jueves, 9 de febrero de 2023

Vivir sin pensar




A veces siento que una de las alternativas más interesantes es la posibilidad de vivir sin pensar.


Sería como estar más conectado con el presente y la experiencia, desapegado de alguna forma del mundo de la abstracción y el simbolismo.


Suena interesante, en parte.


Porque también puede ser en exceso perjudicial o riesgoso.


¿La vida no está en el riesgo?


Tal vez, cuando el riesgo es tolerable, razonable de algún modo, y la ecuación da como resultado un signo positivo.


Es decir que la cuenta da bien.


De lo contrario el riesgo es zonzo, propio de los descabezados. Es decir de aquellos que pagan riesgo sin obtener beneficios.


Bajate de la cornisa ya.


Ya!


Sigamos…


¿En qué estábamos? 


En vivir sin pensar, algo que es una posibilidad para todos y que no pocos experimentan.


¿Les irá bien?


Más o menos, pienso. Deben andar de tropezón en tropezón. Choque tras choque. Pero viviendo.


No es poco.


En el otro extremo reside el ser recluido en la especulación de la abstracción, que lo observa todo, pondera, analiza y con suerte resuelve.


Decide y arremete.


Pero ese extremo que suele ser propio del precavido que quiere minimizar errores, riesgos, y traspiés, y al mismo tiempo salir airoso, también es peligroso porque se demora muchas veces la acción y se pierde de algún modo la vida.


Queda la persona embaucada en una suerte de elucubración improductiva, residiendo en el mismo mundo que supo construir y que le asegura la insana comodidad que justifica su quietud.


Entonces habría que ser equilibrista.


¿Balanceándonoslo entre los extremos?


Quién sabe, quizás lo mejor es estar atentos y comprobar lo que ocurre en la propia experiencia existencial. Porque las respuestas a las cuestiones de la vida que más funcionan solo las puede encontrar cada uno.


¿No?



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