domingo, 16 de enero de 2022

La vieja protestona


De chico le tenía miedo al cuco y de grande además de los burócratas, le tengo miedo a la vieja protestona.


A los burócratas en verdad no les tengo miedo, ni sé por qué los puse. Debe ser porque intermedian en todo, meten las narices hasta en las cuestiones más privadas, y accionan para intervenir con la presunción de que arreglarán el mundo y la consecuente certeza de que lo estropean.


Como cualquier persona con dos dedos o uno de frente, puede observar.


Momento...


No caigo en el prejuicio porque no todos los burócratas son excesivamente intrusivos, se creen que se las saben todas, piensan que han venido a salvarnos, y tienen un complejo de inferioridad e inseguridad tal, que necesitan tener poder a cualquier precio aún cuando el rol que asuman los transforma en esclavos.


Hay también burócratas inteligentes. Pocos, pero hay.


Conozco un par, o por lo menos uno.


Sí, creo que uno al menos conozco. Aunque no estoy seguro.


Lo que me preocupa y me da miedo es la vieja protestona, yo por suerte no la veo pero la advierto y temo quedar embaucado en una vida con ella.


Por qué protesta la vieja?


Por todo.


Que hace calor, que hace frío, el viento, sol, lluvia, el vecino y la mar en coche.


Es un peligro que cualquier señorita linda e inteligente, de un paso en falso e inicie esa línea que la conduce directo a la amargura, la infelicidad y la desdicha, mientras agria su cara y si adopta esa postura indolente le amarga la vida a los demás.


Cada señorita bella e inteligente puede ser en potencia una vieja protestona.


Tienen que estar alertas ellas y nosotros.


Por eso quizás lo hablo con Flavia cuando muy excepcionalmente, por no decir con preocupante recurrencia, amaga para ese lugar o acciona de manera decidida.


Y por eso quizás escribo esto, que presumo me ocasionará algunas protestas y pataleos, esta vez posiblemente fundados.


Pero tal vez este escrito contribuya a la sana reflexión. 


Recen por mí.






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jueves, 13 de enero de 2022

Se usa


Eso no se usa más.

¿Cómo que no se usa?

No se usa, se usaba antes.

¿Y?

No me importa, qué me importa si se usaba o se usa. Me gusta eso y ahi me quedo.

Basta para mí.

¿Qué me puede pasar? ¿Toy fuera de onda? ¿Estoy desalineado con los caprichos de la moda?

¿Y?

No sé si se usa, no se usa o se ha usado y ahora quizás en este preciso momento o la semana pasada ha dado la casualidad que los veredictos de la onda determinaron que ahora, justo ahora, no.

No se usa.

Es que ese mueble, ese sillón, o esa tela de sillón, o malla pata larga, o lo que fuera me gusta, sin fijarme en lo más mínimo si se usa, se usó o se está dejando de usar.

Lo máximo que me puede pasar es estar fuera de moda, desalineado. Como fuera del rebaño.

¿No?

En ese caso más que sentirme preocupado me sentiría contento porque sentiría que voy por mi camino sin mirar al vecino ni prestarme a las pretensiones de las miradas ajenas.

Que le dicen a uno, para acá, para allá. Arriba.

O firulete.

Con ese criterio de dejarse guiar, embaucar o alinear por lo que se usa, como una disposición mandante, uno sería marioneta de los designios ajenos y debería renunciar a sus propias inclinaciones, sus gustos más auténticos y genuinos.

Y tal vez también a sus propios caprichos.

Sería como transformarse en una marioneta que resigna su libertad para encausarse con el beneplácito de las ondas vigentes.

Quizás por eso no me importa si esto o aquello se usa o dejó de usarse.

Y si alguien viene y me anoticia de la situación, lo escucho con absoluto respeto porque amablemente muchas veces quiere hacer llegar su advertencia, sobre todo si lo que deseo está muy desalineado con la moda vigente.

Aunque de inmediato digo, lo llevo igual.

Así, sin ningún titubeo, como si fuera yo el más macho entre los nachos.

Y como si la moda estaría a mis pies, para pisotearla tanto como quiera.




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jueves, 6 de enero de 2022

¿Qué decirles?


Qué decirles muchachos, qué decirles, a ustedes y a las señoritas. Qué decirles a todos hoy.


No lo sé.


Aunque algo he de decirles, porque de eso se trata escribir y desplegar párrafos. Es como abrir la puerta y presentarse. 


Asumir el riesgo de jugarse ante la existencia.


Decir, aquí estoy, y luego predisponerse a abrir la boca para decir algo, o alguito. 


Porque siempre algo se dice, ¿no?


A veces parece poco pero cuando se mira con atención el solo hecho de decir algo, algo genera.


Qué le vamos a hacer.


Por eso me pregunto qué decirles, qué carajo decirles en esta oportunidad.


Claro que uno espera que esta dimensión del mundo de la escritura tan mágica como insondable venga a rescatarme y me haga decir cosas interesantes, propias de la lucidez que honra la inteligencia.


Eso siempre uno quisiera decirles, el resultado de esa perspectiva que puede resultar inquietante, perturbadora y enriquecedora, porque al decir se abren posibilidades de entendimiento, de comprensión, de clarificación sobre las cuestiones que fueran y de visualización de cosas que no se veían y que luego de que la palabra aparezca se pueden ver con nitidez para operar con ellas.


O simplemente para entender lo que no entendíamos, con el inestimable beneficio que cualquier entendimiento implica. Porque estar no entendido es estar embarullado, enfrascado, maniatado en el propio ser.


Con los entuertos, incomodidades y malestares que eso genera.


De ahí quizás la necesidad de entender y consecuentemente de algún modo liberarse para andar suelto y livianito en el despliegue que habilita la existencia.


De lo contrario la soga delimita demasiado, uno puede dar vueltas sobre si mismo y queda sumido a despliegues muy reducidos y poco meritorios, si es que en el mejor de los casos los realiza.


Porque si somos precisos y sinceros, cualquier ser maniatado no supera la insinuación.


Queda ahí.


Por eso no es joda muchachos, no es joda señoritas, cuando uno escribe algo se dispone a decir y a pesar de la imprudencia de lanzarse al vacío para abrir la boca y entregar lo que será dicho, todo depende un poco de la suerte y de los designios de la escritura que siempre sospecho que son los verdaderos causantes de los decirles con los que nos encontramos en los textos.


Es esa dimensión misteriosa y fascinante de la escritura la que habilita las palabras que luego se despliegan.


Los escribas solo tipeamos lo que ese mundo dicta.


Y lo que se nos antoja.


Quizás por eso no sé que voy a decirles aunque creo haberlo dicho todo.






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