sábado, 1 de octubre de 2016

Descuajaringado


Hace unos días estoy descuajaringado. Ocurre que he decidido arremeter con todo en el deporte y recuperar el tiempo perdido.

Cada día lo he hecho con una convicción y determinación irrenunciables. Sin dar el menor atisbo a la posibilidad de suspender la actividad física. Manteniéndome firme ante la decisión indeclinable.

Sosteniéndola como sea.

Contra viento y marea. Y más allá de las improcedencias que llegan con la imprevisibilidad de la 
cotidianidad, que siempre demanda nuestros tiempos para arrebatarlos por las cosas que sean.

Firme y decidido, he puesto las cosas en su lugar. Y no me he dejado vapulear por urgencias que exigían desatender mi propósito para dedicarme a otras cuestiones que siempre se presentaban como impostergables.

Es por eso que hace tres o cuatro días hago todos los días deporte. Me he juramentado al menos cumplir religiosamente con una actividad por día. Puede ser yoga, estiramiento, natación o basquet. 

Más o menos me muevo por ahí. A los fierros les tengo un poco de rechazo, porque implican indefectiblemente desde mi punto de vista prejuicioso y personal, una invitación al sacrificio. Algo que de plano considero, también desde mi punto de vista prejuicioso y personal, inconveniente.

Hoy me he levantado con el cuerpo torcido.

Cómo puede ser, dirán ustedes. Pero es cierto, el cuerpo está torcido. Desalineado. Ha quedado de alguna manera desamblado. Si es que existe esa palabra.

No creo.

Pero está desamblado. Lo noto. 

Es cierto.

Creo que la causante ha sido la profesora Fernanda. La de estiramiento. Muy simpática, cierto. Pero arremete sin miramientos y todos los jóvenes que estamos en la adultez la sufrimos de alguna manera. Porque Fernanda es implacable. Dice que hay que contorsionarse a veces con una exigencia que, creo, es la última causante de la desalineación corporal.

Eso de ir con el pecho al piso. Darse vuelta para un lado. Para el otro. Tirar la pierna en una dirección. Y la otra hacia arriba. O el torso en equilibrio. La mano derecha hacia adelante. El talón atrás. La cabeza al techo. El pecho arriba. Las palmas para abajo. La mirada en ángulo de cuarenta y cinco. Las rodillas juntas…

Esos movimientos no solo estiran. Estrujan.

Nos dejan maniatados dentro de nosotros mismos. Ejerciendo una suerte de reacomodamiento de nuestros órganos internos, tendones, músculos y hasta sangre. Que extraviados antes los movimientos abusivos, andarán como puedan de un lado al otro, hasta quedar finalmente ubicados quién sabe en qué lugar.

En definitiva, estoy descuajaringado. 

Siento que una pierna va para un lado y la cadera pide ir para otro. O el cuello quedó confundido. Zigzaguea sin saber para donde mirar. Hasta el pelo ha quedado arremolinado y extraviado. Por decir algunas minucias. 

Quiero decir, cuestiones menores.

Ahora sospecho que todos los que deben hacer ejercicio es posible que estén en mayor o menor grado así. Un poco doloridos, un poco descuajaringados.

Sé que volveré pronto a estiramiento. Confío que el cuerpo se alineará.

Que Fernanda volverá a dejarnos en nuestro propio eje.


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