sábado, 24 de octubre de 2015

¿A quién votamos?

 

Yo hincho por los que se juegan por sus convicciones.

De todos los partidos.

Nada me reconforta más que verlos en acción luchando por sus propósitos en las más disímiles de las circunstancias. Y arremetiendo con el mayor ímpetu del mundo para encausar el mundo a sus ideales.

Esa actitud me despierta admiración y me provoca el más auténtico de los agradecimientos hacia ellos, que a diferencia de quienes nunca se juegan por nada, entregan su vida por todo.

Muchas veces no comparto lo que dicen, o bien porque son esencialmente contrarios a mi forma de ver el mundo en ciertas circunstancias, o bien porque la vida tiene semejante multiplicidad de cuestiones sobre las que el ser humano debe pronunciarse, que hasta los aliados y cercanos a nuestro pensamiento, pueden tranquilamente tener una opinión o formarse un criterio opuesto al nuestro sobre cualquier tema que se presente.

Por eso la opinión coincidente en todo es una farsa, o para decirlo con mayor precisión, una posibilidad que reside en cualquier ser acomodaticio que primero y ante todo le interesa pensar igual al mandamás o congraciarse falsamente con el líder de turno.

Por eso yo celebro cada vez que veo a alguien que dice lo que piensa, se juega por lo que dice, obra en consecuencia.

Y da la vida por sus convicciones.

Arremetiendo con determinación.

Esa es la gente que hace historia, porque gracias a ellos el mundo avanza, se reconfigura, emerge en todas sus nuevas dimensiones.

Brindo por ellos, que exhiben con su actitud una brújula para quienes quieren honrar sus vidas, sin caer en actitudes acomodaticias que lo único que hacen es degradar existencias.

Por los que se juegan con todo. Aún cuando piensen de manera antagónica a la nuestra.

Políticos. Periodistas. Taxistas. Jóvenes. Abuelos. Plomeros y Carpinteros. Ciudadanos en general.

Por ellos…

Voto por ellos.

 



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domingo, 18 de octubre de 2015

El desafío de construir un liderazgo colectivo


Voy a arriesgar algunas hipótesis que pueden ofrecernos una explicación razonable de lo que ocurre con el tema del liderazgo en la Argentina. No están sustentadas por ninguna investigación científica, con lo cual no tienen ningún margen de error. Pueden ser, totalmente desacertadas.

Si no fuera porque creo en la inteligencia de los lectores y en la calidad de los argumentos para sustentar perspectivas, me debería delimitar a las formas formalmente aceptadas y reducirme a fundamentos que se miran con buenos ojos, y requieren muchas veces aducir que tales o cuales aseveraciones son resultado de trabajosos estudios que surgen después de sinnúmeros casos que han venido a decirnos cómo son las cosas y cuáles son las verdades definitivas.

Por supuesto siempre sospecho cuando alguien recalca que sus dichos son resultado de investigaciones esforzadas, que le permiten decretar tales o cuales verdades del mundo social y establecer así síntesis en general demasiado pretenciosas.

Sospecho quizás porque el empeño en acreditar esos estudios, procura edificarlos como verdades que no permiten la reflexión. Y dejarlos así impolutos para afirmar las cuestiones más diversas sin ofrecer el más mínimo margen a la duda, que es la instancia necesaria para favorecer la reflexión y facilitar la inteligencia.

Y si el preámbulo es excesivo, sepan disculpar, al no tener estudios de casos que validen las hipótesis, prefiero desarticular las patrañas de otros tipos de aseveraciones y resaltar la conveniencia de pensar autónomamente para construir las propias verdades. Que suelen ser las que a uno les resultan más razonables o convenientes.

El tema es que pensamos que alguien nos va a salvar. Que una persona de los cuarenta millones de argentinos podrá ser Presidente, y con su iluminación nos guiará y salvará a todos.

Pareciera que esa actitud de buscar con cierta fascinación al salvador de los argentinos, revela cierta postura adolescente que tenemos como sociedad, porque esperamos que alguien sea quien resuelva todo y nos evadimos de la responsabilidad que nos concierne de ser partícipes en la construcción de la realidad.

¿Por qué ocurre esto?

Si bien el mundo se puede explicar con infinitas explicaciones, comparto unos breves comentarios sobre cuestiones que podrían incidir en este ímpetu por buscar a salvadores individuales en vez de colectivos.

Ustedes verán...

Cuando somos chicos esperamos todo de los padres. Somos débiles por naturaleza y la relación inicial supone que un mayor resuelva nuestras necesidades para permitir nuestra existencia.

Esa relación inicial que tenemos con mayores se extiende en el ámbito escolar, donde el maestro, que es quien lo sabe todo, se muestra como la persona que debe guiarnos y ayudarnos a alcanzar nuestra alfabetización.

Y esta situación es acompañada en la infancia con dibujos animados donde, ¿qué es lo que hay?

Superhéroes.

Si bien no vamos a endilgarle la culpa de la intención por generar líderes individuales todopoderosos a Batman, Robin, El hombre Araña o el Chapulín Colorado, es posible que ellos hayan tenido también su incidencia en la conformación de subjetividades que luego reclaman un salvador con poderes extraordinarios para llevar adelante el país y resolver todos los problemas.

Llegamos hasta acá para advertir ciertas implicancias que inciden en la construcción de subjetividades que demandan líderes individuales. Si bien podríamos extendernos hacia el terreno religioso, es suficiente haber indicado algunas procedencias discursivas para sospechar sobre sus injerencias.

Como sociedad, somos unos niños que reclamamos un papá que se haga cargo de todo.

Desplegamos así una actitud acomodaticia, que esencialmente enaltece al salvador para que haga lo suyo. Y disponga de lo que fuera para poner manos a la obra.

