viernes, 18 de noviembre de 2022

El simulador



No me enoja tanto el simulador sino sus víctimas.


No puedo creer que gente grande e inteligente quede embaucada en las parrafadas del farsante que solo procura conquistar su propio interés a partir de embarullar al otro con su falso trabajo siempre empeñoso y sufrido, que enzalsa una vida tan dura como penosa.


El simulador es hábil en empaquetar a las víctimas porque se ve en las consecuencias que revelan sus tretas, que tan elocuentes como insanas logran sus objetivos.


Si no fuera así, las víctimas ya se hubieran avivado y no lo verían con beneplácito, sino que advertirían con evidencia la farsa y esa situación haría que el farsante en vez de acentuar su actitud por fin desista de la pantomima.


Pero las víctimas no solo creen en los relatos que con destreza articula el farsante, sino que siempre se disponen a escucharlos con atención inusitada. Como si en verdad el farsante estuviera transmitiendo la verdad de los hechos y su injerencia fuera memorable para encausarlos de manera beneficiosa.


Lo que enoja no es la actitud despreciable, mediocre y mezquina propia del vivillo que se vale de sus decadentes posibilidades para obtener beneficios propios, sino que las víctimas lo premitan una y otra vez sin advertir nada de nada y prestándole siempre el oído para escuchar sus falsos cuentos.


Eligiendo ser embaucadas por voluntad y decisión genuina.


En vez de ponerle un punto final a la mentira y a la farsa. 


Es por esa situación que el farsante en vez de abandonar su actitud reafirma su condición.

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