sábado, 25 de febrero de 2023

Todos y todas


Estoy leyendo un libro que recurrente mente dice, todos y todas, ellas y ellos, y cosas por el estilo, para remarcar una y otra vez que hace referencia a varones y mujeres.


Trato de estimar de manera burda e imprecisa el perjuicio de semejante zoncera y sospecho sin el menor rigor científico, que esos pasajes reiterados y testarudos significan un tiempo adicional de no hemos un 20% del tiempo que insume leer el libro.


Aún así leo mientras forcejeo con esa zoncera que se se impone, me exige dilapidar tiempo si quiero seguir con el libro, y por supuesto, me hace calentar.


Porque no puedo creer que la estupidez prolifere, se despliegue impunemente y luego entre por los resquicios que fueran de la realidad ocasionando los más diversos de perjuicios.


Como en este caso que obliga al lector a leer todos y todas una y otra vez afeando la narrativa y validando la idiotez.


Me pregunto si la autora es auténticamente tonta en este aspecto o se trata de una burda farsante que apela a esta boludez para congraciarse con los idiotas, que celebran este tipo de bobadas para sentir que están en lo correcto, que la revolución vale la pena y que el mundo por fin será otro si se logra que todos escriban o hablen como unos zonzos en favor de una supuesta sublevación tan mediocre, como degradante y decadente.


Decir todos no es vulnerar ni desatender a la mujer, porque la palabra la incluye por tradición y normativa en el uso del lenguaje.


Tener que decir todas todo el tiempo es subestimarlas, porque si bien puede haber alguna con serios problemas de autoestima, por esa pavada demos por seguro que no se va a curar.


Yo ni loco escribo todos y todas, ellas y ellos, y cosas por el estilo.


Es porque valoro el tiempo, creo en la inteligencia de la mujer, en la autenticidad del ser y del decir, y detesto la farsa que fomenta la pavada.






Leer Más...

domingo, 12 de febrero de 2023

La respuesta que faltaba



De algún modo es entendible que la gente necesite respuestas sin mayores trámites.


Que le digan que las cosas son así o asá. Que tiene que hacer esto y aquello.


Que debe seguir tales pasos para lograr tal cosa.


Felicidad, dinero…


Respuestas.


Respuestas claras, precisas, simples.


En lo posible sin ningún espacio para cierto resquicio de reformulación, ajuste o modificación.


Respuestas claras, concisas, y por supuesto efectivas. Porque deben asegurar de algún modo el resultado que propugnan.


El lector no es que sea vago, supongo porque no lo sé. Es que en muchos casos compra un libro o hace clic en un artículo porque espera con la mejor de las expectativas que esta vez sí encontrará las verdades que andaba buscando, las definitivas.


Y con ese libro o con ese artículo sanseacabó el tema que fuera.


Uno mismo, por no decir yo, estuve detrás de esas ilusorias pretensiones vaya a saber que inmensidad de artículos y libros antes.


Y siempre me he ido de alguna manera con un sentimiento de defraudación en relación a las expectativas, porque las respuestas definitivas a las cuestiones del ser humano y la vida jamás son encontradas. A lo sumo se merodea con precisiones más o menos respetables, eficientes y efectivas, pero siempre endebles esencialmente en todo o en parte.


Lo que ocurre es que para quien escribe la tentación está vigente y estimula a cautivar públicos masivos adentrándose al juego que se basa en esa sana ilusión.


Quieren respuestas, aquí la tienen dicen muchísimos libros.


La gente compra, lee, y por esto que estábamos hablando, cuando concluye sabe que no ha obtenido suficiente, que se enriqueció pero no arribó a lo definitivo.


Por eso agarra otro libro. Y luego otro más…


Y esto es así hasta el final, porque el ser humano y la vida siempre se escabullen de manera última a las palabras.


Por más destreza que tenga el escritor o el parlanchín de turno, que muy bien pueden hacer su trabajo.


Así que siempre hasta el final de nuestros días vamos a necesitar un libro más.


Una palabra más que nos ayude a comprender y a acercarnos a la verdad.




Leer Más...

jueves, 9 de febrero de 2023

Vivir sin pensar




A veces siento que una de las alternativas más interesantes es la posibilidad de vivir sin pensar.


Sería como estar más conectado con el presente y la experiencia, desapegado de alguna forma del mundo de la abstracción y el simbolismo.


Suena interesante, en parte.


Porque también puede ser en exceso perjudicial o riesgoso.


¿La vida no está en el riesgo?


Tal vez, cuando el riesgo es tolerable, razonable de algún modo, y la ecuación da como resultado un signo positivo.


Es decir que la cuenta da bien.


De lo contrario el riesgo es zonzo, propio de los descabezados. Es decir de aquellos que pagan riesgo sin obtener beneficios.


Bajate de la cornisa ya.


Ya!


Sigamos…


¿En qué estábamos? 


En vivir sin pensar, algo que es una posibilidad para todos y que no pocos experimentan.


¿Les irá bien?


Más o menos, pienso. Deben andar de tropezón en tropezón. Choque tras choque. Pero viviendo.


No es poco.


En el otro extremo reside el ser recluido en la especulación de la abstracción, que lo observa todo, pondera, analiza y con suerte resuelve.


Decide y arremete.


Pero ese extremo que suele ser propio del precavido que quiere minimizar errores, riesgos, y traspiés, y al mismo tiempo salir airoso, también es peligroso porque se demora muchas veces la acción y se pierde de algún modo la vida.


Queda la persona embaucada en una suerte de elucubración improductiva, residiendo en el mismo mundo que supo construir y que le asegura la insana comodidad que justifica su quietud.


Entonces habría que ser equilibrista.


¿Balanceándonoslo entre los extremos?


Quién sabe, quizás lo mejor es estar atentos y comprobar lo que ocurre en la propia experiencia existencial. Porque las respuestas a las cuestiones de la vida que más funcionan solo las puede encontrar cada uno.


¿No?






Leer Más...