viernes, 28 de julio de 2017

Los chantas


Cuando me viene una idea que me inquieta, no puedo hacer otra cosa que ponerme a escribir para liberarla.

Preferiría que me vengan ideas benevolentes, menos escabrosas o urticantes. Poder centrarme en los aspectos positivos de la vida y obrar de buenito todo el tiempo.

Pero la escritura a uno lo insta sobre cuestiones que ni siquiera elige, se le imponen. Aparecen de repente y reclaman atención.

Vaya uno a saber por qué.

Tal vez porque supone que el mundo cayó o está por caer en ciertos desbarajustes y uno preso de la ilusión de niño siente que algo debe hacer y se predispone a poner manos a la obra. Como si en esa acción la realidad fuera a encauzarse y se le pusiera de algún modo un freno al despropósito.

Los chantas no pueden seguir proliferando y ganando protagonismo en la vida cotidiana.

Uno se pregunta cómo puede ser que un chantún cobre muchas veces semejante relevancia y hable como si lo supiera todo o se maneje con la destreza chantuneana que le permite muchas veces caer bien parado.

Hay que reconocer la habilidad del chanta, que no es ningún tontuelo.

El tipo cree en la picardía y se maneja. Mueve los hilos y más de una vez logra sus propósitos. Muchas veces es admirable su destreza.

Lo que caracteriza al chanta es que vive en un mundo de picardías, donde debe encubrir la información, ocultar la verdad y pantomimizarse.

Otra acción que suele desempeñar hábilmente.

Basta ver al chanta discursear para reconocer que tiene un buen desempeño. Dramatiza, enfatiza, llega hasta la emoción para expresar sus mentirosas verdades entrañables, que siempre algunos creen.

Porque el chanta suele ser líder, embaucador y chapucero.

Es por eso que quizás despabila la duda, de cualquier espíritu avivado. O dispuesto a avivarse.

A descubrir lo que está a la vista.

Tal vez también lo que caracteriza al chanta es que no es esencialmente inteligente. Si lo fuera, en vez de apelar a la trampa y al engaño, obraría con transparencia y capacidad para lograr los mismos objetivos.

Estaría en la gloria. En la cima.

Pero de la licitud, no del engaño.

A veces el chanta no es un tipo jodido. Lo que lo hace jodido son sus actos.

De ahí que muchas veces algún ser desprevenido que obra con espíritu de chanta pero lo hace esporádicamente, se encuentre contrariado o aturdido. Con dolor de conciencia.

Pero el chanta, el que uno sabe que es chanta. El que eligió comprometidamente ser chanta. Ese no, ese parece que siempre se siente bien. Es como que no se da cuenta de lo sinvergüenza que es.

O encima, se regocija.

También un síntoma de sus limitaciones es que la filosofía chantuna nunca termina bien. Lo que pasa es que el chanta se confía y avanza. Sigue su proceder hasta tensionar demasiado sus posibilidades. Es ahí cuando en cierto momento la realidad se le impone.

Y lo pasa por arriba.

El chanta suele quedar un poco desconcertado y contrariado con el mundo que lo disciplina.

Enojado con la adversidad piensa que la culpa de sus desventuras le son ajenas. Aunque en la intimidad bien sabe que le es propia.

Cuidémonos de los chantas y no nos dejemos embaucar.




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domingo, 16 de julio de 2017

Los idiotas


Sepan ustedes disculpar pero hace tiempo he llegado a una conclusión. Es que quienes escriben suelen caer en cierto enojo y dejan guiarse por él con la intención de incidir en el mundo para reacomodarlo de alguna manera.

Es una pretensión que puede sonar abusiva, pero es genuina y la impulsa una sana expectativa.

La creencia de que efectivamente la palabra se encargará del mundo, para inquietarlo primero y encauzarlo después.

Por eso más de uno escribe. Y por eso vale la pena escribir.

Y encargarse en cierto momento de temas escabrosos que parecería mejor esquivar pero que en verdad conviene enfrentarlos. Mirarlos de frente para clarificarlos de algún modo y luego encargarnos de ellos con la mayor determinación del mundo y sin el menor de los titubeos.

