Compatriotas segunda parte
Leer Más...
Publicado por Juan Valentini 0 comentarios
Publicado por Juan Valentini 0 comentarios
La suerte está echada, la moneda está en el aire.
Aunque todos sabemos que caerá cara.
Cara despeinada, ¿no?
Uno escribe, el otro completa y determina en su propio convencimiento lo que uno sin decir cree que dijo.
Mirá vos.
Algo de eso hay siempre, por eso el autor debe despojarse de sus dichos y dejarle al lector que resuelva a su manera.
Es decir, que haga hablar al texto como se le dé la gana, porque así ejerce el derecho de la libre interpretación, que es esencialmente el derecho a que el texto diga lo que el lector quiere que diga.
Más allá de lo que el autor quiso decir.
Problemas a veces si los hay.
¿Por qué?
Porque el autor muchas veces no dice con elocuencia, determinación y transparencia. Dice lo que dice, tal vez de manera más cuidada, solapada, como ocultándose de algún modo de los piedrasos que algún desadaptado pueda estar dispuesto a propinarle ante el primer paso en falso.
Así que es por esa cobardía que el autor asoma muchas veces la cabeza con cierto cuidado, sigilo.
No quiere ganarse enemigos gratis y a montones.
A veces es así y es comprensible, pobre hombre.
¿Cuál sería el beneficio de que lo puteen un día unos y otro día otros?
Bueno, decir lo suyo. Incidir. Provocar. Persuadir al lector de que vaya por allá o por acá.
Hacerse hombre de una vez.
Vaya uno a saber.
Pero si el autor acepta la autonomía verdadera del lector no está tentado siquiera a persuadirlo de nada, solo a problematizar aportando lo que esté a su alcance para que el otro conforme su propio criterio.
Y además sabe que el lector en algún punto lee y concluye a su antojo.
Por eso tal vez la suerte en este sentido más importante de lo simbólico, la suerte está echada.
Siempre.
Pero en lo que atañe a las circunstancias temporales que nos ocupan, si bien todos sabemos que la suerte está echada y el verdadero espíritu argentiniano tiene sabor a lo novelesco y sorpresivo.
Y si bien la moneda está en el aire, dando vueltas hasta el último momento, con vericuetos de insinuación indescifrable.
Todos sabemos que saldrá cara.
Cara despeinada.
Publicado por Juan Valentini 0 comentarios
Podría uno sucumbir a su propia vida y acomodarse chistando o sin chistar entre los desajustes que sean.
La técnica ayuda a evitar el riesgo de desestabilizar el presente para adentrarse al futuro.
Después de todo la situación que cada uno tiene, es la que fomentó y creó con los años, así que tan mal no debe estar.
Eso resuena tal vez para avisarnos que es mejor ser cauteloso, ver muy bien lo que uno parece dispuesto a hacer, y no resolver el mundo en un minuto tirando todo por la borda.
De cerca a cualquier decisión trascendente que resuelva finalizar la instancia presente, se encuentra la incertidumbre, el riesgo, el trajín de ciertas instancias desconocidas que cualquier aventurero debería transitar.
Del otro lado tal vez haya un buen puerto o un mal puerto, nadie nunca lo sabe.
Lo único que sabemos es que la vida que tenemos se construye en base a las decisiones que tomanos. Y la vida venidera puede ser una resignación a la comodidad existente o una búsqueda de una instancia superadora.
Cada uno sabrá.
Publicado por Juan Valentini 0 comentarios
Publicado por Juan Valentini 0 comentarios
La astucia es una manifestación mucho más precaria que la inteligencia. Porque quien obra con astucia puede permitirse valerse de la omisión, del engaño o de la trampa. Mientras que quien obra con inteligencia desiste de esas transfugadas para lograr los objetivos que fueran.
Es decir...
Siempre hay un objetivo, ¿no? Un resultado futuro, algo que se quiere lograr.
Muy bien.
Entonces de acuerdo a la calidad de los valores de los susodichos que fueran, entretejen estrategias y cursos de acción que los despliegan con la mayor eficiencia posible hacia los resultados pretendidos.
Ok.
El tema es que cuanto más degradados están los valores, menos íntegra es una persona, o está tomada por lo que quiere lograr a cualquier precio, más proclive será a valerse de lo que sea con tal de salirse con la suya.
Es ahí donde entra la astucia.
Omito, engaño, miento. No soy transparente. Oculto lo que es relevante para el otro pero mejor si no lo escucha, o si no se da cuenta. Genero innecesarias complejidades o pergeño escritos difusos que tienen como único propósito esconder la pelotita, para que el otro no advierta con claridad situaciones y perjuicios…
Y todas cuestiones por el estilo que constituyen en alguna forma una estafa que tiene por único objetivo lograr lo que fuera a costa de honrar insanas picardías y la deshonestidad propia de la viveza criolla.
La inteligencia en cambio no necesita del engaño, la trampa o se desentiende del perjuicio que pudiera ocasionar para lograr su objetivo.
Se hace cargo de la situación que fuera y busca desde la transparencia y la honestidad acordar con cualquier otra parte que pudiera estar involucrada en su camino.
Así como la astucia está dispuesta a trampear y valerse de las triquiñuelas que fueran, la inteligencia por el contrario se hace cargo del asunto con honestidad y pone las cartas sobre la mesa.
Quizás lo más característico que define a las dos dimensiones, es que la astucia se centra en ganar a costa del otro. Mientras que la inteligencia logra ganar con el otro.
Cuanto más evolucionada y virtuosa es una persona, menos cree en la astucia y más cree en la inteligencia.
Y cuanto más chanta es, más tentado está en obrar con astucia.
Tanto la astucia como la inteligencia pueden lograr sus objetivos.
La diferencia es que una lo hace de manera insana, mientras que la otra lo hace de manera meritoria.
Una tiene límites éticos, la otra es enseguecida y está dispuesta a pagar cualquier precio.
No cuesta mucho adivinar quién se genera un problema de conciencia.
Si es que ya no se convirtió en un farsante y ni siquiera se dio cuenta.
Publicado por Juan Valentini 0 comentarios