viernes, 30 de junio de 2023

Parlanchineando…


Hace tiempo que no me siento suelto en un fluir desinhibido y abusivamente auténtico, que lleve a un despliegue tan sistemático como impúdico quizás de la escritura.

Tal vez exagere, pero ese fluir desbordado de las palabras que saltan a borbotones y salen disparadas para cualquier lado a decir vaya a saber qué cosas.

A eso me refiero.

A cierto ejercicio despreocupado, natural y espontáneo del acto de decir sin condicionamiento alguno, impulsado de manera frenética por cualquier tipo de espontaneidad que quiera emerger y manifestarse.

¿Qué decir?

Algo de eso por un lado, ¿y por el otro?

No sé, por ejemplo lo del sistema de representación de los burócratas.

Digo, de nuestros flamantes representantes.

No quiero entrometerme en las vicisitudes políticas porque temo bajar a las profundidades de la bajeza, pero si existen las elecciones Paso como instancia donde la ciudadanía elige a sus representantes por qué carajo hay partidos que la burlan de ella con listas únicas elegidas en roscas burdas o a voluntad de los dedos que cortan el bacalao.

Si cada partido tuviera lista única, ¿para qué carajo un país empobrecido desbordado de necesidades gasta negligentemente fortunas en las Paso? ¿Para burlar la facultad de la ciudadanía de elegir a sus representantes? ¿O para ejercer una suerte de despropósito impúdico de gasto que parecería malversación de fondos?

No dije nada.

Se me escapó.

O sí lo dije, ¿quizás quería decir eso? No sé, tal vez, puede ser. Quien sabe.

Quizás la perorata era para darles en verdad un coscorrón a los supuestos vivillos que se burlan de las instituciones o las transfiguran al ritmo de sus caprichos.

Aunque a veces la verdad la negligencia de sus actos es tan elocuente que hasta puede sospecharse que ni saben lo que hacen o quedan embaucados por el propio trajín de la realidad que los devora.

Antes de que la sociedad se los coma crudos.

Uno la verdad que a veces no sabe para qué escribe, aunque sospecha que pateando en hormiguero o zampando sopapos simbólicos colabora para encauzar benevolentemente a la realidad.

O por lo menos no convalida mansamente la voluntad de los peores alumnos del colegio que muchas veces se salen con la suya contribuyendo a acentuar la decadencia en la que estamos metidos y que muy bien saben fomentar.

En el fondo quizás está operando la indignación de sentir que a los ciudadanos nos tratan como pelotudos.

Solo queda preguntarnos si el pueblo hará tronar el escarmiento.





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sábado, 24 de junio de 2023

La decisión correcta


La vida consiste en parte en la capacidad de darse cuenta de tomar las decisiones correctas.

A mayores aciertos, mejores resultados.

Paremos acá.

El tema sería preguntarnos, ¿qué es acertar?

Bueno, en síntesis sería lograr más bienestar, más felicidad.

El objetivo macro.

Lo más importante de todo.

Entonces, si la decisión nos arrima a ese puerto, es acertada. Si nos aleja o desvía es errada.

Así de fácil, clarito. Clarito.

Sin necesidad de voleteras o complejidades que exceden la verdad que procuramos.

¿La acción correcta se advierte entonces después?

Puede ser, en varias casos. En otros es tan evidente antes que ni siquiera es necesario preguntarse.

Sabemos que es para allá, y es para allá. 

Sin dudas.

El problema se da en las disyuntivas existenciales que nos ponen de alguna manera frente a la niebla que obstruye ver el después de la decisión.

Por eso no es tan sencillo.

Uno puede pensar que es para allá, pero no lo sabe. No puede llegar a ver. 

Puede suponer, proyectar, creer que es por ahí, pero el resultado definitivo, la realidad que finalmente se expresa, no la puede asegurar antes.

Entonces debe decidir, con niebla, con viento. Con escasa visión.

Que le vas a hacer.

El riesgo siempre está y la niebla no siempre se disipa rápido. A veces hay que atravesarla.

Tal vez con cuidado, con atención. No a lo loco.

Pero hay que atravesarla, porque de lo contrario la alternativa es quedarse preguntado si es por acá o es por allá.

Quejándose de que no se ve un carajo.

Para permanecer siempre en el mismo lugar.





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domingo, 11 de junio de 2023

No voy a hacer declaraciones



Podría yo pronunciarme y decir de una vez por todos cómo son las cosas, para que no quede el más minúsculo vestigio de dudas ni haya lugar a presunciones más o menos fallidas.


Nunca certeras.


Así que luego de meditarlo un poco he decidido tomar cartas en el asunto y no hacer declaraciones.


Podrá decirse que esa postura es concesiva.


Habilita de alguna manera el espacio para que otro llene el vacío con lo que se le antoja.