Caso contrario corremos el riesgo de caer en la actitud acomodaticia de los pusilánimes, que observan cualquier despropósito y atinan por impulso a mirar para otro lado.

Pero no es el caso de quienes a veces estamos presos del enojo y nos dejamos llevar por el espíritu gruñón para poner manos a la obra.

Sepan ustedes que el mundo está repleto de idiotas.

Y ese es el mayor riesgo que estamos afrontando.

No lo duden.

No quiero decir por supuesto que uno está liberado de la idiotez y jamás caerá en la zoncera, porque no es cierto. El ser humano por su propia naturaleza no está exento de honrar la idiotez y desplegarla circunstancialmente como a cualquiera nos puede pasar.

El tema es cuando la idiotez se entromete en el ser y se adopta como una forma de existencia.

Eso es lo preocupante.

Y lo inquietante es que los idiotas no se dan cuenta de su idiotez. Hasta se vanaglorian de ella.

Hay eventos menores que no debieran inquietarnos a pesar de que en ciertos casos los sufrimos. Por ejemplo hace poco fui a un recital de esos que uno puede decir que son costosos, o bien muy costosos. Estaba observándolo todo cuando advierto que en las primeras butacas apenas suena el primer acorde se levanta una mujer. Luego otra.

Y otra más.

Se ponen a bailar desaforadas frente a la eminencia mundial como si estuvieran repentinamente tomadas por un éxtasis irrenunciable.

Alzan las manos, cantan, gritan desaforadas. Y tapan a los pobres espectadores de las filas de atrás. La fila dos, sería. Y lo mismo con la fila tres. La cuatro. La cinco…

Unos segundos bastan para que todos los espectadores que han pagado una fortuna para ver a la estrella mundial desplegando sus habilidades se levanten de sus asientos y persistan, durante todo el recital, parados.

Por culpa del supuesto éxtasis de unas idiotas los pobres ricos espectadores deben ver todooooooooooooo un recital. PARADOS.

Ustedes dirán que no es para tanto, pero esto es tan solo una metáfora de lo que la idiotez puede hacer. Es bueno observarlo para tenerlo en cuenta. Aunque por supuesto más relevante es por ejemplo cuando uno va en la ruta y llega a una curva que no se ve, y observa que un auto de adelante se lanza a pasar a otro para generar el momento propicio del accidente, si es que viene uno de frente. Cosa que no lo sabe, porque no puede ver.

Ahí la idiotez cobra forma de asesinato.

Miren si será importante.

Por eso lo preocupante de estos tiempos no es que la idiotez sea una posibilidad de todos y que cada tanto uno pueda caer en ella. Lo preocupante es la proliferación de los idiotas que están ocupando sinnúmero de roles en la sociedad y que convivimos con ellos en cualquier circunstancia de la cotidianeidad.

De pronto se nos aparecen. De pronto se nos imponen.

Como en la playa o la montaña. Donde suele aparecer un idiota con un parlante o un auto que estaciona justo en frente de ese laguito recóndito que era un refugio de placer y silencio.

Ahí el idiota suele estar convencido que viene a salvarnos a todos y abre la puerta del auto y nos aturde con música, obligándonos a todos a escuchar lo que se le antoja quizás con el sano convencimiento de que está salvándonos la situación y sin advertir en lo más mínimo que su accionar impúdico e improcedente nos hace pensar que es un pelotudo. Un pobre desgraciado que ha venido a arruinarnos.

Y en la playa, pasa lo mismo. Sobre todo desde que no sé a quién se le ocurrió hacer parlantes portables, que estimulan a la gente a andar por playas, plazas, parques, ramblas, etc. Para musicalizarnos a todos e imponernos sus caprichos.

Ya lo verán ustedes pero los idiotas están en todas partes y el peligro es que a veces ocupan lugares relevantes.

Pueden estar manejando un auto, un colectivo. O cocinando. O cargando nafta. O en un quirófano…

¿Qué podemos hacer?

Cada uno sabrá. Pero no nos quedemos de brazos cruzados, porque hay que actuar urgente.

Cuidémonos y no los dejemos avanzar.




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