Después lo juzgamos como si fuéramos Dioses en el juicio final.

Claro que exagero, porque cada ciudadano desde su lugar hace su parte contributiva. Muchos se involucran directamente y otros hacen lo que pueden. Si pongo un poco de énfasis, es para hacer ruido y facilitar que lo esencial se escuche.

Por el bien de todos. Creo.

Por eso me permití enfocar el tema del personalismo. Porque creo que es una instancia necesaria superarlo para construir mayor calidad republicana y vivir mejor. Como si fuéramos un país que se sostiene en las instituciones más que en cualquier ciudadano, por más buena intención que tenga.

Es cierto que las hipótesis compartidas no están fundamentadas en investigaciones científicas debidamente realizadas o de sospechosa procedencia. Son apenas tímidos esbozos que procuran comprender porqué existe una predisposición colectiva a encontrar y construir líderes individuales favorecidos por poderes excesivos.

Si en algún momento queremos crecer como sociedad, sería importante que nos preguntemos si no es hora de fomentar un liderazgo colectivo.

Y obremos todos en consecuencia.



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sábado, 3 de octubre de 2015

Tráfico de zapatillas




Estoy en el exterior cuando me doy cuenta que fallé en el cálculo y no puedo seguir usando las mismas bermudas. Eran tres que debían durar hasta el último día, pero la torpeza con la que me desenvuelvo, más el trajín cotidiano al que fueron sometidas en innumerables caminatas, evidencian que no dan más. Que deben lavarse, tomar un descanso. Asumir la rendición definitiva.

-Vamos a Macy's entonces y resolvemos en cinco minutos –le digo a Flavia, que me mira enajenada en la habitación del hotel.

-Compro la bermuda y me voy.

Salimos del hotel, caminamos unas cinco cuadras. Entramos a Macy's, subimos un piso. Luego otro.

Me freno ante un hombre que atiende en el lugar.

Sí, es para arriba. Otro piso.

Llegamos, miro a una vendedora.

-¿Short?

Por acá, me dice. Y avanza sin titubear hasta el destino.

Nos frenamos contemplando la evidencia.

-¿Sólo esas?

Sí, lamentablemente. Agarro una, dos, tres. Talle treinta. No, treinta y dos.

Avanzo sin miramientos hasta el probador y resuelvo todo en el tiempo que le insume a un hombre apurado y despreocupado probarse tres bermudas.

Es esta, le digo a Flavia. Vamos.

¿Y las zapatillas?, escucho. Es cierto, las zapatillas. Tengo que aprovechar y comprar las zapatillas. No puedo dejar pasar la oportunidad de hacer un buen negocio.

Vamos.

Caminamos unos metros y nos encontramos con un mural repleto de posibilidades.

-Son como de otra generación, ¿no? –escucho.

-¿Te parece?

-Y, sí.

-Capaz, ¿no?

Observo con la mirada propia de una persona ansiosa que recorre sin detenimiento una escena que excede su capacidad de observación.

Agarro una zapatilla y la examino con cierta celeridad. Y me embarco en un proceso de pesquisa irrenunciable.

Doy con un par. Luego con otro. Después con otro. Y otro más.

Son cuatro, pero el último par no tiene una de las zapatillas y entonces la vendedora se embarca en una búsqueda comprometida. Le pregunta a un compañero, a otro. Marca nuevamente el código en su aparato de mano para que alguien venga del depósito con la zapatilla faltante.

Nada.

Resuelvo cambiar de dirección y remplazar la zapatilla ausente por otro modelo similar, pero la situación inexplicablemente se repite. Esta vez la zapatilla está manchada, como si fuera usada.

-¿Otro par? –pregunto.

Nada.

La vendedora va al mostrador, vuelve. Escribe otra vez un código para que alguien aparezca del depósito y resuelva la situación por arte de magia. Se cruza con sus compañeros, pregunta. Vuelve hasta el mural de zapatillas y hace una inspección estricta, mientras yo aguardo sentado a que aparezca la zapatilla faltante.

-Ya son suficientes Juan –dice Flavia.

Es cierto, me digo. No puedo caer preso de un ataque consumista que se impone por la extraña sensación de que se puede comprar a un precio razonable.

Pagamos y nos vamos con el apuro de un hombre perseguido.

Luego intento urdir un plan para evitar problemas. Son tres pares de zapatillas nuevas Nike que deberé pasar por la aduana y tengo miedo que se me detenga al momento de ingresar a mi país y se me pidan las explicaciones del caso.

Para determinar luego que he obrado con impudicia y debo pagar quizás una fortuna, lo suficientemente importante como para arruinar el buen negocio.

-Voy a pisar tierra –le digo a Flavia.

-Así parecerán usadas –remato.

Pero quedan tres días del viaje y no hay mucha tierra en las veredas de Nueva York. Aunque algo de tierra logro pisar cada vez que recuerdo que deberé afrontar a las autoridades requisitorias, que podrían detenerme, pedirme que abra el bolso.

Y confiese.

Entonces vamos al Central Park y digo que dejemos las bicicletas y caminemos un poco por el pasto.

Y camino, con cierto compromiso para honrar el propósito.

Luego volvemos al hotel, llegamos y empezamos a guardar todo en los bolsos para irnos como teníamos previsto.

Pero antes del final, advierto que es necesario ser más precavido. Las zapatillas siguen pareciendo nuevas.

-Llevá un par vos, Flavia –digo.

-Uno lo llevo puesto y el otro lo llevo en mi valija.

Ah, esperá, digo.

Ponele a uno esta plantilla usada. Y al otro, la otra.

Yo me pongo las más baratas, así no despierto sospechas.



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