lunes, 31 de agosto de 2020

Cables decadentes



Acabo de levantar la persiana y veo un cable que pasa desde el inicio de la pared hasta el sexto piso, en una perfecta diagonal que lo deja tendido en suspenso afeando la vista.

Otra vez la decadencia pugna por instalarse, esta vez desplegada por el espíritu acomodaticio de un obrero que prefiere dejar un mamarrracho para la posteridad antes que entregar un trabajo responsable como corresponde.

Total, el problema es de los otros.

Los perjudicados.

Que a partir de este momento están invitados compulsivamente a ver un cable flamear desde sus ventanas.

Son vecinos distraídos que se anoticiarán del despropósito y jamás sabrán quién fue el causante de afear su ámbito, porque el protagonista de los hechos se habrá marchado sigiloso sin dejar rastro alguno.

Salto como una pipa y voy a buscarlo.

Llevo la verdad, la certeza, y toda la educación para que el responsable de la vagancia repliegue su actitud y ponga el cable como corresponde, llevándolo por la pared.

Bajo por la escalera, voy hasta el fondo, abro la puerta, salgo a la calle y llego hasta el lugar.

No hay nadie.

Solo observo un carro de mala muerte sin patente, cables tirados en el piso de la vereda pública y la ausencia total del presumible obrero que a la vista de todos deja los cables desparramados, su carro a la deriva y su dejadez elocuente, que manifiesta sin quizás que lo sepa, una representación más de la decadencia irreversible que transita con impunidad a diario y arruina un poco más la existencia.





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domingo, 30 de agosto de 2020

¿Qué es el éxito?


El éxito es una palabra que define cada uno.

Esencialmente.

Puede cualquiera también si quiere fijarse la definición y luego decirse en base a esa determinación qué tanto exitoso es.

Cuanto más cree en la norma y en la disposición ajena, más puede ver la definición adoptada por la Real Academia Española y juzgarse por ella.

Si tiene espíritu propio, confianza en sí mismo y ánimo por su propia libertad, puede evitar ir a hurgar la precisión ajena que procura establecer una definición impoluta y objetiva sobre el tema.

Situación que no solo atañe a la palabra éxito sino a cada una de las palabras que se aceptan en el idioma Español.

Lo cual manifiesta el ímpetu, compromiso y empeño que se tiene por modelar el lenguaje, ajustarlo de alguna manera o validarlo a voluntad.

La palabra éxito no se escapa de esos menesteres.

Pero aunque haya una definición ajena que goce del beneplácito de la validación de una entidad respetable y prestigiosa, no quiere decir que uno deba dócilmente salir corriendo a buscarla para descubrirla, luego juzgarse a partir de ella y finalmente aceptar qué tanto exitoso es según lo establecido.

Es mejor evitar esa indagación por más espontánea y rápida que fuera, preguntarse por sí mismo y responderse sin titubeos.

Cualquier respuesta que uno se dé siempre es más válida que la que pueda encontrar afuera.

Ser exitoso es ser con autenticidad, ímpetu y entusiasmo quienes somos.

Y hacernos cargo de quienes podemos llegar a ser.

Honrando sanos valores.

Podría decir alguien. Pero cualquiera, absolutamente cualquiera, podría decir cualquier otra cosa.

Y darle a la palabra éxito el significado que se le antoje.




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viernes, 28 de agosto de 2020

El hombre ante la vida


Yo les voy a decir un montón de cosas que pienso de una vez y para siempre. Y ustedes se quedarán tomando lo que les parece, lo que les provoca sentido, curiosidad, o lo que fuera para facilitarles adoptar o elaborar ideas que los beneficien en la vida y en cada una de sus situaciones cotidianas.

Cada una.

Porque habrá varias y de las más diversas, y para cada uno por supuesto sus menesteres tienden a sentirse como los más importantes de todo. No importa si se quemó la plancha o se cayó la taza de café, o la tía resbaló y otras cuestiones que pueden ser diversas y que no sé por qué me llevan a la desgracia, al infortunio, a la mala noticia que se manifiesta cobrando formas diversas.

