Por supuesto que soy Peronista, como somos de alguna manera todos. Hasta los
que lo odian al general, que se definen como antiperonistas.
Con lo cual algo tienen que ver. Y su identidad no por concordancia pero sí
por oposición está de alguna forma afectada por la doctrina.
Nuestra doctrina. La de los compañeros.
Y ahí también vemos, que estamos de algún modo en el mismo lodo. Porque
compañeros, lo que se dice compañeros, somos todos.
Pero bueno algo hay que ser en la vida y yo como muchos, porque eso también
hay que reconocerlo. Yo, como muchos, soy Peronista de algún modo.
Aunque no estoy seguro de qué modo o con qué precisión sería yo Peronista.
Ni a qué linaje de Peronistas pertenecería. Porque no haber ocupado cargos
públicos algo debe decir, o mucho debe decir.
Por ejemplo, que uno no se ha dedicado a la política. Y que se ha entregado
a otras cuestiones.
Pero eso no le quita a uno la inquietud por el Peronismo que se desata en
estos tiempos. Más si uno, que vengo a ser yo, de chiquito aprendió la marcha y
la cantó con emoción genuina en actos que puede recordar ahora como momentos inolvidables.
Siempre había tres o cuatros oradores más o menos virtuosos. Entre los que se destacaban las figuras invitadas, que eran los políticos de renombre que llegaban al pueblo para pronunciar grandes discursos frente a un público que
los vitoreaba y acompañaba con bombos y cánticos en un clima festivo.
Así eran los actos por ejemplo en el Club de Pesca Social y Deportivo. Que
cerraban con un asado envidiable en un salón que albergaba más de mil personas.
Nada borrará en mi memoria que los días de los actos eran siempre soleados y
que la marcha se escuchaba a todo volumen de manera incansable.
Yo recuerdo que en mi pueblo teníamos oradores locales de gran destreza. Y
recuerdo también a la Chola, a Mario, al loco Conti. Y a tantos otros
compañeros que eran piezas clave del Peronismo local y se deslomaban para que
el movimiento salga adelante en cada una de las elecciones.
Ellos, mi padre, yo y algunos otros, sabíamos que el pueblo se salvaría si
el Peronismo por fin llegaba al poder y comandaba la Municipalidad local, que
siempre quedaba en manos de los malos de los radicales. Por aquellos años, esos que para mí de alguna forma
eran de esa estirpe. Aunque no tenía ningún tipo de enemistad ni encono con
ellos.
No es que eran jodidos los Radicales, ni mucho menos. Pero de niño uno
distingue lo esencial. Y en aquellos años, qué duda cabe, nosotros éramos los
buenos.
Peor que los contrarios eran los otros. Los peronistas del otro bando, que
afamados tenían cierto prontuario. Y el mandamás según se comentaba andaba
cargado. Cargado hasta los dientes con un revolver en la guantera de la
camioneta, listo para resolver cuestiones.
Era el loco que recuerdo el apellido pero por las dudas no pienso mencionar.
A ver si todavía queda algún secuaz de aquella aparente banda y viene a
arreglar las cosas conmigo, que apenas escribo.
Y no tengo nada que ver.
Nada, absolutamente, nada que ver.
Yo conocí a todos los Peronistas auténticos de aquellos años gracias a mi
padre, que es Peronista en serio. De los genuinos.
Algo que supe desde chico, no por acompañarlo al partido, sino por verlo en
acción. Sobre todo cuando mi madre atendía a algunas personas que iban en busca
de dinero para pagar la luz, el gas o más habitualmente los remedios.
El timbre sonaba en mi casa. Mi madre sabía que era algún hombre que buscaba
a mi padre, que vendría con alguna urgencia. Salía entonces a abrir y atendía
al señor desde la puerta. Decía que lo busque en el estudio, pero ante la insistencia de la urgencia siempre cedía.
Cuando volvía contaba, es fulanito, no se puede tener
parado.
Qué va a necesitar para los remedios, protestaba.
Mi padre se levantaba en silencio de la mesa, iba hasta su cuarto y agarraba
supongo unos pocos pesos. Hablaba unos minutos en el porche de la casa con
Perez, Reinoso o quien fuera y volvía sin decir palabra.
Desde mi silla miraba todo con la misma indignación que mi madre.
Protestando en silencio por la injusticia de no haberme comprado el mísero
helado torpedo rojo en lo de Marcelino y haber destinado los esforzados fondos
de la familia a supuestos remedios apócrifos con forma de vino, según las
fundadas sospechas que mi madre hacía notar.
