jueves, 24 de noviembre de 2022

Cumpleaños

 

No sé cuántos años voy a cumplir. A decir verdad, no estoy totalmente seguro.


La cifra a mi modo de ver es tan alta que prefiero no mencionarla. La vida me arrastró hasta esta edad y espero que me arrastre muchísimos años más.


Tengo todo por hacer y me acompaña el entusiasmo de asumir con gusto y compromiso la decisión de hacer siempre un presente mejor que el pasado, y un futuro mejor que el presente.


Esa es la clave de mi juventud a pesar de las arrugas.


Y el secreto del entusiasmo que por suerte provocada siempre me acompaña sin abandonarme.


Quizás por eso no dejo de preguntarme, ¿qué voy a ser cuando sea grande?


Agradezco el pasado pero me escapo apenas termina. Y solo lo miro para reflexionar y aprender. Vivo en el presente y nada me alegra más que hacer cada día un futuro superador.


Sé que lo mejor es lo que va a venir. No porque por milagro la naturaleza hará que la bendición llegue de todos modos. Si no porque haré mi parte para que la la realidad se presente indudablemente.


El mundo se abre camino cuando el hombre camina decidido.


¿No?


Tengo la suerte de tener la conciencia plenamente tranquila. Jamás hice nada con intención de perjudicar al otro o hacer daño.


Es una gran ventaja creer en la bondad.


Y no dejarse nunca persuadir por cualquier intención maliciosa que pueda prometer los logros que sean.


Ese canino insano degrada al ser y arruina la vida. Me resulta aún inexplicable que haya gente que se embauca en él.


No tengo el más mínimo problema con la edad porque me siento joven, sin ningún tipo de achaques ni insinuación de los mismos.


También porque no tengo nada contra la vejez y de hecho admiro a muchísimos mayores. 


Pero los años amenazan y de alguna manera indican que debería hacerme tal o cual estudio, que por más que coma sin sal, no fume o evite la carne y azúcar, los años traen consigo problemas.


Maldita creencia que debo revertir, y si no fuera por los caprichos de la elocuencia ya la habría dejado atrás.


Si miro para atrás no me arrepiento casi de nada. Ni me recrimino nada.


Siempre fui yo, de manera genuina e innegociable.


Los precios que hubo que pagar se pagaron y se pagan sin el menor de los titubeos.


No debo nada.


Siempre obré en consecuencia con los valores que elegí.


Y siempre de alguna u otra forma hice lo mejor que pude. Elección que me da absoluta tranquilidad y me desapega de los últimos resultados.


Aunque son en general muy buenos.


Soy quien siempre fui y quien quiero ser. 


Fui un fiel representante de mi mismo, con decisión y sin las más mínimas de las cavilaciones.


Estuvo bien así.


Aunque siempre creo en la duda para dilucidar la inteligencia, atraparla y dejarme guiar por ella en las decisiones que juzgue convenientes.


No obstante, debo aclarar y confesar, que me gustaría tener la posibilidad de volver hacia atrás y encontrarme en algunas situaciones que tal vez fueron cruciales en mi existencia.


Haría algunos ajustes sin dudas para corregir la vida o lanzarme a otros riesgos.


Pero esto de vivir en el cuaderno original sin posibilidad de vivir en el cuaderno borrador, impide esa alternativa.


Y hace que la vida sea de alguna manera una única posibilidad.


Sin alternativa de reescritura alguna.


No voy a decir que esto es lo mejor que puede pasarnos. Disculpen.


Gracias Dios por darme este tiempo y ayudarme a hacer lo que pude hacer de la manera más sana y genuina. Y poder aportar en cada circunstancia que pude aportar.


Dame por favor bastante tiempo más, que lo mejor que tengo para hacer es lo que está por venir.


Y aún me queda mucho por contribuir.


Espero ser una sana y positiva influencia. Escribo siempre con esa genuina motivación.


