sábado, 31 de agosto de 2019

El buen cuento


Creo que a los chicos se los obnubila con cuentos que de acuerdo a la destreza del cuentista logran crearle una percepción de realidad incuestionable al punto de que el niño cree que lo que escucha es cierto, y nada en el mundo podría convencerlo que es una ficción o una burda mentira.

Por lo menos en el momento en que recibe el relato con los ojos absortos.

Tanto es así que el niño puede morirse de miedo o llorar ante una historia, del mismo modo que puede explotar de alegría cuando el relato lo sorprende gratamente o supera sus expectativas.

A los niños grandes les pasa lo mismo, con la diferencia que los relatos no los hace el padre, la madre, los abuelos o el tío.

Lo hacen los políticos que tienen como condición necesaria, no suficiente, parlotear de la manera más creíble posible para que los niños grandes adviertan que de su mano cruzarán el puente y serán felices para siempre.

Por eso los buenos políticos tienen la obligación irrenunciable de construir relatos que movilicen las fibras más íntimas de sus clientes.

Digo, de sus ciudadanos.

Que movilicen las fibras más íntimas de sus ciudadanos y crean que en verdad esta vez la felicidad será posible para todos.

Y entraremos por fin al reino de los cielos.

Siempre de la mano de nuestros salvadores, los políticos.

Por eso compatriotas es muy injusto creer que son todos parlanchines, chantas o parloteadores de profesión, porque es justamente esa su naturaleza.

Su oficio.

Si no lograran ilusionarnos, empaquetarnos y engatusarnos de alguna manera con sus cuentos, estarían haciendo muy mal su trabajo.

Y ejerciendo con negligencia su profesión.

De hecho uno puede suponer que cuanto mejor es el cuento que pueda creer y pueda hacernos creer, mejor será la realidad a la que podemos aspirar.

Porque cualquier realidad puede aspirar hasta donde llegan los límites de la imaginación.

El tema es que el cuentista obviamente sea honesto y crea su cuento. Que luego proceda en consecuencia y no quede empaquetado en su propio discurso.

Si es un farsante, perdemos todos.





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sábado, 24 de agosto de 2019

Tontuelos


Quedo impávido, atónito, ofuscado.

Creo que no escuché bien y vuelvo a prestar atención o a procurar leer de nuevo cierta declaración. Sigo pensando que estoy equivocado, que leí o escuché cualquier cosa.

Releo una vez más.

No me equivoqué, el político de turno, que ni siquiera sé en este momento quién era, lo dijo. Lo dijo con todas las letras.

Hay que cuidarlos.

Dijo así, o algo así. Como si fuera una suerte de padre o madre súper poderoso y el ciudadano un pobre estúpido o minusválido que requiere sus imprescindibles servicios para salir a flote y sobrevivir.

Es increíble que haya todavía políticos que piensen que salvan a los ciudadanos en esta época, cuando los ciudadanos ya están avivados hace tiempo y saben que Papa Noel no existe.

Y si existe es porque toma dinero de sus bolsillos con impuestos para luego obrar como Santa Claus y darle lo que era de ellos. Mediando por supuesto lo que cobra por el inestimable servicio a la patria.

Definitivamente hay aún políticos retrógrados que se sobre estiman, quieren ser los padres de todos y obrar como Papa Noel.

Algo que solo es posible si piensan que los ciudadanos son todos tontuelos.

Unos estúpidos, o unos minusválidos.






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sábado, 10 de agosto de 2019

Tercer mundo


Cada día me cuesta más amoldarme a este país y aceptar la decadencia. Sigo sin poder creer las situaciones que encuentro cada vez que salgo a la calle.

Y como salgo todos los días de manera inevitable, no paro de atestiguar los despropósitos con los que se expresa la decadencia.

Desde una mujer que baja del auto a golpear a un hombre mayor porque supuestamente le frenó cerca, pasando por los soretes de perro que cada tanto piso, hasta observar el cartel de la calle robado, las farolas apedreadas, los graffitis afeando numerosos espacios públicos o el auto que pasa a mas de 100 km por pleno centro sin frenar.

Esos solo son detalles, porque si abro el diario para observar los desafortunados hechos la lista sigue.

Y aunque no abra el diario y lo mire por la web, vale la pena apuntar algunos otros despropósitos de la decadencia, que en realidad expresan la mediocridad, la dejadez y el ímpetu de que da todo lo mismo, en una suerte de culto por el desatino y la degradación de estos tiempos.