Eso hace pensar que no tiene por qué quemarse la plancha, caerse la taza de café o resbalarse la tía por un mal movimiento que le lleva como consecuencia de su desbarajuste en la previsión del paso a quedar tendida en el suelo con las graves consecuencias que cualquiera de ustedes se podrá imaginar.

Bien podríamos decir que alguien ganó a la quiniela, o recibió un regalo, o aprendió versos en latín, a tocar cierta canción en la guitarra o lo que fuera en sentido positivo que sirviese para representar que no todo está perdido, la vida no es ninguna mierda y bien vale ser vivida para enaltecer al ser y ubicarlo en los espacios virtuosos que solo la persona afortunada o empeñosa puede lograr.

Es ese carácter positivo que se manifiesta de modo azaroso o se construye a partir del accionar humano, que le da buen sabor a la existencia y le permite a cada uno salir cada día, levantarse y hacerse cargo de lo que quiere, de su realidad, de su vida y del mundo que puede construir.

Después estará el ánimo y la inclinación de cada uno que hará que la vida sea más interesante o agradable, o bien una sucesión de desgracias y lamentos cotidianos que en parte o en todo siempre pueden ser justificados con moyor o menor habilidad, pero en definitiva reafirman una existencia debilitada, penosa y desdichada.

Dicho esto, por último es preciso señalar que la vida de cada uno está en sus respectivas manos.




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lunes, 24 de agosto de 2020

El hombre caprichoso



Pierde tiempo el hombre caprichoso cuando quiere conversar.
Encerrado en sus verdades se ofrece sordo a una palabra que nunca le llega.
Por eso es mejor que se asuma sin titubeos y resuelva hacerse cargo de quien es, si no tiene la intención de cambiar. 
Eso le permitiría ganar tiempo y no inmiscuirse en conversaciones improductivas e innecesarias.
Debería saber primero que de persistir en su capricho, no es pertinente simular el interés en participar en conversaciones, porque el otro, si en verdad oficia dignamente de quien es, presumiblemente pueda manifestarle la disidencia en todo o en parte, y esa mirada ajena pero razonable, puede provocarlo al punto de hacerlo enojar o desafiarlo a reconsiderar lo que obstinadamente afirmaba.
De modo que es en vano que contra su propia esencia el hombre caprichoso se apreste a conversaciones. Corre riesgo de quedar de algún modo tartamudeando si la fundamentación ajena revierte sus convicciones. Y en caso de hacerlo con razonabilidad y contundencia, solo sirve para volver más elocuente el rasgo caprichoso que lo tiene maniatado como a chico endiablado que no le han comprado su chupetín.
Quizás el problema más relevante del hombre caprichoso es la asunción irremediable de su ceguera. Cree de modo innegociable en lo que se le ocurre y se aferra con uñas y dientes a sus certezas. Encerrado en sí mismo el otro ocupa el lugar de la molestia.
Y si piensa, peor.
Porque puede hacerle notar las inconsistencias del capricho, las desavenencias, los puntos flojos y las inconveniencias que sería pertinente reformular.
Situación que pone de mal humor al hombre encaprichado y lo deja extraviado o patituerto ante la verdad ajena.
De modo que no es sugerible para quien no está dispuesto a soltar el capricho que se entrometa a conversaciones que si en efecto son comprometidas y saludables, pueden favorecer la reflexión en vez de afianzar sus certezas.
El hombre caprichoso debiera asumir su condición y mantener su escucha cerrada, para evitar molestias que puedan cuestionar sus caprichos.
Encerrado en sí mismo puede permanecer contento, feliz, y convincentemente equivocado.
Sin que lo perturbe nadie.





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domingo, 16 de agosto de 2020

El gran cuento


Estoy terminando de responder un mail en el cel cuando veo que Santino viene hacia mí con dos cuentos en sus manos.

Lo percibo de reojo sentado en el sillón mientras vuelvo la vista al cel. Pienso que cambiará el rumbo al verme tan ocupado, subsumido en la pantalla que requiere mi atención.

Pero no cambia el rumbo, acelera sus pasos, me pone el libro en la panza y se cuelga en mi pierna.

Termino de escribir el mail y me dedico a lo importante, leerle cuentos.