Perdónate Juan por los errores cometidos y sigue a paso firme aprovechando la vida. Haciendo lo tuyo más allá de los resultados y compartiendo tu ser con auténtica honestidad. Construye tus deseos con decisión y coraje. Y no seas nunca menos de lo que puedas ser.


Que la paz esté siempre contigo.


Feliz cumpleaños para mí.









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lunes, 21 de noviembre de 2022

Hablemos…



¿De qué?


No sé, vamos a hablar, vamos a ver si en esa intención surge algo o llegamos a alguna parte.


¿Por qué todo tiene que tener un final? ¿No podría ser un escrito sin final?


Mirá si estamos alineados con la expectativa que somos de alguna manera corderitos que siguen la norma, escribimos una y otra vez hasta el final. Como si esa fuera una disposición inquebrantable, un hecho rígido y concreto que hay que respetar y que representa claramente una sumisión inobjetable hasta de los supuestos espíritus rebeldes o díscolos, o vaya a saber qué tipo de espíritus de apariencia combativa.


¿Contra qué?


No sé, será contra lo establecido, lo pautado, las cosas como son, el mundo prefigurado.


El hombre y la mujer mueren si creen que las cartas están dadas y nada se puede cambiar porque irremediablemente ya sabemos cómo son las cosas.


Digo como para balbucear algo, tirar un poco del hilo, porque como dije, hablemos…


En la conversación bien intencionada siempre algo aparece, inspira, aporta, hace pensar.


Uno no es el mismo después de una buena conversación, porque si se adentró al juego con compromiso puede beneficiarse notablemente y en síntesis…


Sí, avivarse.


Por metaforizar la conclusión del resultado, que desglosado quiere decir darse cuenta, tener esos momentos de eureka, donde uno siente que despertó, comprendió, vio lo que no había visto justo antes porque vaya a saber qué palabra, párrafo o idea gatilló esa claridad que hasta el momento resultaba esquiva.


Uno siente que a partir de ese momento de elucidación memorable sabe, ya no es el mismo. Lo ha comprendido todo.


Todo de una vez y para siempre.


Además uno conversa para nutrirse, no solo para apiolarse.


Aunque muchos conversan inútilmente solo para demostrarle al otro que está equivocado. Así de inseguros son.


En vez de disponerse a escuchar, aturden. Atropellan, hablan sobre el otro, perdiéndose por insana convicción, la bendición que una buena conversación puede suponer.


Creo que la inteligencia implica una aproximación distinta, conversar para nutrirse, aprender, transformar la propia mirada con ánimo de superarla. Conversar para escuchar con genuino interés lo que el otro tiene para decir y para elucubrar mientras tanto instancias de mayor elucidación al permitirnos soltar nuestro propio decir, que bien desplegado tal vez algo interesante nos trae.


Sobre este te





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viernes, 18 de noviembre de 2022

El simulador



No me enoja tanto el simulador sino sus víctimas.


No puedo creer que gente grande e inteligente quede embaucada en las parrafadas del farsante que solo procura conquistar su propio interés a partir de embarullar al otro con su falso trabajo siempre empeñoso y sufrido, que enzalsa una vida tan dura como penosa.


El simulador es hábil en empaquetar a las víctimas porque se ve en las consecuencias que revelan sus tretas, que tan elocuentes como insanas logran sus objetivos.


Si no fuera así, las víctimas ya se hubieran avivado y no lo verían con beneplácito, sino que advertirían con evidencia la farsa y esa situación haría que el farsante en vez de acentuar su actitud por fin desista de la pantomima.


Pero las víctimas no solo creen en los relatos que con destreza articula el farsante, sino que siempre se disponen a escucharlos con atención inusitada. Como si en verdad el farsante estuviera transmitiendo la verdad de los hechos y su injerencia fuera memorable para encausarlos de manera beneficiosa.


