¿Cuántos viven dentro de nosotros?
No sé ustedes, pero yo tengo unos cuantos.
El primero y más elocuente es el gordo. Parece increíble pero dentro de mí se hace notar en cada situación que se presenta.
Dice, pedí el flancito también. Y pedilo con dulce, no seas maricón. Dulce como la gente, no un poquito, como decís.
Embuchame como Dios manda.
El gordo está ahí, siempre al acecho.
Yo lo sé llevar bastante bien pero debo reconocer que se ofende muy seguido y se indigna con razón.
Poco o nada de postre, pocas porquerías. Migajas de pan. Facturas inexistentes. Helados excepcionales en desaparición. No sal. No azúcar. Nada de pizzas y hamburguesas. Los panchos no existen…
Ni siquiera chocolatitos le doy.
Se calienta con razón.
Encima cada tanto cedo y compro por ejemplo un almendrado que lo guardo en la heladera y luego me olvido.
Traémelo forro, fue lo último que le escuché decir.
Otro que anda siempre ahí y es más protagónico es el reflexivo. El tipo no cesa de vivir en el mundo de la abstracción.
Es un empedernido indagador del ser humano y la vida.
Lee hasta la coronilla.
El tipo cree que detrás de los libros están las verdades.
Pobre ingenuo.
Ya no sé qué carajo quiere encontrar. Qué quiere dilucidar a esta altura, porque siempre aborda nuevas inquietudes sobre la persona y la vida.
Para comprender y tomar buenas decisiones, dice. Para no andar como maleta de loco. Decidir quién uno quiere ser y construir la realidad con la mayor efectividad posible.
Para andar por la vida con luz alta, no con luz baja.
Y sí, si lo escuchás siempre tiene una racionalidad atendible. Así que lo dejo hacer de las suyas. Aunque le digo que lea menos y viva más.
Con este me llevo bastante bien.
Como con el que escribe.
El tipo dice lo suyo con autenticidad meridiana. No pontifica, sino que insta a la reflexión para que el otro en verdad resuelva.
Así se hace.
Yo lo dejo que se despliegue a su manera. Es todo espontaneidad y nada de pantomimas.
Me gusta.
El otro que hace de las suyas es el inquieto gestor. Es un abre puertas de experiencias que si lo dejás no sabés dónde terminás.
Al tipo le doy rienda suelta con frecuencia. Y más de una vez me lleva a ámbitos inconfesables.
No puedo contar nada.
Disculpen.
Pero hay vida después de lo previsible. En lo que desconocemos, en circunstancias extrañas y a veces inimaginables.
También tengo un viejo rezongón que está al acecho y salta como leche hervida ante las innumerables situaciones que la decadencia suele presentar.
Sea por un perro que hace caca en cualquier vereda mientras el dueño se hace el distraído y se va luego sin juntarla, o por un tarambana que prende un parlante bullicioso en la playa imponiendo su música bullanguera.
O por un galán de los truchos que anda a explosiones insoportables por el escape que rompió adrede de su motoneta de poca monta.
Y vaya a saber por qué situaciones más.
El viejo se re calienta y es capaz de intervenir para educar a la idiotez.
Pero más de una vez lo freno. Los tontos no suelen tener capacidad de raciocinio y creo prudente refrenar al viejo para evitarle el sopapo o que termine con sus manos llenas de sangre en cualquier comisaría.
Después hay unos cuantos más. El deportista que tiene sus raptos de actividades frenéticas, el amiguero, el maratonista entusiasta que se anota con un amigo en toda maratón que se presente, el trabajador que no tiene horarios ni francos, el que vela por la justicia cada vez que el mundo se desbarajusta
El miedoso, el osado.
El emprendedor, y el curioso que anda siempre buscando lo que a veces encuentra.
Mi desafío es darle el debido lugar a cada uno, sin que ninguno peque de excesivo protagonismo.
Debo saber cuando viene avanzando alguno, dejarlo hacer en parte lo suyo y luego replegarlo o educarlo.
Y debo tener la habilidad de convivir con todos sin que se armen despelotes.
Ejerzo como director de orquesta bastante permisivo para que todo fluya armoniosamente y sin desafinar demasiado.
Está bien así, que cada uno haga lo suyo.
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