Abro el libro, es de las letras.

A, grita Santino mientras la señala.

Sí, a de araña.

P, anuncia convencido cuando la ve. Papá, completa.

Esta es la w de Walter, le digo.

¿Cual es la F?, le pregunto. Santino busca, analiza, da vueltas las hojas hasta que la encuentra.

Y la señala.

Flavia, grita.

Muy bien Santino, le digo, y cierro el libro, como finalizando la sesión de lectura.

No dice nada, solo me mira, se da vuelta y camina hasta la mesita. Se estira entre los juguetes y agarra otro libro. Da media vuelta y vuelve caminando con cierto bamboleo hasta que llega a mí y me echa el libro encima.

Es otro de los tantos libritos breves. Me dispongo a exprimir esas tres o cuatro páginas mientras me digo en silencio qué mezquinos son los editores de libros para bebés.

Estas sesiones relevantes de la vida se repiten casi a diario. Los cuentos son los mismos pero la imaginación siempre los renueva.

Le cuento que Sam va en su barco con su amigo el mono y el pájaro que los acompaña. Que bajan las velas porque no hay riesgo de temporal, el día es hermoso y van a disfrutar del mar.

Santino me mira. Y vuelve la vista al libro. Quiere más.

El sol amarillo, señalo. Mirá Santino, la paloma, apunto con el dedo.

Onc onc, reafirma Santino con una representación precisa y exacta de la paloma que por las mañanas se para en el ventiluz del baño.

Tienen un buen viaje y pronto llegarán a destino, le anuncio.

Doy vuelta la página. Mirá, un perro, lo sorprendo.

Guau guau, dice mientras me agarra de los piernas y me mira.

Están cerca de la costa, ya van a llegar. 

Llegaron, anuncio como un punto final e irrenunciable del cuento.

Cierro el libro.

Santino levanta la cabeza y me mira como diciendo sabés que esto no es todo. Apenas permanece congelado un instante con la vista en mis ojos, luego se da vuelta y camina determinado hasta la mesita. Mira un poco, estira la mano y agarra otro librito.

Da media vuelta y viene caminando con una presura equivalente a su bamboleo. Llega hasta mis piernas y en el preciso momento que me lanza el librito se deja caer abrazando mis rodillas.

El último, le informo sin el menor de los titubeos.

No sé si no me escucha o no me cree. Porque vuelvo a la carga compenetrado en la historia. 

Esta vez el cerdito picarón hace sus travesuras en un parque. Y celebra la vida como se debe, jugando y sonriendo con sus amigos.

Santino escucha y cree. Vive en cada cuento.

Como vivo yo en cada relato.

Doy vuelta la hoja...

Mirá Santino, un gato.

Miaaaauuuu, exclama compenetrado.

El cuento breve termina pronto. Otra vez Santino acepta el final, me mira cerrar el libro, levanta la cabeza para verme de frente. Da media vuelta y repite la búsqueda.

Viene una vez más con otros cuentos.

Volvemos a ver las páginas y siempre encontramos al patito, la tortuga, el mono, el delfín Doroteo, el conejo. Son todos amigos que viven distintas situaciones y siempre están jugando. El lobo chistoso, la abuela, Caperucita. El avestruz, Sam y el pez Mario. Todos están contentos.

Todos estamos felices.





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sábado, 15 de agosto de 2020

Digan niñes


El lenguaje inclusivo revela el avance indeclinable de los tontos, que marchan decididos a hacer la revolución de la zoncera.

Antes los tontos andaban tranquilos y no jodían a nadie pero ahora están empeñados en querer imponer sus caprichos.

Quieren que todos obremos con zoncera.

Hasta parece que procuran doblegar a las autoridades de las instituciones y hacerlas balbucear o hablar como si fueran carentes de dos dedos de frente.

Antes se estudiaba el inglés porque sobran los motivos. Ahora todo se ha degradado tanto que los tontos deben poner su máximo empeño para dominar el lenguaje de la idiotez con riesgos notables de tener reiterados traspiés si pretenden hablar de corrido.