Porque al no haber pronunciamiento alguno y presentirse la necesidad de explicaciones ante el hecho que fuera, algo alguien va a tener que decir.


Yo no.


Porque no voy a hacer declaraciones.


Prefiero mantenerme en la postura del observador que escucha con atención cada uno de los dichos y advierte mayores o menores aciertos.


Y a veces seguramente despropósitos, causados por los parlanchines más osados que se lanzan a advivinsnzas más o menos fallidas.


Esto ocurre en nuestra cotidianeidad y afecta principalmente de manera maliciosa a todos los exitosos que tarde o temprano tienen que decir algo, explicar algo.


Aclarar cómo carajo son en verdad los hechos, para salirse de la trampa o el entuerto en que los han metido.


Porque la chusmma está dispuesta a creer hasta lo inverosímil y requiere saber la verdad de la milanesa, y las malas lenguas tejen versiones que son zizañeras, conllevan maliciocidad y obstruyen en verdad el descubrimiento de cómo son las cosas.


Hay mucha disposición a fabular para contentar a a las fieras.


Y los pobres tipos o mujeres que le endilgan lo que sea, hacen lo que pueden para que no se imponga la injusticia, los daños sean menores.


Y las manchas que les zampan no los enchastren hasta la ruina.


¿Qué podría decir yo la verdad?


Nada.


Nada de nada, porque como bien les digo esta vez no voy a hacer declaraciones.





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martes, 6 de junio de 2023

Abecedario de la personalidad


Tranquilamente podría decir que yo soy c, d o efe.


Jota o k.


O m, según la ocasión.


Las convicciones y la voluntad sincera del ser, que en vez de camuflarse en disposiciones ajenas acepta sus verdades y se hace cargo de ellas.


Por más incómodas que fueran. Y por más desagrados que ocasionen.


El problema es que el otro muchas veces amalgamado con otros, afirman que son a, b o c.


O lo que fuera.


Al unísono.


Hasta ahí todo bien. Ningún problema.


¿Entonces?


El conflicto surge cuando luego de que yo digo en mi entorno inmediato familiar que soy r, o, p o lo que fuera, se aprestan a la disputa.


Son efe por ejemplo o g, no importa.


Todos son la misma letra de manera innegociable. Y se dan manija mutuamente reafirmando la letra como única elección esperable y acertada.


Lo relevante es que si son g no aceptan que yo sea r, o p, o lo que fuera.


Y encima tienen la suerte que ante la disyuntiva que fuera ellos son todos s, ñ, v o lo que fuera.


Y yo muchas veces no coincido, entonces afirmo que soy una letra distinta y honro en consecuencia la elección sin inquietarme en lo más mínimo por la elección ajena.


Es ahí, en ese preciso instante donde emerge la hecatombe y me transformo en una suerte de oveja negra por el solo hecho de ser la letra que fuere, y por tener en algún punto la mala suerte de que no coincida con la del rebaño.


Caen entonces con la furia de quien exige la dimisión y el disciplinamiento, y encuentran el rechazo determinado de quien sabe lo que es y no está dispuesto a transfigurarse para el contento de la minúscula masa.


Piden explicaciones, descalifican la elección ajena, caen con furia sobre el supuesto díscolo que no es más que un buen hombre que decide por si mismo u opina lo que opina, importándole un bledo la decisión ajena, pero respetándola con todo el ímpetu del mundo.


Si son eme, está bien, si son v o b, está bien también.


Lo que elijan está bien, y no hace falta pedirles ninguna explicación ni zamparles toda la agresión imaginable porque por oposición al descrédito de la diferencia, existe el respeto irrestricto a la elección ajena.


Son así, muy bien.


Opinan así, muy bien.


Eligen eso en vez de lo otro, perfecto.


No hay nada que recriminarles y mucho menos que corregirles.


Pero no se produce reciprocidad en lo esencial, que es la aceptación del otro con sus propias arbitrariedades.


Quizás, sospecho, por la inseguridad de quien no está tranquilo con sus elecciones que son quizás consecuencias de la voluntad mayoritaria que encausa al rebaño para acá o para allá.


Así que siendo yo d, n, h o lo que fuera, según me llame la autenticidad y la voluntad honesta de mi ser, debo aceptar el enfado, el agravio, la recriminación y la violencia de miinúscuoas masas inseguras, que se enncolumnan amoldándole a lo que fuera y detestan la decisión de un humilde ser que solo se hace cargo de ser quien es sin molestar a nadie ni ocasionar perjuicio alguno.


Salvo la exaltación y el enojo de quien no acepta la diferencia y quiere que sean todos sean g.


O todos n.


Y yo debo confesar que si soy J, soy J de manera indeclinable, por más ofuscados que se pongan los susodichos y por más represalías que puedan imaginar.







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