Lo que enoja no es la actitud despreciable, mediocre y mezquina propia del vivillo que se vale de sus decadentes posibilidades para obtener beneficios propios, sino que las víctimas lo premitan una y otra vez sin advertir nada de nada y prestándole siempre el oído para escuchar sus falsos cuentos.


Eligiendo ser embaucadas por voluntad y decisión genuina.


En vez de ponerle un punto final a la mentira y a la farsa. 


Es por esa situación que el farsante en vez de abandonar su actitud reafirma su condición.




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martes, 15 de noviembre de 2022

Hay que estar


El problema no es del otro.


Ese es el quid de la cuestión. Parece una observación minúscula, obvia e intrascendente, pero es una decisión importantísima.


Veamos…


Mucha gente piensa que su responsabilidad llega hasta el consultorio del médico, la oficina del arquitecto o la sala de reunión del consultor.


Por decir algunos ejemplos.


Error.


Hay que estar, decía mi querido abuelo Juan. Y si bien tenía razón, esa creencia merece ser un poquito problematizada.


¿Por qué?


Porque hay estar conlleva con frecuencia la creencia de que hay que estar presencialmente, en forma personal con cuerpo y alma. Bien paradito ahí, donde sea, físicamente. Paradito o sentadito, pero ahí con el cuerpo a la vista, bien corporal.


Totalmente corporal.


¿Para qué?


Bueno, no estás escuchando Pedrito. Qué te pasa Pedrito, ¿estás enamorado? ¿Dónde anda esa cabecita? 


Como te decía Pedrito, estar personalmente para que las cosas anden, los objetivos se cumplan, para que no haya picardías, irresponsabilidades, ineficiencias, negligencias.


Para eso, ¿viste?


Para no perjudicarte esencialmente, Pedrito. Más claro no puedo ser.


Es papilla.


De la buena.


Discúlpame Pedrito, pasa que uno anda a las apuradas, turbado, con urgencias, y lo agarra de repente quizás el hombre soberbio que se las sabe todas y está escondido y agazapado quizás en las profundidades del ser.


Y asesta. 


¿Qué?


Arremete, Pedrito. Se lanza, emerge. Y suelta ahí una frase o algo y hace quilombo.


Pero vos no sos para nada soberbio, Juancito. Sos totalmente humilde. El más humilde de todos.


Ya sé Pedrito, pero soy humano y evidentemente ese tipo soberbio, disminuido, debilitado, marginado por completo y agazapado en las profundidades del ser tiene alguna voz y aprovecha la volada para decir lo suyo.


¿No?


¿En qué estábamos?


En el análisis Juan, en la síntesis de que hay que estar, y en la creencia obtusa de quienes piensan que hay que estar si o sí con el cuerpito.


Ahí estamos.


Bueno, te decía. Eso no sirve para nada. Porque uno puede estar con el cuerpo papando moscas o haciendo chistes, o usufructuando cualquier forma propicia típica de dilapidar improductivamente el tiempo.


Así que hay que analizar bien las creencias, problematizarlas, como sugería.


Lo importante no es estar físicamente, sino comprometidamente.


Pienso y creo firmemente.


Hace tiempo que estoy de esa manera en innumerables circunstancias y corroboro la efectividad de esta creencia a diario, con la convicción de quien sabe que tiene la verdad.


La absoluta verdad, la última y definitiva.


Lo cual obviamente es un error porque corre el riesgo uno de encerrarse en el capricho y residir en la terquedad, pero bueno…


Entonces, para terminar y no enroscarnos, los tiempos cambiaron y sin dudas hay que estar comprometidamente, puede ser con cuerpo o sin cuerpo, eso no hace a la cuestión esencial.


Hay que involucrarse y estar, y si son áreas que uno no está del todo empapado, más vale que estudie y se informe.


Sale caro delegar y mirar para otro lado.


Hay muchos médicos, arquitectos, pintores, albañiles, informáticos, etc. que claramente saben más que nosotros pero por más buenas intenciones que tengan tienen sus falencias y nunca pueden asumir nuestra responsabilidad.