Hay gente que saca chapa por asesinar a bebés, como si fuera un mérito quitarle la vida a alguien. Gente que va a la cárcel y la violan o golpean. Chicos que terminan el secundario sin saber leer textos básicos.

Parejas que están años para adoptar bebés o niños deseosos de ser adoptados y por obra de la negligencia y desidia pasan sus días, años y vidas privados de esa posibilidad.

Personas que quieren liberar urgente a perros que acabaron de matar a un transeúnte en la playa para que vivan la libertad del espacio público. 

No digo que actúe la perrera en este caso. Más urgente es que actúe El Bobero y encierre a todos estos naboletis que no hacen otra cosa que validar la zoncera en la sociedad, con consecuencias nefastas para todos. 

También sería oportuno mencionar a políticos que antes presentaban propuestas y ahora solo indican que se los debe votar porque son menos peores que los peores.

Y si no ganan ellos el viejo de La Bolsa nos castigará. 

Todo es de cuarta y está a la vista. La decadencia no para de manifestarse.

Y uno solo escribe como para despojarse un poco del despropósito, y sacarse la amargura de encima, en un acto sutil de la rebeldía, que en el mejor de los casos relata la idiotez que se exhibe en estos días.

Lo peor es que sabe que la decadencia no parará de sorprendernos porque la degradación cultural solo se puede revertir con el tiempo. Y el daño ya está hecho.

Hay que aguantar al de la esquina dado vuelta pidiendo cinco pe, o haciendo malabares mientras trastabilla con fuego entre los autos.

Hay que darle 10 pesos al que está con el trapito en la vereda cuando uno estaciona, porque se le antoja dar un servicio que nadie pide y espera que se le de dinero para no mirarlo feo o hacer lo que cualquiera que no da dinero puede imaginar.

Hay que frenar de prepo en las esquinas porque los estúpidos no frenan ni cuando uno va por la mitad.

Quizás uno escribe para no envenenarse, para sobrellevar la decadencia dejándose resbalar en un rezongo verídico pero pasajero. Permitiéndose una curación simbólica, con la ilusión quizás de que se tome nota de lo que está ocurriendo para fomentar rápido un accionar que lo revierta.

Aunque tal vez es tarde para restablecer la normalidad, porque los tontos han proliferado. Y ya están por todos lados.

Cuídense.

Es triste observarlo pero las vicisitudes del alicaído tercer mundo se asientan por efecto de la degradación educativa y cultural, que parece acentuarse de manera innegociable para formar parte de nuestra vida.

Quizás lo importante es recordarnos que debemos rebelarnos y ofrecer batalla.

No nos resignemos a que gane siempre la mediocridad y la idiotez.





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sábado, 3 de agosto de 2019

Lo no dicho


Creo que muchos escritores intentan decir lo no dicho pero es un acto fallido, casi siempre errático.

Tantos años de humanidad parecieran haberlo dicho todo y uno en su intención de lograr decir lo que no se ha dicho falla irremediablemente, según puede suponer o con tiempo quizás constatar.

Decir lo que no fue dicho es un desafío irrenunciable para quien quiere escribir y contribuir cabalmente.

Refritar lo dicho para volverlo a decir con otras palabras o formas, tiene también su mérito y constituye muchas veces un valioso aporte pero radicalmente diferente a quien logra alguna vez ascender a una instancia superior y explicitar lo no dicho.

En mi humilde caso no me resigno al recurrente fracaso y honro la intención de aspirar a decir lo no dicho con el ímpetu de quien busca y sabe que quizás algún día encuentre.

De modo que mis zarpazos sobre la escritura para lograr decir lo no dicho persistirán perseverantemente hasta el final. Porque de lo contrario renunciaría a un propósito legitimo e inestimable.

A la cima de quien intenta escribir.

Creo que cuando uno escribe tiene con frecuencia la sensación de haber arribado a buen puerto. De haber dilucidado algo. O quizás siente que merodeó entre lo no dicho y algo nuevo fue capaz de decir.

Percibe como una suerte de vestigios un logro que en verdad quizás se escurrió entre las manos.

Entonces cobra valor para intentarlo de vuelta.

Pero muchas veces uno también debe reconocer que siente que lo no dicho se ha ausentado y cree que se ha quedado con las manos vacías.

Con el sano consuelo de haberlo intentado.






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