Tercer mundo
Cada día me cuesta más amoldarme a este país y aceptar la decadencia. Sigo sin poder creer las situaciones que encuentro cada vez que salgo a la calle.
Y como salgo todos los días de manera inevitable, no paro de atestiguar los despropósitos con los que se expresa la decadencia.
Desde una mujer que baja del auto a golpear a un hombre mayor porque supuestamente le frenó cerca, pasando por los soretes de perro que cada tanto piso, hasta observar el cartel de la calle robado, las farolas apedreadas, los graffitis afeando numerosos espacios públicos o el auto que pasa a mas de 100 km por pleno centro sin frenar.
Esos solo son detalles, porque si abro el diario para observar los desafortunados hechos la lista sigue.
Y aunque no abra el diario y lo mire por la web, vale la pena apuntar algunos otros despropósitos de la decadencia, que en realidad expresan la mediocridad, la dejadez y el ímpetu de que da todo lo mismo, en una suerte de culto por el desatino y la degradación de estos tiempos.
Hay gente que saca chapa por asesinar a bebés, como si fuera un mérito quitarle la vida a alguien. Gente que va a la cárcel y la violan o golpean. Chicos que terminan el secundario sin saber leer textos básicos.
Parejas que están años para adoptar bebés o niños deseosos de ser adoptados y por obra de la negligencia y desidia pasan sus días, años y vidas privados de esa posibilidad.
Personas que quieren liberar urgente a perros que acabaron de matar a un transeúnte en la playa para que vivan la libertad del espacio público.
No digo que actúe la perrera en este caso. Más urgente es que actúe El Bobero y encierre a todos estos naboletis que no hacen otra cosa que validar la zoncera en la sociedad, con consecuencias nefastas para todos.
También sería oportuno mencionar a políticos que antes presentaban propuestas y ahora solo indican que se los debe votar porque son menos peores que los peores.
Y si no ganan ellos el viejo de La Bolsa nos castigará.
Todo es de cuarta y está a la vista. La decadencia no para de manifestarse.
Y uno solo escribe como para despojarse un poco del despropósito, y sacarse la amargura de encima, en un acto sutil de la rebeldía, que en el mejor de los casos relata la idiotez que se exhibe en estos días.
Lo peor es que sabe que la decadencia no parará de sorprendernos porque la degradación cultural solo se puede revertir con el tiempo. Y el daño ya está hecho.
Hay que aguantar al de la esquina dado vuelta pidiendo cinco pe, o haciendo malabares mientras trastabilla con fuego entre los autos.
Hay que darle 10 pesos al que está con el trapito en la vereda cuando uno estaciona, porque se le antoja dar un servicio que nadie pide y espera que se le de dinero para no mirarlo feo o hacer lo que cualquiera que no da dinero puede imaginar.
Hay que frenar de prepo en las esquinas porque los estúpidos no frenan ni cuando uno va por la mitad.
Quizás uno escribe para no envenenarse, para sobrellevar la decadencia dejándose resbalar en un rezongo verídico pero pasajero. Permitiéndose una curación simbólica, con la ilusión quizás de que se tome nota de lo que está ocurriendo para fomentar rápido un accionar que lo revierta.
Aunque tal vez es tarde para restablecer la normalidad, porque los tontos han proliferado. Y ya están por todos lados.
Cuídense.
Es triste observarlo pero las vicisitudes del alicaído tercer mundo se asientan por efecto de la degradación educativa y cultural, que parece acentuarse de manera innegociable para formar parte de nuestra vida.
Quizás lo importante es recordarnos que debemos rebelarnos y ofrecer batalla.
No nos resignemos a que gane siempre la mediocridad y la idiotez.
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