viernes, 22 de octubre de 2021

¿A quién votamos?

Podría yo ser sigiloso, andar con pies de plomo, medir mis palabras.

Obviamente no lo haré.

Me asusta de solo pensarlo. Porque el pensamiento es la primera instancia para posibilitar la acción y hay que tener cuidado de caer en la trampa de ciertos pensamientos que nos lleven por rumbos equivocados. Los que van directo al lugar del acomodaticio, por ejemplo.

Cuando uno piensa que es por allá, empieza a mirar por allá. Y en cualquier momento camina para allá.

Ojo con el pensamiento. 

Si no se mira para otro lado, el rumbo no se cambia y uno va avanzando casi sin saberlo en la dirección pensada.

Hasta puede creer que es la única posible.

Por eso es bueno detenerse y volver a preguntar.

¿Qué?

Si el pensamiento este que tenemos o nos está teniendo es conveniente. Por ejemplo.

¿A quién votamos?

No sé ustedes, pero yo voto al que se juega por sus convicciones. A quién habla sin titubeos y entrega cuerpo y alma a lo que piensa. 

Me gusta el ser batallador que se lanza al mundo para gritar sus verdades aún cuando a veces pueda estar equivocado. El solo hecho de que no mida sus palabras me hace pensar más en su autenticidad que en su eventual locura.

De hecho en un mundo de pusilánimes, quien se juega por lo que piensa está loco.

De ahí que hay tantos chupamedias dispuestos a entregar su dignidad u ofrecerla por dos pesos. Un gancia y dos maníes.

O la foto, la foto con el mandamás de turno.

En fin, nada me gusta más que el hombre que se juega por sus convicciones. 

Ni loco votaría a alguien que me habla como si fuera un angelito. Desconfiaría desde el inicio, por la convicción de que no hay angelitos de pura cepa. Y si alguien se esfuerza por representarlo es porque carece esencialmente de esa virtud. 

Es de alguna manera un impostor.

Un farsante que quiere engatusarnos, para que nosotros pobres ilusos, lo votemos. 

Me parece peligroso.

Huyo antes de que cualquiera ejerza ese rol porque no le creo. Así de desconfiado soy. Aunque todos tenemos algo de angelitos, no somos angelitos de pura cepa.

Tristemente.

De ahí quizás que también me gusta quien se juega por lo que piensa y habla con voz grave, sin pedir permiso ni caer en titubeos. Casi que no me importa que pueda tener deslices o decir algo inconveniente, o tener algún traspié. 

El solo hecho de que el hombre se abra paso y juegue su existencia en cada una de sus convicciones me despierta el respeto y la admiración. Esencialmente porque representa el ser opuesto a los tibios que nunca se juegan por nada.

Me gustan los titanes, los quijotescos. Los que dan batallalla. La antítesis de quienes se esfuerzan en representar el espíritu mediocre del camino del medio. Esos son siempre los más peligrosos, porque como van para un lado, van con la misma desfachatez para el lado opuesto.

Si voy a votar a alguien prefiero que sea alguien que no se anda con chiquitas, que habla como debe hablar la persona que se juega por lo que piensa y que no se acomoda a las circunstancias para decirle al otro lo que quiere escuchar.

Votar a quien claramente dice lo que va a hacer es una tranquildiad, porque si voy a estar entre los engatusados, seré engatusado elocuentemente. No por alguien que tal vez puede hacer una cosa y tal vez puede hacer otra, según la audiencia que lo escucha.

Cada uno debiera votar obviamente a quien quiera. Todos tenemos la ilusión de que los representantes serán honestos y obrarán en consecuencia a lo que prometieron.

Si así no lo hicieren, nunca nadie se lo demanda. A lo sumo el pueblo hace tronar el escarmiento en las urnas para propinarle una buena paliza. Una paliza memorable y eterna. Una paliza que dignifica al votante que fue burlado, ultrajado y hasta meado en su cara. Una paliza para que recuerde que ellos no son tan vivos y los ciudadanos no son tan tontos.

Tal vez las elecciones sirven esencialmente para eso, para resarcir la burla.

Para mearlos en la cara.


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