sábado, 5 de octubre de 2019

¿De quién es el futuro?


Creo que la educación tradicional genera muchos riesgos en las personas que en vez de asumir responsabilidad por sus actos y decisiones, delegan esa facultad bajo la insana suposición o certeza de que alguien lo va a cuidar.

Y nadie lo va a cuidar.

Diría para precisar el concepto con cierto estruendo, con la única finalidad de que se escuche, inquiete y movilice tal vez a la siempre sana y conveniente reflexión.

No lo va a cuidar el médico, el arquitecto, ni el portero por metaforizar de alguna manera.

Ellos andan embrollados en sus cuestiones, en sus intereses y tienen absoluta prioridad sobre sus vidas por sobre la de los demás.

Con contadas excepciones.

Y abro un paréntesis.

No está mal.

No está mal que tengan prioridad sobre sus propias vidas porque responde a la naturaleza de la creación y es a la vez una decisión personal e intransferible que puede hacerse por más que otro reproche desde la tribuna o grite, egoísta, individualista.

Etcétera.

Lo que pareciera que ocurre es que hay una degradación de valores que implican un retroceso en la dimensión humana. De ahí el descuido hacia el otro.

Antes lo habitual era que un maestro se preocupe y hasta se haga mala sangre porque su alumno no cumplió con los deberes o no dedicó tiempo de estudio porque sabe que esas lógicas le garantizan un mal destino y quiere involucrarse en facilitarle el mejor futuro posible, no el peor de todos.

De ahí que el docente responsable de ayer se comprometía con su rol. El de hoy por supuesto también lo hace, pero pareciera que no es lo más habitual.

Al igual que el médico, que antes se hacía mala sangre si el paciente reconocía que había seguido fumando, había continuado comiendo mal y no había hecho nada de ejercicio.

Por decir algo.

-El médico me va a retar -decía el paciente, sabiendo que el profesional de la salud comprometido se haría de alguna manera mala sangre y se enojaría por el infortunio buscado por el paciente.

Ahora pareciera que pocos médicos retan y algunos ni registran el nombre del paciente que los consulta.

Paréntesis...

No digo que el médico tenga que retar o darle chas chás en la cola a sus pacientes díscolos. Digo, o mejor dicho intento decir, que tal vez se ha degradado el compromiso en general de los médicos sobre sus pacientes porque esa situación que en realidad manifiesta un nivel de compromiso absoluto no es tan habitual.

Y porque más de un médico ni registra a sus pacientes.

Nada de esto estaría mal si no fuera porque los niños grandes tienen la falsa creencia de que hay otro que se preocupa auténticamente por ellos. Y delegan en ese acto su responsabilidad, su poder personal y en definitiva las lógicas básicas y esenciales para generar las condiciones que les construyan el mejor futuro posible o los libere eficientemente de las vicisitudes que los aquejen.

Los retaba la maestra y el médico de antes pero ahora cambiaron las cosas.

Y lo mismo pasa con los arquitectos y tantos otros.

Lo preocupante no es que no los reten, que es quizás una metáfora de la pavada. Lo preocupante es que el otro espere que se hagan cargo de él.

Por eso ante la degradación de valores y la creciente despreocupación por el otro, nada es mejor que hacerse cargo de la propia vida, las decisiones necesarias que se deben tomar y las vicisitudes que fueran.

Sea rechequear el tamaño de la columna o la pastilla que sugirió el médico.

Caso contrario a cada uno lo perseguirán las consecuencias.

Por eso es preferible preocuparse y comprometerse. A despreocuparse, dejar todo en manos de otro y mirar confiadamente para otro lado.



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