El complicado
Yo podría decir injustamente que estoy hablando de mi, que acepto la etiqueta y que la definición me describe a pie de puntillas.
¿Se dice así?
Después lo busco, pero siempre me abro a las palabras que quieren pasar, presumiblemente estén encarceladas en las profundidades vaya a saber uno de qué universos, y al disponernos a escribir, saltan, bailan, se entusiasman y se liberan.
Como saliendo corriendo para aparecer en el mundo.
Diciendo, aquí estoy.
A pie de puntillas, luego lo busco.
Me suena que iba donde surgió, espero tener suerte. Porque si el concepto fuera distinto me debatiría en dejarlo o sacarlo.
Aunque seguramente lo deje, porque volver a encarcelar palabras que se liberaron no es digno de ningún escritor.
O persona que escribe.
Yo no soy complicado, lo que pasa es que no soy condescendiente con las incomodidades y me hago cargo del mundo desbarajustado esencialmente propio y también ajeno, cuando ese mundo viene torcido, amaga elocuentemente a torcerse o avanza de manera impropia, injusta y perjudicial.
Buena síntesis.
Que más quisiera yo que hacerme el boludo ante los desfasajes que fueran y mirar para otro lado con el beneficio de los espíritus pusilánimes que evitan incomodidades y residen siempre fuera de la batalla que invita al combate para acomodar el mundo y no convalidar que las cosas sean como no deben ser.
Si fuéramos todos tan mediocres, tan cómodos, tan alfeñiques de la debilidad, los malos avanzarían más rápido, con más profundidad, y la realidad estaría totalmente estropeada, alicaída, arruinada en cada uno de sus aspectos.
Así que si a usted le dicen que es complicado por decir lo que piensa, por asumir las incomodidades que requieren corregir el mundo, por defender sus intereses más cotidianos y los que se promueven para la posteridad.
No se enoje y agradezca.
O no diga nada.
Lo importante es que siempre haga lo suyo.
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