silencio, en un fugaz instante que enaltece la vida.

Te quiero. Te quiero. Saldría a correr por el mundo y gritaría. Daría la vuelta de manzana gritando. Besaría a José en la frente antes de salir corriendo del edificio, dar la vuelta a la esquina y comprar las rosas amarillas. Te quiero, amor. Te quiero. Las palabras no relatan la esencia. Son una máscara que procura exhibirla, pero en verdad se escurren ante el decir que pocas veces se revela. Te quiero. No son las palabras, son los gestos. No, no. No son los gestos, son las miradas o los momentos. Nada de eso. Es un conjunto de sensaciones diversas que revolotean entre perturbaciones que conmueven el ser y logran revelarse, apropiándose de gestos, voces, miradas y sensibilidades que a veces delata el cuerpo, y a veces se resguardan en la mezquindad del silencio.
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viernes, 16 de julio de 2010

La equivocación


Es posible que todos nos equivoquemos. Que el error sea siempre una posibilidad vigente. Y que el fallido persista como un acto certero.

Muchas veces me pregunto si me equivoqué o no. Y aunque el pasado no me atormente, me permito pensar en mis decisiones tal vez para sostenerme. Para convencerme de que fui consecuente, entre lo que pienso, lo que digo y lo que siento.

Bravo.

No creo que haya una forma de vivir la vida sin equivocarse. Ni que el error pueda ser erradicado de nuestra cotidianeidad.

Pero hay desde mi punto de vista dos alternativas de relacionarse con la equivocación.

Honrarla y sostenerla en su persistencia u observarla para poder asumirla y trascenderla.

Hay quienes viven en la equivocación, la celebran y enaltecen. Y hay quienes se desesperan al advertirla, se incomodan al constatarla, y movilizan molestos para evadirse de ella.

Suele ser más fácil ver la equivocación en el otro que advertirla en uno mismo.

Tal vez cierto rasgo de madurez nos invita a estar atentos ante esta tendencia. Para detenernos al momento de buscarla en el otro, y procurarnos encontrarla en nosotros mismos.

Al suponer que la equivocación está en el otro, seduce la expectativa de persuadirlo. De convencerlo para tomar un camino, que lo libere del despropósito.

Es como que desesperados queremos entregarle los lentes del “buen visionar”. Para que se dé cuenta de una vez por todas, que debe liberarse del fallido.

Escabullirse para encauzarse.

Indicamos de una vez y para siempre, que el camino es para allá.

Claramente, para allá.

Nosotros sentimos que lo vemos. Y el otro, debería haberlo visto.

Entonces, entregamos la certeza y esperamos que corrobore.

Con la ilusión de que tarde o temprano podrá verlo. Situarse en el camino apropiado, recorrerlo.

Aún sabiendo que es nuestro punto de vista.

Pero la sana expectativa se desvanece al enfrentarnos otra vez con la pequeñez de nuestra vida, que sólo puede advertir otros caminos ajenos, pero nunca puede resolverlos.
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jueves, 8 de julio de 2010

La Ilusión


La ilusión llena los ojos de anhelo, de felicidad.

Acelera el corazón e imprime una sonrisa al alma.

Cuando menos uno lo espera puede sentirse inmerso en esa sensación silenciosa y reconfortante, que habilita la posibilidad y la anuncia como un hecho.

Lo contrario a la ilusión es tal vez la desesperanza, que vaticina que las expectativas fueron invalidadas y la realidad poco tendrá que ver con los auspiciosos augurios. Las imágenes que se sabían irrenunciables y caerán derruidas hasta aplastarte.

A veces bastan indicios de la realidad para invalidar el futuro. Derrocarlo sin miramientos y dejarnos inmersos en cierto desasosiego que nos invade el cuerpo, impulsa hacia la abstracción que procura la infructuosa elucidación y nos instala en el silencio más profundo, que persiste sin pronunciar palabras.

La ilusión, en cambio, nos hace caminar más a prisa. Valida el futuro con imágenes venturosas, que aguardan que la realidad se presente, con la alegría de quien espera corroborar la buena noticia.

Y es extraña la vida cuando puede percibirse como un péndulo, moviéndose de un lado al otro. Balanceándose…

Sobre la ilusión y sobre la desesperanza.
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miércoles, 7 de julio de 2010

La explicación


Se me ocurrió pensar que los pensamientos hace tiempo me tenían a mí. Y que en los últimos días soy yo quien los tiene a ellos.

Pero me mentiría si dijese que ahora los tengo y que son ellos los que al fin están atrapados. Dispuestos en un lugar, llevados a otro o marginados.

Ayer nomás, volvieron a atraparme.

No sé cómo ni por qué se dio el descuido. Lo cierto fue que de repente me tenían maniatado. Mientras daba vuelta en la cama en una infructuosa búsqueda de liberación.

Ni la técnica de llevar la mente a otro lugar, ni el sueño invocado pudieron revertir la determinación del pensamiento.

Así pasaron otras vueltas en la cama y caminatas breves con la cabeza aprisionada. Enlazada como con sogas que no la dejaban mover de cierto espacio recurrente que llevaba a ver lo mismo una y otra vez.

Tomar de golpe el libro de la mesa de luz y escribir la frase, la gente prefiere comprometerse con la mentira que vérselas con la verdad.

Cerrar luego el libro asumiendo la relatividad de la sabiduría.

Dejar la penumbra de la noche para volver al sueño y encontrarme en la mañana nublada llenando de palabras este escrito.

Hoy miro de vuelta esta lógica de pensamientos insistentes, que se caracterizan por ser molestos y exigir atención. Son, diría, prepotentes y abusivos.

Hace un tiempo no estaban, y ahora espero que se hayan ido.
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lunes, 5 de julio de 2010






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Inquietud


C
uando pasan algunos días y no escribo hay algo que falta. No podría precisar qué, aunque cierto vacío repercute desde el interior reclamando presencia.

Ahora, nomás, vengo a la hoja en blanco. Tal vez con el propósito de facilitar la expresión de ese vacío que inquieta. Se anuncia desde cierta insinuación con el claro propósito de emerger para revelarse.

De aparecer de repente y mostrarse ante los ojos de todos.

Es claro que no puedo abordar el vacío con ánimo de encerrarlo. De agarrarlo entre mis brazos, alzarlo y mostrarlo como un trofeo.

Pero procuro aproximarme, en puntitas de pie. Con el propósito de percibirlo, escucharlo o entenderlo.

Así que aquí estoy, expectante.

Hay algo en esa sensación interna que reclama atención. Me dice que ponga los ojos sobre ella y los deje ahí por un momento.

De modo que procuro detener la ansiedad. Permanecer en los párrafos y sostener la mirada. Con el deseo que impulsa el descubrimiento.

Mientras el vacío me mira como insinuándome locura. Pensando para qué he venido a buscarlo. Reclamando una explicación por el descaro de la intromisión.

Y yo sólo lo observo.




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