viernes, 17 de septiembre de 2021

Palabras

Hay que usar palabras para incidir en la realidad y transformarla. Entre otras cosas. Porque también las palabras se pueden usar para enredarse unas con otras sin decir absolutamente nada. Nada de nada. Y avanzar, renglón a renglón, en una supuesta intención de acceder a un decir que nunca se pronuncia. Gastando así oraciones, párrafos, páginas y hasta libros enteros. 

Yo he sido víctima de esa situación, como lo han sido miles o millones de personas. Que leíamos, leíamos, leíamos, páginas, páginas y páginas. Y nada de nada, o bien una idea que podía rescatarse a regañadientes, como extirpando una conceptualización precaria que costaba salir y solo con esfuerzo y esmero podía emerger y capturarse. 

Así de demorados, trabajosos, lentos e improductivos son muchos escritos. Muchos textos con los que nos encontramos en la vida. Y en la época universitaria se nos presentan e imponen. Uno tiene que vérselas con ellos, luchar, forcejear y atenderlos de principio a fin, procurando descifrar qué tienen para decir y exigiéndose para extirpar lo poco que puede rescatarse de tal despropósito. 

Eso pasa por supuesto en algunos escritos o textos tediosos, que no son la mayoría pero a veces son unos cuantos. El tema es, entonces, liberarse de esa prisión apenas se pueda. 

De ahí que si usted no disfruta, no toma nada positivo, productivo, inspirador, entretenido o lo que fuera de lo que lee, debe liberarse de inmediato. 

Escaparse tan pronto como pueda.





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martes, 7 de septiembre de 2021

La mentira

Eso de que la mentira tiene patas cortas es dudoso la verdad.

Parece más bien un premio consuelo para creer en la verdad. Pero asegurar que la mentira se descubrirá en breve es demasiado optimista. A esta altura todos sabemos que las mentiras pueden durar días, meses, años.

Y hasta vidas.

Así que no podríamos asegurar que la mentira tiene patas cortas. Por el contrario, puede tener patas largas y permanecer eterna.

De hecho convivimos con mentiras eternas que permanecen inalterables. Y no son pocos quienes quieren mentirse de inicio a fin. Y eligen eso. 

No voy a dar ejemplos.

Para eso está el lector que completa el texto, lo extiende muchas veces hasta donde el texto no llega y le hace decir lo que se le antoja.

Cosa que pasa habitualmente.

Está bien que eso sea así, porque es parte del juego. Uno escribe, el otro lee. 

Y aunque parece que está inmerso en una actitud contemplativa y pasiva, no nos engañemos.

El otro escribe también en el teatro de su mente. Y cuanto más inteligente es, más usa cualquier texto como trampolín para desplegar su intelecto. Llegando, no pocas veces, a elucidaciones muy virtuosas que exceden por mucho cualquier incitación escrita que parece decirlo todo.

Y este puede ser el caso.

Por eso la escritura es una bendición. Y la lectura es una bendición equivalente.

Un mundo extraordinario del que participamos todos. O por lo menos participamos quienes concebimos a este mundo como un milagro de Dios.

O algo así.

Claro que no todos vivimos los distintos mundos posibles como milagros de Dios. Nos perdemos mucho. Cuando somos menos curiosos, nos perdemos más.

Quizás nos vamos de la vida sin tocar el piano, un teclado, la batería o la guitarra.

Una locura a la vista de cualquier persona que tiene la bendición de participar de esos mundos.

O perdemos la posibilidad de jugar a la play. Por no tener la mínima disposición de destinar unos breves minutos de nuestro tiempo, al percibir quizás que cualquier intento inicial de descubrimiento, por las dificultades que implica acceder al mundo y dilucidar de qué carajo se trata el juego y qué controles hay que tocar, para hacer vaya a saber qué cosa, es una verdadera pérdida de tiempo.

¿En qué estábamos?

En la mentira.

