sábado, 3 de abril de 2021

En voz alta


Siempre pienso en la posibilidad de medir las palabras, morderme los labios y mirar para otro lado ante la decadencia que se manifiesta en los hechos que fueran.

Pero me recuerdo de inmediato que el espíritu acomodaticio de los pusilánimes es detestable, indigno.

Vergonzoso.

Y es el verdadero culpable de los desbarajustes, los retrocesos, la decadencia de las circunstancias en que vivimos y la aparición de seres menores, mediocres y farsantes que circunstancialmente pueden ocupar cargos de relevancia y dirigir la batuta. Propiciando los atropellos más perjudiciales que se puedan ocasionar y contribuyendo sin pausa a arruinarlo todo, impulsando por ejemplo a ciudades o países notables a situaciones penosas que terminan degradando la vida de los ciudadanos y de ellos mismos, aunque se recluyan en las fortalezas que fueran.

Porque tarde o temprano tienen que cruzar la calle o ir al Kiosco.

O donde fuera.

Y en esos momentos de apariencia intrascendente pero de casualidades relevantes pueden jugarse la vida sin siquiera percatarse de ello.

Por eso prefiero alzar la voz aunque sea insignificante y contribuir para aportar una minúscula pero determinada incidencia tendiente a no convalidarlo todo y a ajustar el mundo desbarajustado.

Nada es peor que ser cómplice del despropósito.

Basta de mediocres, ignorantes y farsantes que no se juegan ni por sus convicciones.

Basta de simuladores que no saben ni quienes son porque se extravían en ellos mismos.

Basta de parlanchines con aspiraciones a ofrecer discursos memorables sin haber leído siquiera uno o dos libros. Burdos cacareantes de poca monta cuya destreza principal en la oratoria es el ejercicio de la bravuconada.

El hábil uso del golpe bajo y pernicioso.

La antítesis de los legisladores notables que supieron enorgullecer a nuestro querido país.

La sociedad tiene mucho que aportar para suplantar a los personajes menores y decadentes por gente que aspire a un futuro que sea digno para todos.

Los peores alumnos del colegio no pueden ocupar cargos directivos.

El entusiasmo por glorificar la pobreza, y las políticas incentivadas por el resentimiento y la envidia, solo construyen penurias, desempleo y más pobreza.

Hay que dejar de admirar el fracaso para dejar de construirlo.

No está bueno ser pobre ni hay ninguna virtud en eso.

Basta de propiciar el pobrísimo, de hacer creer que menos es más.

Admiremos y alentemos el éxito para vivir en un país mejor.


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