Y afirmaba sin el menor de los titubeos.
Pero no quería distraerme en estos detalles sino adentrarme a la inquietud
que no sé por qué me convoca, que es observar un poco más de cerca lo que pasa
hoy con el Peronismo. O bien lo que pasa en relación a estos tiempos.
Si cuento lo que cuento, será para observarlo más de cerca y entenderlo un
poco. O para descubrir quién fui, quién soy. O quiénes somos.
Vaya uno a saber.
Siempre pensé que mi padre tendría chances de hacer carrera en la política y
se abriría camino por ese sendero hasta llegar a alguna cima. Lo sospechaba por
los recibimientos airosos que recibía cada vez que lo acompañaba al partido.
Eran creo unos pocos gatos locos, pero gritaban como si fuera una horda de
gente entusiasta ante la presencia de mi padre. Carlitos, se escuchaba.
Carlitos. Y aplaudían y enseguida lo rodeaban.
A veces, la cosa se ponía más interesante y mi padre iba hasta un extremo de
la sede partidaria y comenzaba a hablar luego de los repetidos gritos
acompañados por palmas decididas.
Que hable, que hable…
Mi padre se acomodaba en algún rincón y siempre daba un discurso medido,
tenue. Propio de la timidez que creo sufrió para hablar en público. Timidez que
seguramente fue la responsable de que no pueda hacer discursos airosos, de esos
memorables que hacían muchos de los políticos para embarullar a sus seguidores
o entusiasmarlos con un futuro que seguro vivirán.
Y que estaba muy lejos de sus actuales realidades.
Siempre escuché con atención esos discursos y reflexioné sobre las frases que una y otra vez aquellos políticos repetían del General o de Evita.
Pero no sólo acompañaba a mi padre en aquellas circunstancias, también era
parte del movimiento. Tenía varios amigos del partido con los que jugaba y
repartía boletas. Y en las elecciones solía acompañar a mi madre y otros colaboradores que llevaban comida a los fiscales.
Como sea, por suerte mi padre desestimó pronto el camino de la política. Y no ocupó
nunca un cargo público.
Es decir, lo que sí fue cuando tenía 24 años. De eso estoy seguro, porque lo
repite siempre. Como dando sentado que su carrera alcanzó la cima en la
juventud. Lo que sí fue, a los 24. A los 24 años. Fue.
Secretario de gobierno.
De la comuna local.
Qué tal, Carlitos. Grande Carlitos. Con 24 años.
Sí, 24 añitos.
Secretario de gobierno de la comuna local.
Grande Carlitos.
Eso lo sabe él. Lo sabemos muy bien en la familia. Y lo sabe cualquiera que
se involucre con él en una conversación política.
Hasta el intendente radical del pueblo lo sabe porque yo escuché cuando mi
padre le comentaba en una conversación que había ejercido ese cargo público.
Cuando tenía 24.
Digo del intendente anterior. No el de ahora. El que envidiaban muchos
jóvenes del pueblo con cierta malicia porque siendo una persona humilde se había
hecho camino en la política y era de algún modo el líder de nuestra comunidad.
La persona más importante de todas.
En fin, después de ese cargo que mi padre ocupó con dignidad concluyó su efímera carrera política. Se dedicó de lleno a trabajar en el sector privado para poder mantenernos a todos. Cosa que logró por
suerte con altibajos, pero sin que la familia tuviera que afrontar situaciones
caóticas por más que se insinuaban.
Como era por ejemplo pagar la interminable cuenta del querido almacenero
Marcelino, que llegaba a fin de mes con hojas y más hojas de facturas, que
jamás terminaban y hacían transpirar a mi padre.
U otras cuestiones más inquietantes como eran los presagios de mi madre que
si a papá no le iba bien nos rematarían la casa. Algo que indefectiblemente
podía suceder.
Todavía la veo a mi madre despedirme en los veranos cuando iba a la pileta
del aeroclub, dándome un beso y diciéndome.
Esperemos que hoy le vaya bien a papi. No creo que nos rematen.
Yo no sé qué tan cierto era que rematarían la casa. O era cosa de mi madre
que no se anda con chiquitas.
En cualquier caso, cierta vez se escucharon bombas de estruendo.
Pero eso parece que fue en una quinta. No sé.
En fin, yo cuando pienso en Peronistas pienso en los Peronistas como mi
padre. Que son en general los más viejos. Gente que creyó en la doctrina Justicialista
y se involucró con cuerpo y alma para ejercerla con determinación.