No, después.

En que el lector hace hablar al texto. Que es en verdad un escritor. 

Ah sí, está bien eso.





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domingo, 5 de septiembre de 2021

El destino


Hace tiempo que descreo del destino y del futuro.

Así de renegado estoy.

😀

Primero, porque creo que es mejor creer que el destino se construye. Y segundo porque creo que el futuro no nos pertenece, con lo cual descentra de la vida.

Algo así.

Es decir, nos saca del presente para vivir en una suposición ajena que nunca nos pertenece.

No sé bien por qué me meto en estos temas, aunque por algo será. La escritura es una bendición que sirve para desenredarnos, clarificarnos, vislumbrar y superarnos.

En síntesis, para liberarnos de algún modo y elevar nuestro nivel de conciencia.

En eso ando.

Por conveniencia propia, creo. Porque si para algo estamos, entre otras cosas, es para destrabarnos lo más posible, desplegarnos y evolucionar. Con el consecuente beneficio que eso implica para la propia persona y para los demás.

Somos esencialmente semillas en expansión hasta el último día de nuestras vidas. Y esa es una buena creencia, y una buena elección.

Porque es un despropósito marchitarse antes y creer que porque uno tiene vaya a saber cuántos años la vida ya pasó. La clave y la forma de honrar la vida es viviendo con intensidad hasta el último minuto. No importa si uno tiene 90 años, cien, o ciento diez.

La vida se trata de vivir, y nada es mejor que honrarla viviendo con totalidad.

No es fácil.

A veces uno puede andar extraviado o contrariado para participar de las circunstancias necesarias que honren la existencia y desplieguen su ser en las más disímiles situaciones.

Recomiendo andar en bicicleta, disculpen el paréntesis.

Pero es válido, porque de alguna forma el ser puede sentir que un día en bicicleta es un día ganado. Conectó con la naturaleza, con la profundidad, con el disfrute, con la existencia.

Y contribuyó a su salud al mismo tiempo que vivió una experiencia agradable.

En fin, estábamos con el destino. Y algo habrá que decir al respecto.

La vida renace cuando uno se escapa de la concepción del destino y se libera de ella. Me parece un error creer en un destino determinado, es como cerrar el mundo para siempre. La antítesis de la esencia de la existencia que es el cambio y la evolución. La renovación a cada instante.

No digo lo que no digo.

Que hay que ser nuevo cada día o cambiarlo todo de un día para el otro.

Lo que digo, o mejor dicho, trato de decir, es que quizás es conveniente renunciar a la idea de destino porque no creo que aporte mucho. O para ser extremadamente honesto, no creo que aporte nada.

Nada de nada.

Por el contrario, invalida la vida.

El destino cierra la existencia, concluye el despliegue y marca lo definido.

Espanta en algún modo.

Es que voy a vivir en este departamento, en esta ciudad o en esta casa de ahora y para siempre.

Voy a ser esto y sanseacabó.

Qué.

Este era mi destino.

Y estoy feliz así. 

Bueno, eso está bueno, no? Y es absolutamente respetable, no hay una receta de la felicidad para todas las vidas. 

Cada uno tiene derecho a construir la suya. 

Pero creo que está mejor no cerrar el destino, sino construirlo cada día. Observándose, disfrutando de su presente y con la apertura siempre de renovarlo o cambiarlo por completo, según lo marque su espíritu o lo demande su ser. 

Siempre entusiasma lo nuevo, la posibilidad de evolución, cambio y renovación. Ahí afuera hay un mundo más interesante que el que vivimos.

Quizás por eso aún no sé si es en este departamento, en aquella casa o en aquel otro departamento. Si es en esta ciudad o en aquella otra.

Si soy realmente esto o seré aquello.

Pero bueno, que sea tal vez por tres años, por el tiempo del jardín de Santino.

Más interesante que aceptar el destino es construirlo.

Hoy y siempre.






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