Soy tan mal pensado que creo que hasta el mayor representante de los tontos no podría dar un discurso de corrido sin fallar en honrar debidamente al lenguaje inclusivo.

Se trabaría, se confundiría, sería una parodia del mamarracho y un acto de elocuencia de la farsa.

Como los embaucadores de turno que simulan ser del equipo de los tontos al soltar un todes o un niñes y son verdaderos oportunistas farsantes que recurren a esa burda treta para alegrar a los zonzos y guiñarles un ojo como diciéndoles, miren tontines soy uno de ustedes.

A mí me da vergüenza cuando un señor o señora mayor que pensaba que era inteligente suelta una palabra de ese tipo.

Enseguida trato de discernir si era un verdadero idiota y no me había dado cuenta o se trata en verdad de un tonto de pura cepa que da la vida por el lenguaje de la decadencia.

Habría que hacer el desafío y que hable de corrido algún representante de este lenguaje. A ver si en verdad domina la destreza de la estupidez o tartamudea como un bobo que no sabe lo que dice.

Ese solo hecho simple y vulgar sería suficiente para advertir las falencias de sus propios representantes y la inconsistencia de sus caprichos.

Y no digo yo que no puedan hablar de corrido en el lenguaje que conocemos todos, aunque cualquier mal pensado pueda sospecharlo.

Estos burdos revolucionarios tarambanas hacen agua por todos lados.

Desde el inicio nomás.

Vean que dicen todes, niñes, chiques, etc. Usan la E como insignia cuando debieran usar la I de inclusivo.

Son tan pero tan tontos que se vanaglorian de la zoncera.

Pero no quiero ganar enemigos que sean acérrimos defensores de la bobada. Tienen todo el derecho del mundo a defender a rajatabla lo suyo y gastar su tiempo y sus energías en la pavada.

Lo que me enoja con razón es que los tontos quieran exigirnos que todos hablemos como verdaderos idiotas.

Si son pavos ellos, es su propia elección.

Pero no pretendan imponernos su estupidez.





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viernes, 7 de agosto de 2020

Ser


El mayor despropósito que comete mucha gente es que no es. A veces con suerte titubea o insinúa, pero ser lo que verdaderamente es sin restricciones, no es.

Se queda ahí, en una tibia insinuación, como si honrara una predisposición clara pero fallida, que lo inclina hacia adelante pero en los hechos lo repliega.

Es un grave error no ser con convicción, quedarse en la mitad de la propia existencia en vez de aventurarse al riesgo de hacerse cargo de quien es y avanzar con paso firme hacia el propio despliegue.

Diciendo al mundo, bueno este soy yo. Aquí estoy. Si les gusta muy bien.

Y si no les gusta, también.

En cualquier caso ese no es el problema del ser sino del otro ser, que puede levantar el dedo y ofrecer el veredicto. Bendecir o maldecir según sus parámetros.

A quién le importa.

Solo a algún espíritu inseguro que relegado de la madurez y subsumido en los dictámenes del ego necesita que alguien le indique el camino, lo valide o alinee si estuviera desalineado.

Cualquier persona desarrollada está despojada de la mirada ajena que es totalmente improcedente a la posibilidad de afectar a su verdadero ser o persuadirlo para transfigurarlo.

Nadie inteligente es marioneta de designios ajenos para su propia vida.

Eso no quiere decir que cualquier espíritu observador y curioso pueda reconocer con facilidad dos estirpes claramente diferenciadas.

Un poco a la gente se la reconoce por eso.

Están los que son a toda costa y quienes quedaron relegados de sí mismos, y hasta se fueron de la vida sin llegar a ser como Dios manda.

Una verdadera lástima.

Es cierto que el camino debe ser zigzagueante, lleno de contratiempos y dificultades.

Repletos de críticos y designios ajenos, que pueden favorecer el ruido y la confusión. 

No importa.

Es obvio que para ser sin pedir permiso hay que estar dispuesto a pagar un alto precio. 

Pero es un precio que se paga con mucho gusto.

El rumbo conveniente parecería ser siempre el destino definitivo, que honra la propia persona al asumir su máxima expresión.

La vida es muy corta y sería una pena que cualquier ser quede a mitad de camino.





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