Lo no dicho
Creo que muchos escritores intentan decir lo no dicho pero es un acto fallido, casi siempre errático.
Tantos años de humanidad parecieran haberlo dicho todo y uno en su intención de lograr decir lo que no se ha dicho falla irremediablemente, según puede suponer o con tiempo quizás constatar.
Decir lo que no fue dicho es un desafío irrenunciable para quien quiere escribir y contribuir cabalmente.
Refritar lo dicho para volverlo a decir con otras palabras o formas, tiene también su mérito y constituye muchas veces un valioso aporte pero radicalmente diferente a quien logra alguna vez ascender a una instancia superior y explicitar lo no dicho.
En mi humilde caso no me resigno al recurrente fracaso y honro la intención de aspirar a decir lo no dicho con el ímpetu de quien busca y sabe que quizás algún día encuentre.
De modo que mis zarpazos sobre la escritura para lograr decir lo no dicho persistirán perseverantemente hasta el final. Porque de lo contrario renunciaría a un propósito legitimo e inestimable.
A la cima de quien intenta escribir.
Creo que cuando uno escribe tiene con frecuencia la sensación de haber arribado a buen puerto. De haber dilucidado algo. O quizás siente que merodeó entre lo no dicho y algo nuevo fue capaz de decir.
Percibe como una suerte de vestigios un logro que en verdad quizás se escurrió entre las manos.
Entonces cobra valor para intentarlo de vuelta.
Pero muchas veces uno también debe reconocer que siente que lo no dicho se ha ausentado y cree que se ha quedado con las manos vacías.
Con el sano consuelo de haberlo intentado.
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