Es mejor involucrarse.


Por conveniencia propia, digo. La comodidad de delegar absolutamente y desentenderse siempre raramente es eficiente, y puede exponernos a serios perjuicios.


Mirá como me dejaron esta baldosa. Chueca, bien desalineada y mal pegada.


Un mamarracho.


Por eso Pedrito, por eso hay que estar.






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domingo, 13 de noviembre de 2022

La palabra que faltaba



En general el mundo no se transforma por la palabra ya dicha, sino por la palabra que faltaba.


Ese es el verdadero desafío.


Cuando leemos o escuchamos lo ya dicho reconfirmanos el conocimiento que tenemos y residimos en la certeza que otorga cierta tranquilidad. Pero cuando nos aventuramos a escuchar lo no dicho, aparece un mundo nuevo y de alguna forma sentimos que cierto despertar pugna por emerger y manifestarse.


Esa instancia suele ser inquietante y perturbadora.


Hay quienes se entusiasman hacia lo novedoso de las palabras que vienen a proponer un nuevo mundo, y quienes se resisten a siquiera escucharlas por el temor genuino de que el decir nuevo desestabilice el presente y abra la posibilidad de transformar la realidad o cambiarla para siempre.


La palabra que faltaba suele arribar de la mano de espíritus inquietos que tienen ímpetu por desacomodar lo establecido y creen que vale la pena disponerse a concebir, diseñar y vivir ciertas realidades superadoras.


Creen en lo que aún no se ve porque saben que se va a ver.


Tropiezan y caen pero siempre se levantan porque los impulsa la certeza de la superación, que constatan con recurrencia a partir de honrar esa actitud en la vida.


Los conservadores en cambio se perturban ante la palabra que faltaba porque la perciben desafiante, desestabilizadora y amenazante para lo previsible.


No quieren saber nada.


Prefieren residir en el mundo conocido.


Están bien así y tiene una inclinación decidida a combatir la palabra que faltaba, quizás por miedo, quizás por comodidad y presumible conveniencia. O tal vez por propia inercia de los espíritus acomodaticios y pusilánimes que eligen vivir obviando cualquier desafío por más prometedor que fuera.


En cambio cuando alguien se lanza al futuro para procurar alcanzar la palabra que faltaba, se juega por un mundo que puede ser y aún no ha sido construido.


Cree en el más que la realidad inmediata.


Dignifica la posibilidad de la superación, se hace cargo de la incomodidad que fuera, y en esa actitud impulsa la posibilidad del ser, marcando la diferencia y honrando su propia existencia.


Esa inclinación hace que tarde o temprano la realidad por fin se transforme de manera positiva.


Y en el mejor de los casos la vida cambie para siempre.


Por eso hace bien cada vez que se aventura a pronunciar o a escuchar la palabra que faltaba. 






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domingo, 6 de noviembre de 2022

El aplauso



Nadie va a decir que no es lindo el aplauso y el reconocimiento. 


De hecho me ofrecería de lleno tal vez a esa vicisitud porque creo que debe ser tan saludable como reconfortante.


Por eso quizás en cierto momento pensé que se debería hacer un programa televisivo en el teatro que sea una suerte de homenaje a algún vecino de pueblo. Y el evento consistiría esencialmente en aplaudir calurosamente al vecino, luego de presentar un video con su vida.


Creo que ahí debería terminar el programa, sin palabras, para que se profundice en el hecho, en el sentimiento y en la vivencia.


Ya sabemos que la verdad tiene mucho más que ver con el sentir que con el decir.


Así que es mejor quedarse ahí en el momento y no decir nada.


Nada de nada.


Aunque en realidad no iba a comentar del programa sino a explorar el tema del aplauso y el reconocimiento. Se ve que ese hilo quedó colgado y quizás lo agarro con la intención de que genere la posibiiidad de la ocurrencia.


