domingo, 16 de agosto de 2020

El gran cuento


Estoy terminando de responder un mail en el cel cuando veo que Santino viene hacia mí con dos cuentos en sus manos.

Lo percibo de reojo sentado en el sillón mientras vuelvo la vista al cel. Pienso que cambiará el rumbo al verme tan ocupado, subsumido en la pantalla que requiere mi atención.

Pero no cambia el rumbo, acelera sus pasos, me pone el libro en la panza y se cuelga en mi pierna.

Termino de escribir el mail y me dedico a lo importante, leerle cuentos.

Abro el libro, es de las letras.

A, grita Santino mientras la señala.

Sí, a de araña.

P, anuncia convencido cuando la ve. Papá, completa.

Esta es la w de Walter, le digo.

¿Cual es la F?, le pregunto. Santino busca, analiza, da vueltas las hojas hasta que la encuentra.

Y la señala.

Flavia, grita.

Muy bien Santino, le digo, y cierro el libro, como finalizando la sesión de lectura.

No dice nada, solo me mira, se da vuelta y camina hasta la mesita. Se estira entre los juguetes y agarra otro libro. Da media vuelta y vuelve caminando con cierto bamboleo hasta que llega a mí y me echa el libro encima.

Es otro de los tantos libritos breves. Me dispongo a exprimir esas tres o cuatro páginas mientras me digo en silencio qué mezquinos son los editores de libros para bebés.

Estas sesiones relevantes de la vida se repiten casi a diario. Los cuentos son los mismos pero la imaginación siempre los renueva.

Le cuento que Sam va en su barco con su amigo el mono y el pájaro que los acompaña. Que bajan las velas porque no hay riesgo de temporal, el día es hermoso y van a disfrutar del mar.

Santino me mira. Y vuelve la vista al libro. Quiere más.

El sol amarillo, señalo. Mirá Santino, la paloma, apunto con el dedo.

Onc onc, reafirma Santino con una representación precisa y exacta de la paloma que por las mañanas se para en el ventiluz del baño.

Tienen un buen viaje y pronto llegarán a destino, le anuncio.

Doy vuelta la página. Mirá, un perro, lo sorprendo.

Guau guau, dice mientras me agarra de los piernas y me mira.

Están cerca de la costa, ya van a llegar. 

Llegaron, anuncio como un punto final e irrenunciable del cuento.

Cierro el libro.

Santino levanta la cabeza y me mira como diciendo sabés que esto no es todo. Apenas permanece congelado un instante con la vista en mis ojos, luego se da vuelta y camina determinado hasta la mesita. Mira un poco, estira la mano y agarra otro librito.

Da media vuelta y viene caminando con una presura equivalente a su bamboleo. Llega hasta mis piernas y en el preciso momento que me lanza el librito se deja caer abrazando mis rodillas.

El último, le informo sin el menor de los titubeos.

No sé si no me escucha o no me cree. Porque vuelvo a la carga compenetrado en la historia. 

Esta vez el cerdito picarón hace sus travesuras en un parque. Y celebra la vida como se debe, jugando y sonriendo con sus amigos.

Santino escucha y cree. Vive en cada cuento.

Como vivo yo en cada relato.

Doy vuelta la hoja...

Mirá Santino, un gato.

Miaaaauuuu, exclama compenetrado.

El cuento breve termina pronto. Otra vez Santino acepta el final, me mira cerrar el libro, levanta la cabeza para verme de frente. Da media vuelta y repite la búsqueda.

Viene una vez más con otros cuentos.

Volvemos a ver las páginas y siempre encontramos al patito, la tortuga, el mono, el delfín Doroteo, el conejo. Son todos amigos que viven distintas situaciones y siempre están jugando. El lobo chistoso, la abuela, Caperucita. El avestruz, Sam y el pez Mario. Todos están contentos.

Todos estamos felices.


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