domingo, 5 de septiembre de 2021

El destino


Hace tiempo que descreo del destino y del futuro.

Así de renegado estoy.

😀

Primero, porque creo que es mejor creer que el destino se construye. Y segundo porque creo que el futuro no nos pertenece, con lo cual descentra de la vida.

Algo así.

Es decir, nos saca del presente para vivir en una suposición ajena que nunca nos pertenece.

No sé bien por qué me meto en estos temas, aunque por algo será. La escritura es una bendición que sirve para desenredarnos, clarificarnos, vislumbrar y superarnos.

En síntesis, para liberarnos de algún modo y elevar nuestro nivel de conciencia.

En eso ando.

Por conveniencia propia, creo. Porque si para algo estamos, entre otras cosas, es para destrabarnos lo más posible, desplegarnos y evolucionar. Con el consecuente beneficio que eso implica para la propia persona y para los demás.

Somos esencialmente semillas en expansión hasta el último día de nuestras vidas. Y esa es una buena creencia, y una buena elección.

Porque es un despropósito marchitarse antes y creer que porque uno tiene vaya a saber cuántos años la vida ya pasó. La clave y la forma de honrar la vida es viviendo con intensidad hasta el último minuto. No importa si uno tiene 90 años, cien, o ciento diez.

La vida se trata de vivir, y nada es mejor que honrarla viviendo con totalidad.

No es fácil.

A veces uno puede andar extraviado o contrariado para participar de las circunstancias necesarias que honren la existencia y desplieguen su ser en las más disímiles situaciones.

Recomiendo andar en bicicleta, disculpen el paréntesis.

Pero es válido, porque de alguna forma el ser puede sentir que un día en bicicleta es un día ganado. Conectó con la naturaleza, con la profundidad, con el disfrute, con la existencia.

Y contribuyó a su salud al mismo tiempo que vivió una experiencia agradable.

En fin, estábamos con el destino. Y algo habrá que decir al respecto.

La vida renace cuando uno se escapa de la concepción del destino y se libera de ella. Me parece un error creer en un destino determinado, es como cerrar el mundo para siempre. La antítesis de la esencia de la existencia que es el cambio y la evolución. La renovación a cada instante.

No digo lo que no digo.

Que hay que ser nuevo cada día o cambiarlo todo de un día para el otro.

Lo que digo, o mejor dicho, trato de decir, es que quizás es conveniente renunciar a la idea de destino porque no creo que aporte mucho. O para ser extremadamente honesto, no creo que aporte nada.

Nada de nada.

Por el contrario, invalida la vida.

El destino cierra la existencia, concluye el despliegue y marca lo definido.

Espanta en algún modo.

Es que voy a vivir en este departamento, en esta ciudad o en esta casa de ahora y para siempre.

Voy a ser esto y sanseacabó.

Qué.

Este era mi destino.

Y estoy feliz así. 

Bueno, eso está bueno, no? Y es absolutamente respetable, no hay una receta de la felicidad para todas las vidas. 

Cada uno tiene derecho a construir la suya. 

Pero creo que está mejor no cerrar el destino, sino construirlo cada día. Observándose, disfrutando de su presente y con la apertura siempre de renovarlo o cambiarlo por completo, según lo marque su espíritu o lo demande su ser. 

Siempre entusiasma lo nuevo, la posibilidad de evolución, cambio y renovación. Ahí afuera hay un mundo más interesante que el que vivimos.

Quizás por eso aún no sé si es en este departamento, en aquella casa o en aquel otro departamento. Si es en esta ciudad o en aquella otra.

Si soy realmente esto o seré aquello.

Pero bueno, que sea tal vez por tres años, por el tiempo del jardín de Santino.

Más interesante que aceptar el destino es construirlo.

Hoy y siempre.



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