Los Peronistas de aquellos tiempos tenían dos ideas irrenunciables.
Favorecer a los humildes y crear trabajo.
Mi padre las honró a las dos.
De ahí que ese tipo de peronistas iban a las sedes partidarias y los vivaban
o aplaudían, porque todos sabían que hacían lo que podían para cambiar la
realidad. Y la transformaban, a partir de la energía y la convicción que les
daba la filosofía que difundía el general.
Que existía.
Todavía recuerdo la situación con un afamado Sicólogo de nuestro país que
viví hace dos años. Con el que yo pretendía hacer un proceso de trabajo
personal pero quedaba intrincado en disquisiciones intelectuales.
Tenía muchos libros de Perón, le comenté no sé por qué cuestión. El hombre
se sonrió en forma socarrona y yo quedé desconcertado. Escribía, preguntó. Sí,
tenía un montón de libros, afirmé. Mientras pensaba que en realidad tal vez el
principal era Conducción Política y el resto eran libros que hablaban sobre
Perón.
Dejé de ir a ese Sicólogo pronto. No porque haya tenido una actitud ofensiva
hacia el líder del movimiento, sino porque en vez de centrarnos en un proceso
de trabajo personal siempre se predisponía a entablar conversaciones intelectualoides
que me resultaban demasiado costosas como paciente.
La última vez que lo vi al buen hombre, llegaba cinco minutos tarde a su
consultorio con la bolsita del supermercado. Y me dio la sensación que estaba
en otro mundo.
Peronista no es.
Pero libros hay. Como el que escribió mi padre: “Los filósofos del general”.
En verdad no lo escribió él solo, sino con su amiga. Había indagado en los filósofos
en los que se inspiró Perón y luego había armado un texto virtuoso en el que
rescataba las ideas fundacionales del movimiento Justicialista.
Una verdadera obra maestra.
Yo lo acompañé a mi padre a la librería Hernández de Corrientes y recuerdo
la situación. Mi padre decidido dijo que publicaría el libro. El señor, que
creo que era el propio Hernández, lo recibió con total cordialidad en su
escritorio y se mostró como aliado incondicional. Acordaron la publicación.
Mi
padre dejó la seña.
Y no apareció nunca más.
Muchas veces que paso por Hernández recuerdo la situación. Y me lamento no
sólo de que no haya publicado el libro, sino que haya dejado la seña y ni
siquiera la haya cambiado por libros.
Aunque, ahora que lo pienso, no correspondería cambiarla por libros. Porque
era para publicar el libro.
En eso el señor Hernández, si se pusiera firme, sin dudas tendría razón.
En cualquier caso Perón tenía muchos libros. Y siempre pienso que el primero que leí fue Conducción Política, pero no recuerdo nada. Aunque no hace mucho
una persona que me dijo que fue presidente del partido Peronista de una ciudad
muy importante, me afirmó que se dio cuenta que lo había leído.
Lo aplicás, me dijo.
Raro. Porque no recuerdo nada. Nada de nada. Le insistí.
Lo aplicás. Insistió, sin dar lugar a la duda.
Debo decir que un poco me confundo sobre mi identidad política o ideológica,
porque más que en el Peronismo creo en los buenos. Y sé qué están
desparramados. Que no formen parte de un determinado partido me parece secundario,
accesorio. Lo relevante es la actitud y las sanas intenciones.
Son los buenos los que nos van a salvar.
En fin compañeros, me inquieta también un buen hombre que tiene mucha
capacidad intelectual y se endiabló con el Peronismo. Creo que tal vez hace un
aporte muy bueno a la reflexión, pero esa postura endiablada e innegociable
borronea o distorsiona sin querer tal vez los aspectos elogiables de la genuina
doctrina Justicialista.
No la que desconocen compañeros improvisados que no saben la marcha que muchos
aprendimos de niños. Y mucho menos saben las cuestiones esenciales de la
filosofía Justicialista.
Yo creo que está lleno de truchos y farsantes.
Disculpen, se me escapó.
Pero Peronistas, lo que se dicen Peronistas de pura cepa. Como los de antes.
No conozco muchos.
Solo Machado, la Chola, el loco Conto, mi padre.
Y unos poquitos más.
Aunque en Argentina, insisto, somos todos de alguna forma Peronistas. Hasta
el Presidente, que al inaugurar la estatua de Perón dejó claro por quién
hincha.
Por eso llegaremos siempre al poder con distintas formas, insignias,
argucias o partidos. Pero siempre impulsados por el lema que nos constituye.
Viva Perón Carajo!