jueves, 16 de mayo de 2024

La palabra que faltaba


Hace un tiempo me pregunto si voy a seguir honrando la palabra que faltaba y voy sucedáneamente a seguir lidiando con las fieras que son esencialmente la manada que se agrupa pensando siempre lo que piensa el conjunto y enojándose con la disidencia, que no es más que la manifestación de un sujeto que se hace cargo de pensar por sí mismo, ponerle los puntos a las íes y decir lo que piensa en beneficio de la calidad de la toma de decisiones.

De ahí que las profundidades de mi ser me invocan para abrir la boca, desplegar las observaciones que considero pertinentes, profundizar y elocuenciar los fundamento de las abstracciones y emitir juicios debidamente argumentados como debe ser de cualquier persona racional.

Fundamentaciones que en vez de aceptarse o cuestionarse con nuevas racionalidades que muestran sus desbarajustes, lo único que generan es el enojo de la manada que imposibilitadas de cuestionar la contundencia de las observaciones elocuentes, se fastidian, se enojan, se afianzan en ideas inconvenientes, caprichos de niños enceguecidos por decisiones incorrectas y se enojan contra el susodicho.

Esta situación recurrente de despliegue de la palabra que faltaba, la señalización de desbarajustes inconvenientes, y la voluntad de encauzar la intelectualidad a la calidad de las decisiones que luego fomenta la realidad que emerge, me está agobiando un poco y generando la discusión interna sobre la conveniencia de adoptar una posición de tibieza, propia de las personas acomodaticias que nunca se juegan por nada y creen en la actitud pusilánime para sobrellevar la existencia y pasarla bien.

Si no fuera porque me parecen de cuarta esas actitudes mediocres y me resulta detestable actuar como las personas que traicionan lo que piensan y no se juegan ni por ellos mismos, sería uno más de la manada, diría a todo que sí incluso lo evidentemente inconveniente, y renunciaría como esos cobardes a la palabra que faltaba.

Pero antes de traicionarme a mí mismo y ejercer de pusilánime para vivenciar la indignidad, por más comodidad que ofrezca, prefiero azuzar a las fieras, convivir con el enojo de la manada y pronunciar siempre a viva voz la palabra que faltaba.





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martes, 7 de mayo de 2024

Papá te quiere mucho


Hace cinco años vino Santino a nuestra vida. Fue un niño esperado y buscado. Hasta que de alguna forma un día abrió la puerta y entró a nuestro hogar.

Santino es risueño, tiene buena onda, le gusta ver dibujos y explota de alegría cada vez que viene Peri, Dante, Vito o cualquier otro amiguito a casa. Basta que lleguen para que salgan alborotados a jugar con el perro primero, a andar con el gira gira o a saltar en la cama elástica. Todo siempre entre gritos de pequeños felices que liberados hacen de la suya.

No hay mejor tiempo vivido que cuando el ser se conecta con el presente, se deja fluir y desplazar en la simpleza de la vida, con la compañía de otro ser entrañable como puede ser un amigo. 

Eso se percibe fácilmente en las risas, los gritos de algarabía, la actitud corporal activa y el alegre bullicio que acompaña esos movimientos impredecibles que llevan a los niños de un lado para el otro del patio y la casa.

La vida no es más que eso en su esencia, la posibilidad de entregarse a momentos felices.

Como el de ayer cuando hicimos la entrada a la cama grande. Primero caminando para adelante con los pies extendidos, luego saltando, saltando. Caminando hacia atrás. Vamos ahora en avión a revolotear por la habitación. Pies para arriba, para arriba. Brazos extendidos….

Pirulero, pirulero.

Grito liberador.

Vamos, digo cuando me aguarda con los brazos extendidos, lo agarro y lo subo al cielo listo para para el aterrizaje. Y nos lanzamos en la cama para caer de espaldas a carcajadas.

Bicicleta, bicicleta, indico mientras bicicleteamos en el aire con la espalda apoyada  y las piernas en movimiento desenfrenado.

De repente llega cierta calma luego del aterrizaje. Santino se acomoda y pide el cuento de Paquito, que se relata religiosamente y  tiene un parecido excesivo a él, con sus amiguitos y sus circunstancias, pero hace siempre aventuras increíbles que lo llevan más de una vez al calabozo. 

Cuando termina el cuento apagamos las luces, lo abrazo antes de que se duerma, y le digo…

Papá te quiere mucho.





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