sábado, 25 de abril de 2020

Palabras al aire



Una de las condiciones necesarias para preservar la libertad es permitir el despliegue irrestricto de las palabras.

Por eso cada vez que quieren amedrentarlas es un motivo de alerta, un reclamo a estar en guardia para quienes defienden la libertad.

La palabra es importante porque incide en la posibilidad de crear el pensamiento y transformar consecuentemente la realidad.

Esto hace que cualquier persona que piense y se disponga a compartir palabras genere las circunstancias propicias para modificar la realidad.

Y nada mejor para hacerlo que despojar a la persona de todas las limitaciones que puedan restringir sus palabras.

Si avanzan las delimitaciones que caen sobre la posibilidad de expresión del individuo, retrocede la posibilidad de ampliar el pensamiento y provocar positivamente la realidad.

Una sociedad inteligente que procure extender sus posibilidades de resultados en las incumbencias que fueran, alienta el uso de las palabras y expande la posibilidad de expresión.

En vez de mandar al susodicho a la hoguera y callarlo, se entusiasma con quien viene a proponer una idea nueva o aporta un enfoque distinto al prevaleciente.

Es porque el díscolo que se permite desalinearse de la manada puede avivarnos. Hacernos ver distinto lo que vemos o abrirnos los ojos a lo que no vemos.

De ahí que lejos de enojarnos con quien piensa diferente es conveniente que cada uno diga lo que piensa con la finalidad de contribuir al pensamiento en vistas de favorecer la toma de decisiones que pueden afectar directamente a toda la sociedad.

Por el contrario las posiciones más mezquinas e inseguras, las sociedades más precarias y fracasadas, se alertan cuando la palabra disidente puede echar luz a cualquier vicisitud o manifestar ciertas discrepancias. Por eso se abalanzan sobre ella para desgastarla, desalentarla, silenciarla y si fuera posible erradicarla.

Temen que la palabra esclarezca el pensamiento y persuada para tomar decisiones o redefinir rumbos.

La mezquindad sucede porque defienden más beneficios personales que la convicción por lograr el bien común.

Y porque detrás de esos espíritus intolerantes muchas veces están las inseguridades propias de quienes no creen en sus supuestas certezas.

Por eso no es extraño que actúen con daño y saña para disciplinar al disidente que propone una mirada distinta.

Frente a esa actitud mediocre, muchas veces pendenciera y maliciosa, es conveniente recordar que siempre hay que defender la palabra auténtica y alentarla. La libre expresión favorece el despliegue de la inteligencia y la posibilidad de transformar positivamente la realidad.

Quienes defienden la libertad no titubean y saben que siempre deben defender el uso de sus palabras.




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martes, 14 de abril de 2020

Los perdedores



Quizás el mayor error de los perdedores es culpar de su fracaso a los ganadores.

Desde la derrota le zampan la culpa a quienes triunfaron y de esa manera se reaseguran perpetuarse en su condición primero de derrotados, y luego de fracasados y resentidos.

A veces se convencen tanto de que el exitoso es el causante de sus desdichas que ofuscados se lanzan hacia él para acometer justicia.

Con la intención siempre fallida de nivelar para abajo.

Porque si el otro está muy por encima viviendo en el exito, no son pocos los que suponen que una buena idea es traerlo para abajo y que experimente él también el mundo de la precariedad y la desgracia.

Tal como lo hacen los países más fracasados, frustrados y resentidos del planeta tierra.

Enzalsan tanto la pobreza que no paran de fomentarla, en vez de combatirla y erradicarla.

En esas tierras solo los gobernantes que se erigen como salvadores truchos de sus pueblos viven excelentemente bien y el resto experimenta a diario una vida de mierda.

Sin metáforas.

El problema con todos los malos perdedores, fracasados y resentidos que se abalanzan sobre los exitosos para perjudicarlos con las tretas que fueran, no es que los vulneren y en el cortísimo plazo no logren su fugaz propósito, es que se asientan en su posición para perpetuar sus resultados.

Viven entrampados.

Con un futuro para ellos previsible.

Mientras que el exitoso que claramente es más inteligente, se reacomoda y sigue para adelante tomando decisiones que en el mediano y largo plazo lo benefician e indirectamente perjudican a quienes quisieron perjudicarlo.

El problema mayor es que los ciudadanos de a pie que creemos en la posibilidad de progresar y por eso admiramos a los exitosos y a los países mas desarrollados del mundo, nos vemos perjudicados con el accionar de los fracasados, que no solo espantan a los exitosos sino que influencian las decisiones políticas propicias para que nadie pueda triunfar.

Y que todos experimentemos la pobreza.

Que nadie pueda emprender, generar empresas, empleos y consecuentemente riqueza para todos.

Por eso por el bienestar general es conveniente admirar a los exitosos, alentarlos y emularlos.

En vez de criticarlos y defenestrarlos, es imperioso aprender de ellos.

Y premiarlos tanto como se pueda, para que acentúen su camino de crear empresas, empleos y riqueza. 

Así nos beneficiamos todos.

Cuanto más exitosos logramos que sean, más ímpetu pondrán en invertir, generar emprendimientos, empleos y consecuentemente productividad, aportando mucho más gracias al éxito a las arcas del Estado.

Si por el contrario los fracasados se imponen, castigan a los exitosos y fomentan ideas que desalienten la creación de empresas, se generan las condiciones propicias para que todos perdamos y terminemos viviendo en un país donde lo único que proliferen sean seres perdedores, resentidos, envidiosos y frustrados.



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