Estoy en el exterior cuando me doy cuenta que fallé en el cálculo y no puedo
seguir usando las mismas bermudas. Eran tres que debían durar hasta el último
día, pero la torpeza con la que me desenvuelvo, más el trajín cotidiano al que
fueron sometidas en innumerables caminatas, evidencian que no dan más. Que deben
lavarse, tomar un descanso. Asumir la rendición definitiva.
-Vamos a Macy's entonces y resolvemos en cinco minutos –le digo a Flavia,
que me mira enajenada en la habitación del hotel.
-Compro la bermuda y me voy.
Salimos del hotel, caminamos unas cinco cuadras. Entramos a Macy's, subimos
un piso. Luego otro.
Me freno ante un hombre que atiende en el lugar.
Sí, es para arriba. Otro piso.
Llegamos, miro a una vendedora.
-¿Short?
Por acá, me dice. Y avanza sin titubear hasta el destino.
Nos frenamos contemplando la evidencia.
-¿Sólo esas?
Sí, lamentablemente. Agarro una, dos, tres. Talle treinta. No, treinta y
dos.
Avanzo sin miramientos hasta el probador y resuelvo todo en el tiempo que le
insume a un hombre apurado y despreocupado probarse tres bermudas.
Es esta, le digo a Flavia. Vamos.
¿Y las zapatillas?, escucho. Es cierto, las zapatillas. Tengo que aprovechar
y comprar las zapatillas. No puedo dejar pasar la oportunidad de hacer un buen
negocio.
Vamos.
Caminamos unos metros y nos encontramos con un mural repleto de
posibilidades.
-Son como de otra generación, ¿no? –escucho.
-¿Te parece?
-Y, sí.
-Capaz, ¿no?
Observo con la mirada propia de una persona ansiosa que recorre sin
detenimiento una escena que excede su capacidad de observación.
Agarro una zapatilla y la examino con cierta celeridad. Y me embarco en un
proceso de pesquisa irrenunciable.
Doy con un par. Luego con otro. Después con otro. Y otro más.
Son cuatro, pero el último par no tiene una de las zapatillas y entonces la
vendedora se embarca en una búsqueda comprometida. Le pregunta a un compañero,
a otro. Marca nuevamente el código en su aparato de mano para que alguien venga
del depósito con la zapatilla faltante.
Nada.
Resuelvo cambiar de dirección y remplazar la zapatilla ausente por otro
modelo similar, pero la situación inexplicablemente se repite. Esta vez la
zapatilla está manchada, como si fuera usada.
-¿Otro par? –pregunto.
Nada.
La vendedora va al mostrador, vuelve. Escribe otra vez un código para que
alguien aparezca del depósito y resuelva la situación por arte de magia. Se cruza
con sus compañeros, pregunta. Vuelve hasta el mural de zapatillas y hace una
inspección estricta, mientras yo aguardo sentado a que aparezca la zapatilla
faltante.
-Ya son suficientes Juan –dice Flavia.
Es cierto, me digo. No puedo caer preso de un ataque consumista que se
impone por la extraña sensación de que se puede comprar a un precio razonable.
Pagamos y nos vamos con el apuro de un hombre perseguido.
Luego intento urdir un plan para evitar problemas. Son tres pares de zapatillas
nuevas Nike que deberé pasar por la aduana y tengo miedo que se me detenga al
momento de ingresar a mi país y se me pidan las explicaciones del caso.
Para determinar luego que he obrado con impudicia y debo pagar quizás una
fortuna, lo suficientemente importante como para arruinar el buen negocio.
-Voy a pisar tierra –le digo a Flavia.
-Así parecerán usadas –remato.
Pero quedan tres días del viaje y no hay mucha tierra en las veredas de
Nueva York. Aunque algo de tierra logro pisar cada vez que recuerdo que deberé
afrontar a las autoridades requisitorias, que podrían detenerme, pedirme que
abra el bolso.
Y confiese.
Entonces vamos al Central Park y digo que dejemos las bicicletas y caminemos
un poco por el pasto.
Y camino, con cierto compromiso para honrar el propósito.
Luego volvemos al hotel, llegamos y empezamos a guardar todo en los bolsos
para irnos como teníamos previsto.
Pero antes del final, advierto que es necesario ser más precavido. Las zapatillas
siguen pareciendo nuevas.
-Llevá un par vos, Flavia –digo.
-Uno lo llevo puesto y el otro lo llevo en mi valija.
Ah, esperá, digo.
Ponele a uno esta plantilla usada. Y al otro, la otra.
Yo me pongo las más baratas, así no despierto sospechas.