Porque la palabra visualiza, habilita y finalmente construye. Luego de la acción comprometida, por supuesto.


No se trata de residir en el mundo parlanchinezco.


Entonces decía…


El aplauso es sanador, bueno, reconfortante.  No creo que sea buen negocio decir, bueno a mí me importa un bledo que me aplaudan.


No, no.


El aplauso sincero es una caricia al alma.


Y una osa es una cosa y otra cosa es otra cosa.


Abrirse al aplauso no significa alinearse al aplauso. Esa decisión desde mi humilde pero convencido hasta el momento punto de vista, es inconveniente, porque apresa y encausa.


Quita la libertad.


Es como andar hurgando, a ver que están aplaudiendo por acá, che.


Ah sí, yo sé hacer esa morisqueta.


Miren.


Digo entonces resumiendo para ir finalizando por hoy, que cada uno haga por supuesto lo que se le antoje, porque es su propia víctima de su pensamiento, de sus decisiones, y de sus acciones.


Y superada esta salvedad básica, digo también que el aplauso es sanador y reconfortante, por lo cual es conveniente brindarlo en vez de mezquindarlo.


Por último, y con esto sí me despido, digo que el aplauso puede aprisionar a espíritus endebles que no están asentados en quienes son,  con lo cual pueden quedar sujetos a que el aplauso los guíe y delimite.


Sin más nada que decir, les deseo que reciban muchos aplausos y que no sean tan pijoteros de no darlos.


Son gratis y hacen bien.






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jueves, 3 de noviembre de 2022

Escuchad…

Toda persona que quiere evolucionar en su propio pensamiento y avisparse a partir de las apreciaciones externas sobre las cuestiones que fueran, debe estar dispuesta a escuchar al otro con la mayor disposición y apertura posible.


De lo contrario puede cualquiera quedar encerrado en su propia mirada, creer que se las sabe todas y vivir en  sus caprichos.


Es una elección.


Están quienes hablan por demás y quienes hablar por de menos.


Quienes lo dicen todo de manera irrefrenable sin permitir un bocado ajeno, y quienes escuchan todo a modo estoico sin inmutarse ni pronunciar palabra.


También quienes zigzaguean de uno hacia el otro extremo y se ubican de algún modo en los matices.


Por intentar precisar de manera más o menos fallida cuestiones esenciales del asunto.


¿No?


Escuchar es ante todo un acto de humildad.


Toda persona segura de sí misma, de sus ideas y de la convicción de que siempre puede haber puntos de vista desafiantes, enriquecedores y superadores, escucha.


Y no solo lo hace con la humildad de saber que el otro tiene algo interesante que decir, lo hace también porque le resulta muy conveniente nutrirse de la mirada ajena que en definitiva es una posibilidad de transformación o mejora de sus propias perspectivas.


Por el contrario quien no escucha esta subsumido en su propio cuento, se basta falsamente a sí mismo y reniega de la inteligencia ajena por exceso de confianza o inseguridad propia. Porque tanto puede estar absolutamente convencido que sabe definitivamente sin más nada que agregar o bien que lo que sabe es muy endeble y es conveniente no abrirse a presumibles replanteos.


Claramente las personas inseguras o poco desarrolladas tienen miedo de escuchar. En el fondo tiemblan en sus propias convicciones y la palabra ajena en vez de percibirla como una posibilidad de valor inestimable la conciben como una amenaza preocupante. 


Quizás en esos casos haya un problema de ego, de poder mal entendido o…


Vaya a saber uno cuál es la última verdad del tema. 


Escribir es como desenfundar un arma y apuntar al blanco. 


Se desenfunda, se apunta y se dispara.


Luego se mira con atención a ver qué pasó con ese derrotero de tiros y se suele advertir que algunos merodearon cerca, otros salieron para cualquier lado.


Y cada tanto uno dio en el blanco.






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